Serie José María Iraburu - 11- Por obra del Espíritu Santo
“El Espíritu Santo es la más ignorada de las tres Personas divinas. El Hijo se nos ha manifestado hecho hombre, y hemos visto su gloria (Jn 1,14). Y viéndole a Él, vemos al Padre (14,9). Pero ¿dónde y cómo se nos manifiesta el Espíritu Santo?”
Por otra del Espíritu Santo (O.-E.S.)
Introducción
José María Iraburu
En el principio…
El mismo Génesis (1) dice que “La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas”. Entonces, el mismo Espíritu del Creador aparece como parte de la creación.
Sin embargo, como muy bien dice el P. Iraburu, el Espíritu Santo no es que sea más o menos desconocido sino que es, directamente, ignorado. Es más, es la que se ignora más. Y se hace la pregunta que encabeza este artículo que es, precisamente, el punto de donde ha de partir el conocimiento del Espíritu Santo.
Dice, además, que “Aquella ignorancia de los primeros cristianos efesios, «ni hemos oído nada del Espíritu Santo» (Hch 19,2), viene a ser ya una precaria tradición entre los cristianos hasta el día de hoy” (2).
Pero, como es de esperar, el mayor o menor conocimiento del Espíritu Santo, resulta crucial para un creyente. Es más, autores como Santo Tomás de Aquino, Juan de Santo Tomás o el papa León XIII “muestran, con otros muchos autores, que la vida espiritual cristiana alcanza su perfección solamente cuando llega a ser mística, es decir, cuando en ella predomina el ejercicio habitual de los dones del Espíritu Santo” (3). De aquí que “La ignorancia de los dones del Espíritu Santo, y en general de la vida sobrenatural en su forma pasiva-mística, implica un desconocimiento de la verdadera vida cristiana” (4) a lo que añade que “Quien sólo la conoce por las descripciones de su fase ascética inicial, ignora lo que la vida cristiana es en plenitud” (5).
Revelación del Espíritu Santo
Es claro que cuando Dios se revela a Israel no lo hace en el sentido de lo que se considera el misterio de la Santísima Trinidad. Así, “La Escritura antigua suele hablar del Espíritu divino en cuanto fuerza vivificante de la creación entera, ya desde su inicio (Gén 1,2; 2,7)” (6) como hemos referencia arriba. Pero “desde el fondo de los siglos, anuncia la Escritura que, en la plenitud de los tiempos, Dios establecerá un Mesías, en el que residirá con absoluta plenitud el Espíritu divino (Is 11,1-5; 42,1-9)” (7).