Inocentes
Nunca he compartida la idea según la cual el que se llama “Día de los inocentes” sea tomado a chanza y a juerga y que, por eso mismo, las bromas del más diverso pelaje se lleven a cabo y, en general, la risa sea lo que más conviene o, como poco, la sonrisa.
Los inocentes que se recuerdan no estaban para reír ni, hoy día, están para hacer tal cosa.
Sabemos que así se llaman a los que persiguió Herodes con la malsana intención de terminar con el Hijo de Dios. Mató por egoísmo pero, sobre todo, por ignorancia.
Inocentes aquellos que dieron su vida, mártires sin saberlo antes, incluso, que Esteban, por su hermano y Dios Jesucristo.
Pero hoy día no tenemos que irnos muy lejos para descubrir a otros inocentes que también dan su vida sin merecer una muerte ni buscada ni esperada.
Por tales inocentes debemos pedir a Dios que los acoja en su seno y que haga, de ellos, un ejemplo, de entrega y de salvación inocente para que nos sirva de ayuda en las tribulaciones por las que pasamos los hijos del Creador que tenemos tal fe y que de ella hacemos causa de nuestra vida.