Eppur si muove - Leyes intrínsecamente perversas
A lo largo de los siglos el ser humano ha venido desarrollando una labor tendente a regular la convivencia entre iguales. Así, mientras que en las sociedades más primitivas el orden establecido se limitaba, sencillamente, al ejercicio del poder por quien lo ostentaba sustentándose el mismo más en la fuerza que en la misma razón, con el paso de los siglos la civilización se ha ido civilizando.
Así, por ejemplo, tengo entendido que con la Ley de las XII Tablas (mediados del siglo V a.C.) se limitó el especial caso de la venganza privada y se impuso el tan conocido “Ojo por ojo, diente por diente” (Ley del Talión) que, aunque pueda ser considerado una salvajada visto desde el nuestro ahora era, más que nada, un hacer que viniese a menos la toma de la justicia “por su mano” en exceso a aquello que se hubiera soportado como delictivo.
La sociedad había alcanzado, con aquel simple cambio, un modo de ser que podríamos considerar correcto aunque, claro, muy lejos de lo que hoy día se considera “civilizado”.
Sin embargo, el ser humano, cierto ser humano, ha conseguido lo que era casi imposible: volver a aquella etapa en la que matar al hijo era un derecho del padre aunque, ahora, llevado por el feminismo radical, lo es de la madre y, además, considerado un “avance” de la humanidad.