Porque, de ser así, no somos hijos, sino vacas. Y hemos llegado a un punto en el que hay que planteárselo seriamente y dilucidarlo: porque, para mucha gente, esto ya no está ni medio claro.
Aunque en la Iglesia Católica la doctrina está perfectamente recogida y aquilatada -tanto en los Evangelios, como en el Catecismo de la Iglesia Católica, o en el Código de Derecho Canónico y en otros ámbitos-, para que tengamos siempre un referente fijo, exacto, seguro y verdadero al que acudir en todo y para todo, no falta la gente de Iglesia -incluso con mando en plaza- que se salta todo ese Tesoro a la torera y se desmelena, poniendo en solfa lo que le da la gana; creyéndose, encima, de ese modo y desde esa “altura", más católico que cualquiera. Da lo mismo que se refiera a los Mandamientos, a los Sacramentos o a las Verdades de Fe.
También los hay que, directamente, se escandalizan de esta seguridad, de poseer la plenitud de la Verdad Revelada, de la Fe y de la Confianza en Dios y en “Su” Iglesia, con la que se ilumina toda situación humana. Es que les parece fatal el no tener dudas, el poder responder a todo y a todos, porque sacamos de la Palabra de Dios “lo nuevo y lo viejo", y así poder “vestirnos” en todo tiempo; y, a la vez, no dejar a las almas “a la intemperie": es decir, maltratadas o martirizadas precisamente por sus dudas, sus inquietudes o sus zozobras… La Verdad nunca es “dudosa” porque no es nuestra -no viene de nosotros mismos- sino de Dios.
Pero ademas, y para agravar lo anterior, hay también muchos que se agarran cual lapa a esos mismos contenidos con una “interpretación” -si se puede llamar así a eso, que me da que no- exclusivamente rectilinea, literal y monolítica: puro “fundamentalismo”, como ha denunciado alguna vez el mismo Papa, sin la más mínima fisura: “como debe ser", apuntan; pero, y aquí viene lo grave, sin saber lo que dicen: simplemente se “obligan” a no pensar, no vaya a ser “peor". O yo qué sé…
Los “argumentos” para tal postura van del “¿quién soy yo para juzgar?” - afamado autor que, por cierto, desmiente todos los días y a todas horas tamaña afirmación-, hasta pretender que “juicio” -o “proselitismo", o “pecado” o “adoctrinar"…- solo tiene un sentido peyorativo, y es algo a evitar siempre: no vaya a ser que, como mínimo, sea “crítica” o “juicio crítico": es decir, mera “soberbia". “Libera nos Domine!".
En este segundo caso están también los que, por todo argumento, usan, por ejemplo, aquello de “el Papa es el Papa”, pretendiendo con ello que éste puede hacer y decir lo que quiera: tiene carta blanca, porque para eso es el Papa; y, ya puestos y de paso, con esa misma afirmación pretenden acallar cualquier posible opinión o punto de vista contraria o distinta, calificadas siempre de “critica”. Y lo mismo con lo de “al Papa lo elige el Espíritu Santo”, que no ha puesto ni un voto, por cierto. Y, quizá, es muy probable que, aunque piensen que eso es la “sustancia", les faltan “entendederas” y quizá no sepan ni lo que dicen.
Y me explico; o, al menos, lo voy a intentar.
¿Por qué la Iglesia Católica creyó que era no sólo necesario sino “obligatorio ‘para todos’ en la Iglesia” definir el dogma -ni más ni menos que “dogma"- de la “infalibilidad del Papa"? Lo que hizo antesdeayer, como quien dice, en el Concilio Vaticano I.
Pues, entre otras razones, y quizá sea la más importante, para que ya no pudiera decirse que “el Papa el es Papa” y se pudiera meter ahí “todo” sin pensar “nada”.
Porque ese dogma es para poder “discernir", precisamente, todo lo que nos viene del Romano Pontífice: porque no todo tiene el mismo carácter. Y esto es para todos, empezando por el propio Papa, y acabando con el ultimo fiel hijo de la Iglesia.
“El Papa es el Papa” no significa “beatificar” absolutamente todo lo que hace y dice, o pretender que todo lo que viene de él es como el “Credo": verdad de Fe divina. Esa postura es, tout court, “culto a la personalidad”, que solo se da en los regímenes marxistas y en las sectas; ahora también en las democracias de corte “occidental” aunque estén en hispanoamérica. Pero nada de eso es católico; porque “culto", o sea, “adoración", solo se le da a Dios, porque sólo a Él se le debe. A nadie más; ni al Papa.
Por todo esto y mas, la Iglesia, al definir tal dogma, también definió lo que “no cabe” ahí, lo que no goza de suyo de la “infalibilidad” y, por tanto, lo que no es su objeto ni su horizonte. De este modo, no es lo mismo que el Santo Padre hable de fútbol, que hable de sociología, de moral, de espíritu cristiano o que cierre un tema “ex cátedra". O que tosa, o que pasee, o que rece, o que predique, o que dé una rueda de prensa.
En todas esas situaciones es “el Papa", sí; pero no en todas “actúa” desde esa “cima infalible", asistido necesaria y obligatoriamente por el Espíritu Santo: sólo lo hace cuando “expresamente” habla “ex cátedra". Y sólo entonces. Y, en este caso, se aplica aquello de “Roma locuta, causa finita": lo ha dicho Roma, pues no hay más que hablar. Pero nunca podemos ser “más papistas que el papa": ésto, tampoco es católico.
Pero incluso en este caso, y no digamos en los demás ordenes -o sea: siempre-, hay que ir a “lo que dice” y a “lo que hace"; de entrada para saber cómo hemos de pillarlo, qué ha querido decir y cómo hemos de reaccionar o responder. Porque, sin entender no podemos ni obedecer: la obediencia de un cadáver -la obediencia “ciega", irracional, ya no es de recibo ni en los cuarteles- no es tal porque ni siquiera es virtud.
Y esto incluye, necesaria y obligatoriamente, intentar comprender; es decir: pensar, juzgar y decidir. Porque somos racionales, es decir, libres; y es el ejercicio de nuestra libertad lo que el Señor, la Iglesia y el Papa esperan, porque es lo que “necesitan” de nosotros. Y hasta para ofenderle y pecar ha querido el Señor “correr el riesgo de nuestra libertad". Por una única razón, que es con mucho la más sobrenatural: porque sin libertad tampoco podemos convertirnos y amarle como se merece.
La Iglesia Católica es “monárquica", sí, pero el Papa no es un “monarca absoluto"; y los demás somos sus hijos, sí, pero no sus “siervos de la gleba”. Y al Papa, como al Señor, solo se le puede querer, comprender y servir desde nuestra condición de hijos, nunca como “siervos": “vos autem dixi amicos!” Nos lo dijo Él, y no tenemos derecho a actuar de otra manera.
Por tanto, ¿cómo no vamos a pensar -en católico- lo que nos llega del Papa? No digamos lo que nos llega de nuestros obispos, de nuestros superiores, de los párrocos, de los teólogos, de los peritos, de los religiosos, etc. De todo el mundo: especialmente de lo que nos llega del “mundo". Porque es nuestra obligación moral.
San Pablo nos escribe: Omnia probate! Y “probar", aquí, significa “comprobar” desde la Fe, desde la “nariz católica", desde nuestro entendimiento formado en la Doctrina -en la Iglesia- para, pensando bien las cosas, poder juzgar, ver las razones, discernir y elegir: para “quedarnos con lo bueno”, nos dirá el Apóstol de los gentiles; columna de la Iglesia, a nivel de san Pedro, por ejemplo, aunque no haya sido Papa.
Y el mismo Jesús nos empujó a “oír, ver y entender", mientras usaba a la vez palabras más que gruesas frente a lo contrario, “no ver, no oír y no entender": no vaya a ser que se conviertan y se salven.
Así tendremos un bajage más que suficiente para dar “razones de nuestra Fe” -otra de nuestras obligaciones morales- para saber por qué hacemos las cosas y para qué, para poder dialogar con el mundo, con los alejados, con los frios, los mundanos, los enemigos de nuestra Fe, los que dudan…, y con todo el que se nos ponga por delante.
Sin “razones", les podremos recitar el Credo, pero nunca podremos “dialogar” porque no nos habremos acostumbrado a llamar las cosas por su nombre, ni “a pensar por libre” -es decir, con libertad-, porque no tendremos ni razones…; y acabaremos entrando a todos los trapos que nos presenta el mundo y los mundanos, con el convencimiento de que la Fe no da respuesta; así, sin argumentos y desde esta autoderrota, nos acabaremos creyendo -deslumbrados innecesariamente, porque tenemos las mejores “armas"- que es el mundo el que tiene razón -o el marxismo, o facebook, o “la ciencia"-; nos quedaremos como “mudos inducidos” al no tener capacidad de respuesta; una respuesta que no damos, porque no estamos a la altura de los desafíos del mundo y de las ideologías, que no es lo mismo: no estamos a la altura, a la altura de la Fe, que siempre es Luz para el entendimiento, al que, de suyo, lleva mucho más allá que las sinrazones o las chorradas que salen del cerebro de cualquier chisgarabís mundanillo, o asi.
Y son tiempos para ir a esa lucha, porque necesitamos urgentemente recristianizar las culturas -las mismas palabras y sus contenidos-, empezando por la nuestra; y esta recristianización tiene que ir pareja con la nueva evangelización, con el apostolado y el proselitismo a nivel personal e institucional; en caso contrario acabaremos llamando “matrimonio” al mero arrejuntamiento de uno con uno, una con una, o el de tres a la vez, o al de un perro y una mona… creyéndonos que no tenemos “nada” que oponer cuando “solo” tenemos la Revelación. O sea, NADA. Al tiempo. O acabar como vacas.
Y vale ya. Amén.