“El Reino y el reinado de Cristo” - de Eleuterio Fernández Guzmán
Para un hijo de Dios que, en el seno de la Iglesia católica, vive y sobrevive a las asechanzas del Maligno, el Reino de Cristo es, simplemente, lo mejor que se le puede anunciar pero, sobre todo, es el que debe vivir y existir desde que se reconocer hermano del Maestro. Por eso, hemos dedicado un pequeño texto al tema del Reino de Cristo y, claro está, a su reinado en el corazón del hombre y en el mundo.
Del mismo, traemos aquí la Presentación:
“¡Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano! Miradnos humildemente postrados; vuestros somos y vuestros queremos ser, y a fin de vivir más estrechamente unidos con vos, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.
Muchos, por desgracia, jamás, os han conocido; muchos, despreciando vuestros mandamientos, os han desechado. ¡Oh Jesús benignísimo!, compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón Santísimo.
¡Oh Señor! Sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado; haced que vuelvan pronto a la casa paterna, que no perezcan de hambre y miseria.
Sed Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos; devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor.
Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría; dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino.
Conceded, ¡oh Señor!, incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos los pueblos la tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino esta voz: ¡Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud! A Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Amén.”
Hoy es 1 de enero luego, el primer día del nuevo año 2019 contado desde que los cristianos hacemos lo propio tras el nacimiento del Hijo de Dios. Y nada mejor que empezar un nuevo curso temporal recordando a quien, con su respuesta de sí a Dios quiso ser su Madre.
Sí, nos referimos a María, a la Virgen, Santísima e Inmaculada María. Y es que hoy es, como suele decirse, “su día”. Vamos, que celebramos su santo nombre.
Seguramente, quien esto escribe no puede decir nada ni nuevo ni mejor de lo que se ha dicho sobre nuestra Madre del Cielo. Pero eso no quita, ni mucho menos que, como hijo, diga lo que creo debe ser dicho por muchas veces que se haya dicho, escrito, escuchado o leído.
Hemos dado en titular el artículo de hoy “María, siempre María”. Y es que, en efecto, siempre es María a quien tenemos y tendremos por Madre, a quien podemos diriginos e implorar su auxilio y, por fin, su intercesión ante Dios, Padre suyo y nuestro pero, no lo olvidemos, hijo suyo…
Sí, sabemos que esto de que María sea Madre de Dios e hija suya es algo difícil de comprender. Sin embargo, lo que nos pasa muchas veces es que queremos comprender lo que ahora no puede ser comprendido y sólo lo será cuando, en el Cielo (Dios quiera que allí lleguemos y nosotros pongamos todo de nuestra parte) muchas cosas se nos expliquen y seamos capaces, entonces sí, de comprender. Ahora, pues, nos basta con la fe que, siendo como somos de pecadores… es más que suficiente.
En efecto, hoy es 31 de diciembre y eso viene a querer decir que se termina otro año de la vida del mundo y, claro, de nosotros mismos. Y eso, sabiendo que, en cualquier momento podemos ser llamados por Dios a dar cuentas de lo que hemos sido en su Tribunal… pues está bien aunque, claro, nunca sabemos qué es lo mejor.
Bueno. El caso es que hoy termina este año que es el 2018 desde que se cuenta en el “después de Cristo”. Por tanto, nuestra existencia tiene todo que ver con la de aquel Dios que quiso hacerse hombre y nació hace muchos, muchos, siglos. Pero nosotros, que no olvidamos lo bueno de todo aquello, contamos el tiempo desde aquel momento en el que, en una noche más que buena y tras ella vino al mundo el Mesías.
Y hoy es 31 de diciembre. Se acabó, se terminó otro periodo de doce meses humanamente hablando porque ya sabemos que una cosa es eso y otra, muy distinta, lo que a nosotros nos ha pasado en el corazón.
Sí, el Cielo (Dios quiera y nosotros pongamos todo de nuestra parte) está más cerca que el pasado 1 de enero. Y los pasos que hayamos dado en tal sentido tienen consecuencias, como bien sabemos. Y las mismas tienen todo que ver con nuestra salvación eterna.
Todo, en tal sentido, termina hoy pero todo, también empieza mañana, 1 de enero. Y, por decirlo así, todo está por ver y todo por pasar. Y como mañana vamos a dedicar estas letras a la Virgen María, de la cual celebraremos un día muy especial, digamos hoy lo que nos parece lo que ha de venir, vamos, el porvenir.
Bien podemos preguntarnos qué es lo que este nuevo año puede plantearnos y qué, sobre todo, podemos responder atendiendo, en primer lugar, a la voluntad de Dios.
“41 Los Padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. 42 Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta 43 y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. 44 Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; 45 pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.46 Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; 47 todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. 48 Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: ‘Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.’ 49 El les dijo: ‘Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?’ 50 Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. 51 Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.52 Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.”
COMENTARIO
Siendo Hijo
Cumpliendo con sus tradiciones, los judíos, y con el comportamiento ordinario de todo miembro del pueblo elegido, Jesús, María y José, acudían, regularmente, a Jerusalén, desde Nazaret, a celebrar la fiesta de la Pascua. El respeto a la Ley era, pues, elocuente. De hecho Jesús, en su vida, nunca se alejó del verdadero sentido que de Dios partió para que su semejanza, la que había creado, se condujera por el camino correcto.
Ante este hecho, el que Jesús se “pierda”, por así decirlo, de su familia, y se quede en Jerusalén, donde le encuentran, bien podemos ver tres formas distintas de encarar la situación que son la de María, la de José y, por último, la del mismo Jesús.
Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.
Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.
Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.
Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.
Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar
“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)
Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.
La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “(Planeta Testimonio, 2006, p. 153)
“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: una carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.
Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.
Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.
Despedida y hasta pronto y siempre
No. En este artículo no es que se despida del blog de InfoCatólica quien esto escribe. Y si eso molesta a algún lector que pueda tenerle manía… en fin, ¡qué se le va a hacer! En realidad, soy demasiado insignificante como para que pase eso y no creo tener enemigo alguno que quiera tal cosa.
Es bien triste que se aproveche cada año el recuerdo que se trae hoy mismo a la memoria para hacer chanza y chistes al respecto del espíritu del mismo. Y aún es más triste que haya católicos que participen de eso o que gocen viendo como otros lo hacen…
Hubo, entonces, muchos inocentes que fueron santos porque dieron su vida, protomártires, por Cristo sin saber siquiera razones de tal suceso. Santos que de seguro subirían a la Casa de Dios para morar eternamente en las praderas de su Reino cuando se abrieron las puertas del Cielo. ¿Qué tiene eso de gracioso, tales muertes de diversión?
Aquello lo describe el evangelista Mateo en los versículos 13 al 18 del capítulo 2 de su Evangelio. Y lo hace así:
“Después que ellos se retiraron, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: ‘Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.’El se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: ‘De Egipto llamé a mi hijo’. Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: ‘Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen.”
Este texto del Evangelio de San Mateo muestra, por ejemplo, hasta dónde puede llevar el ansia de poder al ser humano. Pero también muestra, nos enseña, que antes de todos los mártires hubo quienes entregaron su vida por Quien acababa de nacer.
Seguramente, aquel joven era discípulo de Juan el Bautista. Por eso, cuando nos dice en su Evangelio que después de haber escuchado de boca de quien bautizaba en el Jordán que aquel a quien señalaba era el Cordero de Dios, aquel joven (de cuyo nombre nada se dice en el texto bíblico pero que suponemos se refiera a sí mismo) y otro siguieron a Jesús y le preguntaron dónde vivía.
Aquel joven, de nombre Juan, era muy joven. Primero, por tanto, fue discípulo, luego Apóstol y, por fin, Evangelista. Y hoy, 27 de diciembre, tan sólo unas pocas horas después de que hayamos celebrado el nacimiento de su Maestro, hacemos lo propio con la persona de aquel que tanto nos dejó del mismo.
Decimos que tuvo que ser discípulo de Cristo antes de ser otra cosa.
Era, decimos arriba, seguidor de Juan el Bautista. Pero, una vez habiendo oído que aquel a quien señalaba su maestro era el Mesías, el Cordero de Dios, no dudó lo más mínimo en seguirlo y, claro, en dejar a quien hasta entonces le había enseñado el camino hacia el Todopoderoso. Aunque, a tal respecto, estamos más que seguros que el primo de Jesús no se enfadó ni nada por el estilo por haber perdido adeptos sino que gozó sabiendo que su misión la había cumplido a la perfección.
Boanerges – El otro Evangelio de San Juan, de Eleuterio Fernández Guzmán
Recién ha terminado, primero, el tiempo de Adviento y, luego, la Nochebuena y la Navidad. Ha vuelto a nacer en nuestros corazones el Hijo de Dios y eso ha de suponer mucho para sus hermanos los hombres.
Sabemos que, como mucho conocemos de la vida del Jesucristo, es posible que se agolpen en nuestro corazón muchos acontecimientos. Es decir, nosotros no somos como aquellos que vivieron el nacimiento del hijo de María y, adoptivo, de José. No. Nosotros estamos al cabo de la calle de lo que entonces pasó y, sobre todo, de lo que pasaría luego, a lo largo de los años hasta que aquella nueva criatura venida al mundo muriera en la Cruz.
Con esto queremos decir que presentar ahora un libro, modelo novela, sobre lo que uno de los que serían discípulos suyos, Juan, el hermano de Santiago e hizo de Zebedeo, no debe resultar extraño. Y no debe resultar extraño porque Cristo está en nuestro corazón en todo tiempo. Aunque, para ser franco del todo, lo pongo aquí ahora porque no he querido enviárselo a nadie para ver si querían publicarlo porque ya sabemos cómo está la cosa de la publicación y, es bien cierto, que las editoriales sólo pueden ir, digamos, “a tiro fijo” y no se arriesgan con nadie que no sea conocido. De todas formas, vale para quien esto escribe que el tiempo litúrgico en el que nos encontremos no puede hacer impensable hablar de otras cosas que no correspondan con el mismo. Eso lo tengo más que claro.
La luz que nace al mundo no es una que lo sea, en exclusiva, cristiana sino que es, desde Dios, para el universo de seres humanos que somos hijos suyos. Es decir, para todos y todos estamos llamados a aceptarla y a tenernos por hijos suyos.
Evangelizar es necesario por el simple hecho de que Quien ha nacido necesita ser conocido. Es luz y es Dios.
Se suele decir que, cada año, por estas fechas, manifestamos ideas de cambio para nuestras vidas, ideas de llegar a ser mejores, de alcanzar dichas las cuales llenen nuestro corazón y lo ensanchen porque este es un momento adecuado para pedir lo que anhelamos que se cumpla. Tiempo es, pues, de soñar con los ojos abiertos que es la única manera de no quedarnos aislados del mundo y someternos a la realización de lo por alcanzar.
Seguramente podría escribir sobre esta noche tan especial pero, con franqueza, me basta con desear que sea buena y que esta Noche Buena lo sea de verdad para todos aquellos que lean esto.
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Licenciado en Derecho, casado y con dos hijos. Hijo de Dios y hermano en Cristo… en defensa de la fe, sabiendo que en esta labor, a veces ingrata pero siempre fructífera, no estoy solo sino, al contrario, acompañado de muy buenas compañías.
Mi correo electrónico, para quien quiera hacerme llegar una queja, alguna noticia, etc. es [email protected]