29.08.18

Serie “El Bien, Jesucristo, el Cielo” - 4 - Al Cielo se va

Presentación

El Bien, Jesucristo, el Cielo

 No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.”

 

Epístola a los Romanos 12, 21

 

En estas mismas páginas se ha publicado, en formato serie, el libro de título “El Mal, El Diablo, el Infierno”. Y, como no podía ser menos, la parte buena, la que ha de prevalecer, Cristo mismo y Dios mismo, debían tener su serie. La misma está referida al libro de título “El Bien, Jesucristo, el Cielo” que, fácilmente puede verse es, justo, lo contrario a lo otro. 

El Mal puede vencerse con el Bien. Eso es lo que la cita que hemos puesto como principal de este libro nos dice. Y San Pablo, diciéndonos tal cosa, nos auxilia ante lo que podamos estar pasando. 

No podemos, por tanto, alegar falta de socorro en estos casos pues bien sabemos que Dios nunca nos abandona y pone, en el camino de nuestra vida, a testigos de la fe que nos echan una mano. 

De todas formas, el Bien puede ser, digamos, usado contra el Mal. Y eso porque el Bien existe para mucho más que para eso que, con ser importante, no agota las posibilidades de lo bueno y mejor. 

No podemos negar, al respecto del Bien, que, para espíritus no perjudicados por el Mal, es más atractivo el primero que el segundo. Y es que no puede considerarse sana, espiritualmente hablando, la persona que esté a favor de las asechanzas del Maligno y/o de los frutos que de las mismas puedan derivarse. No. Es más seguro esperar que el común de los creyentes esté más por el Bien que por el Mal. Y eso se apoya en algo esencial: el Bien proviene de Dios Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra en quien no hay falsedad ni mentira. 

No podemos negar, en beneficio nuestro, que a lo largo de la historia de la cristiandad ha habido hermanos nuestros en la fe que han considerado este tema, el del Bien, como uno que lo era muy importante, a tener en cuenta y a destacar. 

Así, por ejemplo, para los Santos Padres, era mayor la preocupación de señalar que Dios es el Bien Supremo y que, por tanto, toda criatura deriva de su Bondad. Pero también San Agustín, Boecio o la propia doctrina escolástica, con Santo Tomás de Aquino a la cabeza, han tenido a bien considerar el Bien entre sus temas básicos de conocimiento y estudio. 

Y ya, digamos que recientemente, en el Concilio habido en el seno de la Iglesia Católica (Vaticano I), la Constitución De Fide Catholica, en su capítulo I, dice esto que sigue:

 

“Éste único, solo, Dios verdadero, de su propia bondad y omnipotencia, no para el aumento de su propia felicidad, no para adquirir sino para manifestar su perfección por las bendiciones que Él otorga a las criaturas, con absoluta libertad de consejo creó desde el principio de los tiempos a la criatura tanto la espiritual como la corporal, a saber, la angélica y la mundana; y después la criatura humana.”

 

Vemos, por tanto, que el Bien no es, sólo, necesario en la vida del creyente católico (creemos que también en la de cualquier ser humano, en general y por ser especie creada por Dios) sino que es lo único que puede anhelar quien se sabe hijo del Todopoderoso. 

Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que por el bien se va al Bien mayor que es Dios mismo.

4  -  Al Cielo se va

 

Harto gran misericordia hace a quien da gracia y ánimo para determinarse a procurar con todas sus fuerzas este bien. Porque si persevera, no se niega Dios a nadie. Poco a poco va habilitando él el ánimo para que salga con esta victoria. Digo ánimo, porque son tantas las cosas que el demonio pone delante a los principios para que no comiencen este camino de hecho, como quien sabe el daño que de aquí le viene, no sólo en perder aquella alma sino muchas. Si el que comienza se esfuerza con el fervor de Dios a llegar a la cumbre de la perfección, creo jamás va solo al cielo; siempre lleva mucha gente tras sí. Como a buen capitán, le da Dios quien vaya en su compañía.”

 

Santa Teresa de Jesús,

El libro de la vida, Capítulo 11, 4

 

 

La santa andariega nos lo dice con toda claridad: “se esfuerza con fervor de Dios a llegar a la cumbre”. Y tal “cumbre” no puede ser otra que el Cielo. Es decir, que al definitivo Reino de Dios no se va de cualquier manera sino que hay que hacer para llegar a la Casa del Padre. Por eso decimos que el Cielo… se va. Y es que no se nos lleva Dios (por mucho que nos quiera a su lado) a la fuerza. Como máximo, nos propone el Cielo. Luego, cada cual hace lo que cree oportuno siendo, a veces, poco oportuno lo que se hace… 

Que el Cielo existe es un dogma de fe para un católico. Aquí lo hemos escrito muchas veces porque muchas veces debe ser recordado. Así, si acudimos, por ejemplo, a la Sagrada Escritura son muchas las referencias que se nos hacen acerca de la existencia del Cielo. Así, por ejemplo, las siguientes:

  

Mt 6, 9 

“Padre nuestro que estás en los cielos…”

 

Mt 18, 10

“No despreciéis a uno de estos pequeños, porque en verdad os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre que están en los cielos”.

 

Mt 25, 46 

“E irán los justos a una vida eterna”.

 

Lc 23, 43 

“Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

 

Jn 6, 51 

“Yo soy el pan vivo bajado del cielo”.

 

2 Co 5, 1 

“Pues sabemos que, si la tienda de nuestra mansión terrena se deshace, tenemos de Dios una sólida casa, no hecha por mano de hombres, eterna en los cielos.”

El caso es que sabemos, por cierto, que la Iglesia católica define como dogma de fe la existencia y, además, la eternidad del Cielo. Esto se recoge, por ejemplo, en el Concilio II de Lyon:

“Las almas que, después de recibido el sacro bautismo, no incurrieron en mancha alguna de pecado, y también aquellas que, después de contraída, se han purificado mientras permanecían en sus cuerpos o después de desprenderse de ellos, son recibidas inmediatamente en el cielo”. 

Abunda en esto el número 1023 del Catecismo de la Iglesia Católica al referirse a Benedicto XII (Benedictus Deus) del que se hace eco Lumen gentium, 49:

“Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de todos los santos […] y de todos los demás fieles muertos después de recibir el Bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron […]; o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte […] aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el Reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura”.

 

El Cielo, pues, existe. De otra manera, sería absolutamente vana nuestra fe que no se sostendría sin la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y la consiguiente apertura de la puerta del Cielo. 

Arriba, sobre esto, hemos dicho que al Cielo se va. Y esto ha de querer decir algo pues, de otra manera, no tendría sentido sostener que algo hay que hacer para alcanzar las praderas del definitivo Reino de Dios. 

¿Qué, pues, debemos hacer para ir al Cielo? 

Es posible, a este respecto, que se pueda pensar que hablamos, por decirlo así, de forma en exceso materialista. ¿Es que debemos hacer algo para eso, para ir al Cielo?, ¿No está puesto por Dios para acoger a sus hijos los hombres?, ¿Acaso el Padre Eterno no va a hacer nada para que estemos a su lado? 

Bueno, en realidad, tales preguntas manifiestan que la cosa no es tan sencilla como si nos dejáramos arrebatar por Dios y nos llevase donde es su Casa así, sin más. Y no, eso ni puede ser así ni es así. 

Digamos, para empezar, que lo mismo que al Infierno ser va recogiendo lo que se ha sembrado a lo largo de una vida más o menos larga, lo mismo pasa con el caso del Cielo: también se va según hayamos sembrado en ella. 

La siembra está más que definida por Jesucristo. Y lo dice cuando cree necesario dejar claro qué es lo que se ha podido hacer en la vida a su respecto y qué no se ha hecho (Mt 25, 34-36):

 

“Entonces dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, recibir la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.’“

 

Ciertamente, el Hijo de Dios pone sobre la mesa una realidad insoslayable para un hermano suyo: al Cielo se va no permaneciendo impasible ante las necesidades del prójimo sino amándolo como a nosotros mismos nos amamos. 

Tenemos, pues, una pista: al Cielo se va teniendo un corazón tierno, de carne y haciendo real aquello dicho por Dios acerca de que (Ez 11, 19-20):

 

“Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios.”

 

Aquí lo vemos todo con bastante claridad: quiere Dios que el hombre camine según su Ley, según sus normas y, no sólo eso, sino que las practique y no las guarde debajo de ningún celemín. Es más, sólo así, los hijos de Dios que eso hagan podrán ser considerados parte del pueblo del Creador y, en fin, podrán alcanzar su Casa, el Cielo. 

Nuestro hacer o, lo que es lo mismo, nuestro ser o cómo somos, es lo que determinará, tras nuestro Juicio particular, si somos merecedores, si hemos merecido, que se nos abran las puertas del Cielo o, por el contrario, sean las del Infierno o las del Purgatorio-Purificatorio las que prevalezcan. Y para nosotros, los hijos de Dios conscientes de serlo, sólo pueden haber unas puertas que nos interesen: las del Cielo, al que se va, según decimos, por hacer y no por no hacer. 

También es cierto que, como dijo Jesucristo (Jn 17, 14: “Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo”) nosotros, aunque estemos en el mundo, no somos del mundo. Pero eso, sostener eso y, acto seguido, nada hacer a la hora de poner en práctica nuestra fe católica y la Ley de Dios, es hacernos no un flaco favor sino un flaquísimo y nigérrimo favor que sólo puede terminar en algo más que malo para nosotros. 

Debemos, pues, hacer. Por ejemplo:

 

1. Mirar a Dios con todo amor para ver qué quiere de nosotros.

 

2. Tener por bueno y mejor lo dicho por Jesucristo y recogido en las Sagradas Escrituras.

 

3. No despreciar al Padre y a sus santos Mandamientos.

 

4. No olvidar nunca que debemos creer: “El que crea y sea bautizado, se salvará” (Mc 16, 16).

 

5. Buscar siempre la limpieza de nuestra alma.

 

6. Acumular para la vida eterna y no hacer lo propio para este mundo que perecerá para nosotros.

 

7. No olvidar nunca esto recogido por San Pablo en la Epístola a los Gálatas (6,7):

 

“No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará”.

 

En realidad, unas palabras tan escasas (en cuanto a número no son un gran discurso, podríamos decir) deberíamos clavarlas a sangre y fuego (la de Cristo y el del Espíritu Santo) en nuestro corazón. Y tal es así porque resumen más que bien todo esto de lo que aquí hablamos al enmarcar dos principios espirituales de primer orden:

 

1º Dios todo lo sabe de nosotros y de nuestros quehaceres o no quehaceres.

 

2º Nunca se va a recoger lo que no se haya sembrado.

 

Esto segundo, lo dicho en segundo lugar de esta muy escueta relación, tiene una importancia tal que nadie debería llevarse a engaño si, llegado su particular Juicio: quien no siembre-haga-actúe-entienda-sea piadoso-de de sí mismo, etc. que no espere recoger nada. Ni aquí ni, lo que es peor, en el Cielo donde, a lo mejor, tarda mucho tiempo en llegar en caso de que tenga que hacer una parada en el Purgatorio-Purificatorio. Imaginemos qué le pasará si donde le ha llevado su falta de actuar-sembrar-hacer-actuar-entender-no ser piadoso, etc., es el Infierno. 

Hagamos, pues; actuemos, pues, según quiere Dios de nosotros, sus hijos. 

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

Para entrar en la Liga de Defensa Católica

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Cristo es el Bien y es el Cielo. ¿Qué más podemos pedir?

Para leer Fe y Obras.

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28.08.18

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- Virtudes de la sencillez

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

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Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

Durante unas semanas, si Dios quiere, vamos a dedicar el comentario de los textos de Lolo a un apartado particular del libro citado arriba de título “Recuento de beneficios” donde hace indicación de los beneficios de la relación del Beato con el Todopoderoso.

Virtudes de la sencillez

 

“A veces valoramos un ejercicio de adoración simplemente por sus añadidos de postura, fervores y palabras, y puede que algún día sorprenda hallar la conformidad de Dios y nuestra fecundidad en un gesto simple tal vez trivial, pero sincero.”

 

Es cierto y verdad que no son pocas las veces que caemos en la trampa que nos tienen el Maligno acerca de la oración y, claro, de la adoración. Y nos explicamos.

Sabemos muy bien que orar y adorar son actitudes que, en un creyente, son la mar de positivas. Es decir, no se puede entender que alguien que se diga tal pueda caminar por la vida sin orar y sin adorar: sin dirigirse a Dios o a quien tenga que dirigirse en tal tipo de materia o, en fin, sin hacer lo propio con quien lo merece y puede ser adorado.

El Beato Manuel Lozano Garrido nos lleva, en esto (y en tantas otras cosas) una ventaja tan notable que pareciera que nosotros fuéramos los impedidos para caminar y él quien acaba de batir el récord del mundo de 100 m. lisos o de la carrera que a ustedes bien les parezca, a quien admiraríamos muy grandemente sabiendo que, sólo en sueños, nosotros haríamos otro tanto…

En fin… Lo que aquí pasa es que solemos estar equivocados en cuanto al fondo de ciertas realidades espirituales pero lo estamos, aún más, en cuanto a la forma en las que las llevamos a cabo.

Estamos, pues, ante dos situaciones que, en cuanto a la adoración (pensemos que, también, en cuanto a la oración) nos pueden causar equivocación. Y es que ¿lo hacemos bien?

El Beato Lolo, que tanto en una como en otra práctica religiosa católica tenía mucha experiencia, nos echa una mano bien grande.

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26.08.18

La Palabra del Domingo - 26 de agosto de 2018

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Jn 6, 60-69

“60 Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: ‘Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?’ 61 Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: ‘¿Esto os escandaliza? 62 ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?…63 ‘El espíritu es el que da vida;   la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.64 ‘Pero hay entre vosotros algunos que no creen.’ Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. 65 Y decía: ‘Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.’ 66 Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. 67 Jesús dijo entonces a los Doce: ‘¿También vosotros queréis marcharos?’ 68 Le respondió Simón Pedro: ‘Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, 69 y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.’”

  

COMENTARIO

 

Algunos sí comprendieron

Después de, en dos ocasiones, haber tratado, Jesús, de que los que lo oían comprendiesen qué era eso de su cuerpo y su sangre, qué suponía la vida eterna que tendría quien creyese en Él, tenía que producirse, como no podía ser de otra forma, el desenlace de esa conversación.

Podemos imaginarnos al Maestro sentado, en apacible charla con sus discípulos y otros más que podían acompañarle. Vemos a Jesús rodeado de muchas personas que oían su mensaje, y pensemos, por un momento, que estamos entre ellos para, así, tratar de comprender mejor lo que decía. Es recomendación de San Josemaría procurar un acercamiento así a la Sagrada Escritura porque nos da una perspectiva propia que nos puede venir más que bien.

Muchos de nosotros se han escandalizado. Eso de la sangre y el cuerpo del Maestro les parece de un extremismo exacerbado. ¿Cómo vamos a comer su cuerpo y a beber su sangre? No entienden nada y lo que creen entender no les gusta. Han oído de pueblos que se comen unos a otros, de esos salvajes, que por suerte viven lejos, que están alejados de nuestro Dios y de las prácticas que, con relación a Adonai, realizamos en el templo en las fiestas anuales. Y dudan por esto mucho, tanto que van a decidir abandonar a Jesús, a no seguirle más, por lo que pueda pasar…

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25.08.18

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – ¡Ay lo de Dios; ay lo del hombre!

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

¡Ay lo de Dios; ay lo del hombre!

 

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 Y Jesús dijo… (Mc 12, 17 )

 

“Jesús les dijo: ‘Lo del César, devolvédselo al César, y lo de Dios, a  Dios’. Y se maravillaban de él’”.

 

Esta frase dicha por el Hijo de Dios ha hecho correr, a lo largo de la historia de la cristiandad, muchos ríos de tinta. Y es que, bien mirada, tiene tanto que decirnos que no puede dársele un significado único y es, por así decirlo, una frase polisémica (si se nos permite decir esto)

Ya sabemos el ambiente en el que se dice esto: ¿había que pagar impuestos… al César?

Claro está que si se tuviera que haber pagado impuestos a favor del pueblo de Israel, hubieran sido menos las bocas que hubiesen protestado por eso. Sin embargo, los que se pagaban no iban a los bolsillos del pueblo elegido por Dios (digamos, por ejemplo, a un gobierno suyo) sino que engrosaban directamente los del enemigo invasor romano.

¿Qué pretendían aquellos que preguntan a Cristo por impuestos como si fuese un economista?

Pillarlo en un renuncio. Ellos querían sorprender de tal forma al hijo del carpintero José y de María, la joven de Nazaret, que no supiera por dónde salir bien de aquella nueva trampa.

Sin embargo, era de esperar que los que iban de caza saliesen de allí cazados. Y es que, al parecer, nunca escarmentaban con aquel Maestro…

Vayamos, antes que nada, al final de esto.

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24.08.18

Serie “De Ramos a Resurrección” - La glorificación de Cristo – Quinta Palabra

 

De-ramos-a-resurrección

En las próximas semanas, con la ayuda de Dios y el permiso de la editorial, vamos a traer al blog el libro escrito por el que esto escribe de título “De Ramos a Resurrección”. Semana a semana vamos a ir reproduciendo los apartados a los que hace referencia el Índice que es, a saber:

Introducción                                        

I. Antes de todo                                           

 El Mal que acecha                                  

 Hay grados entre los perseguidores          

 Quien lo conoce todo bien sabe               

II. El principio del fin                          

 Un júbilo muy esperado                                       

 Los testigos del Bueno                           

 Inoculando el veneno del Mal                         

III. El aviso de Cristo                           

 Los que buscan al Maestro                      

 El cómo de la vida eterna                              

 Dios se dirige a quien ama                      

 Los que no entienden están en las tinieblas      

 Lo que ha de pasar                                 

Incredulidad de los hombres                    

El peligro de caminar en las tinieblas         

       Cuando no se reconoce la luz                   

       Los ánimos que da Cristo                  

       Aún hay tiempo de creer en Cristo            

IV. Una cena conformante y conformadora 

 El ejemplo más natural y santo a seguir          

 El aliado del Mal                                    

 Las mansiones de Cristo                                

 Sobre viñas y frutos                               

 El principal mandato de Cristo                         

       Sobre el amor como Ley                          

       El mandato principal                         

Elegidos por Dios                                    

Que demos fruto es un mandato divino            

El odio del mundo                                   

El otro Paráclito                                      

Santa Misa                                             

La presencia real de Cristo en la Eucaristía        

El valor sacrificial de la Santa Misa                   

El Cuerpo y la Sangre de Cristo                 

La institución del sacerdocio                     

V. La urdimbre del Mal                         

VI. Cuando se cumple lo escrito                 

En el Huerto de los Olivos                              

La voluntad de Dios                                        

Dormidos por la tentación                        

Entregar al Hijo del hombre                            

       Jesús sabía lo que Judas iba a cumplir       

       La terrible tristeza del Maestro                  

El prendimiento de Jesús                                

       Yo soy                                            

       El arrebato de Pedro y el convencimiento   

       de Cristo

Idas y venidas de una condena ilegal e injusta  

Fin de un calvario                                   

Un final muy esperado por Cristo              

En cumplimiento de la Sagrada Escritura

        La verdad de Pilatos                        

        Lanza, sangre y agua                      

 Los que permanecen ante la Cruz                   

       Hasta el último momento                  

       Cuando María se convirtió en Madre          

       de todos

 La intención de los buenos                      

       Los que saben la Verdad  y la sirven          

VII. Cuando Cristo venció a la muerte        

El primer día de una nueva creación                 

El ansia de Pedro y Juan                          

A quien mucho se le perdonó, mucho amó        

 

VIII. Sobre la glorificación

 La glorificación de Dios                            

 

Cuando el Hijo glorifica al Padre                       

Sobre los frutos y la gloria de Dios                  

La eternidad de la gloria de Dios                      

 

La glorificación de Cristo                                

 

Primera Palabra                                             

Segunda Palabra                                           

Tercera Palabra                                             

Cuarta Palabra                                               

Quinta Palabra                                        

Sexta Palabra                                         

Séptima Palabra                                     

 

Conclusión                                          

 

 El libro ha sido publicado por la Editorial Bendita María. A tener en cuenta es que los gastos de envío son gratuitos.

  

“De Ramos a Resurrección” -   La glorificación de Cristo – Quinta Palabra

 

“Tengo sed” (Jn 19, 28).

 

Jesús era un hombre. Como tal también sufrió, a lo largo de su vida, las precariedades del existir (cf. Jn 4, 6 cuando se sienta, cansado, en el pozo de Jacob o en Jn 11, 35 cuando llora ante Lázaro muerto). Y ahora decía que tenía sed. Y no era nada extraño que quien tanto había sufrido manifestara tan obvia necesidad. Y dice “tengo sed”. Pero inmediatamente había dicho:

 

”Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la escritura”.

 

“En efecto, la escritura se estaba cumpliendo. Por eso Jesús, debió recordar lo escrito en el Salmo 69 (22) acerca de que “Veneno me han dado por comida, en mi sed me han abrevado con vinagre” supo que esto también se iba a llevar a cabo. Y pidió que se le librara de aquella terrible sensación de falta de agua.

En realidad, nada raro hay en el hecho de que Jesús, que había sufrido tanto desde que fuera flagelado y hasta que llegó al monte calvario, sintiese sed. La pérdida abundante de sangre había provocado una falta de líquido notable en su cuerpo. Remediarlo con algo de agua era una merced que no podían negarle.

“También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre” (Lc 23, 36).

Esto sucede una vez es crucificado. Aquellos soldados que lo habían llevado, casi a rastras (con varias caídas) desde dentro de Jerusalén hasta aquel peñasco mortífero, se burlan de él y le ofrecen una bebida que, en las circunstancias en las que se encontraba Jesús, era más que insoportable y era dada para que los reos crucificados aceleraran su propia muerte.

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23.08.18

El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - El ansia de querer

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” –  Ansia de querer

 

“No permitas, Jesús mío, que rechace tus divinas inspiraciones. Yo comprendo que algo más de lo que hago puedo hacer y que Tú lo aceptarás.

¡Dame fuerza, Virgen María!

 

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que no hay más sordo que quien no quiere oír. Y es un dicho que, en materia de fe y de espiritualidad, se cumple a la perfección.

El hermano Rafael nos muestra y demuestra que una cosa es lo que se puede llegar a creer (creer, aunque sea eso) y otra, muy distinta, que lo llevemos a la práctica.

Tenemos por verdad que, cuando Dios envió al mundo al Espíritu Santo (como había prometido Jesucristo que enviaría) muchas de las cosas que sabía el creyente, le iba a ser recordadas y otras (muchas más habrían se suceder…) serían conducidas por las sus inspiraciones. Y con eso queremos decir que sí, que el Paráclito no permanece callado sino que, al contrario, nos habla y nos dice.

San Rafael Arnáiz Barón, que ama tanto al Hijo de Dios y, claro, a Dios mismo (siendo eso lo mismo) no puede permitir dejarse vencer por la tentación de no escuchar y de no obrar en consecuencia.

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22.08.18

Serie “El Bien, Jesucristo, el Cielo” - 3 - Jesucristo, fuente del Bien

 

Presentación

El Bien, Jesucristo, el Cielo No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.”

 

Epístola a los Romanos 12, 21

 

En estas mismas páginas se ha publicado, en formato serie, el libro de título “El Mal, El Diablo, el Infierno”. Y, como no podía ser menos, la parte buena, la que ha de prevalecer, Cristo mismo y Dios mismo, debían tener su serie. La misma está referida al libro de título “El Bien, Jesucristo, el Cielo” que, fácilmente puede verse es, justo, lo contrario a lo otro. 

El Mal puede vencerse con el Bien. Eso es lo que la cita que hemos puesto como principal de este libro nos dice. Y San Pablo, diciéndonos tal cosa, nos auxilia ante lo que podamos estar pasando. 

No podemos, por tanto, alegar falta de socorro en estos casos pues bien sabemos que Dios nunca nos abandona y pone, en el camino de nuestra vida, a testigos de la fe que nos echan una mano. 

De todas formas, el Bien puede ser, digamos, usado contra el Mal. Y eso porque el Bien existe para mucho más que para eso que, con ser importante, no agota las posibilidades de lo bueno y mejor. 

No podemos negar, al respecto del Bien, que, para espíritus no perjudicados por el Mal, es más atractivo el primero que el segundo. Y es que no puede considerarse sana, espiritualmente hablando, la persona que esté a favor de las asechanzas del Maligno y/o de los frutos que de las mismas puedan derivarse. No. Es más seguro esperar que el común de los creyentes esté más por el Bien que por el Mal. Y eso se apoya en algo esencial: el Bien proviene de Dios Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra en quien no hay falsedad ni mentira. 

No podemos negar, en beneficio nuestro, que a lo largo de la historia de la cristiandad ha habido hermanos nuestros en la fe que han considerado este tema, el del Bien, como uno que lo era muy importante, a tener en cuenta y a destacar. 

Así, por ejemplo, para los Santos Padres, era mayor la preocupación de señalar que Dios es el Bien Supremo y que, por tanto, toda criatura deriva de su Bondad. Pero también San Agustín, Boecio o la propia doctrina escolástica, con Santo Tomás de Aquino a la cabeza, han tenido a bien considerar el Bien entre sus temas básicos de conocimiento y estudio. 

Y ya, digamos que recientemente, en el Concilio habido en el seno de la Iglesia Católica (Vaticano I), la Constitución De Fide Catholica, en su capítulo I, dice esto que sigue:

 

“Éste único, solo, Dios verdadero, de su propia bondad y omnipotencia, no para el aumento de su propia felicidad, no para adquirir sino para manifestar su perfección por las bendiciones que Él otorga a las criaturas, con absoluta libertad de consejo creó desde el principio de los tiempos a la criatura tanto la espiritual como la corporal, a saber, la angélica y la mundana; y después la criatura humana.”

 

Vemos, por tanto, que el Bien no es, sólo, necesario en la vida del creyente católico (creemos que también en la de cualquier ser humano, en general y por ser especie creada por Dios) sino que es lo único que puede anhelar quien se sabe hijo del Todopoderoso. 

Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que por el bien se va al Bien mayor que es Dios mismo.

3  - Jesucristo, fuente del Bien

 

Si a un fiel católico le preguntan por la fuente del Bien o, lo que es lo mismo, de dónde emana todo lo bueno y mejor que pueda acaecer en su vida de hijo de Dios, no dudará mucho en decir que se está preguntando por Dios y, por extensión, por su hermano Jesucristo, por Aquel que quiso y admitió su padecimiento vivencial porque era la voluntad de su Padre, Dios Todopoderoso. 

Que Jesucristo sea el origen del Bien a nadie puede extrañar. Y es que siendo Dios hecho hombre, lo propio es, como decimos arriba, que lo sea. Eso, sin embargo, ¿qué significa?, porque estamos más que seguros que tal realidad espiritual ha de tener consecuencias buenas y mejores para nosotros, sus hermanos. 

Digamos, por ejemplo, que:

 

1. Cristo está cerca de nosotros. 

2. Cristo nos ama sobremanera. 

3. Cristo nos lo ha dicho todo. 

4. Cristo sabe que necesitamos su Bien. 

5. Cristo quiere que nos salvemos. 

6. Cristo quiere que permanezcamos en Él. 

7. Cristo quiere que aceptemos el Bien.

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21.08.18

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- Lo que Lolo nos pide

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

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Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

Durante unas semanas, si Dios quiere, vamos a dedicar el comentario de los textos de Lolo a un apartado particular del libro citado arriba de título “Recuento de beneficios” donde hace indicación de los beneficios de la relación del Beato con el Todopoderoso.

Lo que Lolo nos pide

 

“Os exijo, hermanos, para el corazón, una médula de volcán y la rítmica agitación de las ramas verdes. Mas pensad todos que, a cambio de este paraíso de sensaciones, el amor ha ido silueteando la entraña con los dardos de la ternura, la profundización, el conocimiento, la gracia y todo ese otro mundo de sensaciones intangibles que Dios milagrea en la aceptación y la renuncia.” (p. 64)

 

Nunca debemos olvidar que somos cuerpo y somos alma. Es decir, que podemos pasar por momentos los cuales no sean nada buenos, en lo físico, pero que también podemos sufrir a un nivel superior o, lo que es lo mismo, en nuestro espíritu y alma.

El Beato Manuel Lozano Garridoque tanta experiencia de lo primero citado arriba tuvo en su vida, no por ello dejó de manifestar un ser que, digámoslo con cierto egoísmo, nos viene muy bien a los demás. Es decir, podemos aprovechar su experiencia para ganar en la nuestra y estar preparados para cuando puedan acaecernos ciertas cosas.

Nos pide, decimos en el título arriba puesto. Sin embargo, lo que hace Lolo es “exigirnos”. Y lo hacer porque nos conoce muy bien y sabe que, de hacerlo de una forma suave, poco caso vamos a hacer. Y lo hacer porque sabe que es muy importante tener en cuenta sus palabras. Son dichas tras la experiencia y con la experiencia.

Lolo quiere, para nosotros, que la esperanza no sea algo que tenemos por lejana sino que, al contrario, sea el eje sobre el que se mueve nuestra existencia diaria y ordinaria.  Así, frente a los infortunios, ha de ser que lo que nos salga del corazón no sea negrura sino, al contrario, el blanco amanecer de un día aún por vivir. Es decir, que siempre así y no sólo en el momento en el que aún no sabemos qué va a ser de nosotros. Y sería como un estado de esperanza continuo y perpetuo.

De todas formas, eso no es mérito nuestro porque hay Alguien que hace que eso se posible.

El Beato de Linares (Jaén,España) sabe muy bien que el autor de la vida, de la nuestra y de todo lo vive y ha muerto en el mundo o, lo que es mismo, Dios Creador, hace que, en nuestra vida, muchas cosas sean producto de lo que hacemos.

Cuando aceptamos algo o renunciamos a algo y en tal aceptación o renuncia se encuentra un bien superior o se busca un bien superior… entonces Dios nos procura un bienestar espiritual que se enfrenta a lo que de malo podamos estar pasando. Y es ahí, en lo tierno, en aquello que nos llega a lo más profundo del alma, en lo que sabemos de eso mismo y, en fin, en lo que Dios nos dona con Amor y Misericordia, donde lo que parece imposible puede llegar a suceder.

Dios, que sólo quiere para sus hijos lo mejor, nos procura, claro, lo mejor. Y lo mejor puede ser algo que no entendemos porque no siempre estamos preparados para eso. Y entonces nos basta la fe para darnos cuenta de que Quien tanto nos quiere no puede abandonarnos y que, en cada momento en el que sabemos que está ahí… de verdad está ahí.

Y es que Dios, a nuestro proceder esperanzado, aporta lo mejor que tiene que es Él mismo y su existencia misma.

  

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

Para entrar en la Liga de Defensa Católica

INFORMACIÓN DE ÚLTIMA HORA

A la venta la 2ª edición del libro inédito del beato Lolo

Segunda edición del libro inédito del beato Lolo

Ya está disponible la 2ª edición de Las siete vidas del hombre de la calle, libro inédito de nuestro querido beato Lolo. La acogida ha sido tal que hemos tenido que reeditarlo para atender la creciente demanda del mismo: amigos de Lolo y su obra, para regalar, para centros de lectura y bibliotecas, librerías,… innumerables destinos para los hemos realizado una segunda edición de hermoso e inédito libro.


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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Saber sufrir, espiritualmente hablando, es un verdadero tesoro.

Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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Escucha a tu corazón de hijo de Dios y piedra viva de la Santa Madre Iglesia y pincha aquí abajo:

da el siguiente paso. Recuerda que “Dios ama al que da con alegría” (2Cor 9,7), y haz click aquí.

19.08.18

La Palabra del Domingo. 19 de agosto de 2018

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La Palabra del Domingo - 19 de agosto de 2018

Jn 6, 51-58

 

“’51 Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre;  y el pan que yo le voy a dar,  es mi carne por la vida del mundo.’ 52 Discutían entre sí los judíos y decían: ‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’ 53 Jesús les dijo: ‘En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre,  no tenéis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre,          tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. 55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. 57 Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. 58 Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.’”  

 

COMENTARIO

Verdadero pan para la verdadera vida

 

Continuó Jesús con su promesa escatológica. Muchas veces vemos que el Mesías insiste en determinadas cosas para que fuesen comprendidas; muchas veces el Enviado ilumina la vida de sus contemporáneos diciendo lo mismo repetidamente porque sabía y conocía la dificultad que tenían de comprender  su doctrina y el mensaje que traía de parte de Dios. Y es que, en realidad, no era fácil ni la primera ni lo segundo. 

Esto viene, por eso mismo, a concretar lo dicho sobre el pan vivo en un momento inmediatamente anterior. 

Se refiere, Jesús, a su cuerpo, que lo va a entregar para la salvación de todos. Por eso dice el pan que “yo le voy a dar”; y ese pan, que será transubstanciado a partir, y en, la Eucaristía, es la causa necesaria de nuestra fe. 

Sin embargo, muchos de los que escuchaban no entendían y, llevados por el concepto del mundo que tenían, se dejaban llevar por su mundanidad y sentían repugnancia por aquello de comer su carne. Aún, para ellos, no había llegado el momento de la comprensión. Como para muchos, hoy día. 

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18.08.18

Reseña: "Porque Dios lo ve"

    Porque Dios lo ve                      Porque Dios lo ve

                  

Título: Porque Dios lo ve

Autor: Eleuterio Fernández Guzmán

Editorial: Lulu

Páginas: 59

Precio aprox.:  3.50 € en papel – 0.99 € formato electrónico.

ISBN: 5800129714322 papel; 978-0-244-40759-9 electrónico.

Año edición: 2018

 

Los puedes adquirir en Lulu.

 

Porque Dios lo ve” - de Eleuterio Fernández Guzmán.

 

Con este libro, de título bien significativo, damos comienzo a una nueva colección de libros de fe y espiritualidad católica. Si la primera se llamó “Fe sencilla” en atención a tratarse de textos sin elucubraciones teológicas elevadas (de aquí el título, como decimos) la que ahora iniciamos se titula “Fe práctica” porque desciende hasta el día a día de una convicción filial en el amor hacia Dios y, sobre todo, en el necesario cumplimiento de su santísima voluntad.

 

Reproducimos, para eso, la Introducción del primer libro de la citada colección.

 

Introducción - Una anécdota que vale mucho

Al que esto escribe siempre le ha impresionado lo que, en una ocasión, ocurrió (se cuenta que le ocurrió) a un maestro tallador de piedra o, mejor, a quien acudió a plantearle cierta pregunta. Y es que es síntoma de la fe que se puede tener y, sobre todo, de lo que supone la misma. 

El caso es que aquel hombre llevaba muchos meses trabajando en el capitel de un claustro (o de una catedral, sea la realidad como sea que fuere) Y podemos suponer que el trabajo, en aquellas circunstancias y, sabiendo la habilidad del maestro, era duro pero fructífero. 

En un determinado momento alguien pasó junto al capitel y junto a quien tanto tiempo llevaba allí trabajando. 

La conversación, como no podía ser de otra forma, trató de qué es lo que estaba haciendo en aquel capitel y qué representaba. Sin embargo, a quien preguntaba le interesaba más otra cosa. 

¿Qué era lo que le interesaba más que el trabajo en sí, el objeto del mismo? 

Podemos decir que aquel conversador quería saber cuál era la razón por la cual el maestro que trabajaba la piedra y que llevaba tanto tiempo trabajándola, lo hacía. Sí, quería saber si es que no sabía que aquella obra suya, sin duda maestra, iba a ser cubierta por otra pieza con lo cual era evidente que su trabajo no lo vería nadie. 

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