La decadencia actual del catolicismo no es para siempre. Considerar esta verdad, apercibidos de Escritura y Tradición (y de sus legítimas tradiciones locales) sustente nuestro obrar y pensar pacientes.
Dios, si lo pedimos, puede obtener grandes bienes con ocasión de grandes males. Por eso es vital no equivocar el diagnóstico, ni llamar bien al mal, ni atenuar los síntomas de muerte, como si fueran de vida. Ni justificar lo malo, para obstaculizar lo bueno.
Ligados por esperanza a nuestro Primer Motor, se nos dará mejor movernos a un mayor fruto. La corrupción de las realidades temporales, en que todo es pasajero, puede utilizarse en provecho propio. Atender a su vicisitud consuela: lo malo pasa, no es eterno.
No sabemos si pasará trágicamente, para dar comienzo al fin de los fines.
No sabemos si pasará pedagógicamente, para dar comienzo a un tiempo de mejor y mayor virtud.
No sabemos si pasará judicialmente, para cribar a los que nunca fueron de los nuestros, sino de la Bestia.
Pero sabemos, y esto conforta, que al monstruo moderno le ha sido permitido campear en la casa del Dios vivo para hacer brillar el poder de la divina providencia: pues todo depende principalmente de Dios. No nos quepa duda: «Leviatán, quem fecisti, ut ludat in eo», hiciste al Leviatán para juguete tuyo (Sal Vg, 103, 26).
No sabemos si pasará en esta vida o en la otra. Lo que sabemos es que pasará. Y que podemos ayudar a que pase antes; viviendo virtuosamente, contribuimos a que lo malo pase, y se allane el camino.
Pasará, no quepa duda; este orden adámico, en que la Iglesia milita, está sometido a corrupción. Los que valoran en exceso las cosas temporales, deben concienciarse: los bienes de hoy, por la caída, son bienes de ayer nada más nacen. Y lo mismo, en otro plano, el de la privación, ocurre a los males.
La Iglesia que milita, y da la gracia de su Rey y Señor, la da para siempre, no para que pase. La da para el fin último, no para perderse.
Quien quiera dar a entender esta esperanza, puede aprovecharse de la empresa 140 de don Juan de Borja, con el lema Non in aeternum (no para siempre). Porque, así como los navegantes afrontan la tempestad con la esperanza de que pase pronto, y al oleaje suceda la calma, los católicos debemos afrontar la crisis hodierna con la consideración de que no es para siempre. «Consolándose con ésto en las adversidades, dice el hijo de san Francisco de Borja, pues el que supiere aprovecharse de ellas, como lo hace el justo, no le durará para siempre la tormenta» (pág. 286, ed. de Bruselas, 1680).
¿Cómo aprovecharemos el actual desastre? Profundizando en la doctrina de siempre, sintiendo con la Iglesia de siempre, calmando la tempestad con la autoridad de siempre, que es la de Cristo, no la del mundo. Lo haremos con una renovada infusión de providencialismo; no del moderno, ni del progresista ni del moderado, sino del de siempre.
Tiempos vendrán, en esta o la otra vida, en que la verdad podrá resplandecer más claramente. Entonces Dios Todopoderoso hará justicia y pondrá los puntos sobre las íes. A los justos arrimará al buen puerto de su fin último, y Cristo se mostrará del todo en todo, para gloria de sus elegidos. A los injustos castigará, y conducirá al abismo de la pena, en que será eterno el rechinar de dientes.
Hasta entonces, será preciso demandarle humildemente, cual importuno e insistente amigo, gracia sobre gracia; será urgente acudir, con temor y temblor, a Quien domina tempestades.