¿Por qué actúa Jesús así en el discurso más importante de su predicación, precisamente cuando nos revela -en favor nuestro- su misterio más íntimo, el misterio eucarístico? Y, al comprobar que no lo admiten, que se cierran a su Palabra, ¿por qué insiste en lo mismo, en lugar de “explicarse"?
¿Acaso le importa más la “VERDAD” -"abstracta", como algunos dentro de la misma Iglesia, la descalifican, y “usada como piedras para ser arrojadas” (incomprensibles palabras, la verdad)- que las mismas personas a las que se dirige? ¿Por qué, en este caso -el caso más importante, a mi entender- no se “abaja” -Él, la humildad personificada, la misericordia en estado puro- al nivel de las gentes, que ve que le están rechazando y se le van a ir?
Si Jesús actúa así es porque está haciendo BIEN: como decían las gentes con admiración y asombro en tantas ocasiones, omnia bene fecit: todo lo ha hecho bien (Mc 7, 37). Y si está haciendo el bien “enrocándose” en la VERDAD es porque la verdad -toda verdad y toda la verdad: “la verdad completa"- es el bien del hombre. De ahí que llevarle a ella -enseñársela-, es la mejor y la más grande caridad. No cabe otra interpretación que salve que solo Dios es bueno (Mc 10, 18). Por tanto, es la única valoración que nos sirve, porque es la única verdadera, justa y buena, porque está fundada en Dios: no en nosotros. Eso por lo que mira a lo que Jesús nos enseña.
Pero hay otra razón mucho más importante porque es absolutamente divina: divina en sí misma. y la expresa Jesús, en la Última Cena, con las siguientes palabras: Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en Mí es el que realiza las obras. (…) Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, (…) La palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado (Jn 14, 10-24).
Jesús no puede ceder porque “no es el dueño” de la Palabra de Dios, su Padre. Y, por tanto, solo puede “hablar” la Palabra que su Padre le ha entregado. Por lo mismo, la Iglesia, y al frente la Jerarquía, solo puede hablar las palabras de Jesús: El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que Yo os he dicho (Jn 14, 26).
Así actúa Jesús: Siempre nos da seguridad. Todo en Él tiene esta cuallidad. La misma que nos exige a nosotros: Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí; no, no’: que lo que pasa de aquí viene delMaligno (Mt 5, 37).
Por tanto, ¿cómo actúa la Iglesia por boca de sus Pastores, empezando por Pedro? Pues actúa exactamente igual, como buena “Hija” de tan buen Padre y Maestro: no teniendo la doctrina como dueña y señora, sino sujetándose a lo dicho por Jesús y enseñado por el Espíritu Santo. Dándonos por tanto siempre SEGURIDAD; y, con ella, PAZ. Vamos a verlo.
La Iglesia echa a andar el día de Pentecostés. Sale Padro a la cabeza frente a la multitud congregada ante el cenáculo y, ¿qué les predica? La verdad más inmediata a aquellas gentes: A Jesús, el Nazareo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales, (…) a este… vosotros lo matasteis clavándolo en la cruz por mano de los impíos; a este, pues, Dios le resucitó, (…); de lo cual todos nosotros somos testigos (Hch 2, 22-32).
Aquella gente, que estaba al cabo de la calle de lo que habían visto, gritado y oído cincuenta días atrás; que estaban sobre ascuas -era la comidilla de Jerusalén- con lo del sepulcro vacío, y no digamos con los rumores y comentarios -solapados o abiertos- sobre posibles apariciones…; los Apóstoles no les pueden venir con milongas: solo con la VERDAD; en caso contrario, los rechazarían, y rechazarían cualquier otra cosa que les dijesen, pretendiendo darles gato por liebre.
¿Y qué contestan cuando se dan de bruces con la realidad de lo que han hecho -engañados o no, personalmente conscientes o dejándose llevar- con lo que ha pasado, con lo que está pasando, con todos aquellos sucesos de los han sido testigos y protagonistas?
Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás Apóstoles: “¿Qué hemos de hacer, hermanos?” Pedro les contestó: “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de sus pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.” (…). “Salvaos de esta generación perversa". Y, de una tacada, aquel día se bautizaron unos 3000 de los que oyeron.
Los Apóstoles han recibido el mandato de Jesús de predicar y de ir por todo el mundo -ut eatis!-, y lo hacen. ¿Y cuándo les prohiben predicar en nombre de Jesús? Tienen respuesta: ni enmudecen, ni atemperan, ni esconden, ni tergiversan… No pueden: Juzgad vosotros si hemos de obedeceros a vosotros antes que a Dios. ¿Y cuando les dan un buen “repasillo” para que dejen de hablar de Jesús? Ellos…, estaban gozosos por haber sido hallados dignos de poder sufrir por Jesús.
Y lo mismo Pablo: Yo solo predico a Cristo, y a Este crucificado: locura para los gentiles, y escándalo para los judíos. Constata exactamente eso: lo ve clarísimo. Pero no se apea. Y explica las cosas, incluso distinguiendo perfectamente entre lo recibido del Señor, y lo que dice él, tal como lo entiende, habiendo sido enseñado directamente por Jesús: Mandato tengo recibido del Señor… // No el Señor, sino yo os digo: ¡ojalá fuerais todos como yo!
¿Y la Iglesia como tal, cómo actúa con toda la Jerarquía reunida? En el primer Concilio de su historia, el de Jerusalén, al plantearse el primer “problema” doctrinal y moral en el seno de los fieles, se reúnen, dialogan entre ellos, y escriben a sus ovejas las resoluciones, con un convencimiento y un lenguaje que, a la vuelta de dos mil años, sigue maravillando: Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros…
y Juan, y Santiago,… y san Agustín, y Santo Tomás, y santa Catalina de Siena,… y Pablo VI, y san Juan Pablo II, y Bendicto XVI… Es el hacer de la Iglesia, con sus Pastores al frente: fieles a la Palabra recibida -al Verbo hecho Carne-, Palabra que ha de custodiar, transmitir, enseñar y, antes que cualquier otra cosa, palabra que ha de VIVIR: hacer “carne", suya y nuestra.
Esta es la santidad de la Iglesia, y la de sus hijos. Su Fe. Y la Iglesia, con sus Pastores a la cabeza, ha de ser fiel a este “modus operandi": testigos todos, hasta el fin del mundo y hasta el último confín de la tierra.
No puede obrar de otra manera si quiere ser “SU” Iglesia -la de Cristo- y quiere seguir siendo “LA” Iglesia: la única y, por tanto, la verdadera. Las situaciones “nuevas” que se van creando en medio de los hombres -anticoncepción, corrupción, fecundación in vitro, homosxualidad, deconstrucción de la parsonas y de sus obras plenamente humanas, etc-, ha de iluminarlas y resolverlas con el depositum fidei, enmarcado en la Tradición, y defendido por el Derecho, de donde la Iglesia siempre saca lo nuevo y lo viejo.
Otro modo de proceder no le compete. Es que “no se siente autorizada para obrar de otra manera". Es más: tantas veces no tendrá otra “razón” que aducir más que esta: “no se siente autorizada". O, incluso, tener la humildad de aceptar que, “a día de hoy, no hemos encontrado una ’solución’: seguiremos estudiando el tema. Nunca tirar por el camino de enmedio, y menos sin saber dónde lleva. Y nunca ir más allá de donde debe y puede.
Seguiremos rezando. Y hablando.