Estamos inmersos en una crisis eclesial de fondo. Creo que es indudable. Una crisis de gran calado que puede conducirnos a lo que hemos denominado puerta de ratonera. Ha sido fácil entrar, costará salir.
Para liberarnos de la trampa y emerger hacia la luz, que es siempre bíblico-tradicional, será necesario superar una amplia cantidad de tópicos y lugares comunes que debilitan el pensamiento cristiano, y lo vuelven propicio a novedades y vulnerable ante el error.
Porque merman su identidad católica. Porque ciegan su entendimiento y dificultan todo perfeccionamiento doctrinal. Porque oscurecen la voluntad de Dios, que quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1Tim 2, 13)
Estoy convencido de esta tesis: la mente católica necesita desembarazarse del paradigma personalista para poder combatir eficazmente el modernismo. No todo es negativo ni falso en el personalismo. Lo que tiene de bueno, ha sido aprovechado. Pero cuanto tiene de errores, prejuicios y fallos de sistema, debe ser rechazado. Y es que a menudo cuesta sustraerse a la impresión de que la mente católica actual vive de eslóganes morales de procedencia humanista.
En esta serie de artículos analizaremos los clichés que la ideo-sincrasia fenomenológica y la Nueva Teología han insuflado en el pensamiento católico actual. Y digo ideo-sincrasia, forzando el lenguaje, para significar el conjunto de conceptos e ideas propios de la idiosincrasia personalista. Titulo la serie Contra la tiranía de los tópicos, aunque podía haberla intitulado también Contra los personalistas, a la manera clásica, y no sin ánimo belicoso.
No está de sobra recordar que «nuestra guerra no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas» (Efesios 6, 12)
1.- Pregunta: ¿el personalismo es la “filosofía” oficial de la Iglesia? Respuesta: no. Es una construcción conceptual que coloca a la persona en el centro de su reflexión. Pero no es propio del pensamiento católico tradicional colocar a la persona en el centro de su reflexión, porque en el centro está la Santísima Trinidad y su gloria. Luego el personalismo, en contra de lo que se cree comúnmente en los ambientes académicos católicos, no es la filosofía propia del catolicismo —ni es la “superación” de Santo Tomás, como se enseña hoy día. De hecho, no es propiamente hablando filosofía. Si se dice filosofía personalista, es sólo impropiamente.
Tópico personalista es que el tomismo es racionalista y no respeta el misterio. Tópico personalista es que Santo Tomás tiene como defecto fundamental no ser personalista. Tópico personalista es que el personalismo es un renacimiento. Más bien, nos retrotrae al humanismo renacentista, condescendiente con lo pagano, respetuoso de idolatrías, esencialmente semipelagiano y subjetivista. Es el huevo donde se incubó el modernismo.
2.- Prejuicios contra el concepto de sustancia.- Al fundador del personalismo, Emmanuel Mounier (1905-1950), «no le gusta, por ejemplo, usar la palabra “sustancia” para referirse a la persona por las connotaciones estáticas y “cosistas” que despierta» (Burgos, Juan Manuel, El personalismo, editorial Palabra, p. 81). Debido a la enorme difusión que ha tenido su estilo intelectual, no es de extrañar que hoy día en general se minusvalore teológicamente el término Transusbtanciación, y se pretenda que sea una forma cosista de hablar del misterio eucarístico.
Tópico de la fenomenología de la persona y de su alergia a la Escolástica, es minusvalorar el concepto de sustancia. Ha sido lugar común durante el posconcilio —rico en antiaristotelismo y platonismo idealizante—, llegando a afectar incluso a buenos teólogos (no tomistas), teólogos que luego han sido grandes personalidades en la Iglesia, y ocupado importantes puestos de responsabilidad docente o pastoral. Teólogos que en los 70 escribieron sobre el problema de la transubstanciación, y que luego, gracias a Dios, se han desdicho del mismo y afirmado la doctrina correcta. Pero el prejuicio antisustancia persiste, y es utilizado como recurso ecuménico.
3.- La desactivación del sistema inmunológico de la Iglesia ante el marxismo cultural.- No olvidemos, por ejemplo, que para su fundador, Mounier, «Un marxismo abierto no podía estar muy lejos de un realismo personalista, si se reuniera con la primitiva inspiración de Marx, quien a través del desorden de las cosas, divisaba sobre todo la enajenación de las personas, y a través del ordenamiento de las sociedades, la liberación de los hombres» (Obras, vol. III, p. 186).
Es por la indefensión hacia el marxismo que vino la difusión de la Teología de la Liberación, y por su reinterpretación situacionista aterrizó entre nosotros la actual Teología de la Anomia, no precisamente venida del cielo, sino de la Nueva Moral condenada por Pío XII, y de la Nueva Teología, condenada por el mismo Pontífice.
De ambas procede un utopismo humanista que considera el cristianismo como un proyecto de liberación social inmanente al margen de la ley moral: un hombre nuevo en un paraíso terrenal, contra el ÚNICO orden de la gracia, que es el orden de la Iglesia. Es la vieja ambición de los humanistas del Renacimiento, que resurge con el progresismo católico.
Es muy significativo que el grito de los personalistas, en consonancia plena con los intereses de su mentor intelectual,
Jacques Maritain (1882- 1973), sea, desde el primer número de la revista
Esprit (1932),
“Rehacer el Renacimiento”. Los sueños de
Pico de la Mirandola (1463- 1494) encontrarían aquí su eco: el hombre no tiene una sustancia definida, puede llegar a ser lo que quiera, y aquí radica su dignidad.
No le debe chirriar nada de esto al marxismo cultural ni a su eco, la intelectualidad progresista católica, desactivada ante la ideología de género. La utopía renacentista de un hombre nuevo que puede llegar a ser lo que quiera, fundamentada en el rechazo del concepto de sustancia, encuentra así terreno abonado en el personalismo. Es la “versión piadosa” de la ideología de género. Y en cuanto utopía de autoperfeccionamiento y autorredención, el resurgir intelectual del homohomohomo, el hombre-trinidad, de Carolus Bovillus (c.1474- c.1566), —cuya teología, curiosamente, influye incluso en la manera personalista de explicar la sexualidad matrimonial.
4.- ¿La doctrina social de la Iglesia es de izquierdas?.- No. Pero de los inicios del personalismo procede ese ingenuo lugar común, por el cual la doctrina social de la Iglesia es de izquierdas. ¿No procederá de aquí el prestigio que los teólogos progresistas han tenido durante todo el posconcilio? No olvidemos que Bernhard Häring (1912-1998), cuya teología está latente en Amoris laetitia, es un ultrapersonalista, y que de la caja de Pandora de su moralismo ecologista surgieron males que echan humo hasta el día de hoy. La moral de situación es una moral que quiere ser de izquierdas, porque en el fondo mendiga del marxismo. Pero también quiere ser de derechas, porque no se atreve a la autodestrucción, y se vuelve liberal. En conclusión, no más que antimetafísica existencialista, cuyo profeta es Heidegger (1889- 1976), omnipresente en la Nueva Teología.
5.- ¿Cumplir con la ley de la Iglesia es propio de fariseos, y no cuenta como testimonio?.- Según este tópico, cumplir es lo propio de fariseos egoístas e individualistas, pura rigidez estática, sometida a la tiranía del espacio; frente al vivir dinámico y comunitario, puro tiempo creativo, que es lo propio de los verdaderos cristianos, hijos de la historia y de las circunstancias cambiantes y mutantes de la vida.
Bajo este punto de vista, parece imposible ser cristiano sin pertenecer a una viva y dinámica comunidad, sea parroquial, sea un movimiento, sea una asociación. El comunitarismo ha sido defendido también teológicamente por Henry de Lubac (1896- 1991) como teoría eclesiológica e incluso como soteriología. Ha influido tanto, que lo colectivo parece imponerse a lo individual.
De esta forma, en el posconcilio, el egoísmo —en cuanto pecado contra el comunitarismo piadoso—, se convierte en el gran mal de la sociedad, por encima de todo pecado, por encima incluso de la apostasía, el aborto, el adulterio, o la herejía. ¿Será que Cristo vino a redimirnos no tanto del pecado, como del egoísmo? ¿Será que salvarse no es fin propio del sujeto, sino de la comunidad? Aceptando este supuesto, es fácil menospreciar la salvación propia como derecho y tarea propia del individuo. Queda sobrevalorado el compromiso, el activismo, la pertenencia a un grupo, como condición para ser buen cristiano y crecer en cristianismo. Se pretende que es malo querer ser una sustancia individual. Lo propiamente cristiano es hacerse componente creativo de una comunidad. El comunitarismo es la dimensión no egoísta del cristiano. Cumplir, por sí solo, es egoísmo farisaico.
Lo importante, según esto, es la responsabilidad y sus valores comunitarios, que laten por debajo de las meras normas particulares y particularistas. O como dice Mounier: «no sólo no se trata de ir a la Iglesia con un corazón fariseo, sino además de que todos sepan que yo soy cristiano, para que todo el mundo juzgue al cristianismo por todos mis actos» (Obras (vol IV, p.635).
Cabe preguntarse si no es una falsa contraposición, también tópica: cumplir contra dar testimonio. Parece que el que va al templo a cumplir el precepto dominical es un fariseo, en lugar de cristiano que da testimonio de guardar la ley moral y comprometerse en su perfeccionamiento natural y sobrenatural. Pero se considera que lo importante es “encarnar” el espíritu en lo personal y comunitario, como creía Mounier. Y cabe preguntarse, de nuevo, si ir a la Iglesia a encontrarse con Cristo donde realmente está, es decir, en la Eucaristía, centro y culmen de la vida cristiana, no es precisamente el distintivo del ser cristiano. Cabe preguntarse si, como cree el personalista, el encuentro con el Salvador es ante todo comunitario, personal y subjetivo, o si por el contrario es primeramente eclesial, sacramental y ontológico.
6.- Cabe preguntarse, también, si los prejuicios antimetafísicos de la fenomenología de la persona son capaces de fundamentar una filosofía o una teología. La respuesta es no. El personalismo no alcanza a ser filosofía. - ¿Acaso los fenómenos son las esencias? ¿Acaso podemos conocer la realidad renunciando al conocimiento de las esencias para construir sobre los fenómenos? como si éstos fueran más esenciales que las esencias— ¿No es condenarse al mero existencialismo?
Obviamente son preguntas retóricas. La respuesta es no: la fenomenología de la persona no puede servir a la teología católica, porque sustancialmente sólo consiste en meras descripciones y descripciones y más descripciones que no alcanzan el ser, como certeramente diría el filósofo tomista Manuel Ocampo Ponce, bloguero de Infocatólica.
En este sentido nos parece vano el empeño inductivo de Maurice Nédoncelle (1905-1976). Sencillamente, porque no se puede indagar «en la realidad de la persona desde un punto de vista fenomenológico para extraer después sus conclusiones» (Íbid, p.32), y al mismo tiempo considerar superfluo o inconveniente el conocimiento abstractivo de las esencias, ni siquiera al modo fenomenológico puro, es decir el de Edmund Husserl (1859- 1938) —que no renuncia a la intuición de las esencias. Es obvio que en una metafísica antimetafísica muy similar podrá fundamentar Bernhard Häring su justificación de la anticoncepción y la defensa de excepciones a los actos intrínsecamente malos.
7.- Tengamos en cuenta, y no lo olvidemos, en qué consiste un paradigma.- Como enseña la RAE: teoría o conjunto de teorías cuyo núcleo central se acepta sin cuestionar y que suministra la base y modelo para resolver problemas y avanzar en el conocimiento. Apliquemos la definición al personalismo: tópicos o conjunto de tópicos cuyo núcleo central se acepta sin cuestionar, y que suministra filosofías y teologías innecesarias para resolver problemas pastorales y avanzar en la enseñanza del Depósito.
Este conjunto de tópicos y lugares comunes no será nunca una filosofía, porque mucha corteza no hace la pulpa. La fenomenología personalista es claramente anticientífica y subjetivista, en contra del pensamiento escolástico tradicional, que es científico y objetivo.
Por eso es necesario ir resolviendo disonancias y regresar al pensamiento tradicional católico. La mente católica necesita desembarazarse del paradigma personalista para poder combatir eficazmente el modernismo, para poder volver a transitar caminos que han sido embarrados: el camino de la objetividad, el camino de la Tradición y de las tradiciones, el camino de la identidad católica. No es posible superar la crisis, por tanto, sin un pensamiento católico fuerte, claro, preciso como una espada.