6.10.16

Realidad, sueños y pesadillas.

“Los valores familiares tradicionales son un mito". Así se ha despachado el arzobispo anglicano de Canterbury -cuyo nombre no voy a citar-, en un acto litúrgico, para conmemorar la acción de una mujer que, hace 140 años, salió en defensa de la familia, de la mujer y de los niños, fundando la que se llamó “Unión de Madres"; acción social que tuvo una gran trascendencia en el mundillo anglo; acción y recuerdo que se pretendía conmemorar solemnemente en una de las catedrales más simbólicas del anglicanismo, la catedral de Winchester, y que el señor arzobispo anglicano se encargó de apagar todo entusiasmo.

A la “Unión de Madres” les salió rana la conmemoración; porque lo más que llegó a decir el susodicho después de calificar los valores familiares como “mitología", es que “la iglesia [se entiende que hablará de la suya: de lo que queda de ella, que debe ser él mismo y tres o cuatro diáconas, seis o siete sacerdotas y un par de obispas] ya se encuentra viviendo en una cultura de familia que no acaba de entender".

Por cierto, y como dice el refrán, “cuando veas las barbas del vecino pelar…".

Palabras que no dejan de ser “curiosas", por no decir sorprendentes, en boca de un anglicano de pro -con pedigrí liberal, “of course"-, que son los que han traído todo ese batiburrillo de divorcio, mariconería, anticoncepción, sacerdotas, aborto, obispas, etc., con lo que han convertido a la iglesia anglicana en la nulidad y en el cero casi absoluto que es hoy; lógicamente, después de haber infectado a la misma sociedad con esa “cultura” que ahora dice “no reconocer". ¡Si son los frutos de su siembra!

Como dice otro refrán: “es mejor escarmentar en cabeza ajena"-

Para mayor oprobio a lo que se celebraba, y para mayor orgía de confusión creada por el liberalismo anglicano, añadía que “el divorcio y el matrimonio gay son realidades, nos gusten o no". Con la cantada conclusión “lógica": no se podía ir contra la realidad, sino más bien aceptarla tal como es.

Es lo que tienen los “sueños” cuando se pretende sustituir con ellos a la misma realidad -a la misma verdad- de las cosas. Al principio todo parece onírico, flipante, moderno y pregresista, liberal y liberador, motor de aires nuevos y más “ecológicos” -más “puros"-…, pero acaban convirtiéndose en una pesadilla que devora a sus mismos padres y convierte en un infierno la vida de sus hijos.

Sin ir más lejos, el mismo Santo Padre, en Georgia, acaba de denuciar el sufrimiento brutal de los niños ante las rupturas y los divorcios de sus padres. acaban rotos.

No se puede ir contra la realidad. En esto sí tiene razón el arzobispo anglicano. El problema es que reduce la realidad a las situaciones -reales, sí- que no solo no la respetan, sino que la inculcan porque la sustituyen. Llámese divorcio -"derecho a rehacer mi vida"-, llámese aborto -derecho a la salud reproductiva"; ahora ya lisa y llanamente “derecho a decidir"-, llámase “matrimonio homosex” o como se quiera denominar al imposible ayuntamiento antinatura.

Por supuesto: se obvia también, voluntariamente, la realidad del “pecado", la necesidad de “conversión", la Palabra de Dios y el ejemplo de Cristo. Es que estas cosas como mínimo, molestan; cuando no se las descarta catalogándolas de “mito” o de “mitología". Fantasías e idealismos.

Todo esto se ha inflitrado y echado raíces -se ha hecho (infra y contra)"cultura"- en todo el mundo accidental. Y ahí están todas las leyes que, país tras país, en una cadencia de fichas de dominó que se van derribando unas a otras en una cadena continua, han traído las leyes del divorcio, de la anticoncepción, del aborto, del matrimonio gay y de la eutanasia…, precisamente en los países donde, para mayor sarcasmo y para mayor corrupción de las conciencias, la “cultura del bienestar” hace absolutamente innecesarias cualquiera de esas medidas, inhumanas y crueles.

Una “cultura del bienestar” que se ha trocado, necesariamente, en “cultura de la muerte", “cultura del mal", y “cultura de la mentira"…, con las estructuras que todo eso ha ido creando, y que han terminado por instalar -como no podía ser de otra manera- la “cultura de la corrupción", atornillándola bien con tuerca y contratuerca.

Esto ya sería un grave problema. De hecho, lo es. Pero el mayor problema surje cuando en la misma Iglesia Católica, que tiene como vocación específica la de ser “alma de la sociedad", se está infliltrando -se ha inflitrado ya- el mismo virus “liberal", -cuajado en las más destructoras ideologías-, que siempre corroen y acaban derribando las coordenadas de verdad y de bien -las  coordenadas intelectuales y morales- de la persona y de la misma sociedad; y entonces esta, de la mano de los poderes públicos, deja de proteger a la persona y a la familia, y se convierte en su más encarnizado enemigo.

Todo esto se traslada a la sociedad eclesial cuando personas de la misma Jerarquía se suben a ese carro. Y ya se han subido. La descristianización de países enteros -son millones y millones de almas, de católicos que han dejado de serlo- no es más que la demostración práctica -el precipitado- de lo que estoy describiendo.  Descristianización, que no hubiese sido posible si cada miembro de la Jerarquía hubiese encarnado al Buen Pastor.

El mismo papa Francisco, denunciando en Georgia hace un par de días la ideología de género “que es una guerra mundial contra el matrimonio y la familia” -va, por tanto, contra los padres y las madres, contra los esposos, contra los hijos, y contra la misma sociedad, ya que la familia es la célula esencial e insustituible, básica, de la propia sociedad en la que está inmersa-, nos señala el camino: no tener miedo a proclamar la verdad.

Como leemos en la exhortación de san Pablo a Timoteo: “No nos dio el Señor un espíritu de temor, sino de fortaleza, de caridad y de templanza. No te avergüences, pues, (…) del testimonio que has de dar de nuestro Señor (…); sino, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios, que nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa (…). Ten por norma las palabras sanas que oíste de mí en la fe y en la caridad de Cristo Jesús. Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros” (2 Tm 1, 7-14).

Hemos de huir, en la Iglesia Católica, de cualqueir veleidad pseudopastoralista, que choca frontalmente con la Doctrina, con la Fe y las Costumbres; de toda mal llamada -y peor asumida- “apertura";  de toda “novedad” -como denuncia también san Pablo- que se aparte de lo dicho y hecho por Cristo y entregado a su Iglesia, huyendo como de la peste de atribuirle a Él lo que nunca ha dicho y, menos aún, lo que nunca ha hecho; y  sobre todo, hemos de tener -en la Iglesia Católica- la honradez, la lealtad y la fortaleza de rectificar el rumbo cuando vemos que los frutos de lo que se ha pretendido “edificar” son un montón informe de ruinas, sin pretender presentarlas -rizando el rizo-como “arquitectura moderna", de factura “libre y espontánea: natural".

¿Aprenderemos? Estamos a tiempo: Jesús lo quiere, y la Iglesia, el mundo y las almas lo necesitan… Pero, la verdad y tal como van las cosas, a corto plazo al menos, lo dudo. Aunque siempre hay esperanza.

23.09.16

El buenismo irreal, o la irreal pastoral.

Acabo de leer lo que recoge -y resume- Sandro Magister del comentario y de la aplicación práctica que propone Agostino Vallini, cardenal vicario de Roma, para los fieles de su diócesis, que es la del Papa, respecto al cap. VIII de la AL; capítulo que es, por méritos propios, el capítulo de la discordia, de la perplegidad, del escándalo, de la ruptura, de la contradicción y de lo intraducible a la vida práctica de la Iglesia porque, directamente, la rompe en pedazos: en tantos como finas y finísimas “interpretaciones” se hagan de él.

Me refiero a lo que toca a los obispos, y en quienes estos deleguen, para ese complejo, buenista, largo -larguísimo´- en el tiempo y casi irreal “acompañamiento personal", vis a vis; todo en vistas a "un responsable discernimiento personal y pastoral", que ilumine y discierna “el grado de responsabilidad personal", el “peso de los condicionamientos y de las circunstancias atenuantes"; y para que sea posible, “dentro de una situación objetiva de pecado grave", pero que no lo sea subjetivamente, o que no lo sea de modo pleno, que se pueda discernir el camino de la ayuda de la Iglesia, hasta llegar, si es preciso y en su caso, a la recepción de los Sacramentos".

Todo ello, dejando siempre a salvo la distinción “caso por caso” -no hay dos casos iguales, sostiene con razón el cardenal-, manteniendo la doctrina de siempre sobre el matrimonio, “que el Papa no ha cambiado” (???), que no se dé un acceso indiscriminado a los Sacramentos -"como está sucediendo tantas veces", puntualiza-, y que no haya lugar a escándalos. Para todo ello pone el acento, como la AL, en el “fuero interno” de la persona, que está antes y muy por delante de la ley, de la disciplina  y de la doctrina. Amén.

Pues por más vueltas que le doy -y perdonen ustedes mi cortedad- el cuadro que plantea el cardenal Vallini, no me cuadra en absoluto. Y me explico; o, al menos, lo intento.

En primer lugar, da la impresión de que lo del “acompañamiento personal” se lo acaban de inventar ahora; y resulta que “es más viejo que la tana": dicho popular español, equivalente a “más viejo que Matusalén", proverbial personaje bíblico, abulete como pocos, para señalar algo muy viejo, algo que viene de muy atrás. Pues este “novedoso descubrimiento" -estamos inventando la pólvora- se ha llamado siempre “dirección espiritual” y, en España, era una práctica muy común entre los fieles que buscaban algo más que ser “del montón".

Pero claro, venir ahora con el “acompañamiento personal", después de que se han vaciado los confesonarios, o se han tirado simplemente por el campanario; después de años y años con las consabidas “absoluciones colectivas"; después de décadas en las que se ha admitido a comulgar a todo el mundo sin ponerse nadie a confesar -¡qué atraso, y qué tontería a estas alturas!-; después de instalar esto en las conciencias de la gente…, ¿van a pretender que los que han cortado desde años con su vida cristiana, que se mantienen en una situación estable y objetiva de pecado grave “unidos” en coyunda pseudomarital, hagan lo que no han hecho nunca o así? ¿Que hagan lo que no se hace en tantísimos sitios?

Y en segundo lugar: ¿quién lo va a hacer? ¿Los obispos, que es a los que compromete Francisco en primer lugar para lo del “acompañamiento personal"? ¿Pero alguno ha hecho algo de esto alguna vez? ¿Se acordarán? ¿Y en quién van a delegar los obispos? ¿En los mismos sacerdotes que, con la venia o con la eugenia de sus Ordinarios propios, han instalado concienzudamente todo lo anterior en las vidas de sus ovejas? ¡Pero si son los mismos que las han destrozado, y por eso viven como viven!

En tercer lugar: ya pueden ir pensando los señores obispos en plantearse un nuevo “modelo” de quehacer obispal, y un nuevo “modelo” de sacerdotes. Van a tener que ir desempolvando aquellos arrumbados “guía para el confesor", o así, que periódicamente sacaban los buenos obispos para sus sacerdotes y para sus religiosos; y las “guía para pecadores", también muy útiles, y que han hecho tanto bien a los mismos sacerdotes, a las almas y a la Iglesia.

Y, por encima de todo, van a tener que rescatar un par de términos que ha sido proscritos, en general, en la Iglesia: “pecado", “pecador". Situaciones que solo se resuelven con la “gracia” y la “confesión". Eso decían tales libritos; y explicaban cómo manejarse, tanto desde el punto de vista y de misión del “confesor” como del “penitente": otros dos términos desaparecidos y no precisamente en combate; han desaparecido sin dar batalla alguna, haciendo mutis por el foro.

En cuarto lugar: todo este tinglado, ¿para qué? En diocesis como la de Teruel, por ejemplo, ¿cuántos divorciados y vueltos a arrejuntarse van a estar dispuestos a empezar un “proyecto” que, al menos en teoría y para abrir boca, debería llevar a la conversión plena, y desandar lo andado? ¿Uno o dos? Y en una diócesis como Madrid, ¿cien o doscientos?

¿Y todo a costa de sacudir las costuras de la misma Iglesia, exponer a comuniones sacrílegas,  arrumbar el Código de Derecho Canónico, inventar la “nulidad exprés", proponer una praxis que no viven casi ninguno de los católicos autotitulados “practicantes"?

Por último: si el peso está en el “fuero interno", en la consideración subjetiva de su situación y de sus circunstancias, incluida la de “creerse” que lo suyo ha sido un matrimonio nulo, pero que no puede probarse ante tribunal eclesiástico competente, ¿a qué viene lo del “acompañamiento personal” para ayudar a discernir? ¿A discernir, qué? ¿En qué nivel? ¿Con qué resultados? Nadie aclara estas menudencias, que deben ser, seguramente, disquisiciones escolásticas.

Sandro Magister lo ve irrealizable. Yo lo veo irreal. Y cada uno es muy libre de verlo -en conciencia: fuero interno- como crea oportuno.

Amén.

20.09.16

"Jesús no condena a nadie"

“Jesús no condena a nadie". Esta afirmación tan rotunda, ¿es cierta? Y, en caso de serlo, ¿en qué sentido? ¿Tiene un valor absoluto, viniendo a significar para tanta gente que “nadie se condena, que nadie está condenado, que el infierno está vacío porque nadie va"?

Que Dios -que Jesús- no condena a nadie es verdad. ¿En qué sentido? En el de que la Voluntad de Dios, expresada visible y eficazmente en la entrega de su Hijo en favor nuestro, “por nuestra salvación", es una verdad de Fe, contenida y proclamada -rezada- en el Credo por todos los católicos. De hecho, no hay ni una sola escena del Evangelio en el que se vea y se oiga a Jesucristo condenar a nadie. Y eso que a veces es muy explícito con su calificativos, como cuando le dice a Pedro: “¡Apártate de Mí, Satanás, que me escandalizas!". Pero no le condena.

Por otro lado, esto no significa que todo es jauja -¡viva la pepa!-, porque no lo es. Son numerosísimas las veces en las que Cristo se refiere al Cielo: tantas, al menos, como en las que hace referncia al Infierno. Luego si podemos y debemos afirmar que el Cielo existe -lo ha dicho Él-, por la misma razón hemos de afirmar y admitir que el Infierno existe: lo ha dicho Él.

De hecho, no es un tema que haya dejado en un rincón oscuro, o que haya barrido bajo la alfombra: lo manifiesta por activa y por pasiva, a lo directo -en un lenguaje que no admite otra interpretación que la literal-, y en parábolas cuya conclusión es exactamente esa: que hay Cielo y que hay Infierno; porque hay bendición para unos y maldición para otros. “El que crea se salvará; el que no crea se condenará", por poner un ejemplo entre muchísimos. Lo mismo que cuando habla del Juicio Final, donde separa -Él, por cierto- a unos de otros, “como el pastor separa a las ovejas de los cabritos". Y para nada los coloca en el mismo lugar, porque para nada han obrado de la misma manera, sino de modo opuesto unos y otros.

Entonces, si la Voluntad de Dios es salvífica, si la Redención obrada por Cristo es “universal y sobreabundante", ¿no es esto contradictorio con que haya Infierno y con que haya gente que se condene? Seria en una visión muy superficial, por no decir otra cosa. Y vamos a ello.

C.S. Lewis, que no es católico, se lo plantea; y se lo plantea en profundidad. Escribe: En el mundo hay dos clases de personas: aquellas que gastan su vida diciéndole a Dios “hágase Tu voluntad", y aquellas que gasta su vida diciéndole a Dios “hágase ‘mi’ voluntad". Éstas son las que se han metido en el Infierno, y han echado el cerrojo por dentro. Deja bien claro una serie de cosas, todas tan relacionadas entre sí que no pueden separarse, pues no se entendería nunguna de ellas por sí misma.

En primer lugar, Dios no “echa", “no tira” a nadie al Infierno: el Infierno no es la “venganza” de Dios Padre. Ni lo es ni lo puede ser, porque es un Padre amorosísimo: “Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su propio Hijo".

En segundo lugar, la Salvación es fruto de la Redención obrada por Jesús, y nunca es solo obra nuestra: la “sola fides” no salva a nadie, de ahí lo desprestigiada que se ha quedado. Y siendo en sí y por sí “universal y sobreabundante", sin embargo “no obra nunca su eficacia sin nosotros". Como dice Jesús mismo: “Venid, benditos de mi Padre: porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis…". Por contra, también dice: “Apartaos de Mí, malditos, porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis…” Y remata: “E irán estos al fuego eterno, y los justos a la vida eterna".

Jesús vuelve a dejar claro que hay Cielo, que hay Infierno, y que hay gente que va al Cielo, y gente que va al Infierno. ¿El motivo de un destino u otro? La libertad personal: si hemos escogido vivir para lo que Dios mismo ha dispuesto para nosotros -la imitación de Cristo, la santidad personal, nuestra vocación de hijos de Dios queridísimos en su Iglesia, pisar donde Cristo ha pisado- o, por contra, vivir según nuestros propios baremos, que solo por casualidad podrían coincidir alguna vez con los suyos; porque, como Él mismo nos ha revelado: “Mis caminos no son vuestros caminos; mis sendas no son vuestras sendas". Y solo Cristo salva.

Esto, que nos lo ha dejado meridianamente claro Él mismo con su Pasión, Muerte y Resurrección, con integrarnos en su Iglesia, con dejarnos todos los caudales de Gracia que nos ha obtenido, con quedarsenos Él mismo “hasta el fin del mundo", y con enviarnos a su Espíritu Santo…, esto es lo que hay que aceptar para alcanzar el Cielo: ese Cielo que ya tenemos concedido por parte de Dios -como nuestros primeros padres tenían ya concedido el Paraíso -estaban metidos bien dentro-, y que solo se pierde por el pecado; como lo perdieron ellos, Adán y Eva, con su pecado.

Esto es lo que nos tenemos que creer: que “Dios que te creó sin tí, no te salvará sin tí", como nos dice san Agustín. Y como nos ha dicho Jesús: “el que crea se salvará; el que no crea se condenará".

Como dice el refrán castellano: “el que quiera peces…".

16.09.16

En la Iglesia, ¿alguien sabe aún lo que significan las palabras?

Lo acabo de leer en Alfa y Omega, y me imagino que sabrán lo que están diciendo: “La comunión a los divorciados vueltos a casar es admisible en algunos casos, siempre que no se presente como un derecho".

Se apoyan en la Carta de los obispos de la región de Buenos Aires a sus sacerdotes. Carta de la que enviaron copia al Santo Padre, quien les ha respondido que ese escrito “explicita cabalmente el sentido del capítulo VIII de ‘Amoris laetitia’. No hay otras interpretaciones".

Sincera y lamentablemente todo ese titular de AyO me parece un despropósito. Y me explico. Despacito, para no perderme yo también en posibles “flatus vocis": palabras que se han quedado en meros sonidos, porque no significan ya nada realmente.

En primer lugar, y como no puede ser de otra manera, esos “divorciados vueltos a casar” se supone que son católicos: si no lo son, no hay caso. Se supone también que, siendo católicos, no han obtenido sentencia canónica de nulidad matrimonial respecto a su matrimonio: tienen una sentencia de “divorcio exprés” -o más lento: por correo ordinario, pero es lo mismo-, y en consecuencia, tanto para la Iglesia como para ellos, pues son católicos, siguen “casados” con su mujer -como siguen siendo padres de sus hijos- aunque no vivan ya ni con ella ni con ellos.

En segundo lugar, la sentencia de divorcio es meramente “civil"; y, para un católico y ante la Iglesia Católica, ni el “divorcio civil", ni el “matrimonio civil” son algo que tenga validez: no son “reconocibles” por/para la Iglesia; ni, por tanto, para un católcio. La Iglesia Católica solo admite que un católico pueda atentar sentencia de divorcio civil cuando, siendo el cónyuge inocente, no haya otra forma de defender y mantener sus derechos; y esta persona no tiene ningún problema ni para confesar, ni para comulgar, ni para estar integrada en la iglesia.

En tercer lugar, al estar casado -al ser ese su “estado” canónico y eclesial, por ser esa su “vocación": situaciones y realidades todas ellas que se omiten ex profeso-, calificar al católico divorciado que se re-ajunta con otra persona como “vuelto a casar” es inadmisible: es un término absolutamente impropio, porque NO SE HA VUELTO A CASAR: está casado ya “antes".

Para más inri, es un término -"vuelto a casar"- que “canoniza” una situación objetiva de pecado grave -mortal de necesidad-, e introduce una terminología que asume con total “naturalidad” su significado extraeclesial -meramente mundano- metiéndolo en el horizonte de la Iglesia como si significase una situación perfectamente asumiblel: “SE HA VUELTO A CASAR". Pero, ¿cómo ha podido “casarse” quien ya está casado? Esto es bigamia en todas partes, y está vetado en todos los códigos del mundo mundial. Y ¿cómo va a ser “casarse” cuando no hay “matrimonio"? Porque el “matrimonio civil” -cuando se trata de católicos- NO ES MATRIMONIO: ni para la Iglesia. ni para los católicos.

En cuarto lugar: ¿cómo va a poderse admitir a estas gentes a la Comunión -máxime sin hablar antes de Confesión: que aquí hay otro problema teológico y doctrinal no pequeño precisamente-, aunque se pretenda acotar “en algunos casos", especialmente cuando no se “encuadran” esos casos? Se pretende “admisible” y “admitible” lo que no lo ha sido nunca…, porque no puede serlo: no hay autoridad en la IIglesia que pueda hacer “que lo que no es, sea". “Atar y desatar", por si alguno no lo sabe, no es un absoluto que esté al albur de una autoridad, por alta que sea, pues no puede estar al margen -o en contrade la moral, porque no puede estar al margen o en contra de Dios.

En quinto lugar: ¿el recurso al argumentario de “una ulterior falta dañando a los hijos de la nueva unión” como la puerta que “abre" la AL para el “acceso a los sacramentos", es de recibo? No lo es en absoluto, porque hace tabla rasa del daño a los anteriores hijos de legítimo matrimonio -son “sus” hijos-, como si con estos el divorciado y posterior arrejuntado no tuviese ya ninguna resposabilidad moral y, por ttanto, ninguna carga moral: simplemente no existen; es que ni se les menciona. Han existido, pero ya no. ¿Esto tiene alguna lógica o algún “peso” intelectual? Es totalmente irracional. Y, por lo mismo, moralmente inaceptable. Y no solo para los católicos: que LA MORAL ni es ni existe solo para los católcios.

En sexto lugar, la coletilla “siempre que no se presente como un derecho” referida a la admisión a la comunión sacramental para estas gentes es tan gratuiita como la afirmación -reiterada por miembros encumbrados de la Jerarquía católica- de que los tales -católicos divorciados y “revueltos con otra"- “no están excomulgados".

¿Por qué se insiste entonces, una y otra vez con esas coletillas dado que la Comunión Sacramental NUNCA ES UN DERECHO, siempre es UNA GRACIA?. Lo miamo que una “situación irregular” -catalogación que mantiene la AL- no deviene, porque no ha devenido nunca, en una excomunión. Porque exactamente así -como un “derecho"- se acoge su presunta "necesidad” de Cristo, hasta el punto de que no se les puede negar la comunión; y si no se les puede negar -"nadie” tiene derecho a hacerlo: la “nueva misericorida” no lo permite-, es porque “con esas ansias infinitas de Cristo y de Gracia” tienen perfecto “derecho” a que se les admita y se les dé la comunión sacramental.

Para extender más oscuridad y más infamia al tema -y más burla sacrílega al Sacramento de la Presencia Real de Jesús Sacramentado- se añade que “la comunión no es un premio para los justos". Y así lo convierten en un premio para los injustos, que usarán ante el mundo como condecoración. ¡Bien por el inventor del argumentario! ¡Un premio nobel a la intelectualidad y a la lógica habría que darle!

En septimo lugar y para terminar -aunque podría seguir añadiendo puntos porque hay más-: ¿por qué se pone entonces el acento en lo que ni ha sido ni es en la Iglesia? Pues porque hay interés en ello: el tema no es gratuito; a estas alturas de la película y en estas “situaciones” nada se está haciendo gratuitamente.

Se hace -se está haciendo- como en el cuento del lobo malo y los cerditos o los corderitos: que el lobo feroz se embadurna de harina la pata, se la enseña por cebajo de la puerta, la ven blanca, se creen que es un corder@, le abren la puerta… Y SE LOS COME.

Pues eso.

10.09.16

El "realismo" de la Iglesia hoy.

Don Fernando Sebastián, cardenal emérito, acaba de abrirnos los ojos al nuevo y auténtico “realismo” al que, según él, la Iglesia nos está llevando sí o sí. Y lo hace en base y a propósito de la Amoris laetitia de la que dice que “no es ambigüedad, sino realismo y misericordia, y si me apuran, justicia". Y lo hace en Vida Nueva.

Que no es “ambigüedad” se lo ventila afirmando que el Papa ha escrito allí lo que ha querido escribir: “Dice claramente lo que quiere decir". Afirmación rotunda, que se supone tendrá bien documentada y de la que, por tanto,  estará bien convencido.

De paso, y ya que estamos, carga contra algunos que “siendo mentes tan preclaras", no la pueden aceptar -la AL- porque “no lo entienden".

O sea: de ambigüedad por parte del Papa, nada de nada.

¿Qué pasa con el “realismo", la “misericordia” y la “justicia"? Pues, según Sebastián, pasa lo siguiente: “El Papa piensa… en los muchos cristianos -y no cristianos, añade por su cuenta- que han fracasado en su matrimonio, han rehecho su vida como han podido y, al atardecer de la vida, quieren ponerse a buenas con Dios y con la Iglesia. ¿Qué hacemos con ellos? ¿Los mandamos al infierno? Ante esto el Papa recomienda atención y misericordia".

Si no me engaña la memoria, Francisco, en la AL no dice exactamente esto, ni lo plantea así: ni escribe “como han podido", ni se refiere para nada “al atardecer de la vida” como situación última, vamos, como si estuviesen in articulo mortis: para nada. Estos son añadidos sebastianos. 

El Papa se refiere a la situación sobrevenida al católico que, teniendo un matrimonio en regla -pues no ha mediado declaración de nulidad por parte de ningún tribunal eclesiástico competente-, ha atentado “matrimonio” por lo civil -por eso se le llama “matrimonio civil"- contra toda ley divina y eclesiástica, y contra su propia condición de católico. De ahí que se instala, en palabras del Papa, en “una situación objetiva de pecado grave".

Como igualmente “atenta matrimonio” un eclesiástico que, sin estar secularizado -sin haber mediado sentencia eclesiástica-, pretende “casarse” con una señora, o con un caballero: por mucha ceremonia, y por mucha bendición del amor que medie, es absolutamente nulo: no hay matrimonio porque no lo puede haber. Pues para el caso, igual.

Y aquí es donde ya no entiendo nada. O sea, según Sebastián -hecho público en Vida Nueva, insisto- el “realismo” del Papa es “reconocer” la situación sobrevenida -una situación absolutamente injusta y moralmente inaceptable contra la verdadera esposa, más contra los hijos que haya habido- y hacer borrón y cuenta nueva: la vida anterior como si no hubiese existido.

¿De verdad cree el señor cardenal emérito que el realismo del Papa y de la Iglesia es esto?

O sea, y por si no lo he entendido según Sebastián, “realismo” a día de hoy en la Iglesia, es la “irrealidad” del pretender instalarse -y hacerlo- en un momento de la vida de uno sin tener en cuenta, para nada, las circunstancias, situaciones, compromisos, pecados… anteriores: nada de nada. Se empieza de cero, porque lo digo yo. O el obispo correspondiente al acompañamiento ad casum.

Esto, si me permiten el juicio, es puro voluntarismo, mera ciencia ficción, ensoñamiento irreal, pesadilla, o lo que se les ocurra: pero nada más lejos, por opuesto, al realismo.

Puestos a ser realistas, y a serlo en profundidad y en linea con la mente quizá no tan preclara de Sebastián -que por eso lo entiende todo cabalmente-, ¿por qué no hacer lo mismo con los ladrones que “han rehecho su vida” con lo robado? ¡Cómo van a devolver lo que han quitado, si se les hunde el imperio que han montado con su industria de distraer de lo ajeno! Además, y si están ya al final de su vida, para ponerse a bien con Dios ni hace falta que devuelvan nada, la verdad.

O con los que le han pegado fuego a las empresas de la competencia para sobrevivir con la suya. O con los chantajistas, o los mafiosos, o los mentirosos…, o con cualquiera que se haya montado la vida como le haya dado la gana, pero siempre en contra de su condición de cristiano.

Si “realismo” es esto, para qué comentar lo de “misericordia", o lo de “justicia” que ya es el acabose.