¡Qué mala suerte: Charlie Gard no era musulmán!
Tengo en mi recuerdo la que se montó, mediáticamente, cuando apareció la foto de un niño -un poco más mayorcito que Charlie- varado y muerto en una playa. La barca en la que “viajaba” había naufragado y el mar lo había posado piadosamente en la arena.
Y se montó lo que no estaba escrito; y se aprovechó para escribir, apresurada y desmesuradamente, todo un recital de lágrimas de cocodrilo o de sentimentalina en vena. No recuerdo si hubo notificación desde el Vaticano, pero quizá sí; es más, me extrañaría si no la hubiese habido.
No cargo las tintas: no tiene sentido hacerlo porque todo el mundo lo recuerda; otra cosa es la valoración que haga cada uno del suceso y de las connotaciones que quiera derivar de él.
El tal niño ahogado tenía dos circunstancias que obraron a su favor, aparte la de ser una criaturita y de morir trágicamente, aunque el mar tiene estas cosas: la primera, que era musulmán y, para más inri, huía de la guerra pretendiendo refugiarse en Europa: esta era la segunda. Las dos obraron un cóctel que la prensa occidental no podía desaprovechar para cargar las tintas y arrimar el ascua a su sardina, aunque fuese de plástico. Por cierto: también la prensa afín a los yijadistas, y la prensa de los países musulmanes de tránsito de refugiados -nada libres en el ejercicio de su profesión-, también arrimaron sus sardinillas a su fuego, faltaría más.
Y entre todos convirtieron al tal niño en un icono, en el que derramar su compasión -tan miserablemente selectiva, por cierto-, y sacar toda la tajada posible, porque “hay que vivir que son dos días".
Y ahora viene lo verdaderamente miserable, cocido todo ello en el ámbito europeo, tan inhumana y cruelmente vomitivo.
Charlie Gard era -o es, porque quizá no haya muerto aún, aunque condenado sí está- un bebé de poquísimos meses, casi recién nacido. Para más señas, inglés de antes del brexit, o sea, europeo total. Y es lo que le ha perdido: a él y a sus amorosos y muy valientes padres. Es europeo, de una Europa tan “cilizada” que mata a sus ciudadanos tengan la edad que tengan y por el motivo que sea; motivos que van acotando los mandamases, ley tras ley, para que todo tenga cobertura “legal", incluso las inmoralidades más crueles; y, “a protestar, al maestro armero".
No es inmigrante o refugiado, sino europeo, se supone que con todos los derechos del estado de bienestar, que es lo que se lleva -dicen- en Europa. Por si no era suficiente tamaña desgracia, nació enfermo, con una enfermedad dura, con un tratamiento que no tiene asegurado el 100 x 100 de éxitos -como pasa con tantísimos otros tratamientos, y no por eso se dejan de aplicar-, y con unos padres-coraje que lucharon por conseguir el dinero para poder llevarlo a EEUU y que se le tratase allí, porque en Inglaterra les decían que no.
Apelaron a los jueces ingleses: les dijeron que no. Apelaron a los tribunales europeos…, y en el de “Derechos Humanos” -que tiene narices el tema, por escribir una palabra qe se pueda leer sin ofender a nadie-, les dijeron que no; y que, además, había que retirarle toda la ayuda médica para que se muriese como un perro: cosa que -todo hay que decirlo- por las leyes inglesas y europeas no se puede hacer con los perros. Para rematar su inhumana crueldad, ni siquiera han permitido a sus padres llevárselo a casa para que muera allí, en su cuna, con sus progenitores.
Destilan tanta hipocresía que los calificativos más gruesos no harían justicia a su postura: lo que no consienten -por ley- con los perros lo imperan con este niño, ciudadano inglés y ciudadano europeo.
Por eso decía que Charlie había tenido muy mala suerte: ni era musulmán, ni refugiado, ni huía de la guerra, ni se había ahogado… Era un niño, y un niño enfermo. Y no ha habido lugar en toda Europa para él. Mucho menos ha habido corazón y misericordia.
Tampoco sé si del Vaticano ha salido alguna nota al respecto…