3.11.18

Lolo subió al Cielo: La espiritualidad orante, en el dolor, del Beato Manuel Lozano Garrido.

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El dolor es como una espuela, que levanta y, aquel que se pone de pie, vuelve a estar nuevamente cerca del Cielo, de cara a la realidad del Padre.

(“Reportajes desde la cumbre”)

 

Hoy, 3 de noviembre, celebramos (porque hay que celebrarlo) que Manuel Lozano Garrido, Lolo, luego Beato de la Iglesia Católica, fue llamado por Dios. Era un día como hoy pero del año 1971 y, después de pasar largos años sufriendo físicamente y gozando espiritualmente de una vida llena de amor, de esperanza y de caridad por el prójimo a quien tanto ayudó y ayuda con el ejemplo de su vida.

Nada mejor (por nuestra parte) que traer aquí un artículo que Acción Católica (de la que era miembro nuestro Beato)  publicó al que esto escribe hace, ya, cuatro años (Revista “Signo“, número 57, de junio de 2014). Y lo hacemos porque Manuel Lozano Garrido tenía, en la oración, algo más que un refugio; tenía, por decirlo así, una fuente de Agua Viva de donde sacar lo que le mantenía con vida el alma.

Dice, pues, aquello escrito entonces, esto que sigue:

“Que el Padre Dios ama mucho a su descendencia lo demuestra el hecho de que escoge, de entre sus hijos, a un puñado de los mismos para que sean ejemplo de hasta dónde se puede llegar teniendo en cuenta lo que supone saber que se tiene una filiación divina y que, por tanto, el Creador es nuestro Padre.

Nosotros, hijos de Dios como somos, sabemos que nuestro Creador nunca nos abandona pero no alcanzamos a comprender hasta qué punto ama a su descendencia ni qué puede significar, en nuestra vida y para nuestra existencia, que siempre esté esperando la llamada de nuestro corazón al suyo. Por eso nos relacionamos con el Padre a través de la oración cuando somos capaces de bajarnos de nuestro egoísmo y lo miramos con humildad y con mansedumbre.

Por otra parte, es cierto que a lo largo de nuestra vida no siempre todo va a ser de color de rosa sino que, con casi toda seguridad, el sufrimiento nos atenazará y múltiples causas nos abocarán a preguntarnos acerca del mismo cuando no a rechazarlo abiertamente sin obtener provecho alguno de tales momentos.

Pues bien, como hemos dicho arriba, hay personas, creyentes, hermanos en la fe, que muestran que lo son con hechos y, muchas veces, también con palabras. Uno de ellos es Manuel Lozano Garrido, más conocido como “Lolo”, Beato de la Iglesia católica desde el 12 de junio de 2010.

Lolo era muy joven cuando sintió que la fe le atraía con una fuerza que no podía resistir y que, es más, no quería oponerse a que Dios lo llamase a según qué deberes y según qué quehaceres.

A cualquier persona que no tuviera un buen fondo espiritual y no tuviera la cabeza, como suele decirse, bien amueblada a base de principios eternos, la cosa se le hubiera hecho muy cuesta arriba. Es más, pocas personas podrían manifestar un ser tan opuesto a lo que se sufre (que era mucho en el caso de Lolo) y parecer que, al contrario, se lleva una vida totalmente sana de cuerpo a la vista de quien quiera verlo.

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Y esto pudo alcanzarlo el Beato de Linares porque Lolo era hombre de oración.

Decir esto pudiera parecer algo que podría estar de más pues es de pensar que un creyente es persona de oración. Sin embargo, si conocemos (como son más que conocidas) sus circunstancias personales y cómo, a este respecto, se desenvolvió en la vida, nos acercaremos a comprender cómo era Lolo si hablamos de su ser, su persona y el hecho mismo de orar. Por eso, acerca de tal verdad, deja escrito en “Mesa redonda con Dios” que

La plegaria es, pues, como una segunda Encarnación, de vuelta; como una semilla de hombre que se hace raíz en el Belén del corazón de Dios y allí se nutre de su vitalidad. Rezar es la gran panacea contra el vértigo y la problemática de nuestra hora y, como la oración va al hilo de los pasos de los hombres, he aquí que por entre las hileras de rascacielos se abren camino esas plataformas rodantes que son las almas con posibilidad de oración. Ni el ascensor, ni la escalerilla del avión, ni el paraninfo, ni los supermercados dejan de tener la oportunidad de un penacho divino que busca todas las frentes que se alzan con nobleza.

Sabía, por tanto, que orar, en su vida, era algo más, mucho más, que un acto de voluntad tendente a ser escuchado por Dios. Y lo era porque quería manifestarle al Creador que su existencia la estaba gozando muy a pesar de sus múltiples acaecimientos dolorosos. Por eso dice (en “Cartas con la señal de la cruz”) que

Para mí, el misterio más sublime y doloroso es el Getsemaní. En tus momentos de desánimo di mucho que “sí”, sólo “sí”. Esfuérzate en desechar los pensamientos tristes y ya verás cómo en medio de tu tribulación, aunque no se desaparezca, has de empezar a sentir al fondo un algo que anima y conforta: es la alegría de la aceptación, el consuelo de la fe.

A este respecto, el postulador de la causa de beatificación (y ahora de canonización) el P. Rafael Higueras Álamo (que lo conoció muy bien a Manuel Lozano en los últimos años de su vida), nos dice (en su libro “La alegría vivida en el dolor”), acerca de la oración en la vida del Beato Lolo, que

La oración, practicada en silencio y a solas, era un ejercicio continuo, de varias horas al día, dedicando fundamentalmente a eso las horas de la madrugada y el comienzo de la tarde, antes de continuar su trabajo diario. Era una oración extraordinaria y contemplativa, a la vez que sencilla y apoyada en lo visible, que constituía su alimento, en la que reflexionaba los mensajes que luego vertía en sus escritos y de la que extraía la experiencia de gracia necesaria para tener fuerza en la prueba y contagiar alegría a los demás.

Y es que, como Lolo mismo reconoce (en “El sillón de ruedas”) “Al atardecer, revuela un enjambre de avemarías…; a la noche hay que ponerle a Dios la vida entre las manos”. Oración acorde con su propia situación, oración de ser que sufre pero que goza. O, como dice en el punto 580 de “Bien venido, amor”:

La oración es como el pan de cada día: uno no come y se muere; uno no reza y el alma se va desangelando”

Pero lo bien cierto es que el tiempo que nos ha tocado vivir no es tiempo de gozo en el dolor sino, muy al contrario, de huida del mismo y, también, de intento vano de esconder que existe y que, como seres humanos, caminamos por un valle de lágrimas. Mucho menos, seguramente, que el dolor procuremos sanarlo con la oración. Por eso, Manuel Lozano, Lolo, se dirige al Señor porque sabe cómo es él mismo y, orando, le dice (en “Las golondrinas nunca saben la hora”):

¿Y conmigo, Señor, tan pobre como soy, dando siempre estúpidos bandazos, como los pavos, teniendo en cambio pegadas a los costados las alas de ese brillante ángel del dolor, que me cedes cada día? Por favor, Cristo mío, sé indulgente y no te canses nunca de mí. Tan pobre soy, Señor, que tengo conciencia de que nunca podré remontarme por mi propio impulso. De seguro que nunca habrás puesto los ojos en un manojo de tantas debilidades. Así y todo, olvida mi ficha y dame aliento. Haz como esos pájaros hembras que ilusionan a los gorriones a que se lancen al revoloteo.

Cuando me veas que por fin remonto aunque sea un palmo de tierra, pon tu palma debajo y me levantas en el aire hasta que me emborrache de azul perpetuamente.

En realidad, Manuel Lozano Garrido era un tipo de persona muy especial que tenía la impresión de que su sufrimiento tenía un sentido que debía difundir a través de su vida y de sus escritos. Por eso escribiría, en su libro “El sillón de ruedas” que

Sin duda el dolor es una de esas piezas aparentemente oscuras e inexplicables. Tiene mucho de misterio, pero no hasta el punto de velarnos todos sus ángulos de la luz. 

Pero es en el Prólogo de “Cartas con la señal de la cruz” (título, ya, simbólico y significativo) donde apunta hacia el sentido de su vida. Nos dice, en aquella dedicatoria:

A Angelita Gómez, que nunca ha sabido lo que es la salud y ‘vive siempre esperando, con el corazón vestido de fiestas y las lámparas ardidas’ porque ‘el Amor se lo endulza todo”. Y continúa diciendo que “En ti mi admiración por todos los que, en silencio, dan un vivo testimonio de la actividad redentora del sufrimiento”

Y escribe, Lolo, de lo que puede suponer el sufrimiento como actividad redentora porque bien lo estaba experimentando en su persona.

De todas formas, sabemos que, al contrario de lo que se dice, nadie tiene la vida que se merece sino la que las circunstancias le han llevado a sufrir y gozar o a gozar y sufrir. Por eso Manuel Lozano Garrido, creyente entregado al servicio del prójimo y de la Iglesia católica, no cejó en defender que cuando sufría (todo el tiempo desde que la enfermedad lo cogió a los 22 años y, sin soltarle, lo llevó a la Casa del Padre) tenía sentido que así fuera. Por eso su confianza en Dios y en su Providencia le bastaban para seguir adelante por el empinado camino que la vida le había deparado y por eso se apoyó en la oración pues buscó, orando, acercarse a Quien todo lo puede.

Y eso porque sabía que el dolor y el sufrimiento debían ser llevados con el ánimo de quien sabe que, como hijo de Dios, el Padre le espera para acogerlo en sus brazos. Por eso en sus “Cartas con la señal de la Cruz” nos dice que

En el Calvario no se vieron los ángeles y aún el espectáculo de la tierra y el cielo agitados se dio después de la agonía. Cristo se expuso desnudo como un testimonio de la radical desnudez del corazón con que hay que vivir el sufrimiento.

 

Comprender, pues, el sufrimiento y llegar, incluso, a saber aprovecharlo como fuente de vida espiritual profunda que llega hasta donde sólo puede llegar quien ha comprendido y, así, ha amado, resultó crucial en la vida de oración de Lolo: dolor-sufrimiento-oración-gozo entregado al Padre. Por eso nos dice en su maravilloso “Credo del sufrimiento”:

Creo en el sufrimiento como en una elección y quiero hacer, de cada latido, un sí de correspondencia al amor.

CREO que el sacrificio es un telegrama a Dios con respuesta segura de Gracia.

CREO en la misión redentora del sufrimiento.

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Bien está, pues, que recordemos que hubo y hay personas que, como Manuel Lozano Garrido, dando su vida de la forma que la dieron y dan, fueron y son un ejemplo de por dónde ha de caminar un hijo de Dios hacia el definitivo Reino del Padre.

Al fin y al cabo, así lo expresa a la perfección el beato de Linares (también en “Cartas con la señal de la Cruz”):

Sobre todo, lo que vale es que el sufrimiento redime, personal y comunitariamente y que puede quedar en infecundo sin la previa aceptación.

Aceptar, entonces, el dolor, y saber sobrenaturalizarlo, es cosa de hijos de Dios que saben que lo son y lo que representa la filiación divina. Y Lolo, sin duda alguna, demostró que lo fue y, por supuesto, que lo es, ahora, en el Cielo con el Padre Dios. Podríamos decir, y decimos, que su oración fue como una fuente de agua que nos llena el corazón de aquello que, en verdad, vale la pena: amar a Dios sobre todas las cosas y sobre todas las circunstancias sufrientes de nuestra vida. Y dirigirnos, en oración, como hizo Lolo, todo oración y todo dación de gracias, a Quien todo lo creó y mantiene. Por eso, en “Dios habla todos los días” manifiesta un gran gozo cuando opone, al sufrimiento, la esperanza en Dios Padre:

Dicen que las canas salen de sufrir y que, cuando un hombre tiene la cabeza blanca, es porque un mundo de tribulaciones y lamentos le ha ido amasando durante la ancianidad. Con un profundo desconcierto hago memoria de estas ideas, mientras voy repasando ese cráneo de nieve del amigo y mis cabellos, sorprendentemente vitalizados; su mundo tibio, ancho, oficial y evidentemente feliz y éste otro mío circunscrito, en el que el dolor ha ido enredándose agobiadoramente como una hiedra maligna. Y pienso que, afortunadamente, Tú no eres un ente formulario y rigorista y reparas también, dichosamente, estas agudas peripecias de los hombres con sentencia, pomposamente arrinconados.

O, esto otro que escribe en “Cartas con la señal de la Cruz”:

Al principio parecía que el sufrimiento viniese con facha de segador. Por el contrario, lo que hizo fue sembrar en esperanza. Como me debo en sinceridad así digo que sólo él pudo hacer viables mi vocación humana y mis sueños espirituales”.

Todo, para él, debería ser tiniebla según los cánones del mundo moderno que es el lugar donde se equipara bondad física con alegría y gozo. Sin embargo, su absoluta confianza en la Providencia de Dios le hace ver las cosas, las tan terriblemente suyas, como algo de lo que puede gozar.

Es más, quiere, y así lo pide en oración a Dios, que su dolor, que su sufrimiento, no cause otros dolores u otros sufrimientos sino que le afecte a él solo, Siervo del Creador que sabe que lo es. Es, un a modo, de querer que cuando sufra nadie más sufra con él, que no tenga que compartir su sufrimiento diario. Por eso, en “El sillón de ruedas” se dirige al Todopoderoso, que sabe que le escucha porque sabe, él, escuchar a Quien todo lo sabe, y le dice

Señor: Me pregunto si es posible un dolor con escafandra, que abarquille sus tentáculos sobre un corazón mientras los mismos labios dan a partir, sencillamente, el precio  de una corbata o el calor que se nos echa de pronto. Si sufro, me gustaría oír mi grito caracoleando dentro de una coraza de carne petrificada, revestida de amianto, mientras al otro lado se ríe, se canta y se paladea pura y gozosamente el regalo frondoso de la vida. 

Lolo quiere que cuando ora su súplica no consista en pedir esto o lo otro que no tenga más sentido que para él mismo. Al contrario es la verdad porque, servidor del prójimo hasta un extremo tan entregado, se sabe indigno de causar dolor o sufrimiento al otro, al hermano, al hijo de Dios. Por eso pide sufrir solo, en silencio o, como dice él mismo, que su dolor sea “con escafandra”.

De aquí, que enLas golondrinas no saben la horatambién ore al Padre pidiendo lo que sólo un alma grande puede pedir en cuanto al propio sufrimiento se refiere:

Fíjate y ten en cuenta, Señor, las torpezas de mi aprendizaje.  Marchar por el camino de las tinieblas es como arrastrar una zarza por un sendero, que a todos hiere. Ven Tú y que yo me agarre a tu hombro de lazarillo para que el dolor de esta hora sea un secreto que queda a medias entre ambos.

Y es que Manuel Lozano necesita, en la situación de sufrimiento físico por la que pasa muchos años de su vida, saber que el Creador tiene puesta su mirada, también, en él, humilde hijo de un tan gran Padre. Por eso, a Él se dirige directamente en “El sillón de ruedas

Oye, pues, el S.O.S. de las criaturas sin cielo,

con lacra, con cicatrices.

Toma nota y fíjate:

queremos la soledad fecunda, adorar y ser reconocidos.

Y, como cumbre del ansia, arráncanos la bondad hasta llegar a una perfección “standard”;

santos a manojillos: los municipales, las mujeres que van a la compra, las mecanógrafas, las telefonistas y los pobres hombres en sillón de ruedas.

Que la oigas, Cristo. Que nos oigas, Que me oigas.

Lo que Lolo quiere, lo que anhela con las fuerzas todas que su santa alma le proporciona, es que su sufrimiento no quede más que en sufrimiento y a nada conduzca. Lo que pretende, y logra, es que de lo malo salga lo bueno por la voluntad poderosa de quien se sabe con posibilidad de liberar, desde su corazón, una savia que el Espíritu Santo (que allí mora) ha depositado allí, por don y gracia de Dios, y que de hacerla rendir puede iluminar la existencia de los que viven en tinieblas y en sombra de muerte espiritual.

Lolo es, por eso mismo, quien consigue que vivifique lo que podría estar muerto a ojos del siglo y que sea existencia, ser, lo que para otros muchos (quizá para la gran mayoría de desavisados en esto) sólo es vacío y hundimiento del espíritu. Y lo logra porque se sabe capaz de hacerlo, con la esperanza intacta aún después (sobre todo por eso) de darse cuenta de que lo que le queda es mucho más importante que lo que ha perdido. Eso le hace decir (en la “Novena campanada” para recibir un nuevo año que refiere en “Las golondrinas nunca saben la hora”) que

El dolor, desde Ti, ya no tiene pasado ni futuro, es sólo realidad, fluir de savia, arborescencia y redención. No quiero pensar ni en la noche ni en el alba, sino estarme contigo a las doce de la mañana, cuando las penalidades zumban alegres, como abejas laboriosas.

Y es que Manuel Lozano Garrido no es hombre pesimista sino, al contrario, hombre que ve las cosas de una forma tan especial que lo hacen, sin duda, muy especial a él mismo. Casi, se puede decir, que se ríe de aquello que pasa (¡Increíble, esto, a ojos del mundo de entonces y de ahora!) y de lo que pudiera entristecer su alma. Y ora pidiendo, nada más y nada menos, que esto (en “Dios habla todos los días”):

Que sepa la tristeza que a cada minuto de angustia le corresponde una liberación. Por un hombre que acepta, cinco más son liberados. Cada lágrima, vale por una carcajada; un dolor, por un consuelo; la noche, por un mediodía; el silencio, por el clamor íntimo de una ternura que tiene tu raíz palpitante. Así es la fe que mendigo.

Nada puede, en su oración, contra su alma santa e inocente; nada contra su ser hijo del Creador que sabe que su Padre es su Pastor y que nada puede temer. Y es inocente su alma porque se sabe, se quiere, niño con el corazón limpio de cara a Dios. Por eso no extraña nada que en “Cartas con la señal de la cruz” ore pidiendo ser como un infante. Y lo haga preguntando

¿Quieres ser pequeño? Pues ponte a caminar sin hacerle preguntas a Dios. Si el minuto que viene te trae un desengaño el que le sigue una ingratitud,  el siguiente antepone un dolor, tú cierra la boca y apenas la abras más que  para darle conformidad a tu destino.  Ser niño es no tener corazón de gallito, ni descascarillarse de las ilusiones su fulgor. Notar que la vida se pone oscura y, no obstante, levantar la cabeza, aunque nos resbale la lluvia por la cara, porque se sabe que Dios refulge por encima de las nubes. Ser niño es purificar el pensamiento de letreros de alquitrán. Los espíritus alegres son niños; los  que sonríen, los generosos, los amables, los optimistas, niños también.

Y, es más, pide una fe así, como la busca, como la quiere, porque sabe que es la única que, de verdad, le puede acercar a Dios, al Padre a quien tanto ama y, a la vez, anhela tener cerca.

Por eso Lolo, sin duda alguna, es un espejo donde puede mirarse todo aquel que sufra o esté pasando un mal momento. Seguramente, al verse reflejado en aquel hombre santo que, desde un sillón de ruedas, evangelizó sobre y con el dolor, se dé cuenta de que lo suyo es poco, nada, y que, de todas formas, nunca Dios permite que suframos más de lo que somos capaces de soportar.

Y eso Lolo bien que lo demostró cargando con su propia cruz en su caminar hacia el definitivo Reino de Dios y dándonos a entender que lo bueno de ser hijo del Creador es saber llevar nuestra vida por el camino recto que el Todopoderoso ha trazado para nosotros aunque haya muchos tropiezos en el trayecto o nos acechen las espinas.”

Ciertamente, podemos imaginar a Lolo en el Cielo alegrando la vida del Padre haciéndole ver que sus hijos, al fin y al cabo, no son tan malos sino que a veces están muy perdidos. Y Dios, que debe mirar a nuestro Beato con el Amor de Aquel que lo ha visto sufrir y gozar, a la vez, de la inmensidad del Todopoderoso, seguros estamos de que escuchará sus súplicas: “Padre”, le dirá, “que sepan sobrenadar sobre los males del mundo y que te miren con amor, como yo hice cuando estuve con ellos”.

 

Beato Manuel Lozano Garrido, ruega por nosotros.

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Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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Panecillo de hoy:

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Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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2.11.18

Purificadas son las Almas

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La esperanza que Cristo nos dio desde que dijo que iba a preparar estancias en la Casa de su Padre ha hecho que, a lo largo de los siglos, el anhelo por ocupar alguna de las mismas sostenga los corazones más trémulos y aquietado las dudas de la fe que hayan podido surgir. 

Sí, eso está bien pero ¿qué cuando, al morir, pasa si no hemos sido capaces de blanquear nuestra alma para seguir el estándar de limpieza que Dios somete a nuestra parte espiritual? 

De todas formas, hoy festejamos, tenemos por muy bueno hacer eso, a las Benditas Almas que están (¡Están!) en el único lugar donde se puede ver el Cielo a distancia alcanzable y de donde, sí, se puede salir para subir más alta, allí donde Dios nos mira diciéndonos que nos quiere. 

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1.11.18

Santos: son y debemos serlo

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Es bien cierto que los creyentes católicos tenemos mucho a lo que atenernos para tener, de nuestra fe, un conocimiento bastante bueno. 

Hoy día, por eso mismo, casi nadie puede decir que no sabe nada de la fe que tiene aunque, claro está, existen circunstancias que impiden que una persona tenga un conocimiento adecuado de su creencia. 

Sin embargo, los fieles católicos tenemos muchos ejemplos a seguir. 

Desde que Cristo se presentó al mundo y predicó acerca de la Verdad, siendo Él, además, el Camino y la misma Vida, muchas personas se han entregado a la creencia en el Hijo de Dios y lo han hecho de una forma más que adecuada y rindiendo un tanto por cien muy elevado. 

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31.10.18

¿Contra Halloween? Sí, contra Halloween

 

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Es posible que más de uno pueda pensar que la pregunta del título de hoy sobra. Efectivamente sobra porque, en realidad, todo católico ha de estar contra la dizque fiesta de Halloween pero no por llevar la contraria sino por lo que supone el sentido que se le da y la razón por la que se hace. Por eso afirmamos, a continuación que sí, que es obligación nuestra “estar” contra tal presunta “fiesta”.

 

Sin embargo resulta acertado preguntar si, en efecto, hay que estar contra Halloween para decir las causas de tal posicionamiento aún a sabiendas de que, con casi toda seguridad, a lo largo de esta semana en la que estamos muchos centros, públicos, privados o concertados habrán llevado a cabo algún tipo de celebración entorno a tan extraña forma de traer a la muerte a nuestra vida.

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30.10.18

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- Frente al sufrimiento

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

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Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

Durante unas semanas, si Dios quiere, vamos a dedicar el comentario de los textos de Lolo a un apartado particular del libro citado arriba de título “Recuento de beneficios” donde hace indicación de los beneficios de la relación del Beato con el Todopoderoso.

Frente al sufrimiento

 

Y, sin embargo, peor que todo, es sentir el martilleo de la hora de la autenticidad, la criatura que somos rugiendo como un león enjaulado. Ya no cabe la fuga del trajín diario, las andaderas o la clavícula hermana que se nos acerca para el apoyo. A uno, sólo le queda el mundo de su fiereza, el condimento de la soledad, la dura hombría apaleada que exige la frente en alto y la gloria vindicada.

 

El sufrimiento, como es fácil imaginar, no siempre es igual. Y queremos decir con esto que hay grados en pasarlo mal. Y eso lo sabe cualquiera que pueda sufrir una enfermedad de las que se llama de larga duración. Y eso es lo que le pasaba al Beato Manuel Lozano Garrido.

No se puede decir, de todas formas, que sea poco importante saber esto sino que tiene, reconocerlo, una importancia vital: la de nuestra propia existencia material y espiritual.

El Beato de Linares (Jaén, España) tuvo muchas oportunidades de darse cuenta de esto. Y nos lo dice para provecho nuestro, para que estemos capacitados cuando llegue el dolor y el sufrimiento. Y es que no todo está perdido.

Cuando sufrimos podemos hacer uso, digamos, de artimañas que, para cada cual, pueden tener un sentido u otro. Y es que, una cosa es tener el sufrimiento como una realidad que pueda ser fructífera, espiritualmente hablando, y otra, muy distinta, es tenerlo por algo “bueno” de por sí, como si se tratase de una expresión algo así como masoquista. Y el católico no entiende así tal tipo de situaciones…

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28.10.18

La Palabra del domingo - 28 de octubre de 2018

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Mc 10, 46-52

 

“46 Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino.47 Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: ‘¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!’ 48 Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’ 49 Jesús se detuvo y dijo: ‘Llamadle.’ Llaman al ciego, diciéndole: ‘¡Animo, levántate! Te llama.’ 50 Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ‘¿Qué quieres que te haga?’ El ciego le dijo: ‘Rabbuní, ¡que vea!’ 52 Jesús le dijo: ‘Vete, tu fe te ha salvado.’ Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.”

 

COMENTARIO

 

Ut videam! (¡Que vea!)

1.- Bartimeo es un hombre pobre. Ejemplo de la exclusión que suponía, para la sociedad de la época, no ser válido (y no sólo físicamente, pues recordemos la consideración que se tenía del niño y de la mujer) es que había devenido mendigo: un mendigo ciego. No sabemos si era mendigo por ser ciego  o lo era por otra causa, pero, teniendo en cuenta los muchos casos en que en la Escritura se dan casos similares, fácil es pensar que, en esto, sus contemporáneos tampoco habían seguido la Ley de Dios, la de la misericordia. Porque, además, estaba sentado fuera de la ciudad (‘salía de Jericó”, dice el texto), como si estuviera excluido, por si no fuera poco su situación. Por eso su situación era tan especial y tan necesitada de un auxilio grande, más que notable y voluntario de parte de quien quisiera ayudarle.

2.-Jesús, da la impresión, que por Jericó sólo pasa de largo, sin quedarse para nada. Marcos dice que llegaron y ya salían. Sin embargo no perdía, puedo decir, “ripio” de lo que pasaba a su alrededor. Es fácil imaginar que el gentío que lo acompañaba sería bastante tumultuoso y ruidoso. Pero Bartimeo, como aquella semilla que está, porque crece, en el borde del camino, espera que el agua viva caiga sobre él o, al menos, le escuche. Espera, por decirlo pronto, alguna esperanza que le saque de su postrada situación. Por eso se ve en la obligación de alzar la voz, de levantar, por encima de aquella gente, su grito de desesperación que busca lo contrario de lo que lo ampara, ahora. Tiene ansias de conocer a quien pasa. Es posible que sepa de quien se trata (pensemos en alguien que le hubiera dicho, a aquel ciego, que venía Jesús por el camino) y, está seguro, sólo Él pueda ayudarle.

3.- En Bartimeo se reconoce a aquel que, persistente, desea, con fe, alguna cosa que, para él, es muy importante. Pero no sólo lo es para su persona sino que va más allá. Ese “que vea”, esa necesidad de desprenderse de ese velo que lo separa del mundo que le rodea, bien podemos aplicarlo a nosotros: También debemos querer ver, con los ojos de la fe, aquello que nos rodea para, así, hacer cambiar nuestra vida si sigue un camino equivocado. Y si es posible, hacerlo con tanta insistencia como este ciego Bartimeo.

Es más, el hijo de Timeo, tira aquello que, seguramente, es lo único que tiene: “su manto”, aquello que lo cubre de las inclemencias del tiempo, aquello que va a quedar viejo, que ya no necesita porque algo bueno le espera. Deja atrás lo que fue para ser otro hombre, curado, con posibilidad de ver y de mirar.

4.- Pero Bartimeo no se limita a pedir lo que hubiera sido perfectamente comprensible. Con su fe, que Jesús reconoce, pide al maestro que tenga piedad, misericordia. Esto, como no puede ser de otra forma, ejerce un efecto inmediato en Jesús que, al ver a Bartimeo, sabiendo quiera era, pues conoce su fe (como haría con los amigos del paralítico que bajan, a través del techo, hasta donde se encuentra predicando, para que lo cure) y, a pesar de esto, insiste en preguntarle que qué es lo que quería. Sin duda lo que pretendía Jesús es que el propio Bartimeo manifestara esa voluntad que se apoyaba en su fe. Porque el Mesías siempre espera que se le pida (actitud de oración tan necesaria…) y, con esto, reconoce lo que ya sabía y que confirma. Aquel ciego merecía verdaderamente lo que pedía.

5.- Así Jesús, como tantas veces, como tantas otras veces, procede a curar la enfermedad de aquella persona, a devolverlo a la vida común entre sus contemporáneos, a salvarlo para la vida civil de la que era, seguro, un excluido. Por eso le manda que se vaya, a vivir, ahora que puede. Pero esa curación, esa sanción, tiene un fundamento que ha de ser superior al mismo fundamento que origina tal acto. No lo hace, ese milagro, porque el ciego le hubiera caído especialmente bien, que también, sino porque demostró, ha demostrado, la fe suficiente como para que el Mesías le ayude. No es que no lo hubiera hecho igual si esa era su voluntad, sino que insiste en que ha sido la fe la que le ha salvado.

6.- Este es un mensaje claro para nosotros. Lo que nos salva, la fe. Con la fe podemos encarar los problemas, aun los más graves, de nuestra vida. Pero como Bartimeo, no basta con reconocer el bien que nos haya hecho Dios sino que acto seguido, sin solución de continuidad, hay que seguir a Jesús, reconocer en Dios a nuestro Padre, no dejar caer en saco roto lo hecho sino saber cuál es la primera razón, la causa, de que eso se haya producido. Fe, pues; obras, también.

No seamos, pues, ciegos voluntarios, sino, al contrario, pretendamos, al menos, sanar nuestra vida con una visión y fe de Dios que, verdaderamente, nos ayude.

PRECES

 

Pidamos a Dios por todos aquellos que no quieren dejarse iluminar por Cristo.

Roguemos al Señor.

Pidamos a Dios por todos aquellos que no buscan a Cristo.

Roguemos al Señor.

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a aceptar la luz que tu Hijo trajo al mundo para que el mundo se salvase.

Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

 

 

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.

Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

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Por la libertad de Asia Bibi. 
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Por el respeto a la libertad religiosa.                                                                                                                                         
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Enlace a Libros y otros textos.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

 

Panecillo de hoy:

A lo mejor no es tan fácil como pensamos servir al prójimo…

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Para leer Fe y Obras.

 

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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27.10.18

Serie “Al hilo de la Biblia" - La ira de Dios

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

La ira de Dios

 

Resultado de imagen de Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueye

 

Jn 2, 15

 

Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas.”

 

Quien crea que Dios no se enfada y que no castiga es que, sin duda alguna, vive en un mundo donde la verdad no impera. Y Jesucristo, Dios hecho hombre, lo demuestra aquí.

Es bien cierto que, a lo largo del Nuevo Testamento, no vemos a Jesucristo actuar de una forma, digamos, airada. Y no es que no tuviera ocasiones para retorcer algún cuello que otro o dar alguna patada en sálvese la parte. Sin embargo, su naturaleza no era la que determina acciones tales aunque, no por eso, era un hombre apocado y venido a menos en su espíritu. Justamente, era lo contrario. 

El caso es que aquel Maestro, sereno y humilde, no podía estar de acuerdo con ciertas cosas y ciertos comportamientos de sus hermanos pero, sobre todo, con los que fomentaban aquellos que, por Dios, habían sido puestos para conducir a su pueblo al Cielo. Y, claro, lo único que hacían es cerrarles las puertas de la vida eterna con aquella forma de hacer las cosas del alma. Y estalló, así,  como nos muestra San Juan en su Evangelio, muy al principio del mismo. 

¿Qué podía hacer aquel hombre que, aunque Maestro reconocido no tenía poder alguno sobre los que allí estaban?

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26.10.18

Serie "De Resurrección a Pentecostés"- 2. El mensaje del Ángel

De Resurrección a Pentecostés Antes de dar comienzo a la reproducción del libro de título “De Resurrección a Pentecostés”, expliquemos esto.

Como es más que conocido por cualquiera que tenga alguna noción de fe católica, cuando Cristo resucitó no se dedicó a no hacer nada sino, justamente, a todo lo contrario. Estuvo unas cuantas semanas acabando de instruir a sus Apóstoles para, en Pentecostés, enviarlos a que su Iglesia se hiciera realidad. Y eso, el tiempo que va desde que resucitó el Hijo de Dios hasta aquel de Pentecostés, es lo que recoge este libro del que ahora ponemos, aquí mismo, la Introducción del mismo que es, digamos, la continuación de “De Ramos a Resurrección” y que, al contrario de lo que suele decirse, aquí segundas partes sí fueron buenas. Y no por lo escrito, claro está, sino por lo que pasó y supusieron para la historia de la humanidad aquellos cincuenta días.

 

 

Cuando Jesucristo murió, a sus discípulos más allegados se les cayó el mundo encima. Todo lo que se habían propuesto llevar a cabo se les vino abajo en el mismo momento en el que Judas besó al Maestro.

Nadie podía negar que pudieran tener miedo. Y es que conocían las costumbres de aquellos sus mayores espirituales y a la situación a la que habían llevado al pueblo. Por eso son consecuentes con sus creencias y, por decirlo así, dar la cara en ese momento era la forma más directa para que se la rompieran. Y Jesús les había dicho en alguna ocasión que había que ser astutos como serpientes. Es más, había tratado de librarlos de ser apresados cuando, en Getsemaní, se identificó como Jesús y dijo a sus perseguidores que dejaran al resto marcharse.

Por eso, en tal sentido, lo que hicieron entonces sus apóstoles era lo mejor.

Aquella Pascua había sido muy especial para todos. Jesús se había entregado para hacerse cordero, el Cordero Pascual que iba a ser sacrificado para la salvación del mundo. Pero aquel sacrificio les iba a servir para mucho porque el mismo había sido precedido por la instauración de la Santa Misa (“haced esto en memoria mía”, les dijo el Maestro) y, también, la del sacerdocio a través del Sacramento del Orden. Jesús, pues, el Maestro y el Señor, les había hecho mucho bien tan sólo con arremangarse y lavarles los pies antes de empezar a celebrar la Pascua judía. Luego, todo cambió y cuando salieron Pedro, Santiago y Juan de aquella sala, en la que se había preparado la cena, acompañando a Jesús hacia el Huerto de los Olivos algo así como un gran cambio se había producido en sus corazones.

Pero ahora tenían miedo. Y estaban escondidos porque apenas unas horas después del entierro de Jesús los discípulos a los que había confiado lo más íntimo de su doctrina no podían hacer otra cosa que lo que hacían.

De todas formas, muchas sorpresas les tenía preparadas el Maestro. Si ellos creían que todo había terminado, muy pronto se iban a dar cuenta de que lo que pasaba era que todo comenzaba.

En realidad, aquel comienzo se estaba cimentando en el Amor de Dios y en la voluntad del Todopoderoso de querer que su nuevo pueblo, el ahora elegido, construyera su vida espiritual sobre el sacrificio de su Hijo y limpiara sus pecados en la sangre de aquel santo Cordero.

Decimos, pues, que todo iba a empezar. Y es que desde el momento en el que María de Magdala acudiera corriendo a decirles que el cuerpo del Maestro no estaba donde lo habían dejado el viernes tras el bajarlo de la cruz, todo lo que hasta entonces habían llevado a sus corazones devino algo distinto.

El caso es que los apóstoles y María, la Madre, habían visto cómo se abría ante sí una puerta grande. Era lo que Jesús les mostró cuando, estando escondidos por miedo a los judíos, se apareció aquel primer domingo de la nueva era, la cristiana. Entonces, los presentes (no estaba con ellos Tomás, llamado el Mellizo) se asustaron. En un primer momento no estaban seguros de lo que veían pudiese ser verdad. Aún no se les habían abierto los ojos y su corazón era reacio en admitir que su Maestro estaba allí, ante ellos y, además, les daba la paz y les hablaba. Todos, en un principio, actuaron como luego haría Tomás.

Todo, pues, empezaba. Y para ellos una gran luz los iluminaba en las tinieblas en las que creían estar. Por eso lo que pasó desde aquel momento hasta que llegó el día de Pentecostés fue como una oportunidad de acabar de comprender (en realidad, empezar a comprender) lo que tantas veces les había dicho Jesús en aquellos momentos en los que se retiraba con ellos para que la multitud no le impidiese enseñar lo que era muy importante que comprendieran. Pues bien, entonces no habían sido capaces de entender mucho porque su corazón no lo tenían preparado. Ahora, sin embargo, las cosas iban a ser muy distintas. Y lo iban a ser porque Jesús había confirmado con hechos   lo que les había anunciado con sus palabras y cuando le dijo a Tomás que metiera su mano en las heridas de su Pasión supieron que no era un fantasma lo que estaban viendo sino  al Maestro… en cuerpo y alma.

Sería mucho, pues, lo que pasaría en un tiempo no demasiado extenso desde que el Hijo de Dios volvió de los infiernos hasta que el Espíritu Santo iluminara los corazones y las almas de los allí reunidos. Era, pues, aquello que sucedió entre Resurrección y Pentecostés.” 

2. El mensaje del Ángel

 

Los Ángeles y Cristo

 

Que los Ángeles estén presentes en un momento tan importante como es el de la Resurrección del Señor es algo que, de suyo, era de esperar.

A lo largo de la vida del Hijo de Dios muchas veces se hacen presentes. Así, desde la Encarnación (cf Lc 1, 26-38) a la Ascensión de Cristo a los cielos (cf. Lc 24, 50-51) los Ángeles se hacen presentes puestos al servicio de Jesús y rodeándolo para adorarlo. También habían tenido su aparición tanto en el aviso a Zacarías del nacimiento de su hijo Juan (cf. Lc 1, 5-20) como en la recomendación A San José acerca de acoger en su casa a su desposada María (cf. Mt 1, 20-24) porque el hijo que llevaba en su seno era obra del Espíritu Santo o, lo que es lo mismo, de Dios.

Pero es que al justo José un mensajero de Dios le advierte:

“Levántate, toma el niño y a su Madre y huye a Egipto” (Mt 2, 13).

De todo esto deducimos que los Ángeles no tienen una intención pasiva en la historia de la salvación sino que, al contrario, su papel es protagonista en los misterios centrales de nuestra fe. Por eso, si bien el mensaje de la salvación va dirigido a los hombres, criaturas creadas a semejanza de Dios, los Ángeles son tenidos muy en cuenta e intervienen, como hemos dicho, en momentos cruciales de nuestra historia como hijos de Dios que han necesidad de salvación y, esta, eterna.

El caso es que Dios, que también ha creado a los Santos Ángeles, ha estimado bien que sean ellos los que cumplan con esa misión tan especial que consiste en poner en conocimiento del hombre lo que es importante que conozca: Zacarías acerca de quién iba a nacer; María acerca de su plenitud de gracia o José acerca de lo prudente que debía ser en el caso del embarazo de su joven desposada.

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25.10.18

El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - Dios, aquí mismo

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” –  Dios, aquí mismo

“¡Qué grande es Dios! ¡Qué infinita es su sabiduría! ¡Qué bien ordena los acontecimientos para siempre su mayor gloria!

No necesita Él llevarme por el mundo y mostrame sus maravillas para que mi pobre alma se abisme en su nada, y le adore en su imponente Majestad.” (Punto 250)

 

Que el hermano Rafael ama a Dios (lo decimos en presente aunque, claro está, el texto es de antes de que pasara a la Casa del Padre pero estamos seguros de que ahora, ahora mismo, “ama a Dios” con una realidad más gozosa que cuando habitaba entre los hombres del mundo) es bien cierto. Y que lo muestra y demuestra en este texto, también.

Nosotros tenemos por verdad que Dios, cuando creó todo lo existente, no lo abandonó porque descansara el último día de aquel tiempo (fuera el que fuese) No. Estamos más que seguros que hoy mismo sigue manteniendo su creación.

Pues bien, todo lo que pasa no es por casualidad. Aquí no cabe tal posibilidad sino que todo, que está ordenado por Dios, pasa, como bien dice San Rafael Arnáiz Barón, para gloria de Dios.

Entonces ¿cuándo una persona enferma o pasa por malos momentos también acaece eso para gloria de Dios?

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24.10.18

Reseña: ”De rodillas”

      De rodillas        De rodillas

 

Título: De rodillas

Autor: Eleuterio Fernández Guzmán.

Editorial: Lulu.

Páginas: 86

Precio aprox.:  3.50 € en papel – 0.99 € formato electrónico.

ISBN: 5800130495487 papel; 978-0-244-42250-9 electrónico.

Año edición: 2018

 

Los puedes adquirir en Lulu.

De rodillas” - de Eleuterio Fernández Guzmán.

Con este libro continuamos la serie de libros que, dentro de la denominación de Fe práctica, hemos dado en empezar. El que sigue lleva el título “De rodillas”, del que reproducimos la Introducción del mismo.

 

“Introducción

No podemos negar que, muchas veces, la descendencia de Dios, aquellos seres que hemos sido creados por el Todopoderoso, y no de cualquier forma sino a su imagen y semejanza, olvidamos, precisamente, eso. 

La fe nos dice, eso sí, que Dios nos ha creado y que por eso nunca deberíamos hacer como si su realidad, su existencia y, en fin, aquello que lo define y contiene, no fuera de nuestra importancia. 

Es bien cierto, a este respecto, que no hay más ciego que ele que no quiere ver y, claro, más sordo que el que no quiere oír y, menos aún, escuchar. 

El caso es que, en lo referido a la ceguera y a la sordera no es que Dios haya hecho poco (y haga) para que veamos y para que escuchemos sino, justamente, al contrario. 

Todo, desde nuestra propia existencia hasta todo lo que nos rodea, nos habla del Creador. 

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