Ante el avance arrogante de la ideología de género
Una frase citada con frecuencia, en distintas variantes, reza así: “Ya no me extraña la maldad de los malos sino la indiferencia de los buenos.” La tesis principal de las líneas que siguen es que nuestra sociedad, de raíces cristianas, no sufre de simple indiferencia sino de algo más profundo y también más concreto: complicidad.
Detrás del muro de silencio cómplice frente a tantos abusos contra la familia y contra la fe católica no hay gente distraída, simplemente, sino gente que considera con firme convicción que hay lazos que les unen con aquellos que asaltan capillas, izan banderas arcoiris o blasfeman con rabia y cinismo. Mientras no tengamos claro qué es lo que tanta gente encuentra en común con esos extremistas seguiremos haciendo marchas que los medios de comunicación ignoran y clamando en vano ante los tribunales. En efecto, una proporción inmensa de nuestros jueces han perdido todo contacto con la ley natural y por eso, en últimas, sus fallos son opciones políticas: ellos no se sienten capaces de batallar contra la marea de la opinión dominante.
Así pues, ¿qué hay en común entre los extremistas–que pueden parecer posesas enloquecidas, como las FEMEN–y el ciudadano típico, que lleva una vida típica, en una ciudad también normal y típica?
Sucede que hace tiempo se rompieron los canales de comunicación entre el pueblo y sus dirigentes. Hace tiempo el egoísmo se instaló como lenguaje casi único del empleador hacia el obrero, con la consecuencia de que el obrero descubrió, también hace tiempo, que su único lenguaje, el del sindicato, tenía que mirar sólo los intereses egoístas del propio sindicato, así ello destruyera a la propia empresa, y fuera entonces suicidio laboral del mismo sindicato.
Algo semejante puede decirse de otros ámbitos de la sociedad: el anonimato que cunde en tantas parroquias católicas, la corrupción de la clase política, la vida irreal de las estrellas de la farándula, incluso la compra de resultados deportivos en las grandes asociaciones de clubes de fútbol: todo ello espeta al ciudadano de a pie que no vale, que no importa, que sólo existe para pagar impuestos y para ajustar las hojas de cálculo de las empresas transnacionales.
La agresividad ha surgido de ese humus de banalidad civilizada para instalarse como forma única de expresión; su engendro más visible y su punta de lanza son los extremistas y los antisistema, que, por haber nacido del humus que todos comparten, ya no son vistos como seres monstruosos sino como “vanguardia” de una especie de movimiento anónimo y omnipresente que reivindica a su modo lo que un día se supone que serán bienes por todos compartidos. O por lo menos ese es el mito que, en mi opinión, sirve de conexión entre los más violentos activistas y los más serenos inquilinos de la clase media de cualquiera de nuestros pueblos, campos o ciudades.
En el fondo es la misma lógica que uno encuentra en el terrorismo.
¿Quieren “inmolarse” con un chaleco de bombas todos y cada uno de los palestinos? Seguramente que no. Pero muchos, muchísimos, piensan que quienes sí se inmolan están empujando hacia adelante una causa que: (1) está justificada; (2) se impondrá tarde o temprano; y (3) no se va a conseguir de otro modo. Si este análisis es correcto, ello explica la actitud que, repito, no es de indiferencia, sino de auténtica complicidad. Como la que muchos palestinos pueden sentir al saber que alguno se ha “inmolado” llevándose por delante a docenas de “sionistas.”
La complicidad surge, entonces, de un doble acto mental: por una parte, minimizar la aberración ética del extremista (ya que se supone que no hay otro modo de lograr que las cosas cambien), y por otra parte, compartir algo de la “causa” que el terrorista, agresor o extremista predica y practica.
Cabe entonces preguntar cuál es esa “causa” que resulta tan preciada por el común de tantas personas, en el caso de la demolición de la familia tradicional o en el caso del ataque frontal y enloquecido contra la Iglesia Católica.
Esa “causa” es un cóctel envenenado que combina casi todos los “ismos” que Usted puede haber oído en tiempos recientes: individualismo, hedonismo, materialismo, relativismo, subjetivismo… Semejante revoltura ha sido refinada una y otra vez, desde la Ilustración y la Revolución Francesa, pasando por la Modernidad y el positivismo, hasta llegar al existencialismo ateo y la llamada postmodernidad.
Es una bebida ya muy sofisticada, capaz de deleitar los paladares de millones de individuos, que pagan con gusto el precio de beberla: ese precio es el olvido de Dios (reducido a estorbo para el despliegue de la libertad del súper-hombre) y el olvido del prójimo, que queda reducido a enemigo, herramienta, juguete o cómplice. Recluido en su mismidad asfixiante, prisionero de su sed, que presiente insaciable, obligado a llamar “su libertad” a la prisión que labraron miedos y codicias, el hombre postmoderno sólo tiene claro que quiere reinar, sea como sea, y por encima de quien sea.
De ahí el odio a la Iglesia.
La Iglesia, la Católica por supuesto, es la suma de todo lo que se opone a los “ismos” que como legión de demonios poseen con furia el corazón del hombre contemporáneo. Por eso a la Iglesia no se le puede escuchar, ni razonar con ella, ni darle espacio en la plaza pública, ni reconocerle ningún bien. La Iglesia es el enemigo, y según el salvaje refrán español: “Al enemigo, ni agua.”
Así como se oye: debajo de la aparente serenidad de muchos de nuestros conciudadanos hay espesas miasmas de frustración y de odio. Es una consecuencia del ideal fundamentalmente pagano que ha quedado sembrado en sus corazones, ahora repletos de los “ismos.” Para quien no tiene trascendencia, para quien desespera de la verdad objetiva, para quien su vida es tan libre como un garabato que nadie querrá leer jamás, ¿qué queda? ¿Qué acompaña al “yo” desocupado de toda fe, toda esperanza y toda verdadera caridad? Lo único que realmente le queda a ese “yo,” tan mutilado como altanero, es su sexo, su potecia y deleite sexual. En la efímera explosión de un placer que quiere llamar completa y absolutamente suyo–según le exige su subjetivismo agobiante–el hombre postmoderno imagina, en un relámpago de endorfinas, que todavía está vivo.
Por eso la identidad sexual se convierte en el reemplazo de todo, o casi todo: es el mendrugo de cielo, es el simulacro de la compañía, es el placebo ante la angustia, es una mentira capaz de embriagar, es una libertad grosera y blasfema, como enseñó Voltaire que tenía que ser la libertad.
El “yo” postmoderno, ateo no por reflexión sino por hastío, materialista no por convicción sino por refugio, subjetivista no por elección sino por ignorancia, relativista no por análisis sino por pereza, ese “yo” grita que tiene sexo. Su grito se vuelve graffiti pornográfico, blasfemia contra el Rosario, aborto simulado a las puertas de la catedral de Tucumán, publicidad asquerosa de niñas con pene en España. Y el eco de su rugido arroja algo de consuelo a los postmodernos exiliados, embriagándolos con el engaño de que todavía podrían así vencer a la Nada; es decir, aplazar el suicidio, que será debidamente “asistido” después de haberlo pagado en su integridad.
El sexo como reemplazo de todo: hasta ahí hemos llegado. Y por lo mismo, quien se atreva a resistir, quien no doble la rodilla ante el gran baal de nuestro tiempo es tratado como hereje, y así debidamente castigado. Los feligreses de este baal, regados por las avenidas, parques y centros comerciales son los miles de ojos de la Bestia, que no soporta disenso y que sueña que tiene por fin su Babilonia, o su Sodoma rediviva.
Por eso hay complicidad; por eso los jueces pueden en tantos lugares prevaricar contra la Iglesia, a sabiendas de que nada les va a pasar; por eso los diputados pueden destrozar la familia, pues bien conocen que si la víctima se lleva en pedazos al altar de baal nadie se quejará; por eso las productoras de cine se descaran y venden a puñados sodomía y perversión, con la certeza de que el dinero que invirtieron en la producción de sus bodrios al final se recuperará con creces. Tiempos duros nos han tocado.
Pero no tiempos imposibles. Nada toma por sorpresa a Dios. Nada.
El camino será el de siempre: catacumbas que acogen comunidades compactas en la oración, la fraternidad y la sólida enseñanza. Mártires aquí y allá; dolorosas defecciones y traiciones en diversos sitios, incluso por parte de clérigos; dudas del tamaño de cataclismos y catástrofes de mayor tamaño que nuestros miedos. Y al final, un nuevo renacer. Y nuevos santos; incluso nuevos modelos de santidad. O tal vez el retorno de Cristo, aunque yo no diría que vaya a ser tan pronto. Sólo Dios lo sabe.
Hay quien lo ha dicho hace tiempo: reforma o apostasía.
19 comentarios
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Entrando en el tema, resumo mi criterio, en mi creencia que tanto desden entre la mayorìa catòlica se debe a la manera en que se "educa" a grandes y chicos.
Es decir, miremos la manera como hermanos en la fe y seguidores de otras creencias, dedican gran parte de los dìas a infundirles sus dogmas y a "actuar" en consecuencia.
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Desde chicos defienden a rabiar lo que les han enseñado y recitan los textos de sus creencias sin equivocarse y sin medir consecuencias.
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Que hacemos los catòlicos, nada. El bautismo es solo un rito como excusa para hacer una fiesta de fashion y licor. pasan años sin nada mas. llega el momento de la Primera Comuniòn. se repite la historia. Llega el momento del matrimonio (los que se casan). vuelve a repetirse la historia.
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En esos minimo 15 años ha habido un sembrar y abonar diario de la fe entre niños, jovenes y adultos mayores?
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La respuesta la encuentro en el memorial de la Santa Misa. Todos distraidos, niños correteando, moviles sonando, vestimentas inapropiadas e indecorosas (hombres y mujeres), desconocimiento de còmo actuar o seguir el oficio. Desden por la Santa Eucaristia. igual sentados que parados en la consagraciòn de la ofrenda.
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Y que decir de los sacerdotes, llegar apresurados a decir la misa. saludar con besos y abrazos a "feligresas", nada de la preparaciòn previa indicada. Homilias vacias de motivaciòn. Nada de seguimientos de los textos, improvisaciòn de ellos. Ni tampoco llamado de atenciòn a los feligreses en su comportamiento y en su vestir.
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Entonces, de que nos quejamos?
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Recuerde: “Así, todo el que escucha mis palabras y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero ésta no se derrumbó porque estaba construída sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: ésta se derrumbó, y su ruina fue grande” (Mateo 7, 24-27)
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Dios y el Espiritu Santo lo ilumine a usted y a todos los sacerdotes para que no se dejen tentar por el mundo, el demonio y la carne, para que sepan despertar los corazones y acercalos mas a NSJC
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Brillante escritura, luminosa perspectiva en medio de tanto desastre.
Comparto la certeza sobre el triunfo final de la Iglesia sobre todos sus enemigos en esta batalla decisiva contra la ideologia de género, aunque en esta ocasión creo que necesitaremos la ayuda del Cielo porque el hombre ha caído tan bajo que ya no se puede levantar por sí mismo.
En cuanto a la segunda venida de Cristo, yo también diría que tal vez no sea tan pronto.
Creo que la promesa de Fátima sobre el Triunfo del Corazón Inmaculado de María que permitirá que el mundo viva "algún tiempo de paz" coincide con los "25 años de paz" anunciados por la Virgen en La Salette, que luego de grandes cosechas acabarán abruptamente porque el hombre habrá olvidado que el pecado es la causa de todos los males.
Viendo la terrible crisis de apostasía que hoy azota a la Iglesia no sería extraño que el Triunfo del Corazón Inmaculado fuera inminente, porque cuando esta crisis desemboque en el cisma tan temido y todo parezca perdido, el Triunfo de María podría cambiar todo en un instante.
No sé si será tan así, pero algo así debe ser, porque repito que de esta crisis la Iglesia no sale sin la ayuda del Cielo.
Dios proveerá; vivimos tiempos adversos,el antídoto es la fe, no pasará
nada que Dios no permita, la vida del mortal es breve,quisiéramos resolver de inmediato las calamidades que nos amargan,pero la bondad,paciencia y
justicia del Señor se realizan fuera de nuestro tiempo. Recordemos al justo
Job: Dios me lo dio Dios me lo quitó, bendito sea Su santo Nombre.
Los comentarios que su blog ha propiciado son una bendición espiritual y
si tenemos que volver a las catacumbas,en términos absolutos será una
anticipación de gloria. Que el Señor ilumine a nuestros hermanos que no
les han encaminado en la buena senda o no han sabido valorarla.
Eso fue lo que dijo un tal Ratzinger hace unas décadas, :)
Pero tambièn se va apropiando del interior humano: "Como legión de demonios poseen con furia el corazón del hombre contemporáneo"... Y aquì està la clave para la correcciòn externa, pues lo que sucede en el mundo exterior es un reflejo de lo que sucede en lo interior.
Esa complicidad nuestra que usted pone en evidencia, no es otra cosa que la enfermedad del alma que se ha contaminado de deseos impuros, los cuales se oponen en nuestro fuero interno al amor, a la verdad y al bien que Dios ha puesto como parte de su Imagen en cada ser.
El soplo del mal se cuela en el interior humano, cuando no hay què motive a la persona a cerrar sus puertas que van a lo ìntimo, y decir "no" a lo atractivo de los placeres insanos y a las voces que invitan al relativismo y al pecado.
La santa Iglesia, a travès de los Sacramentos, nos da y nutre la Fe, pero pronto la exponemos al desgaste, al aceptar la duda sobre Dios, su Doctrina y su Iglesia..., o sea, no cuidamos la Fe, ni la hacemos crecer; antes bien irresponsablemente la ponemos en condiciòn de ser herida.
No pedimos a Dios que guarde el Templo interior, y que nos de la gracia de ser administradores responsables, que den su vida, por la defensa de Dios en el interior del hombre.
Primero està esa defensa interior, a fin de que guardado el Templo interior, el Templo exterior no se prostituya. Requrimos màs oraciòn, màs vida saramental y màs coherencia. Nosotros, en los que aùn se conserva por gracia, algo de Fe viva, debemos cuidarla, arroparla con la Doctrina perenne de nuestro Señor Jesucristo, explicitada en la Tradiciòn y el Magisteerio, a fin de que los embates del mundo, al estar en el mundo sin ser de èste, topen contra muralla fortificada e inexpugnable. Le quiere, respeta y admira: JJyM.
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