7.04.13

La Palabra del Domingo .- 7 de abril de 2013

Por la libertad de Asia Bibi.
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Por el respeto a la libertad religiosa.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Si nuestra fe flaquea porque somos débiles de corazón debemos pedir a Dios que nos de la suficiente fuerza como para no caer en tal tentación.

Jn 20, 19-31

Biblia

19 Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» 20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. 21 Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» 22 Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. 23 A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» 24 Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» 25 Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.»26 Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.» 27 Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.» 28 Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» 29 Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.» 30 Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. 31 Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”.

COMENTARIO

Para que todo lo que hizo tuviera sentido tuvo que aparecerse, Jesús, a sus discípulos que, con miedo, estaban escondidos. Sólo así comprendieron todos los, para ellos, extraños mensajes que habían recibido de Él y que, en su tiempo, no entendieron.

Y se presentó ante ellos con la paz por delante, como deseándoles lo mejor, la tranquilidad del alma, la mejor forma de manifestarse, la expresión pura y simple de su ser.

Para que acabaran de creer, les enseñó las marcas de su Pasión. Así, todo se cumplía, la comprensión de sus seguidores fue total.

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6.04.13

Serie P. José Rivera - Navidad

Por la libertad de Asia Bibi.
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Por el respeto a la libertad religiosa.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Tiempo de gozo aquel en el que recordamos que nace el Hijo de Dios. No olvidemos que nació para salvarnos.

Y, ahora, el artículo de hoy.
Serie P. José Rivera
Presentación

P. Ribera

“Sacerdote diocesano, formador de sacerdotes, como director espiritual en los Seminarios de El Salvador e Hispanoamericano (OCSHA) de Salamanca (1957-1963), de Toledo (1965-1970), de Palencia (1970-1975) y de nuevo en Toledo (1975-1991, muerte). Profesor de Gracia-Virtudes y Teología Espiritual en Palencia y en Toledo.”

Lo aquí traído es, digamos, el inicio de la biografía del P. José Rivera, Siervo de Dios, en cuanto formador, a cuya memoria y recuerdo se empieza a escribir esta serie sobre sus escritos.

Nace don José Rivera en Toledo un 17 de diciembre de 1925. Fue el menor de cuatro hermanos uno de los cuales, Antonio, fue conocido como el “Ángel del Alcázar” al morir con fama de santidad el 20 de noviembre de 1936 en plena Guerra Civil española en aquel enclave acosado por el ejército rojo.

El P. José Rivera Ramírez subió a la Casa del Padre un 25 de marzo de 1991 y sus restos permanecen en la Iglesia de San Bartolomé de Toledo donde recibe a muchos devotos que lo visitan para pedir gracias y favores a través de su intercesión.

El arzobispo de Toledo, Francisco Álvarez Martínez, inició el proceso de canonización el 21 de noviembre de 1998. Terminó la fase diocesana el 21 de octubre de 2000, habiéndose entregado en la Congregación para la Causas de los Santos la Positio sobre su vida, virtudes y fama de santidad.

Pero, mucho antes, a José Rivera le tenía reservada Dios una labor muy importante a realizar en su viña. Tras su ingreso en el Seminario de Comillas (Santander), fue ordenado sacerdote en su ciudad natal un 4 de abril de 1953 y, desde ese momento bien podemos decir que no cejó en cumplir la misión citada arriba y que consistió, por ejemplo, en ser sacerdote formador de sacerdotes (como arriba se ha traído de su Biografía), como maestro de vida espiritual dedicándose a la dirección espiritual de muchas personas sin poner traba por causa de clase, condición o estado. Así, dirigió muchas tandas de ejercicios espirituales y, por ejemplo, junto al P. Iraburu escribió el libro, publicado por la Fundación Gratis Date, titulado “Síntesis de espiritualidad católica”, verdadera obra en la que podemos adentrarnos en todo aquello que un católico ha de conocer y tener en cuenta para su vida de hijo de Dios.

Pero, seguramente, lo que más acredita la fama de santidad del P. José Rivera es ser considerado como “Padre de los pobres” por su especial dedicación a los más desfavorecidos de la sociedad. Así, por ejemplo, el 18 de junio de 1987 escribía acerca de la necesidad de “acelerar el proceso de amor a los pobres” que entendía se derivaba de la lectura de la Encíclica Redemptoris Mater, del beato Juan Pablo II (25.03.1987).

En el camino de su vida por este mundo han quedado, para siempre, escritos referidos, por ejemplo, al “Espíritu Santo”, a la “Caridad”, a la “Semana Santa”, a la “Vida Seglar”, a “Jesucristo”, meditaciones acerca de profetas del Antiguo Testamento como Ezequiel o Jeremías o sobre el Evangelio de San Marcos o los Hechos de los Apóstoles o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías, de las cuales o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías.

A ellos dedicamos las páginas que Dios nos dé a bien escribir haciendo uso de las publicaciones que la Fundación “José Rivera” ha hecho de las obras del que fuera sacerdote toledano.

Serie P. José Rivera
Navidad

Adviento

Tras el Adviento, tiempo en el que esperamos a Quien tiene que venir para salvar a la humanidad, el que lo es de Navidad supone la culminación de la esperanza del pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra. Navidad viene a ser lo mismo que tiempo de certeza en la fe y de verdad hecha carne.

Es bien cierto que cualquier hijo de Dios reconoce en el tiempo de Navidad uno que lo es muy especial. Que es, por decirlo así, un misterio para nosotros. Por eso, el P. José Rivera entiende que (1)

“Como tal, como todo misterio nos desborda, rompe nuestras normas y hay que dejarse “romper". Y ésta es la raíz de la conversión.

Dios no tiene nuestros modos -es infinito- y quiere sacarnos de los nuestros para divinizarnos.

No podemos comprender (abarcar), pero sí entender -tender continuamente al misterio- penetrándolo. El Espíritu Santo nos mete en el misterio para vivir toda nuestra vida y todas nuestras actividades desde ahí.

Avivemos la esperanza, pues todo misterio es fructuoso. Y Dios nos lo revela y nos da la gracia de celebrarlo, para que lo vivamos y disfrutemos.

Tenemos dos peligros: O contemplar como si del misterio no saliesen consecuencias, como si el misterio no nos comprometiese. O sacar las consecuencias, sin arrancar de la contemplación.”

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5.04.13

Eppur si muove - Ahora que tanto se ha dicho sobre el Papa Francisco

Por la libertad de Asia Bibi.
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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

La esperanza es una virtud que tiene la virtud de querer, siempre, permanecer en nuestro corazón. No hagas como que es fácil desprenderse de ella.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Papa Francisco

La barca de Pedro ya tiene remero-jefe que la guíe por el proceloso mar en el que se encuentra bogando el hombre vestido de blanco.

Era de pensar que mucho se iba a decir desde el mismo momento en el que saliera a saludar desde el balcón del Vaticano quien había sido elegido Vicario de Cristo en la Tierra. Nada, pues, es de extrañar esto. Y manifiesto mi admiración más grande por aquellas personas que en pocos días hayan sido capaces de preparar, editar y publicar un libro sobre el Papa Francisco pues en caso de que se hubiera tratado de un Papa enfermo cuya muerte todo el mundo previera es fácil estar en la seguridad de que muchos textos estuviesen preparados para cuando se produjera la muerte del mismo pero en este caso admiro, francamente lo digo, a quien haya sido capaz de publicar sobre el cardenal Bergoglio, ahora Vicario de Cristo, algo nuevo aunque, claro, no esté de acuerdo con todo lo escrito por según qué personas.

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4.04.13

Mañana, 5 de abril, se estrena “Cristiada”

Por la libertad de Asia Bibi.
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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Toda esperanza está en creer, como es cierto, que la vida eterna es un regalo de Dios.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Cristiada

AÑO 2012
DURACIÓN: 142 min.
PAÍS: México
DIRECTOR: Dean Wright
GUIÓN: Michael Love, Dean Wright
MÚSICA: James Horner
FOTOGRAFÍA: Eduardo Martínez Solares
REPARTO Bruce Greenwood, Peter O’Toole, Eva Longoria, Oscar Isaac, Andy Garcia, Bruce McGill,Santiago Cabrera, Rubén Blades, Catalina Sandino Moreno, Eduardo Verástegui, Adrian Alonso, Luis Rosales, Karyme Lozano, Tenoch Huerta, Raúl Méndez, Alma Martinez, Joaquín Garrido, Roger Cudney, Jorge Luis Moreno, Ignacio Guadalupe, Omar Ayala, Andrés Montiel,Mauricio Kuri, Guillermo Larrea, Horacio Garcia Rojas, Israel Islas, Rodrigo Corea, Jake Koenig, Jose Carlos Montes, Simón Guevara, Jorge Urzua

PRODUCTORA: NewLand Films

Estos datos corresponden a una película a la que ha costado mucho venir a España. Se decía que se estrenaría en octubre de 2012 pero ya se sabe que ciertas expresiones de fe no son bien vistas y, seguramente, habrá tenido más de una traba. Pero, gracias a Dios las cosas, aunque tarde, llegan a donde tienen que llegar y se estrena mañana viernes, 5 de abril, con el título de “For Greater Glory” que, perdonen mi mal inglés, debe querer decir algo así como “Para mayor gloria” en referencia a lo que deberíamos decir o dejar por escrito siempre que hagamos algo: Para mayor gloria de Dios que es lo que, exactamente, hicieron aquellos hermanos en la fe.

La película “Cristiada” refleja la lucha de los católicos mexicanos por la defensa de su fe en una época (años veinte del siglo pasado) en la que la gobernación de aquella nación hermana había caído en manos masónicas, terriblemente laicistas y puramente anticlericales, se nos presenta la existencia de miles de mártires que dieron su vida perdonando a sus asesinos y sabiendo lo que debían hacer. No otra cosa que la que hicieron era lo que tenían que hacer.

El tema de aquellos mártires es tratado más que bien por el P. Iraburu en su libro “Hechos de los apóstoles de América” y dedica una parte del mismo, precisamente, a esta expresión de fe y de defensa de la misma. Por eso me permito traer aquí lo que en su día escribí sobre tal tema porque viene más que bien para el caso de esta película que, desde ya, recomiendo ver pues el que esto escribe hace algunos meses (incluso antes de que fuera a ser estrenada en España) pudo ver y disfrutar.

Dije, pues, lo que sigue.

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3.04.13

Cuando el necio aplaude…

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Dios nos promete la vida eterna. Al menos o, por lo menos, nosotros debemos quererla.

Y, ahora, el artículo de hoy.

El que esto escribe aún no ha dicho nada, creo recordar, acerca de la elección del Santo Padre. Quiero decir que no he dicho ni esto ni lo otro sobre si el Espíritu Santo ha soplado bien o no han sido escuchadas sus mociones.

Veo, sin embargo, que hay otras muchas personas que sí lo están haciendo lo cual, por otra parte, es más que lógico. Además, es la mejor manera de que cada cual se retrate o, lo que es lo mismo, que diga de qué lado de la Iglesia católica está.

Reconozco, para empezar, que tenía algo de miedo, lo digo con franqueza, por el hecho mismo de la elección y sé que, aunque también habría aceptado que fuera la persona que fuera la elegida, no puedo negar que, de haber sido un cardenal de los que bien podemos llamar “progres”, me hubiera costado mucho decir amén.

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2.04.13

Un amigo de Lolo - Aceptar lo que Dios quiere para nosotros, su voluntad

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

El bienestar del alma encuentra acomodo en el sentir su dicha donde Dios dejó escrita su Ley

Y, ahora, el artículo de hoy.

Presentación
Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Aceptar lo que Dios quiere para nosotros, su voluntad

“Las espigas se cuajan verdaderamente en conformidad”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (708)

Aquellas personas que sabemos que tenemos una fe que llena nuestro corazón y nuestra existencia, estamos en la seguridad de que tal creencia nos ha sido dada y, manifestando una voluntad propia de un buen hijo, la hemos aceptado. No otra cosa cuando decimos que creemos y que, al fin y al cabo, estamos de acuerdo con las realidades espirituales que supone decir sí a Dios.

La Madre nos enseñó, ya desde bien joven, lo que significaba dejar que cuajara en su corazón la espiga de la vida eterna. Dijo sí sin duda alguna y se presentó como la esclava del Señor. Nosotros, por lo tanto, sólo podemos manifestar gozo aceptando lo que Dios quiere para nosotros y dejando que fructifique en nuestro corazón la vida que nos ofrece el Padre.

Y hay, como bien sabemos, un ejemplo clarificador de lo que supone, para un hijo de Dios, aceptar lo que quiere el Padre. Lo manifestó Jesús cuando, en el huerto de los olivos, quiso, por un momento, que se apartara el cáliz del dolor que se le iba dar de beber. Sin embargo, prevaleció la voluntad del Padre y supo, de inmediato, que su vida inmediata debía ser la que fue. Dijo, también como su Madre, sí al Creador. Y en Él también fructificó la semilla plantada en su corazón.

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1.04.13

Serie Padre nuestro Padre nuestro, que estás en el cielo

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Jesús nos enseñó una oración para dirigirnos al Padre. No olvidemos que lo que decimos es escuchado por el Creador.

Y, ahora, el artículo de hoy.
Serie “Padre Nuestro” - Presentación

Padre Nuestro

La predicación de Jesús iba destinada a revelar a la humanidad el verdadero rostro de Dios, el misericordioso corazón del Padre y el la luz que podían encontrar en mantener una relación personal con el Creador. Por eso el Maestro se retiraba, muchas veces, a orar en solitario.

Seguramente sus apóstoles, aquellos discípulos que había escogido para que fueran sus más especiales enviados, veían que la actitud de recogimiento de Jesús era grande cuando oraba y, podemos decirlo así, quisieron aprender a hacerlo de aquella forma tan profunda. Y le pidieron que les enseñara a orar, según recoge, por ejemplo, San Lucas cuando le dijeron a Jesús “Maestro, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos” (Lc 11, 1).

Jesús, como era humilde y sabía cuál era la voluntad de Dios, les dice (esto lo recoge todo el capítulo 6 del Evangelio de San Mateo, que recomiendo leer completo en cuanto se pueda) qué deben y qué no deben hacer. Dios ve en lo secreto del corazón y, por lo tanto, no le sirve aquellas actuaciones que, a lo mejor, tienen sentido desde un punto de vista humano pero que, con relación al Creador, sobran y están fuera de lugar: aparentar la fe que, en realidad no se tiene; andar demostrando que se hace limosna; orar queriendo hacer ver en tal actitud; hacer que se sepa que se ha ayunado… Todo esto con intención de enriquecer su espíritu y presentarlo ante Dios limpio y no cargado de lo que no debe ir cargado.

Pues bien, entre aquello que les dice se encuentra la justa manera de orar al dirigirse al Padre. No se trata de una oración rimbombante ni muy extensa sino que es una en la que se encierra lo esencial para la vida material, incluso, pero, sobre todo, espiritual, que cada hijo de Dios ha de tener.

El “Padre nuestro” es, según Tertuliano, “el resumen de todo el Evangelio” o, a tenor de lo dicho por Santo Tomás de Aquino, “es la más perfecta de todas las oraciones”.

El punto 581 del Compendio del Catecismo dice, respondiendo a la pregunta acerca de qué lugar ocupa el Padre nuestro en la oración de la Iglesia, responde que se trata de la

Oración por excelencia de la Iglesia, el Padre nuestro es ‘entregado’ en el Bautismo, para manifestar el nacimiento nuevo a la vida divina de los hijos de Dios. La Eucaristía revela el sentido pleno del Padre nuestro, puesto que sus peticiones, fundándose en el misterio de la salvación ya realizado, serán plenamente atendidas con la Segunda venida del Señor. El Padre nuestro es parte integrante de la Liturgia de las Horas.

Por lo tanto, aquella oración que Jesús enseñó a sus apóstoles y que tantas veces repetimos (con gozo) a lo largo de nuestra diaria existencia, “es la más perfecta de las oraciones […] En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también llena toda nuestra afectividad (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 83, a. 9)” pues, en realidad, nos une al Padre en lo que queremos y en lo que anhelamos para nosotros y, en general, para todos sus hijos, como San Juan Crisóstomo “In Matthaeum, homilía 19, 4” cuando nos dice que “El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque Él no dice “Padre mío” que estás en el cielo, sino “Padre nuestro”, a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia”.

Y, ya, para terminar esta presentación, les pongo aquí una imagen con el Padre nuestro en arameo como, es posible, lo rezara Jesús.

Padre Nuestro arameo

1.-Padre nuestro, que estás en el cielo.

Padre nuestro, que estás en el cielo

Cuando, nada más empezar la oración principal del cristiano, referimos las palabras “Padre” y “cielo” estamos seguros que van dirigidas al Creador y a espacio donde está el Todopoderoso. Nosotros, al proclamar que Dios es Padre, y lo es nuestro, estamos afirmando, pues, que somos y nos consideramos sus hijos y que, ciertamente, no está perdido en ningún sitio inconcreto sino que su aposento espiritual es el mismo Cielo. A él, además, aspiramos y en el pensaron, desde que el ser humano tuvo conciencia de ser descendencia divina, todos aquellos que miraban hacia arriba pero, también, hacia su mismo corazón.

Afirmamos, pues, que el Padre está en el Cielo. Pero, ¿dónde está el cielo? De la respuesta a tal pregunta se deducirá que muchas personas, seguramente, caminan equivocadas al respecto y que sería lo mejor, para ellas mismas, que se correspondiera su pensamiento con la realidad.

Dice el Catecismo de la Iglesia católica (2794), refiriéndose, precisamente, al “cielo” que

“Esta expresión bíblica no significa un lugar (“el espacio”) sino una manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está ‘en esta o aquella parte’, sino ‘por encima de todo’ lo que, acerca de la santidad divina, puede el hombre concebir. Como es tres veces Santo, está totalmente cerca del corazón humilde y contrito:

‘Con razón, estas palabras ‘Padre nuestro que estás en el Cielo’ hay que entenderlas en relación al corazón de los justos en el que Dios habita como en su templo. Por eso también el que ora desea ver que reside en él Aquel a quien invoca’ (San Agustín, De sermone Dominici in monte, 2, 5, 18).

‘El ‘cielo’ bien podía ser también aquéllos que llevan la imagen del mundo celestial, y en los que Dios habita y se pasea’ (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses mystagogicae, 5, 11).”

Por eso resulta muy clarificador, y además ridículo, el caso de aquel astronauta de la Rusia soviética que dijo que podía demostrar que Dios no existía porque él, el astronauta, había estado en el cielo y no lo había visto….

Pero, en fin, dejando de lado ciertos comportamientos llevados, seguramente, por la ignorancia (total desconocimiento) de la Verdad y de la fe, lo bien cierto es que decir que Dios está en el cielo nos ayuda, seguramente, a comprender cuál es nuestro destino para el que, por cierto, hemos sido creados: para volver con el Padre a su seno cuando sea el momento oportuno.

Es más, (Catecismo, 2796): “Cuando la Iglesia ora diciendo ‘Padre nuestro que estás en el cielo’, profesa que somos el Pueblo de Dios ‘sentado en el cielo, en Cristo Jesús’ (Ef 2, 6), ‘ocultos con Cristo en Dios’ (Col 3, 3), y, al mismo tiempo, ‘gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celestial’ (2 Co 5, 2; cf Flp 3, 20; Hb 13, 14)”.

Sabemos, pues, qué somos: hijos de Dios; sabemos, por lo tanto, qué queremos: llegar al cielo donde Cristo nos espera y nos hará partícipes de las moradas que está preparando (cf. Jn 14, 2). Por eso nos dirigimos a Dios diciéndole Padre y mentando dónde está. Y lo hacemos con la esperanza de saber que nunca se cerrará a nuestra oración y que es recibida como una lluvia de gracias que parte de nosotros y se dirige a Quien todo lo creó y mantiene.

Dice, a este respecto, el Evangelio de San Mateo, en concreto en el versículo 34 de su capítulo 25, que cuando vuelva el Hijo de Dios, en su Parusía, dirá, cuando corresponda decirlo, “Vengan benditos de mi Padre, a poseer el reino que les tengo preparado desde el principio del mundo” porque entonces se hará posible el Reino de Dios, como es el Cielo, en la Tierra.

En realidad, el Cielo, al que aspiramos desde que somos conscientes de lo que significa (visión beatífica de Dios, por ejemplo) lo define, tal situación, el Apocalipsis (21,3-4) cuando dice que, en el sentido de qué es tal estado, “Dios mismo será con ellos su Dios y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado”. Y ahí es donde Dios tiene su seno al que nos referimos nada más dar comienzo la oración que Jesús enseñó a los discípulos que le pidieron que les enseñara a orar (Lc 11,1) y la que, si con fe la proclamamos, nos acerca un poco más al Creador que, además, nos espera.

Para afirmar todo lo apenas dicho hasta ahora, el Beato Juan Pablo II, en una Catequesis de 1999, en concreto el día 21 de julio, dijo, refiriéndose al cielo como “plenitud de intimidad con Dios” lo siguiente:

“1 .Cuando haya pasado la figura de este mundo, los que hayan acogido a Dios en su vida y se hayan abierto sinceramente a su amor, por lo menos en el momento de la muerte, podrán gozar de la plenitud de comunión con Dios, que constituye la meta de la existencia humana.

Como enseña el Catecismo de la Iglesia católica, ‘esta vida perfecta con la santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama ‘el cielo’. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones mas profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha’(n. 1024).

Hoy queremos tratar de comprender el sentido bíblico del «cielo», para poder entender mejor la realidad a la que remite esa expresión.
2. En el lenguaje bíblico el ‘cielo’, cuando va unido a la ‘tierra’, indica una parte del universo. A propósito de la creación, la Escritura dice: ‘En un principio creo Dios el cielo y la tierra’ (Gn 1, 1).En sentido metafórico, el cielo se entiende como morada de Dios, que en eso se distingue de los hombres (cf. Sal, 104, 2 s; 115, 16; Is 66, l). Dios, desde lo alto del cielo, ve y juzga (cf. Sal 113, 4-9) y baja cuando se le invoca (cf. Sal 18, 7. 10; 144, 5). Sin embargo, la metáfora bíblica da a entender que Dios ni se identifica con el cielo ni puede ser encerrado en el cielo (cf. 1R 8, 27); y eso es verdad, a pesar de que en algunos pasajes del primer libro de los Macabeos «el cielo» es simplemente un nombre de Dios (cf. 1M 3, 18. 19. 50. 60; 4, 24. 55).

A la representación del cielo como morada trascendente del Dios vivo, se añade la de lugar al que también los creyentes pueden, por gracia, subir, como muestran en el Antiguo Testamento las historias de Enoc (cf. Gn 5, 24) y Elías (cf. 2R 2, 11). Así, el cielo resulta figura de la vida en Dios. En este sentido, Jesús habla de ‘recompensa en los cielos’ (Mt 5, 12) y exhorta a ‘amontonar tesoros en el cielo’ (Mt 6, 20; cf. 19, 21).

3. El Nuevo Testamento profundiza la idea del cielo también en relación con el misterio de Cristo. Para indicar qué el sacrificio del Redentor asume valor perfecto y definitivo, la carta a los Hebreos afirma que Jesús ‘penetró los cielos’ (Hb 4, 14) y ‘no penetró en un santuario hecho por mano de hombre, en una reproducción del verdadero, sino en el mismo cielo’ (Hb 9, 24). Luego, los creyentes, en cuanto amados de modo especial por el Padre, son resucitados con Cristo y hechos ciudadanos del cielo.

Vale la pena escuchar lo que a este respecto nos dice el apóstol Pablo en un texto de gran intensidad: ‘Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con Cristo —por gracia habéis sido salvados— y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús’ (Ef 2, 4-7). Las criaturas experimentan la paternidad de Dios, rico en misericordia, a través del amor del Hijo de Dios, crucificado y resucitado, el cual, como Señor, está sentado en los cielos a la derecha del Padre.

4. Así pues, la participación en la completa intimidad con el Padre, después del recorrido de nuestra vida terrena, pasa por la inserción en el misterio pascual de Cristo. San Pablo subraya con una imagen espacial muy intensa este caminar nuestro hacia Cristo en los cielos al final de los tiempos: ‘Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos (los muertos resucitados), al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolados, pues, mutuamente con estas palabras’ (1Ts 4, 17-18).

En el marco de la Revelación sabemos que el ‘cielo’ o la ‘bienaventuranza’ en la que nos encontraremos no es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la santísima Trinidad. Es el encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado gracias a la comunión del Espíritu Santo.

Es preciso mantener siempre cierta sobriedad al describir estas realidades últimas, ya que su representación resulta siempre inadecuada. Hoy el lenguaje personalista logra reflejar de una forma menos impropia la situación de felicidad y paz en que nos situará la comunión definitiva con Dios.

El Catecismo de la Iglesia católica sintetiza la enseñanza eclesial sobre esta verdad afirmando que, ‘por su muerte y su resurrección, Jesucristo nos ha abierto ‘el cielo’ La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, que asocia a su glorificación celestial a quienes han creído en él y han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a él’ (n. 1026).

5. Con todo, esta situación final se puede anticipar de alguna manera hoy, tanto en la vida sacramental, cuyo centro es la Eucaristía, como en el don de sí mismo mediante la caridad fraterna. Si sabemos gozar ordenadamente de los bienes que el Señor nos regala cada día, experimentaremos ya la alegría y la paz de que un día gozaremos plenamente. Sabemos que en esta fase terrena todo tiene límite; sin embargo, el pensamiento de las realidades últimas nos ayuda a vivir bien las realidades penúltimas. Somos conscientes de que mientras caminamos en este mundo estamos llamados a buscar ‘las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios’ (Col 3, 1), para estar con él en el cumplimiento escatológico, cuando en el Espíritu él reconcilie totalmente con el Padre «lo que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1, 20).”

Y, en efecto, como bien muestra la imagen aquí traída y que expresa muy bien lo que nos ha de suceder, se pasa de la tierra al Cielo a través de la Cruz, pues la misma es nuestro gozo y, además, el hecho mismo de ser, al menos en esto, como el Hijo de Dios. Ni más ni menos.

Eleuterio Fernández Guzmán

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31.03.13

La Palabra del Domingo .- 31 de marzo de 2013

Por la libertad de Asia Bibi.
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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

¡Tantas veces estamos ciegos ante el Hijo de Dios que se nos presenta! Debemos mirar mejor a nuestro alrededor para verlo en tantos lugares y en todos los corazones de los hermanos.

Lc 24, 13-35

Biblia

13 Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, 14y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. 15 Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; 16 pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.

17 El les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido.18 Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» 19 El les dijo: «¿Qué cosas?»

Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazoreo, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; 20 cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. 21 Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. 22 El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, 23 y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. 24 Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.»

25 El les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! 26 ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» 27 Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras.

28 Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. 29 Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos.

30 Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. 31 Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. 32 Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» 33 Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, 34 que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» 35Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.

MEDITACIÓN

Muy sintomático es este ejemplo que los discípulos de Emaús nos ofrecen a todos los cristianos. Del todo a la nada casi de inmediato.

Como viene a ser normal, y lógico, la naturaleza del hombre le lleva, nos lleva, a huir del peligro y a no afrontarlo. Cleofás y su compañero huyen, tratan de evitar, quizá, una persecución que acabara con sus vidas como acababa de ocurrir con la de su Señor. Pero, lo que no sabían era que, en ese camino de regreso al pasado, que viene a ser este ir a Emaús, huyendo de la bondad y refugiándose en el anonimato, volverían a encontrarse con su misma vida. Y así fue.

El caso es que estos dos seguidores de Cristo iban discutiendo por el camino. Seguramente irían debatiendo sobre qué había pasado y, sobre todo, qué iba a pasar a partir de ese momento, si lo que aconteció en Jerusalén tenía sentido para ellos y cuál debería ser al interpretación que debían darle. Imagino que sería una discusión apasionada, por el tema de se que trataba, y contenida, en gestos, por miedo a ser descubiertos. Llevaban, dice el texto, un aire entristecido, o, lo que es lo mismo, podemos constatar que estaban afectados por la muerte de Jesús y que eso les llevaba a esa situación de perplejidad en la que se encontraban.

En esto que la voz de alguien, a quien no reconocieron, les saca de su acaloramiento hablador. Era importante, pienso yo, el que no supieron, en un principio quien era para, luego, reconocerlo en el gesto de partir el pan, símbolo primordial en la predicación de Jesús.

La conversación que tiene lugar entre un desconocido, para ellos, Jesús, y los de Emaús, es clara expresión de la relación que muchas veces, puede tenerse con Dios y, entre nosotros, con su Hijo. Cleofás y su acompañante, a pesar de sus dudas, plantean a Jesús una pregunta que, más bien, se la podían haber planteado a ellos mismos. Parece que ellos no habían llegado a comprender muy bien al Mesías y a su mensaje. A pesar de todo lo sucedido, y sobre lo que inquieren a Jesús, se les ha olvidado, lo esencial, muy pronto: tres días después de la muerte física de Jesús ya corren a esconderse y eso que pensaban que era que les traía la salvación, pero no un tipo de salvación como la que ellos querían, sino una salvación espiritual. Ellos deseaban, como otros tantos judíos, un levantamiento de la población bajo los mandos del Enviado, que sería, así, un caudillo militar que arrasara el invasor. Lo que pretendían era la llegada de un Reino nuevo, pero sustentado en el viejo, en el antiguo de Israel.

Sin embargo, aún les quedaba algo de esperanza; no había, por así decirlo, muerto el recuerdo de Jesús. Unas mujeres de las suyas, de sus seguidoras se entiende, decían haber visto el sepulcro vacío a unos ángeles que les habían hablado. Y para confirmarlo, como si pensaran que las mujeres, llevadas por su mayor sensibilidad, habían tenido visiones, unos hombres, algunos de los nuestros, dice el texto, se habían acercado para comprobar que era cierto lo que decían aquellas seguidoras de Cristo. Aquí también podemos apreciar bastante desconfianza propia, por otra parte, de la concepción que, aquella época, se tenía de la mujer. Y Jesús también rompe con esto, con esto también.

Y es que cuando Jesús ha de intervenir, forzado por la situación pues veía que sus discípulos se perdían en los aledaños de la fe, es cuando, haciendo uso de sus conocimientos de las Sagradas Escrituras, les de pruebas inequívocas de que lo que le había sucedido, sin aún decir que era Él, ya estaba escrito. Desde Moisés, pasando por todos los profetas (bien seguro que también Isaías), les relata pasajes en los que se habla del Mesías, el Enviado que tenía que venir, sufrir, entregarse y morir para que el perdón de los pecados se hiciera efectivo, real, cierto.

Ante esto, estos discípulos de Emaús comienzan a reencontrarse con la figura presente de Jesús, y con ese quédate con nosotros, síntoma de que su presencia les era agradable y que su conversión volvía a tomar forma, empieza a abrírseles los ojos.

Como les había dicho en la última cena, el pan, su cuerpo, entregado por todos, fue el instrumento del cual se sirvió para que aquellos discípulos, duros de corazón, le reconociesen y, abriendo los ojos del alma se diesen cuenta, en ese mismo momento, que cuando les hablaba de los profetas algo les decía que aquello que, aquel desconocido, les decía les remitía a Él mismo. Y que aún no habían descubierto, dentro de ellos, que ese arder del corazón tenía una razón exacta.

Y entonces, se ven en la imperiosa necesidad de contar de comunicar lo sucedido, retornar a la fe que tenían y volver a Jerusalén. Han perdido el miedo, y quieren hacérselo saber a los suyos.

Por su parte, los otros discípulos, los apóstoles más los que les acompañaban, les confirma que estaban en lo cierto: Jesús había resucitado, como dijo, que la aparición a las mujeres era cierta porque, para confirmar su retorno, también se había aparecido a Simón, que su esperanza no estaba rota sino que permanecía incólume, totalmente vigorosa, preparada para ser anunciada.

Los de Emaús, por su parte, les hacen partícipes del descubrimiento que hacen, de la apertura de sus ojos, que estaban retenidos, de que, al partir el pan, signo inequívoco de quien lo hacía, habían reconocido las manos, el rostro, la mirada del Maestro. Así, alegres por eso vieron como, en ese mismo instante, una vez se les rebeló la Verdad, Jesús desaparecía, había cumplido su misión. Y eso es lo que les transmitían, para hacerles ver que, desde ese momento, Jesús sería, para todo el mundo, en una universalidad comprensible, la Palabra de Dios viviente en nuestros corazones y que, en la Eucaristía, su presencia es, siempre, real.

PRECES

Por todos aquellos que no reconocen a Cristo en sus vidas.

Roguemos al Señor.

Por todos aquellos que no se dejan interpelar por el Hijo de Dios

Roguemos al Señor.

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a ver a Jesucristo en nuestras vidas.

Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.
Eleuterio Fernández Guzmán

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Para leer Fe y Obras.
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30.03.13

Serie P. José Rivera - Adviento

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Esperar la llegada de Cristo no es propio, sólo de un determinado momento. El Hijo de Dios ha de nacer, cada día, en nuestro corazón.

Y, ahora, el artículo de hoy.
Serie P. José Rivera
Presentación

P. Ribera

“Sacerdote diocesano, formador de sacerdotes, como director espiritual en los Seminarios de El Salvador e Hispanoamericano (OCSHA) de Salamanca (1957-1963), de Toledo (1965-1970), de Palencia (1970-1975) y de nuevo en Toledo (1975-1991, muerte). Profesor de Gracia-Virtudes y Teología Espiritual en Palencia y en Toledo.”

Lo aquí traído es, digamos, el inicio de la biografía del P. José Rivera, Siervo de Dios, en cuanto formador, a cuya memoria y recuerdo se empieza a escribir esta serie sobre sus escritos.

Nace don José Rivera en Toledo un 17 de diciembre de 1925. Fue el menor de cuatro hermanos uno de los cuales, Antonio, fue conocido como el “Ángel del Alcázar” al morir con fama de santidad el 20 de noviembre de 1936 en plena Guerra Civil española en aquel enclave acosado por el ejército rojo.

El P. José Rivera Ramírez subió a la Casa del Padre un 25 de marzo de 1991 y sus restos permanecen en la Iglesia de San Bartolomé de Toledo donde recibe a muchos devotos que lo visitan para pedir gracias y favores a través de su intercesión.

El arzobispo de Toledo, Francisco Álvarez Martínez, inició el proceso de canonización el 21 de noviembre de 1998. Terminó la fase diocesana el 21 de octubre de 2000, habiéndose entregado en la Congregación para la Causas de los Santos la Positio sobre su vida, virtudes y fama de santidad.

Pero, mucho antes, a José Rivera le tenía reservada Dios una labor muy importante a realizar en su viña. Tras su ingreso en el Seminario de Comillas (Santander), fue ordenado sacerdote en su ciudad natal un 4 de abril de 1953 y, desde ese momento bien podemos decir que no cejó en cumplir la misión citada arriba y que consistió, por ejemplo, en ser sacerdote formador de sacerdotes (como arriba se ha traído de su Biografía), como maestro de vida espiritual dedicándose a la dirección espiritual de muchas personas sin poner traba por causa de clase, condición o estado. Así, dirigió muchas tandas de ejercicios espirituales y, por ejemplo, junto al P. Iraburu escribió el libro, publicado por la Fundación Gratis Date, titulado “Síntesis de espiritualidad católica”, verdadera obra en la que podemos adentrarnos en todo aquello que un católico ha de conocer y tener en cuenta para su vida de hijo de Dios.

Pero, seguramente, lo que más acredita la fama de santidad del P. José Rivera es ser considerado como “Padre de los pobres” por su especial dedicación a los más desfavorecidos de la sociedad. Así, por ejemplo, el 18 de junio de 1987 escribía acerca de la necesidad de “acelerar el proceso de amor a los pobres” que entendía se derivaba de la lectura de la Encíclica Redemptoris Mater, del beato Juan Pablo II (25.03.1987).

En el camino de su vida por este mundo han quedado, para siempre, escritos referidos, por ejemplo, al “Espíritu Santo”, a la “Caridad”, a la “Semana Santa”, a la “Vida Seglar”, a “Jesucristo”, meditaciones acerca de profetas del Antiguo Testamento como Ezequiel o Jeremías o sobre el Evangelio de San Marcos o los Hechos de los Apóstoles o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías, de las cuales o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías.

A ellos dedicamos las páginas que Dios nos dé a bien escribir haciendo uso de las publicaciones que la Fundación “José Rivera” ha hecho de las obras del que fuera sacerdote toledano.

Serie P. José Rivera
Adviento

Adviento

Para escribir sobre este libro del P. José Rivera nos hemos tomado la libertad de dividir el mismo en dos partes. En realidad bien podrían haberse hecho en una sola pero siendo dos tiempos de los llamados “fuertes” el Adviento y la Navidad los que trata el sacerdote toledano y por mucho que puedan entenderse unidos por su lógico devenir, nos ha parecido mejor que en dos días distintos sea expuesto el contenido de cada uno de ellos.

Este primer artículo está dedicado, por lógica temporal y preceder al otro tiempo, al Adviento.

En su Diario, en concreto, el 15 de diciembre de 1974, escribe el P. José Rivera, se nota que con gozo, esto:

“Entremos yo y todos los que Dios me ha confiado en el Adviento. Tiempo de gracia peculiar. Esperemos realmente su venida, la arremetida especialmente intensa de su Amor sobre nuestro egoísmo disimulado, disfrazado de mil modos. Y esperemos en primer lugar una intensificación de sus iluminaciones para discernir nuestros disfraces de sus confortaciones, para dejarnos desnudar de ellos”

Por lo tanto, para el P. Rivera el tiempo de Adviento es uno que lo es de carácter muy especial. Lo entiende como un tiempo en el que debemos hacer lo posible y lo imposible para ser nosotros mismos y evitar ser lo que no debemos ser. Si Dios va a venir al mundo, nosotros no podemos presentarnos ante Él de una forma no admisible.

Pero poco antes (1) se dice que “Llegados al tiempo del Adviento, D. José vive intensamente la esperanza cristiana en todos sus matices, esa inquebrantable esperanza, para la que encuentra siempre motivos, no solo para su vida y su deseo de santidad, sino también para la santidad de los otros. Cualquier situación, cualquier circunstancia, cualquier dificultad es siempre ‘tiempo de Dios para la esperanza’”.

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29.03.13

La muerte que da la vida eterna

Por la libertad de Asia Bibi.
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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Cristo entregó su vida para que cumpliese lo que estaba escrito. No deberíamos olvidar nunca que se escribió para nuestra salvación.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Cruz y vida eterna

“No quiera Dios que me gloríe sino en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo”.

En la Epístola a los Gálatas, San Pablo (6,14) nos hace partícipes de una verdad sin la cual, el discípulo de Cristo, no puede caminar por el mundo hacia el definitivo Reino de Dios manteniendo que lo es: la cruz de Jesús la que ha de complacer nuestra propia existencia y, según ella, obrar en nuestro devenir.

Hagamos, ahora, como recomienda San Josemaría, e imaginemos como que estamos entre los testigos de la Pasión, de los últimos momentos de vida humana de Nuestro Señor Jesucristo. Así, viviremos, de nuevo, lo que fue una muerte aceptada por Cristo pero no, por eso, menos inmerecida.

Atormentada el alma, el cuerpo demudado de espanto,
vuelto el rostro hacia Dios y su espíritu ansioso, ya, por hallarlo,
llega Jesús al Calvario, monte Gólgota llamado,
lugar donde se designó fuera crucificado.

Ya se tumba sobre el madero, sobre la cruz estirado;
ya coloca, a ambos lados, sus martirizados brazos.

Avanzando, sin espera, para cumplir la sentencia,
clavan con saña las manos a la sufrida madera,
clavándole los pies cerca de la ensangrentada tierra.

A su lado dos ladrones esperan la muerte cierta.

No conformes con el agravio que le estaban infiriendo
el ropaje se reparten despojándolo de su dueño,
dejando el cuerpo de Cristo de las vestiduras desprovisto,
incrementando la desvergüenza de tan grande sacrilegio.

Cuelga del central madero cartel para su escarnio,
nombrándolo de los judíos rey para reírse de tal cargo,
porque no quiso Pilatos modificar lo que había dicho
en un infausto momento, acobardado y vencido.

Queriendo Cristo llegar hasta el último momento,
entregado a su futuro y sin limitar el tormento
rechaza el bebedizo para el dolor mitigado,
no acepta aquella mirra que le ofrece aquel soldado,
mas pronuncia ese ruego a su padre destinado:
¿por qué me has abandonado?; sabido ya que antes,
en Getsemaní orando, entregó la vida a su Dios,
que fuera lo que su voluntad hubiera pensado.

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