La Palabra para el Domingo - 5 de marzo de 2023
También lamento no haberme dado cuenta de que publicando este comentario a determinada hora de España aún es viernes en la América hispana. Por eso, y por cumplir con el horario y que las cosas sean razonables, es publicado este comentario ahora, a esta hora en España cuando ya es sábado en América. Y a lo mejor es posible que haya quien piense que decir esto no hace falta pero con franqueza digo que creo es necesario y más que necesario.
“1 Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. 2 Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. 3 En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. 4 Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: ‘Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.’ 5 Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con una sombra y de la nube salía una voz que decía: ‘Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle.’ 6 Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. 7 Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: ‘Levantaos, no tengáis miedo” 8 Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. 9 Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: ‘No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.’”
Destellos de Dios
Jesús conocía la especial dificultad que existía en el hecho de que sus discípulos comprendiesen su ministerio y que fuesen capaces de entender aquello que les decía. Por eso se veía obligado a recurrir a ciertos momentos en los que lo que sucedía impelía a una rápida fijación en el corazón de aquello que acontecía.
Y en el monte se transfiguró con evidentes destellos de Dios.
Este episodio, característico de la divinidad de Jesús, determina una imagen ejemplo de pureza y amor de Dios, porque, ¿qué es esa blancura que salió de sus vestidos y, por lo tanto, de su cuerpo, pues desde dentro emergía? La pureza del Creador y de Su Hijo Jesucristo.
Pero como esto podía no ser suficiente, pues bien podían haber pensado aquellos tres que miraban, que podía tratarse de algún reflejo de la luz del sol, entran en escena estos dos personajes del Antiguo Testamento que, al igual que Jesús, pero menos, como hombres que sólo eran, también eran profetas. Pero no dos profetas cualesquiera. Eran Moisés y Elías.
Pero no sólo se aparecieron junto a Jesús. Además conversaban con Jesús. Y esta conversación bien podría referirse al inmediato futuro de Cristo: su pasión y muerte. Seguramente, porque sabedores de lo que iba a suceder, querían, ¡y necesitaban!, darle ánimo, reconfortarlo, en cierta forma. El caso es que el Enviado, el Jristós griego, se hace ayudar por aquellos que le esperaban para que los que estaban presentes con Él fuesen capaces de entender que iba a ser perseguido, maltratado, lacerado y humillado más tarde.
Entre aquellos tres discípulos Pedro es la piedra, y por eso mismo está muy pegado al suelo y raramente comprende lo que hay de sobrenatural en su vida y existencia. Algo así le pasa, por lo tanto, al discípulo elegido para ser el primero entre iguales.
Pero Jesús entiende las cosas de una manera… sobrenatural.
Este propiciar el encuentro es otra instantánea de la vida del Mesías a destacar. En su misión provocó que, mediando Él mismo, la relación con lo sobrenatural estuviera al alcance de sus contemporáneos y, desde entonces, de todos nosotros. Lo que podemos entender o comprender de ese encuentro quizá, o sin quizá, es cosa nuestra, dejado a nuestra libre elección: mejor comprensión de lo divino y aplicación a lo humano, a nuestra existencia diaria, o, por otra parte, olvido por miedo a la responsabilidad que de su puesta en práctica derivaría para nosotros.
Pero como esto pudiera no parecer suficiente para los discípulos, y como ellos irían hablando, monte abajo, sin duda, de lo que había sucedido, Jesús se vio obligado a hacerles una advertencia: no hablar, a nadie, de este hecho, hasta que Él, el Hijo del hombre, resucitara de entre los muertos.
Bien podemos suponer que si la transfiguración había producido el lógico estupor en los que la vieron, el que Jesús hablara de la resurrección de entre los muertos ya sería el colmo de lo enigmático. Aún no podían entender esta expresión ni ser capaces, tampoco, de transmitir a nadie lo visto. De aquí aquello de la prohibición de comunicar eso tan sobrenatural como era que dos profetas se aparecieran para hablar con Jesús y que, por si esto no fuera, ya, suficiente, el mismo Dios les dirigiera la palabra, su Palabra.
Si no estaban preparados para comprender esto, mucho menos para dar testimonio fiel y adecuado del significado que tenía. Por eso es que Jesús no les permitió hablar de ello hasta cuando, tras comprobar que, efectivamente, había vuelto del mundo de los muertos, ese misterioso acto que habían contemplado, tuvo total sentido para ellos y para todos.
PRECES
Por todos aquellos que se aferran a lo sobrenatural sin llevarlo a su vida diaria.
Roguemos al Señor.
Por todos aquellos que no quieren escuchar a Jesús.
Roguemos al Señor.
ORACIÓN
Padre Dios; ayúdanos a escuchar a tu Hijo como dijiste en el monte en el episodio de la Transfiguración. Que sepamos llevar a nuestras vidas sus palabras y su vida.
Gracias, Señor, por poder transmitir esto
El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.
Eleuterio Fernández Guzmán
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy: