Entre la luz y la tiniebla - Corazones de piedra o de carne
El espacio espiritual que existe entre lo que se ve y lo que no se ve, entre la luz que ilumina nuestro paso y aquello que es oscuro y no nos deja ver el fin del camino, existe un espacio que ora nos conduce a la luz ora a la tiniebla. Según, entonces, manifestemos nuestra querencia a la fe o al mundo, tal espacio se ensanchará hacia uno u otro lado de nuestro ordinario devenir. Por eso en tal espacio, entre la luz y la tiniebla, podemos ser de Dios o del mundo.
Corazones de piedra o de carne
“Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios”.
El profeta Ezequiel (11, 19-20) escribe que el Espíritu le hizo decir, o lo que es lo mismo, escribir, que el Creador iba a proceder de tal manera con el pueblo de Israel: vendrían a ser, de tal manera, un nuevo grupo de elegidos por Dios en el que predominara no ya la dureza del corazón sino, al contrario, lo que se predica de Dios y es que tiene “raham” o entrañas de misericordia.
Eso era lo que el Padre quería suscitar entre los suyos: un corazón nuevo, una nueva forma de ser, un nuevo renacer de entre las tinieblas de la perdición que habían hecho que obraran “según las normas de las naciones que os circundan” (Ez 11, 12) y no de acuerdo a los preceptos de Dios cuyas “normas no habéis guardado” (Ídem anterior).
Eso es lo que, precisamente, también se nos pide a nosotros, los discípulos de Cristo y, por lo tanto, hijos de Dios sujetos espiritual y materialmente a tal filiación divina.