Sí no te gustan mis principios, tengo otros.
Estoy leyendo -despacito, como se nos ha recomendado- la exhortación papal “Amoris laetitia“.: A la vez he leído y escuchado distintas opiniones que me han dejado “perplejo” (lo digo en honor del Sr. Presidente de la CEE).
Me explico. Unos escriben que la exhortación apostólica “permite el acceso a la Comunión a los católicos vueltos a casar por lo civil". Exactamente lo mismo que pregonaban, interesadamente y a todo volumen, antes, durante y después de los sínodos de los obispos sobre la familia.
Otros -en concreto InfoCatólica- escriben exactamente lo contrario: “después de leer la exhortación, podemos afirmar que no hay ni una sola palabra a favor de la Comunión a los católicos divorciados y vueltos a casar por lo civil".
Evidentemente, y por el principio de “no contradicción", las dos afirmaciones no pueden ser verdad a la vez; y, por lo tanto, una de ellas es una desaforada e impresentable mentira; aunque ahora no voy a entrar ahí: tiempo habrá.
Pero de esta disparidad surge una pregunta necesaria e, incluso, obligada: ¿cómo es posible que un texto que se quiere “magisterial", y sobre dos temas tan importantes como son el Sacramento del Matrimonio y el Sacramento de la Eucaristía -vitales los dos para la Iglesia misma y para la sociedad de la que la Iglesia es el “alma"-, puede dar lugar a dos visiones tan contrarias?
Dicho de otro modo: ¿cómo se puede reafirmar -en un mismo documento magisterial- la doctrina de siempre sobre el Matrimonio y la Familia -y lo mismo sobre la Eucaristía- para decir a continuación que, en base a una supuesta nueva “pastoral” -por muy personalizada que se pretenda por parte de los mismos obispos o de quienes estos deleguen-, esa doctrina no se va a seguir, no se va a aplicar, sino que se va a obviar y a contravenir?
Es decir: ¿lo que se pretende es que, en estos dos temas tan esenciales, y promovido por la misma Iglesia Católica, la “praxis” va a estar por encima -y en contra- de la “verdad”
¿A qué suena esto? Mejor dicho, ¿qué es todo esto? Pues, exactamente, lo que proponían -y viven desde hace decenios- las mal llamadas “teologías de la liberación", que propugnan precisamente esto: la “ortopraxis” por encima y en contra de la “ortodoxia". Y esto, después de la descalificación eclesial de esas “teologías” -Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, con el visto bueno de san Juan Pablo II-, ¿desde un documento “magisterial"?
Es lo mismo que hacen los anglicanos, los luteranos, los evangélicos y otras yerbas con el tema del “sacerdocio” famenino, de los “matrimonios” homosexs, etc.: “hacer de su capa un sayo". ¿Se pretende, entonces, establecer un punto y aparte -no un punto y seguido- en la vida de la Iglesia Católica? ¿Es esto?
Escribe san Cipriano, obispo y mártir: “Dios nos contempla, Cristo y sus ángeles nos miran, mientras luchamos por la Fe. Qué dignidad tan grande, qué felicidad tan plena es luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por Cristo. Revistámonos de fuerza, hermanos amadísimos, y preparémonos para la lucha con un espíritu incorrupto, con una fe sincera, con una total entrega. (…) El Apóstol nos indica cómo debemos revestirnos y prepararnos, cuando dice: Abrochaos el cinturón de la verdad, por coraza poneos la justicia; bien calzados para estar dispuestos a anunciar el Evangelio de la paz. Y, por supuesto, tened embrazado el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del Malo. Tomad por casco la salvación y por espada la del Espíritu, es decir, la Palabra de Dios“.
“Abrochaos el cinturón de la verdad". Lo primero, en la Iglesia, es Cristo, "camino, verdad y vida”. La Iglesia no predica ni defiende más que la verdad: la de Dios -y Cristo es la encarnación de esa Verdad-, la del hombre y la del mundo. Y a partir de ahí -de la verdad de la Fe, de la verdad de la Doctrina, de la verdad del Derecho, de la verdad del Magisterio y de la verdad de la Tradición-, la Iglesia “monta” la Pastoral, que ha de estar -para ser digna de ese nombre, y para responder a su finalidad-, al servicio de la verdad completa de la persona humana, de su dignidad de hijo de Dios: todo en orden a su felicidad y a su salvación. Y nunca dejarle vendido -a los mercenarios, a los lobos- “en una situación objetiva de pecado".
Y san Justino, en su primera Apología, escribe: “A nadie es lícito participar de la Eucaristía si no cree que son verdad las cosas que enseñamos y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y no viven como Cristo nos enseñó. Porque no tomamos estos alimentos como si fueran pan común o una bebida ordinaria; sino que, así como Cristo, nuestro Salvador, se hizo carne por la Palabra de Dios y tuvo carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias que contiene las palabras de Jesús, y con que se aleimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre de Aquel mismo Jesús que se encarnó". Palabras que se comentan por sí mismas, y que dejan meridianamente clara la verdad de la Eucaristía y las condiciones para su recepción.
¿Puede un documento magisterial pasar por alto lo que han creído -y vivido- siempre la Iglesia y sus hijos? ¿Se pueden dejar “abiertos” los dos puntos esenciales de la vida de la Iglesia hasta el punto de que cada uno en particular -los propios católicos divorciados y recasados, “según su conciencia” desligada de cualquier norma moral- y que en cada diócesis en general -según una diligente, perspicaz y personalizada atención pastoral: ¡qué ironía, o qué pantomima!-, se haga lo que se quiera, porque no hay más referencia que la pastoral “de inserción” de quien está fuera porque ha querido situarse fuera?
¿Una conciencia que reconoce que está en “una situación objetiva de pecado grave” puede, “subjetivamente", ir a comulgar, incluso aunque se le haya “aconsejado” eso precisamente dentro de la misma Iglesia?
Seguiremos, porque aquí, como dije hace bastantes meses, tras esta exhortación apostólica, va a haber un antes y un después en la vida de la Iglesia.
Lo que no sé es hacia dónde. Pero me lo temo.