InfoCatólica / Tal vez el mundo es Corinto / Categoría: Papa Francisco

26.12.16

Sobre aquello de No Juzgar

Jesús cuando vino al mundo enseñó a no juzgar, sino por el contrario enseñó a amar, porqué lo hacemos nosotros los cristianos? – K.M.

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La expresión “no juzgar” hay que saberla entender porque de otro modo lleva a contradicciones insolubles.

Piensa nada más en esto: Cuando le decimos a alguien: “No juzgues” ya estamos haciendo un juicio nosotros mismos.

Piensa también en que si uno quisiera evitar absolutamente TODO juicio, uno no podría decir nada sobre los que secuestran niñas para violarlas y matarlas porque entonces uno estaría “juzgando” al que cometió tales hechos.

Y piensa además que si uno intentara evitar TODO juicio moral, resultaría imposible educar a un niño o a un joven porque educar siempre implica expresar juicios morales; como por ejemplo: “No sigas el camino de los corruptos, que se roban el dinero del pueblo.”

Por último, démonos cuenta de que lo de “no juzgar” se dice y repite machaconamente cuando se trata de ciertos comportamientos (y pecados) mientras que otros sí son condenados duramente. Es frecuente que se aplique lo de no juzgar a temas de afectividad y sexo (implicando que cada quien viva su sexualidad más o menos como le parezca) mientras que el tráfico de drogas o las actividades de la mafia se condenan sin tapujos. O sea que evitamos juzgar en cuanto a los pecados “de moda” y sí juzgamos las lacras “de moda.”

Todo eso muestra que el sentido de las palabras de Cristo no podía ser–y no es–que debemos abstenernos de decir si las cosas son buenas o son malas. Uno no puede ver un secuestro o una violación, por ejemplo, y quedar amordazado por esta interpretación de las palabras de Cristo hasta el punto de no poder denunciarlo porque “eso sería juzgar.”

Entonces, ¿cómo entender rectamente la enseñanza del Señor?

Un buen punto de partida es que Cristo no hablaba español, ni latín; quizás entendía bastante griego pero su mente y corazón provienen del pueblo judío y de la raza hebrea. Lo mejor es explorar las palabras “justicia/juicio” (mishpat) y “juzgar” (shaphat ó shafat) desde el hebreo. Y lo primero que uno nota es que shafat es un verbo que equivale a “gobernar” de modo que el que hace justicia es ante todo el mismo que gobierna, o sea, el rey. Puesto que Dios es el rey del mundo y el soberano de las naciones de la tierra, es claro que “hacer justicia” o dar el “mishpat” corresponde a Dios.

En nuestras sociedades, en cambio, los juicios suceden en juzgados, y pueden ser apelados, e ir a distintos tribunales, de más alto rango; o por el contrario, hay casos que pueden prescribir y ya no ser sometidos al sistema judicial. En Israel, y en general en todos los pueblos antiguos, el juicio sobre una situación o sobre una persona, era algo que sucedía UNA VEZ y que venía directamente del soberano (no había nuestra famosa separación de poderes: ejecutivo, legislativo y judicial); pronunciar juicio no admitía en principio apelación y definía para siempre el destino de una persona. esa es la idea de “juzgar” que está detrás de la advertencia de Cristo.

“Juzgar” en lengua hebrea, es tomar el lugar del juez, y el único juez es Dios, cuyos “juicios” indican la verdad definitiva y el destino final de cada persona. De modo que “no juzgar” equivale a: “No pretendas tomar el lugar de Dios creyendo que puedes conocer o definir el desenlace final de la vida de otra persona.” Por supuesto, ese mandato no implica que suspendamos toda opinión sobre todo comportamiento pues entonces ni siquiera la predicación sería posible.

Y no olvidemos que el mismo Cristo nos invitó a practicar la corrección fraterna (Mateo 18,15-17). ¿Cómo podría yo corregir a mi hermano si cada vez que le fuera a decir que está haciendo algo incorrecto él me dijera: “¡Tú, cállate: me estás juzgando.”

En resumen: el mandamiento de No Juzgar significa que no usurpemos el lugar de Dios en cuanto a qué va a suceder finalmente en la vida de una persona; pero ello no impide que reconozcamos, en nosotros mismos y en los demás, cosas que son incorrectas y que deben ser corregidas.

4.11.16

Impaciencia ecuménica

La búsqueda de la unidad de los cristianos no es algo opcional. Forma parte de nuestro ser de discípulos del Señor, que oró con palabras de inequívoco significado: “¡Que sean uno!” (Juan 17)

El camino hacia la unidad no es sencillo ni parece breve. Y es ahí donde puede hacer su aparición la impaciencia, que tiene dos vertientes principales.

Es impaciencia la desesperación que ve como imposible toda futura unión y que por ello mismo desea frustrar desde el principio todo esfuerzo de comunión. En ocasiones esta desesperación se reviste de buenas maneras como cuando se dice: “Si un hereje protestante viene arrepentido a mi confesionario y reconoce con dolor su apostasía y herejía, no tengo inconveniente en darle la absolución.” Nadie duda de que ese es un escenario de reconciliación con la Iglesia Católica pero pretender que todas las conversiones deban darse de esa forma es asumir una postura al mismo tiempo arrogante y cómoda. Es algo así como desesperar de todo esfuerzo real de acercamiento.

Hay otra forma de impaciencia ecuménica, que está en las antípodas de la ya mencionada, a saber, el caso en el que la prisa por declarar la unidad crea la ficción de que ya estamos unidos. Para comprender por qué estas uniones aceleradas inducen a confusión es bueno recordar las dimensiones que supone una separación en la Iglesia.

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22.04.16

Amoris laetitia - ¿Y ante la confusión, qué?

Así como no se puede tapar el sol con un dedo, tampoco se puede ocultar la perplejidad que muchos fieles experimentan ante un documento tan esperado como es Amoris laetitia, la exhortación apostólica postsinodal con que el Papa Francisco ha presentado tanto las conclusiones del sínodo 2014-2015, como las directrices pastorales que él considera coherentes con lo discutido durante los pasados dos años.

La perplejidad aumenta por dos razones. En primer lugar, hay voces de gran autoridad que están sacando conclusiones diversas, incluso opuestas, mientras afirman basarse en las palabras del Papa. Así por ejemplo, mientras que Mons. Lingayen Dagupan, arzobispo presidente de la Conferencia Episcopal de Filipinas, invita a que “ya” se abra espacio en la mesa de la eucaristía a los que están en relaciones “rotas,” al mismo tiempo, Mons. Livio Melina, presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II, recuerda a todos que comulgar en esas condiciones entraña pecado grave. (Más información sobre este tipo de divergencias en el magnífico artículo del P. José Ma. Iraburu sobre el Cap. VIII de AL). Nadie que ame a la Iglesia puede llamar a esto una situación particularmente deseable para la Iglesia y su obra evangelizadora.

En segundo lugar, vivimos tiempos de gran crispación en los que los juicios apresurados y absolutos desfilan en todo tipo de ambientes y conversaciones. Hay amigos que, después de asegurarme que la sede de Pedro está vacante, es decir, que no hay legítimo Papa en este momento, me han dado un portazo y me han bloqueado en Facebook. Es una afirmación absurda que de ninguna manera comparto pero que muestra que el volumen de las discusiones ha hecho saltar los quicios mínimos del respeto y la prudencia. Mientras que algunos quieren presentar todo lo anterior al Papa Francisco como una caverna fría de legalismos y abstracciones, otros quieren que veamos en nuestro Papa a una especie de infiltrado, venido de otro tipo de oquedad, sulfurosa y perversa. Y repito: nadie que ame a la Iglesia puede llamar a esto una situación particularmente deseable para la Iglesia y su obra evangelizadora.

Por eso la pregunta: Ante la confusión, ¿qué? Ofrezco algunas sugerencias:

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13.04.16

Amoris laetitia - Algunas notas de clarificación

Menos de una semana después de la promulgación de la Exhortación Post-sinodal Amoris laetitia, del Papa Francisco, varias cosas parecen claras:

  1. Las polarizaciones en torno al Papa, y en torno al futuro de la moral católica, o de la Iglesia misma, son más fuertes y agudas ahora. Hay quienes ven en Francisco una renovación del Evangelio y del Espíritu por encima de la ley (y el hombre por encima del sábado) mientras que otros creen descubrir ya las grietas de un cisma irreversible.
  2. La Exhortación muestra la intervención de varias manos (cosa que no es de extrañar en documentos papales). El grado de estas intervenciones hace que pueda considerarse al capítulo VIII como un texto extraño y en varios sentidos ajeno al tono del resto de la Exhortación, y sobre todo distante de la enseñanza expuesta en Veritatis splendor o en Familiaris consortio. La gran mayoría de las discusiones de estos días se han concentrado en ese capítulo.

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9.04.16

Amoris laetitia - Una invitación a la oración

El Papa Francisco ha querido dar un título elocuente a la exhortación post-sinodal sobre la familia: Amoris laetitia: la alegría del amor. Es una obra extensa, de cerca de 240 páginas, que trata numerosos temas en torno a la realidad familiar, desde su preparación y contexto hasta las situaciones difíciles o irregulares en que se hallan muchas personas.

Aunque se trata de un documento que quiere iluminar el camino pastoral con las parejas, y que en ese sentido afirma expresamente que no desea tocar la doctrina sobre el matrimonio, es evidente que tendrá repercusiones en la manera como la mayor parte de la gente entiende qué es el matrimonio desde el punto de vista católico. En concreto, la pregunta, casi única, de muchos es: ¿Ahora sí cayó en cuenta la Iglesia de que los divorciados vueltos a casar pueden comulgar? Pregunta que tiene en su antesala otra más: ¿Por fin la Iglesia empieza a modernizarse y a entender que estamos en el siglo XXI?

Ya algunos medios de noticias relacionados con la Iglesia–aunque con bajo sentido de pertenencia a la fe de la Iglesia, cual es el caso de Religión Digital–han anunciado con trompetas y fanfarria lo que para ellos es una victoria. A fecha de publicación de la exhortación papal, 8 de abril de 2016, el titular de entrada de ese portal digital proclama: “El Papa pide a los obispos que abran las puertas de la comunión, caso por caso, a los divorciados vueltos a casar.” Eso es completamente falso. En ninguno de sus más de 300 numerales pide el Papa tal cosa pero el hecho de que un exabrupto así se pueda soltar impunemente ya hace que uno pueda imaginarse el daño que recibirá el pueblo cristiano sometido a una marea de opiniones supuestamente basadas en el documento de Francisco.

Es de temer que las riquezas del documento, como su manera de subrayar la belleza de la familia cristiana en cuanto respuesta a los mayores males de nuestro tiempo, quedarán sepultadas debajo de una marea de comulgantes improvisados. En efecto, una cosa es llenar templos con gente que coma hostias y otra es evangelizar con integridad hacia la plena comunión en Cristo y con Cristo.

Con el deseo, que Dios me conceda, de escribir más extensamente en otro momento, por ahora sólo pido que oremos pidiendo a Dios que disminuya el número y el impacto de tanto daño que quedará en tantas personas y en tantos lugares. No muchos católicos se toman el tiempo para repasar en detalle los matices de conciencia, psicología y sociología que implican palabras graves como discernir, acompañar e integrar la fragilidad.

Es de temer entonces que los titulares de prensa serán el magro y envenenado alimento que la mayoría de nuestra gente consumirá. Por eso hay que orar. Y nuestra súplica no caerá en el vacío porque hay un Dios que es a la vez poderoso y compasivo, y su Providencia va más allá de esta coyuntura. Grande es su Nombre.