Decepcionante y trágico.
Decepcionante y trágico. Son los calificativos que, a vuela pluma, me suscita el no-comunicado de la Conferencia Episcopal Española (CEE), con su Presidente al frente y su vocero “el portavoz” de cara a las Elecciones Generales que acabamos de tener en España. El Presidente, ni una palabra al respecto; y su portavoz remitiéndose a anteriores y aviejados comunicados; con el añadido de que “hay partidos y partidos” -¡nivelón, Marañón!-: o sea que cada uno haga lo que le dé la gana, que da igual.
Es deprimente -por no decir ora cosa-, a nivel eclesial y a nivel espiritual, la “ausencia” de la Jerarquía católica española -con honrosas excepciones, que las hay, a título particular-, de su misión de recristianizar la sociedad, formando las conciencias y de luchando por esclarecer e iluminar el papel de los fieles -laicos, sacerdotes y religiosos- en orden a su vocación de ser “la sal de la tierra” y “la luz del mundo", amén de ser “levadura que hace fermentar toda la masa".
Todo esto ha desaparecido del horizonte eclesial; con honrosas y escasísimas excepciones.
Una ocasión de oro la tenían precisamente con las elecciones. En un ciudadano, no hay nada con más carga moral, en orden a implicarse en el bien común de la sociedad, que el hecho de votar. De ahí las alusiones que se han hecho siempre, excepto ahora, por parte de la Jerarquía de animar a “votar en conciencia”; es decir: votar teniendo en cuenta el orden moral -la relación a Dios de nuestras acciones-, que es lo que juzga la conciencia.


Comenzamos mañana, de la mano del papa Francisco, el Año Santo de la Misericordia. Muchas esperanzas e ilusiones ha puesto el Papa en este Año Santo. Espera una lluvia de gracias por parte de Dios Padre, «rico en Misericordia». Y una acogida por nuestra parte, con el alma abierta de par en par, para dejarnos empapar por esa agua «que salta hasta la vida eterna».

