8.06.16

"...también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20)

Viene a cuento de las 55 organizaciones -según los patrocinadores, claro- que se han manifestado y denunciado al cardenal Cañizares por su defensa de la mujer, del hombre, de la familia y de la sociedad. No voy a repetir de lo que le han acusado, porque no merece la pena.

La foto que acompaña el titular de las 55 organizaciones no recoge ni a 55 personas. Quizá es que la han sacado desde un mal ángulo. Pero además, los promotores se permiten la alegría, propia de los estímulos artificiales o imaginados, de sumar a “la mayoría de los ciudadanos". Que tampoco han sdo bien recogidos por la instantánea: quizá las prisas del momento, o que el becario de la cámara no daba para más…; cosas de la vida.

Lo que está claro, dada la inquina y la persecución que ha generado con sus declaraciones, es que el Cañizares lo está haciendo de pegada. ¡Muy bien, Señor Cardenal! ¡Le encomiendo en mis Misas especialmente!

Por otro lado, no puede extrañarnos la movida orquestada para callar -para amordazar- las voces disidentes contra el imperio gay y la dictadura infame, corrupta e inmunda que propugna. Hoy ya la única voz que se atreve a alzarse es la de algunos -muy pocos- miembros de la Iglesia Católica, a los que no les importa ni el prestigio ni la honra personales, porque hace mucho tiempo que la pusieron al servicio del Señor, y de sus hijos. Lo juraron. Y viven para cumplirlo. Y en esas están.

Ya lo había anunciado Jesús: “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya; pero como no sois del mundo, sino que Yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: ‘No es el siervo más que su amo. Si a Mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra” (Jn 15, 18-20).

Es una de las señales más cualificadas y más visibles de los buenos Pastores: que dan la vida por sus ovejas. Que tienen tan entregado lo suyo personal que lo que les pueda pasar a ellos, o lo que puedan sufrir por mantenerse fiel a la Palabra que les ha sido entregada para custodiarla, defenderla y propagarla, lo tienen en nada: antes Jesús, su Iglesia y las almas todas que su propia persona.

Son tiempos fuertes para todos: Jerarquía y fieles, sacerdotes y laicos, religiosos y almas todas. Y no caben, porque no hay más, que estas dos posturas: o Dios o el mundo. O como explica el Cardenal Sarah, con una serenidad y una grandeza que echábamos en falta en la Iglesia desde hace años: “O Dios o nada”. Porque el mundo es nada.

Pues hay que elegir: porque el mal que pretende arrasar toda la vida buena y santa sembrada por Cristo y su Iglesia, una vida propia y digna del hombre -para que fuese feliz en primer lugar, y además rey de la creación-…, ese mal tan agresivamente combativo nos llama a este combate, a esta elección: o Dios o nada.

Y Jesús también nos convoca a este mismo combate, y a esta misma elección: “El que crea se salvará, el que no crea se condenará".

Para siempre las dos cosas. Una felicidad eterna. O una condenación eterna de sufrimiento y dolor inacabables, inagotables, permanentemente operativos, sin descanso alguno.

21.05.16

El cristianismo, ¿un "aporte colonialista"?

El pasado 17 de Mayo, el diario La Croix, afín a la Conferencia episcopal francesa, publicó una amplia entrevista con el papa Francisco, en la que se abordaron diversos temas de actualidad, rabiosa o no.

Entre esos temas, le preguntaron sobre las “raíces cristianas de Europa", a lo que Francisco contestó: “Hay que hablar de raíces en plural, porque hay muchas. En este sentido, cuando oigo hablar de raíces cristianas de Europa, temo a veces el tono, que puede ser triunfalista o vengativo. Esto se convierte entonces en colonialista”. Y me he quedado de piedra.

Luego, prosigue: “Juan Pablo II hablaba de ellas en un tono tranquilo". Y me he convertido en un muro de hormigón de tamaño más que notable, descomunal. Luego comentaré estas cosas.

Y remata: “Europa, sí, tiene raíces cristianas. El cristianismo tiene el deber de regarlas, pero en un espíritu de servicio, como en el lavatorio de pies. El deber del cristianismo hacia Europa es el servicio (…): el aporte cristiano a una cultura es el de Cristo con el lavatorio de pies, es decir, el servicio y el don de la vida. No debe ser un aporte colonialista".

Todo tal como lo acaban de leer: que yo simplemente estoy copiando. Ahora voy a tratar de “explicarme” -a mí mismo, a ustedes- lo que, sinceramente lo digo, me deja estupefacto. Este modo de decir, y de decir lo que dice -creo que entiendo el castellano: me he formado en él-, se me hace profunda y amargamente incomprensible.

Tradicionalmente, se señalan como raíces de Europa, la filosofía griega, el derecho romano, y el cristianismo. Estas acuñaron Europa enraizadas y amalgamadas por siglos en y desde Roma; porque los aportes de los pueblos “´barbaros", vinieron ya sobre una civilización asentada, la romana, que había tomado muchas cosas de los griegos; y luego del cristianismo, el cual había encontrado en la filosofía griega el mejor instrumento para la “explicación” y la formación de la “doctrina” cristiana que para más inri se hizo vida presente, desde muy temprano, en la misma casa del César. Las persecuciones, con su intento de arrasar la naciente Religión, contrariamente a su fin propio, sirvió para asentarla, expandirla y acrecentarla, pues “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos” (Tertuliano). Como así fue.

Hasta ahora nunca me había encontrado una descripción de la evangelización y conversión de Europa por parte de la Iglesia Católica como la que se recoge en La Croix: “…el tono, que puede ser triunfalista o vengativo. Esto se convierte entonces en colonialista". Nunca. Más bien parecen -y ahí sí encajarían- reproches a la Iglesia desde fuera, desde sus enemigos. Porque, que a mí me hayan llegado, nunca he leído ese tipo de opiniones, de “tonos", hablando del tema que no ha sido, por cierto, tanto “éxito” de la Iglesia Católica como de Jesucristo: del ESPLENDOR DE LA VERDAD que es Cristo mismo.

Lo del “tono tranquilo” de Juan Pablo II, no lo he pillado en absoluto: para todos los que estuvimos allí, en Santiago de Compostela, o lo vimos por la TV, fue un auténtico GRITO del Papa a tumba abierta para “despertar” -con el vozarrón que podía soltar cuando se lo proponía- a todo un continente, que se había/estaba “adormilado", como los Apóstoles en el Huerto de los Olivos, y no supieron orar con Jesús. Y así les fue. La prensa no dudó en señalar que el Discurso del Papa formaba ya parte, desde entonces, de la historia del Continente.

¿Y qué había dicho? “Desde Santiago te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes".

Era un programa de futuro: “Reconstruye tu unidad espiritual en un clima de respeto al as otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".

En la Europa de 1982, dividida aún por el Telón de Acero -hecho de opresión, injusticia, esclavitud y muerte-, en la que estaba sumida la misma Polonia, su Patria, se inició una confrontación entre dos mundos irreconciliables: el marxismo, que negaba al hombre, y la Iglesia Católica, nacida para el servicio y salvación del hombre. Y ganó la Iglesia.

¿Este decir y hacer de la Iglesia en/desde su misma Cabeza es algo que puede catalogarse de “triunfalista", “vengativo” o “colonialista". ¿El mandato de Cristo de ir por todas partes hasta los confines del mundo es “triunfalista", “vengativo” y “colonialista"? ¿No se pueden colocar otras etiquetas más que estas? ¿Más de 2000 años de Iglesia se resumen en esto? ¿Y sin ningún matiz?

Pues a ese GRITO de san Juan Pablo II -que me da que no casa nada con el “lavatorio de los pies” como referente de lo que tiene que hacer la Iglesia con las personas, las culturas y la sociedad-, como al sonido de las trompetas en Jericó, le siguió la caída del Muro: en Berlín y en toda la Europa del Este: aunque les suene a “triunfalista” o a "colonialista" a algunas personas, especialmente a las que piensan que quien sobra en la sociedad es la Iglesia, como otros ¿piensan? que quien sobra en la tierra es el propio hombre.

Pues eso. Y ya.

15.05.16

Ahora, las "diaconisas"

Por si faltaba algún palo por tocar -a este paso, seguro que faltan-, ahora le toca el turno a las “diaconisas". Y las que ya se ven -o ya las ven- vestiditas muy monas con su alzacuellos y todo -algo así como el espectáculo que han montado los anglicanos con sus diáconas, sacerdotas y obispas; modelo, por cierto, cada vez más “inspirador” para los demoledores de la Iglesia Católica- están aplaudiendo hasta con las orejas. ¡Qué pena!

Vamos a entrarle al tema, pero con la Palabra de Dios por delante: no con los “inventos” de la “no iglesia". Y nos vamos a los Hechos de los Apóstoles, escrito por san Lucas, el mismo autor del tercer Evangelio.

De las “diaconisas", por concretar, solo se las nombra: san Pablo; y nunca se les refiere función eclesial alguna, que yo recuerde. De los “diáconos” se nos narra con detalle su “institución y funciones". Vamos a verlo a continuación.

Exactamente, ¿a qué respondió la elección de los siete primeros diáconos de la historia y la vida de la Iglesia? Los Hechos nos responden: En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, se levantó una queja de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas estaban desatendidas en la asistencia diaria. Los Doce convocaron a la multitud de los discípulos y les dijeron:

-No es conveniente que nosotros abandonemos la Palabra de Dios para servir las mesas. Escoged, hermanos, de entre vosotros a siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, a los que designemos para este servicio. Y añadieron: Mientras, nosotros nos dedicaremos asiduamente a la oración y al ministerio de la Palabra.

La propuesta agradó a toda la asamblea y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe,… Los presentaron ante los Apóstoles y orando les impusieron las manos (6, 1-6). Esteban será mártir, mientras Saulo aprobaba su muerte; y Felipe predicará en Samaría, y bautizará al eunuco de Candace, la reina de Etiopía. Y ya no hay más noticia revelada de los diáconos en la primerísima Iglesia.

¿Por qué en la Iglesia se dejó relativamente pronto el cargo de “diaconisa"? En cuanto el cargo de “diácono” pasó a ser “ministerio ordenado", y no solo de “servicio a las mesas” como nació; y, más tarde y para algunos de ellos, paso previo para ser ordenados “sacerdotes“. Como ese no podía ser camino para las mujeres en la Iglesia -esto lo tuvo clarísimo la Iglesia desde el primer minuto de su vida e historia-, se dejaron las “diaconisas", fuese cual fuese su verdadera función en la primera Iglesia; porque ha fluctuado mucho de unos sitios a otros.

Por ejemplo, en unos sitios no se las ordenaba, solo se las bendecía; en otros parece que sí había una ordenación. Siempre se trataba de señoras mayores -de 60 años o más-, y de probada virtud. Y un Concilio mandó que las que habían sido “ordenadas” se las redugera a fieles “normales". Siempre estaban para hacer los servicios a otras mujeres, pues no sería decoroso que lo hiciesen los varones; por ejemplo en la atención de pobres y enfermas, o en el bautizo de señoras por inmersión. Su “institución” nunca fue generalizada en la Iglesia: hubo sitios y sitios.

La mujer en la Iglesia Católica nunca ha necesitado ser “diaconisa” para ser lo que es y lo que tiene que ser: santa. Lo mismo que los hombres y como todos en la Iglesia, por cierto. Y la santidad, en la Iglesia, no es un problema de función o cargo, sino es una cuestión personal: de amor de Dios, de corresponder personalmente al Misterio del Amor de Dios por nosotros.

De hecho, en la Iglesia Católica, no hay más que una categoría o naturaleza: la de HIJOS DE DIOS. Y no hay más que una vocación: la SANTIDAD. Todos hechos hijos de Dios por la Gracia del Bautismo, y todos llamados a la santidad, por esa misma Gracia.

Hay “cargos", que son siempre cargas, porque hay diferentes SERVICIOS que atender o cubrir. El primero, instituido por Jesucristo, el sacerdocio: porque sin sacerdotes no hay Eucaristía, y sin Eucaristía no hay Iglesia, porque no está Cristo presente, vivo, real. Y constituyen la JERARQUÏA, porque en la Iglesia Católica, sí hay Cabeza.

Santa Teresa no necesito para nada ser diaconisa. Ni santa Catlina de Siena. Ni santa Isabel de Portugal, o santa Brígida, o la abadesa de las huelgas. Esta última, por cierto, con más “mando en plaza” que el propio Obispo de Burgos, en todos de los temas que concernían a la Abadía, sus dominios y sus prerrogativas.

¿Quién “reverdece” este tema en el seno de las religiosas? Las que no tienen un sentido eclesial, las que están infectadas de los parámetros mundanos y pretenden establecer las “cuotas por sexo” en la misma Iglesia. Las que pretenden que la Iglesia es “nuestra” y, por tanto, "la hacemos nosotros". Y posiciones por el estilo.

¿Y entre los miembros de la Jerarquía, por ejemplo, Burke, que se ha lanzado en plancha y en marcha en cuanto le ha llegado la noticia? Qué voy a decir de Burke que no se sepa a estas alturas.

Me da que, como esto siga así, van a acabar “infartando” a la misma Iglesia. Porque no se puede tener a la gente en un “¡ay"” continuo. ¿Les parece misericordioso o mínimamente caritativo?

13.05.16

¿El Confesonario una "sala de tortura"? Parte II

Ayer se me cortó la página -perdón- y ahora sigo con la narración del encuentro de Jesús con La Samaritana, que me parece absolutamente clarificador para el tema de las “torturas” y de los “torturadores".

Cuando Jesús le responde con “la verdad plena” -la que ha venido a traernos; con la que nos salva si la hacemos nuestra: El que me ama, guardará mi Palabra, y Yo le amaré, y vendremos a él, y haremos morada dentro de él-, y le dice: -Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice dame de beber, tú le habrías pedido y Él te habría dado agua viva.

A la mujer se le acaban los desplantes: -¿De dónde sacas, pues, el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro Padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebió él, sus hijos y sus ganados?

Jesús sigue sembrando, con todo el amor que atesora su corazón, en el alma de aquella mujer, coleccionista de “maridos"; no la suelta, ni la riñe, ni le echa en cara nada, le habla: -Todo el que bebe de este agua tendrá sed de nuevo, pero el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed nunca más, sino qie el agua que Yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida eterna.

La mujer se siente ganada por esa promesa de Jesús, aunque aún no la entiende del todo; pero algo “intuye": -Señor, dame de esa agua, para que no tenga sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla.

Y ahora sí; ahora Jesús le toca ya el alma a aquella mujer: -Anda, llama a tu marido y vuelve aquí.

Se debió quedar desconcertada; debió “ver” los últimos años de su vida, y…, no iba a engañarse una vez más, ni a engañar a quien le ha prometido el agua que salta hasta la vida eterna. Porque esto sí lo ha entendido bien: le ha hablado del más allá: la vida a la que estamos todos abocados. Por eso responde: -No tengo marido.

Una vez la mujer “en suertes” -como se diría en términos taurinos-, Jesús entra con todo: -Bien has dicho no tengo marido pues cinco has tenido y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho la verdad.

Y como está escrito, veritas liberavit vos, aquella mujer se rinde ante Jesús: -Señor, veo que tú eres un profeta…

Y Jesús, prosigue, ya en el orden espiritual, sobrenatural, en el que la mujer está puesta, fruto de su diálogo con el Señor: -Créeme, mujer (…) llega la hora, y es ésta, en la que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque así son los adoradores que el Padre busca. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorar en espíritu y en verdad.

La mujer está totalmente entregada, en sintonía cuasi perfecta con lo que Jesús le dice: -Sé que el Mesías, el llmado Cristo, va a venir. Cuando Él venga nos anunciará todas las cosas.

-Yo soy, el que habla contigo, le revela Jesús.

No acaba aquí la escena. La mujer se ha quedado conmovida y removida por Jesús: por estar en presencia de quien han esperado desde siglos atrás, por tener delante el cumplimiento de las promesas de Dios mismo. Y renuncia a su vida pasada -la pone en manos del Mesías, del Cristo, del que ha hablado con ella: una pecadora con currículum-, y se transforma. Se sabe perdonada -seguro que se lo ha dicho Jesús, aunque san Juan no lo diga; pero ya se sabe que los Evangelios no dicen todo-, y convertida y transformada, se lanza al pueblo, donde la conocen tan bien, y les empieza a decir a todo el mundo, supongo que empezando por los miembros de su “colección": -Venid, ved a un hombre que me ha dicho cuanto hice. ¿No será éste el Cristo?

Y consigue su propósito: Salieron de la ciudad y venían a Él. Ya no es la de antes, ahora es apóstol, ahora es de Cristo. Por eso san Juan remata la escena con los paisanos de aquella mujer: Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer que atestiguaba: Me ha dicho todo cuanto hice. Y seguro que añadió: Y me ha perdonado.

Así que, cuando vinieron a Él los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Entonces creyeron en él muchos más por su predicación. Y decían a la mujer: Ya no creemos por tu palabra; nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es en verdad el Salvador del mundo.

¿Es esto torturar? ¿Es esto tirar la doctrina a la cabeza de alguien? ¿No es esto lo que han hecho, y hacen, tantos y tantos sacerdotes y religiosos -hermanos nuestros- en más de 2000 años de Iglesia Católica? ¿No han derrochado paciencia, dedicación, oraciones, consejos, doctrina, sabiduría, amor por las almas y por las gentes todas viniesen de donde viniesen, cercanía, comprensión, dulzura, tacto humano y sobrenatural…? ¿No han sido Cristo cada vez que se han puesto en el confesonario? Es más: lo han hecho precisamente por eso: para ser Cristo en esos momentos, ahí, en ese “tribunal” para “juzgar” según Dios mismo en favor de las conciencias y en orden a la salvación de todos. Y lo han hecho porque Cristo mismo nos lo ha mandado: nos ha escogido para esto, para poder llevar luego a la gente a El: a la Eucaristía.

Por contra, los que no lo hacen, y los que no lo han hecho; los que han quitado los confesonarios de las Iglesias, son los que han traicionado el mandato de Jesús de perdonar los pecados. Se han convertido en “funcionarios” para cosas burocráticas.

O se han entretenido en publicar a bombo y platillo -la semana pasada, sin ir más lejos- y con la que está cayendo desde hace tantos años enl a Iglesia en España, que “la piratería en internet es pecado". Y se han quedado hasta satisfechos. Han arreglado la Iglesia y las conciencias de los españoles, a la espera de los refugiados que no quieren ni pisar este país. Y no me extraña.

El celo de tu casa me consume. Igualitos.

12.05.16

¿El Confesionario «una sala de tortura»?

Tengo 68 años, todos ellos vivido en la Iglesia Católica: no conozco otra. Desde el año 79 como sacerdote. Antes y después, como es lógico, he acudido a confesarme frecuentemente. Y nunca, en 68 me he encontrado con un confesonario convertido en una sala de tortura; mucho menos con un confesor convertido en un torturador.

Por cierto y como inciso: me encantaría que la gente contase sus experiencias de confesonarios y de confesores, para constatar cuántos casos de tortura y de torturadores tenemos en la Iglesia Católica.

Volviendo al tema. Escribir y proclamar esto sin el más mínimo matiz, me parece, de entrada, un despropósito; además, me parece una descalificación intolerable con tantos sacerdotes que se santifican, y santifican, en y desde el confesonario; y, finalmente, me parece una impiedad y una injusticia para todos esos hermanos nuestros: un juicio inmisericorde.

Y, por decirlo ya todo: un espaldarazo infame para los sacerdotes que no se sientan en el confesonario desde hace décadas, que dan absoluciones colectivas -sacrílegamente- como remedo y que, en esas condiciones, llevan a la gente a comulgar, de nuevo sacrílegamente.

Por contra, y hablo desde mi experiencia de penitente y de confesor, siempre he salido de confesar feliz y contento, “liberado” y libre, como si me hubiesen quitado un peso de encima. Y animado a seguir adelante, bien agarrado a la gracia del Sacramento. Y como confesor, ¡cuántas veces he visto llorar de alegría, humana y sobrenatural, a tantas gentes que se han acercado a confesar conmigo!

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