Católicos de políticos/ políticos de católicos
Es uno de los más graves problemas que tiene la Iglesia Católica en el mundo occidental: los católicos que, siéndolo -o eso creen-, se meten en política; primero como miembros de un partido político dudosamente democrático -en la práctica diaria de sus postulados, de sus declaraciones, de sus manejos internos y externos-, para luego, y si es el caso, como miembros de un gobierno, también dudosamente democrático por las mismas razones que las señaladas anteriormente, agravadas todas ellas al convertirse en praxis gubernamental.
La Iglesia Católica -no solo en España, por supuesto- no ha estado al quite; quizá ni se le ha pasado por la imaginación. Y, si lo ha intentado, ha debido ser tan tarde, tan tímidamente y tan deslabazadamente, que los resultados ahí están: los católicos, como tales, han desaparecido de la vida política, pues no se distinguen en nada de ningún otro político al uso: todos están cortados por el mismo patrón, nunca mejor dicho. Todos fococopias impresentables; que más indignan cuanto más de católicos “van". Ejemplos hay a mansalva: sobran. Es más: de hecho, no hay ninguno que “choque” pretendiendo ser coherente con su catolicismo, y se salga del molde, y se le pueda señalar como tal. Ninguno.
Digo que es uno de los más graves problemas, porque todos los ataques efectivos -tienen los mejores medios, y los tienen más ampliamente, y los pueden manejar sin dar cuenta a nadie en este mundo: en el otro, eso ya es “otro cantar", y lo verán- contra la dignidad de la persona, contra la familia como célula básica de la sociedad, contra la vida, y contra la salvaguarda del bien común -que es el ámbito propio de la vida política-, respetando desde el poder el principio de subsidiariedad, que es el que legitima moralmente -hace justo, obra según justicia- el uso del poder político y gubernamental, todos los ataques vienen de ahí: de los gobiernos al uso.
A estos “temas” habría que añadir -como denuncia, naturalmente- el uso “obligatorio” de la mentira en la vida pública, la “obligación” imperiosa de enriquecerse personalmente aún a costa de arruinar, empobrecer y endeudar -para generaciones y generaciones- países enteros, y la “necesidad” de construir “estructuras de corrupción” en todos los horizontes de las realidades que tocan los políticos: gobiernos, partidos y sindicatos primeramente; y que luego, como una gangrena progresiva e imparable -porque nadie se va a autoimputar ningún miembro- se van extendiendo a todos los sectores de la sociedad, al grito de “tonto el último".
Y como la primera gangrega que se instala necesariamente es la GANGRENA MORAL -de ahí la corrupción instalada oficialmente desde los poderes para matar las conciencias desde la más tierna infancia-, de ahí mi denuncia de que la Iglesia ha estado como mínimo poco “lista” para verlo venir: lo moral, lo justo es la esencia de lo católico. Y ahora, claro, se tiene que quejar -bien que tímidamente, eso sí: ya no hay arrestos, quizá ya ni autoridad para hacerlo de otra manera- de que se la ataca, de que se la quiere silenciar -cuando la primera “mudita” ha sido ella-, o pretendiendo defender unas clases de religión que ya nadie sabe cómo hay que darlas -no se puede “adoctrinar": dicho por un obispo católico de la católica España en una circular oficial de su diócesis-, y por otro lado, ya nadie pretende que a través de ellas se les enseñe a vivir en cristiano. Y así estamos.
Y vamos al tema, que esto han sido más unas premisas para entrarle a lo que nos ocupa: un católico coherente hoy, es decir, fiel a su condición de hijo de Dios en medio del mundo, y con el encargo divino -vocacional: vocación cristiana- de santificarse y santificar las estructuras temporales, ¿cómo debe actuar en política para ser lo que debería pretender: que su Fe eche raíces y fecunde todo aquello en lo que está metido -el quehacer político- por Voluntad de Dios?
No tengo más respuesta -ni mejor- que las palabras del testamento de Shahbaz Bhatti, político católico pakistaní, muerto a causa de su Fe en un atentado en marzo de 2011: “Me han propuesto altos cargos de gobierno y se me ha pedido que abandone mi batalla, pero yo siempre me he negado, incluso poniendo en peligro mi vida. No quiero popularidad, no quiero posiciones de poder. Solo quiero un lugar a los pies de Jesús. Quiero que mi vida, mi carácter, mis acciones hablen por mí y digan que estoy siguiendo a Jesucristo. Este deseo es tan fuerte que consideraría un privilegio que, en este esfuerzo y en esta batalla por ayudar a los necesitados, a los pobres, a los cristianos perseguidos de Pakistán, Jesús quisiera aceptar el sacrificio de mi vida. Quiero vivir por Cristo y quiero morir por Él".
Nos deja mudos de asombro, de entusiasmo, de ejemplaridad, de virtud, de amor a Jesucristo y a su Iglesia, y de decación hasta el finala imitación de Cristo.
Un católico, en un partido o en un gobierno no puede pretender que su conciencia esté al margen de lo que en ese partido se propugna, o en ese gobierno se perpetra, aunque hava votado en contra vez tras vez. Pero mucho menos si su silencio al respecto es notorio y público. Debería declarar inmediata y públicamente su disconformidad moral y su voto en contra.
Escandaliza sobremanera. Y con su silencio -con su conducta- contribuye notablemente a que se desdibujen los perfiles de lo que es ser católico y, por tanto, también de la doctrina que sustenta y explicita esa vida. Hace traición a su Fe, a la Iglesia, a sus hermanos en la Fe, y a todos los hombres de buena voluntad: porque ven cómo su vida práctica desautoriza todo lo que el católico representa: a Cristo mismo.
Tampoco pueden escudarse en que si ellos no estuvieran allí -cobrando, por cierto; más complementos, que los habrá seguro- habría otro que haría las cosas mucho peor, y el mal sería mucho mayor. No cuela. Cuando el mal que se instiga son 120.000 abortos al año, 230.000 embriones congelados, la historia del “principito” con sus niñas con vulva y sus niñas con pene, con sus leyes LGTBI, con los niños de 12 años enganchados al alcohol, al sexo y a las drogas, con los abortos de niñas y los cambios de sexos de menores sin consentimiento paterno, cuando se destruye la familia y la sociedad, cuando se saquean países enteros…, ¿dónde queda el recurso al mal menor? Eso es de un fariseísmo que apesta. Y si se está ahí es porque se está muy a gusto con todo eso -talmente y hacia fuera da esa impresión-, aunque se comulgue todos los días. A esto hemos llegado.
Un último apunte: de los cientos de miles de católicos y de cristianos perseguidos en Irak y Siria, con miles y miles de muertos -mártires, por supuesto- no se conoce ni un solo caso de nadie que haya apostatado por defender su patrimonio, su familia o su vida personal. Ni uno solo. Nadie se ha apuntado al mal menor. Cuando pasa esto, ¿cómo se va a tener derecho a estar ahí metido, con los bolsillos bien cubiertos y pretender además mantener “sana” y “a salvo” la conciencia? ¡Menudo chollo, papi!
Si alguien lo sabe, agradecería respuestas. A los de la CEE no les pregunto nada porque están muy ocupados celebrando sus 50 años de silencio, de nada.