Un gran obispo norteamericano, Mons. Fulton Sheen, decía que “los ateos se toman demasiado en serio esta vida porque piensan que es la única que tienen”; y es cierto.
San Felipe Neri se tomó la vida tan en serio que muchos consideraban que era en broma, porque cada día y en cada momento se reía de sí mismo y de aquellos que solemnes, carilargos y formales en lo secundario no eran sino exponentes del puritanismo protestante, aunque se dijesen o creyesen católicos.
Hoy, 26 de Mayo, pongo a disposición, un vez más, uno de los libros que más alegría y devoción me inspiraron mientras lo escribía, hace más de diez años: la vida del gran santo patrono de Roma, San Felipe Neri.
Se trata simplemente de una sucesión de “instantáneas” que ilustran su vida a raíz de las innumerables anécdotas del santo de la alegría.
Venga una simple pincelada y las famosas “máximas” de San Felipe Neri para alcanzar la santidad:
La gallina desplumada
Había entre las penitentes del santo una mujer muy dada a la murmuración que no lograba enmendarse de este pésimo hábito.
El Padre Felipe más de una vez la había amonestado por el mal que causaba, pero visto que todo era en vano, decidió un día cortar por lo sano.
Luego de haberla escuchado una vez más en confesión, le preguntó:
- ¿Cae usted, frecuentemente, en este pecado?
- ¡Siempre, Padre! Estoy tan acostumbrada que ni siquiera me doy cuenta de ello –respondió la penitente.
Ante ello, el confesor se dio cuenta de que la cosa era ya demasiado seria; luego de pensarlo vio oportuno darle una penitencia grave:
- Hija mía –continuó– vuestra falta es grande, pero la misericordia de Dios es todavía más grande. Ahora quiero haceros tocar con la mano todo el mal que habéis hecho. Debéis hacer esto que os diré: irás al mercado y comprarás una gallina muerta con todas sus plumas.
- Padre –interrumpió la penitente– ¿qué tiene que ver la gallina con la penitencia que me dais?
- ¡Cállate, que todavía no he terminado! Luego, con la gallina en la mano, daréis unas cuantas vueltas por el centro de la ciudad y, poco a poco, la irás desplumando hasta llegar hasta aquí.
La penitente obedeció en todo a las prescripciones del confesor y después de cumplir el mandato, regresó hasta él.
- Ahora –le dijo el santo– te pido que vayas por el mismo camino por el que viniste y recojas una por una las plumas que tiraste.
- ¡Pero Padre, eso es imposible! ¿Quién sabe dónde estarán todas esas plumas, con el viento que había?
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