A esa monja elevada a “Prefecto” -o sea: “Prefecta", en castellano genuino-, quien ordena y manda le ha puesto lo que venía en llamarse, en lenguaje coloquial, una “carabina".
Así se despacha la RAE: “Mujer de cierta edad [supongo yo que de confianza], que ponían a acompañar a las jóvenes, especialmente cuando eran cortejadas".
Tal como están las cosas, no creo que la monja, ni nadie a estas alturas, se asombre lo más mínimo porque le hayan puesto al lado un ya no mozo sino probado varón, más que adulto: el pro-prefecto. O sea: la carabina. O, para la progrez más idiota: el “carabino".
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