3.05.16

"Pero, si la sal se desvirtúa..." (Mt 5, 13)

Vosotros sois la sal de la tierra -dice el Señor junto al mar de Galilea, como remate del sermón de las Bienaventuranzas-. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres (Mt, 5, 13).

No parece sino que estas palabras de Jesucristo, proféticas indudablemente, y a las que la Iglesia ha tenido que enfrentarse en más de una ocasión, tuvieran hoy -o parecería que tienen- más “peligro” -actualidad- que nunca. Y me explico.

En el fondo, ¿qué estamos teniendo hoy -y con medios poderosos a su disposición-  en los adentros mismos de la Iglesia? Un intento descarado, a pecho descubierto, a muerte…; un asalto a bayoneta calada, hombre contra hombre, por no dejar nada de lo que es y representa, porque no quede piedra sobre piedra.

Por cierto, también profetizó esto Jesús contra Jerusalén, y no habían pasado cuarenta años cuando la ciudad fue destruida, arrasada. O sea, que con estas cosas no se puede jugar, porque la Palabra de Dios se cumple siempre: está dicha para ser cumplida. Indudablemente, la situación no es la misma, pero la advertencia está hecha.

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26.04.16

Se le dan bien los rapapolvos.

“Rapapolvo del Papa a los medios de comunicación". Así titula RomeReports una secuencia -grabada y publicada- de la tertulia con los periodistas del papa Francisco en el avión que lo devolvía de su minivisita a Lesbos. El Papa, ante una nueva pregunta que incidía -agua sobre mojado- en el tema “estrella” de si los católicos divorciados y vueltos a recasar por lo civil podían recibir o no la comuníón, su respuesta fue, exactamente, la siguiente:

“Cuando convoqué el primer sínodo, la gran preocupación de los medios era: ¿podrán hacer la comunión los divorciados que se han vuelto a casar (civilmente)? Y como yo no soy santo, esto me molestó y también me produjo un poco de tristeza. ¿Pero ese medio de comunicación que dice esto, esto y lo otro no se da cuenta de que ese no es el problema importante? ¿No se da cuenta de que la familia, en todo el mundo, está en crisis? Y la familia es la base de la sociedad. ¿No se da cuenta de que los jóvenes no quieren casarse? ¿No se da cuenta de que la caída de natalidad en Europa es para echarse a llorar? ¿No se da cuenta de que la falta de trabajo y las posibilidades de trabajo hacen que el papá y la mamá tengan que trabajar y los niños crezcan solos y no aprendan a crecer en diálogo con el papá y la mamá? Estos son los grandes problemas".

También añadió Francisco que a esa pregunta podría responder, “Sí. Y punto". Pero que en lugar de hacer eso, remitía a lo dicho por el card. Christoph Schönborn en la presentación de la exhortación pastoral “Amoris laetitia". Que la leyeran, que ahí estaba la respuesta. Un cardenal, por cierto, que públicamente ha invitado a los católicos a celebrar el ramadán, o que ha declarado que las relaciones homosexuales tienen cosas positivas. Dos “perlitas", entre otras muchas que se podrían traer a colación, salidas de la boca de este buen cardenal.

No sé si alguien tendría que reinterpretar las palabras del Papa, o no lo verán necesario: a saber. Quizá su Portavoz. O el Presidente de Doctrina de la Fe… Pero da la impresión de que al Papa el paro, la falta de trabajo, el que los jóvenes no quieran casarse, que la familia esté en crisis, que los niños se estén educando más fuera de la familia que dentro de ella…, todos ellos problemas serios, qué duda cabe; pero que él coloca por encima, muy por encima -"estos son los grandes problemas"- del acceso a la comunión de los católicos divorciados y recasados por lo civil: “Estos son los grandes problemas". Perdonen que repita. Y el que tanta gente vea que el verdadero problema -la madre de todos los problemas- sea la “nueva” disciplina de la Comunión, al Papa parece que no le dice nada, o que no le afecta.

Por tanto, la Eucaristía y la Comunión -"Ecclesia de Eucaristia vivit"-, según parecen afirmar sus propias palabras, no alcanzan la categoría de los “grandes problemas” para la Iglesia, a día de hoy. La disciplina de los Sacramentos que, cuando no se respeta, lleva a grandes aberraciones y mata las conciencias tanto de los que los distribuyen como de quienes los reciben no está en ese orden de cosas:  los grandes problemas para la Iglesia hoy son -según Francisco- los problemas sociales, cuya relación ha ido enumerando, y ha puesto de relieve con sus gestos pastorales. 

Problemas, por cierto, que, si nos atenemos a la Doctrina Social de la Iglesia que ha llegado hasta nuestros días, no son competencia directa de la Iglesia sino de los poderes públicos. Lo que sí le compete a la Iglesia, en ese orden, es formar las conciencias de los que asumen esos poderes, para que den unas soluciones dignas de la persona humana, y en orden -defensa, protección- al bien común; y formar además los criterios morales de los ciudadanos para que sepan actuar en consecuencia, con conciencia rectamente formada, en los asuntos temporales, en cuyo compromiso y resolución han de buscar su santidad, buscando al Señor que los esperá ahí, porque detrás están las personas.

Con lo cual, no me extraña nada que, según se ha manifestado el Papa, el “tema” de la admisión “pacífica” de las situaciones irregulares como situaciones pemanentes que, dicho sea de paso y según la “Amoris laetitia", no hay por qué empecinarse en cambiar, sino que se puede permanecer en ellas; el “tema” del acceso a la comunión de los católicos metidos, de hoz y coz, en esas situaciones, no solo no entra dentro de los “grandes problemas” sino que no es ningún problema porque es la “solución": la comunión está para estas personas en su camino personal de “integración” a la Iglesia-Madre-y-Misericordiosa, antes que para los católicos fieles a sus compromisos matrimoniales: “la comunión es para los débiles, no un premio para los justos".

Y aquí paz, y después gloria. Y nada de problemas o de problematizar las cosas. Todo es sencillo, y todo está perfectamente claro, con este Papa. Y los que discrepan lo hacen por hacer, por enredar, por tener un corazón de piedra y, en consecuencia, usan la doctrina para tirarla como piedras contra el resto del personal.

20.04.16

Jesús siempre nos da seguridad. II

¿Por qué actúa Jesús así en el discurso más importante de su predicación, precisamente cuando nos revela -en favor nuestro- su misterio más íntimo, el misterio eucarístico? Y, al comprobar que no lo admiten, que se cierran a su Palabra, ¿por qué insiste en lo mismo, en lugar de “explicarse"?

¿Acaso le importa más la “VERDAD” -"abstracta", como algunos dentro de la misma Iglesia, la descalifican, y “usada como piedras para ser arrojadas” (incomprensibles palabras, la verdad)- que las mismas personas a las que se dirige? ¿Por qué, en este caso -el caso más importante, a mi entender- no se “abaja” -Él, la humildad personificada, la misericordia en estado puro- al nivel de las gentes, que ve que le están rechazando y se le van a ir?

Si Jesús actúa así es porque está haciendo BIEN: como decían las gentes con admiración y asombro en tantas ocasiones, omnia bene fecit: todo lo ha hecho bien (Mc 7, 37). Y si está haciendo el bien “enrocándose” en la VERDAD es porque la verdad -toda verdad y toda la verdad: “la verdad completa"- es el bien del hombre. De ahí que llevarle a ella -enseñársela-, es la mejor y la más grande caridad. No cabe otra interpretación que salve que solo Dios es bueno (Mc 10, 18). Por tanto, es la única valoración que nos sirve, porque es la única verdadera, justa y buena, porque está fundada en Dios: no en nosotros. Eso por lo que mira a lo que Jesús nos enseña.

Pero hay otra razón mucho más importante porque es absolutamente divina: divina en sí misma. y la expresa Jesús, en la Última Cena, con las siguientes palabras: Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en Mí es el que realiza las obras. (…) Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, (…) La palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado (Jn 14, 10-24).

Jesús no puede ceder porque “no es el dueño” de la Palabra de Dios, su Padre. Y, por tanto, solo puede “hablar” la Palabra que su Padre le ha entregado. Por lo mismo, la Iglesia, y al frente la Jerarquía, solo puede hablar las palabras de Jesús: El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que Yo os he dicho  (Jn 14, 26).

Así actúa Jesús: Siempre nos da seguridad. Todo en Él tiene esta cuallidad. La misma que nos exige a nosotros: Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí; no, no’: que lo que pasa de aquí viene delMaligno (Mt 5, 37).

Por tanto, ¿cómo actúa la Iglesia por boca de sus Pastores, empezando por Pedro? Pues actúa exactamente igual, como buena “Hija” de tan buen Padre y Maestro: no teniendo la doctrina como dueña y señora, sino sujetándose a lo dicho por Jesús y enseñado por el Espíritu Santo. Dándonos por tanto siempre SEGURIDAD; y, con ella, PAZ. Vamos a verlo.

La Iglesia echa a andar el día de Pentecostés. Sale Padro a la cabeza frente a la multitud congregada ante el cenáculo y, ¿qué les predica? La verdad más inmediata a aquellas gentes:  A Jesús, el Nazareo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales, (…) a este… vosotros lo matasteis clavándolo en la cruz por mano de los impíos; a este, pues, Dios le resucitó, (…); de lo cual todos nosotros somos testigos (Hch 2, 22-32). 

Aquella gente, que estaba al cabo de la calle de lo que habían visto, gritado y oído cincuenta días atrás; que estaban sobre ascuas -era la comidilla de Jerusalén- con lo del sepulcro vacío, y no digamos con los rumores y comentarios -solapados o abiertos- sobre posibles apariciones…; los Apóstoles no les pueden venir con milongas: solo con la VERDAD; en caso contrario, los rechazarían, y rechazarían cualquier otra cosa que les dijesen, pretendiendo darles gato por liebre.

¿Y qué contestan cuando se dan de bruces con la realidad de lo que han hecho -engañados o no, personalmente conscientes o dejándose llevar- con lo que ha pasado, con lo que está pasando, con todos aquellos sucesos de los han sido testigos y protagonistas?

Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás Apóstoles: “¿Qué hemos de hacer, hermanos?” Pedro les contestó: “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de sus pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.” (…). “Salvaos de esta generación perversa". Y, de una tacada, aquel día se bautizaron unos 3000 de los que oyeron.

Los Apóstoles han recibido el mandato de Jesús de predicar y de ir por todo el mundo -ut eatis!-, y lo hacen. ¿Y cuándo les prohiben predicar en nombre de Jesús? Tienen respuesta: ni enmudecen, ni atemperan, ni esconden, ni tergiversan… No pueden: Juzgad vosotros si hemos de obedeceros a vosotros antes que a Dios. ¿Y cuando les dan un buen “repasillo” para que dejen de hablar de Jesús? Ellos…, estaban gozosos por haber sido hallados dignos de poder sufrir por Jesús.

Y lo mismo Pablo: Yo solo predico a Cristo, y a Este crucificado: locura para los gentiles, y escándalo para los judíos. Constata exactamente eso: lo ve clarísimo. Pero no se apea. Y explica las cosas, incluso distinguiendo perfectamente entre lo recibido del Señor, y lo que dice él, tal como lo entiende, habiendo sido enseñado directamente por Jesús: Mandato tengo recibido del Señor… // No el Señor, sino yo os digo: ¡ojalá fuerais todos como yo!

¿Y la Iglesia como tal, cómo actúa con toda la Jerarquía reunida? En el primer Concilio de su historia, el de Jerusalén, al plantearse el primer “problema” doctrinal y moral en el seno de los fieles, se reúnen, dialogan entre ellos, y escriben a sus ovejas las resoluciones, con un convencimiento y un lenguaje que, a la vuelta de dos mil años, sigue maravillando: Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros… 

y Juan, y Santiago,… y san Agustín, y Santo Tomás, y santa Catalina de Siena,… y Pablo VI, y san Juan Pablo II, y Bendicto XVI… Es el hacer de la Iglesia, con sus Pastores al frente: fieles a la Palabra recibida -al Verbo hecho Carne-, Palabra que ha de custodiar, transmitir, enseñar y, antes que cualquier otra cosa, palabra que ha de VIVIR: hacer “carne", suya y nuestra.

Esta es la santidad de la Iglesia, y la de sus hijos. Su Fe. Y la Iglesia, con sus Pastores a la cabeza, ha de ser fiel a este “modus operandi": testigos todos, hasta el fin del mundo y hasta el último confín de la tierra.

No puede obrar de otra manera si quiere ser “SU” Iglesia -la de Cristo- y quiere seguir siendo “LA” Iglesia: la única y, por tanto, la verdadera. Las situaciones “nuevas” que se van creando en medio de los hombres -anticoncepción, corrupción, fecundación in vitro, homosxualidad, deconstrucción de la parsonas y de sus obras plenamente humanas, etc-, ha de iluminarlas y resolverlas con el depositum fidei, enmarcado en la Tradición, y defendido por el Derecho, de donde la Iglesia siempre saca lo nuevo y lo viejo.

Otro modo de proceder no le compete. Es que “no se siente autorizada para obrar de otra manera". Es más: tantas veces no tendrá otra “razón” que aducir más que esta: “no se siente autorizada". O, incluso, tener la humildad de aceptar que, “a día de hoy, no hemos encontrado una ’solución’: seguiremos estudiando el tema. Nunca tirar por el camino de enmedio, y menos sin saber dónde lleva. Y nunca ir más allá de donde debe y puede.

Seguiremos rezando. Y hablando.

19.04.16

Jesús siempre nos da seguridad. I

Cuando uno lee la Escritura Santa -Antiguo y Nuevo Testamento-, lo más inmediato que se “siente” en lo más íntimo de uno mismo, es que todo eso es VERDAD. Y la certeza de “estar” y “tener” la verdad engendra, necesariamente, SEGURIDAD. Porque estamos hechos para poseer la verdad, que es el primer bien de la persona humana.

Remitiéndonos al NuevoTestamento, vemos cómo Jesús, al hablarnos -al hablar a las gentes: “hoy” a nosotros- nunca deja nada como inacabado, como no conclusivo, de modo que pueda ser causa de incertidumbre, o de duda o, no digamos, de error. Incluso cuando sabe que su auditorio no le está entendiendo y, en consecuencia, “se le va a ir", Él insiste en su enseñanza porque lo que les pide no es que “entiendan": les pide FE.  Jesús nunca ha dicho: “el que entienda se salvará; el que no entienda se condenará", sino el que crea se salvará, el que no crea se condenará. Si no le creen, si no quieren creerle, no les va a dar ninguna explicación. Y, de hecho, no se la da. San Agustín hizo una síntesis perfecta de los dos términos: “Creo para entender; entiendo para creer”

Me refiero, en concreto, a su discurso sobre la Eucaristía. Después de aquella multiplicación de panes y de peces -con la que se sacieron más de cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños-, las gentes le buscan para hacerle rey. Y Jesús, ante la multitud que se ha vuelto a congregar ante Él en la sinagoga de Cafarnaúm, cree llegado el momento de revelarles lo más excelso que viene a darnos: a Él mismo, bajo las especies sacramentales.

Nos lo narra san Juan en el capítulo VI de su Evangelio, que voy a resumir. En verdad, en vardad ps digo: vosotros me buscáis, … porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre. (…)

     Ellos le dijeron: ¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios? Jesús les respondió: “La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado". (…) “Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer“.

     Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo: porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo".

     Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan".

Hasta aquí las cosas parece que van bien; o mejor: parece que van sobre ruedas. Esa petición de la gente: danos siempre de ese pan dan esa impresión. Y se anima Jesús a llevarles “a la verdad completa“: que para eso ha venido, y para eso da su Vida por nosotros.

Les dijo Jesús: Yo soy el pan de la vida. El que venga a Mí, no tendrá hambre, y el que crea en Mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. (…) Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que Yo le resucite el último día".

Y aquí se acaba todo el aparente “encantamiento". Los judíos murmuraban de Él, porque había dicho: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo” (…)

Jesús, que no les deja a solas con su “escandalosa espantada", porque la obra de Dios es que crean, les respondió: “No murmuréis entre vosotros. (…) Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. (…) Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que Yo le voy a dar, es mi carne para la vida del mundo".

Ellos, se cierran -y se ciegan- a sus palabras, de modo que discutían entre sí los judíos, y decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?".

Jesús, que no les resuelve el interrogante, sino que les insiste en la Verdad, les dijo: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y Yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en Mí y Yo en él. (…)

     Muchos de sus discípulos, al oirle, dijeron: “Es duro este lenguaje, ¿Quién puede escucharlo?". (…)

     Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él.

He escrito lo que me ha parecido más importante, manteniendo lo esencial del discurso del Señor; más bien un diálogo, porque lo es en verdad. Un diálogo en el que Jesús no “rebaja” la verdad de su anuncio, ni lo adecúa tampoco a la falta de entendederas del personal, sino que se mantiene, erre que erre, en sus trece: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre no morirá para siempre, sino que Yo le resucitaré el último día.

Da la impresión que este diálogo en la sinagoga de Cafarnaúm es la escenificación de uno de los fracasos más rotundos de Jesús. El siguiente en magnitud será ya el ¡Crucifícale, crucifícale! y todo lo que trajo consigo.

Desde una perspectiva buscadamente superficial se le podría achacar a Jesús -hay quien lo hace, en este o en otros temas- una gran e “inaceptable” cerrazón de corazón -un Corazón, que no tendrá ningún inconveniente en dejárselo traspasar por amor nuestro-; pues, ante la falta de “entendimiento” de las gentes que le oían, no se aviene a explicarles cómo lo va a resolver -lo resolverá en la ültima Cena, el Jueves Santo, con los suyos mediante el pan y el vino consagrados-, sino que les insiste en lo que se resisten a creer y, por tanto, a admitir: que hay que comer su carne y que hay que beber su sangre si uno quiere vivir en, por y con Jesucristo -o sea, “en cristiano"-, y salvarse.

Hay quien diría que esta actitud de Jesús es “muy poco cristiana", según los estándares de “cristianidad” al uso. Bueno, al uso, no, porque de momento están solo los intentos; o los “usos” están solo en sus comienzos y no han cristalizado aún. ¿Llegarán a instalarse, de hoz y de coz en la Santa Madre Iglesia?

Seguiremos, que quedan todavía cosas por considerar.

16.04.16

"La Iglesia no condena a nadie para siempre"

Se topa uno (hablo por mí) con una afirmación de este calibre: “la Iglesia no condena a nadie para siempre” (mons. Osoro dixit, aunque me parece que la autoría no es suya); y, la verdad, no sabe uno a qué carta quedarse. Y me explico.

Llevo 37 años de sacerdote y, ni durante mis años de formación, ni luego como tal, me había topado con semejante machada. Casi todos estos años los he vivido bajo los pontificados de san Juan Pablo II y Bendicto XVI, el Papa emérito, Y nunca se les había ocurrido decir una cosa así.

En primer lugar, porque es obvia: la misión de la Iglesia Católica es SALVAR -la misma misión que Cristo le confió-; y así, a la Iglesia, se la ha llamado con total precisión y certeza, “sacramento de salvación”. Y en segundo lugar, porque re-afirmar lo obvio no tiene ningún sentido…, a no ser que detrás haya una sibilina y ¿traicionera, retorcida? intención o intencionalidad.

¿Por qué lo digo? Porque es preciso preguntarse qué hay detrás de semejantes aseveraciones; máxime cuando no son las únicas, sino que parece que se está “institucionalizando” esta forma de ¿enseñar? en el seno de la Iglesia.

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