22.09.18

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – El Prójimo

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

El prójimo

 

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Y Jesús dijo… (Mc 12, 31)

 

“El segundo es: amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos.”

 

Si el Hijo de Dios hubiera dicho que el principal Mandamiento de la Ley de Dios era amar al Creador sobre todas las cosas y ya está… seguramente habría faltado a la Voluntad de su Padre que, creando, ama y, amando, crea.

Tuvo que decir lo otro, la continuación, aquello que completaría una forma de ser muy querida y anhelada por Dios para su descendencia o algo, en fin, que quiere sea practicado por la misma.

Habló del prójimo. Sí, hizo eso. Se ve que no pudo dejar tranquilos a los le escuchaban sabiendo que debían amar, sólo, a Dios… Es que era así el Mesías. Tenía que hablar del otro.

Lo dice con toda claridad y para que nadie se lleve a engaño: a lo mejor había muchos preceptos que cumplir y, por eso, habían aparecido unos cientos entre los judíos. Sin embargo, de todo lo que aquel pueblo podía tener por bueno y mejor había algo que sobresalía sobremanera y que nunca debían olvidar: amar a Dios y amar al prójimo. Y por eso dice que no hay nada mayor, más importante, mejor, que eso.

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21.09.18

Serie “De Ramos a Resurrección” - La glorificación de Cristo - Séptima Palabra

De-ramos-a-resurrección

En las próximas semanas, con la ayuda de Dios y el permiso de la editorial, vamos a traer al blog el libro escrito por el que esto escribe de título “De Ramos a Resurrección”. Semana a semana vamos a ir reproduciendo los apartados a los que hace referencia el Índice que es, a saber:

Introducción                                        

I. Antes de todo                                           

 El Mal que acecha                                  

 Hay grados entre los perseguidores          

 Quien lo conoce todo bien sabe               

II. El principio del fin                          

 Un júbilo muy esperado                                       

 Los testigos del Bueno                           

 Inoculando el veneno del Mal                         

III. El aviso de Cristo                           

 Los que buscan al Maestro                      

 El cómo de la vida eterna                              

 Dios se dirige a quien ama                      

 Los que no entienden están en las tinieblas      

 Lo que ha de pasar                                 

Incredulidad de los hombres                    

El peligro de caminar en las tinieblas         

       Cuando no se reconoce la luz                   

       Los ánimos que da Cristo                  

       Aún hay tiempo de creer en Cristo            

IV. Una cena conformante y conformadora 

 El ejemplo más natural y santo a seguir          

 El aliado del Mal                                    

 Las mansiones de Cristo                                

 Sobre viñas y frutos                               

 El principal mandato de Cristo                         

       Sobre el amor como Ley                          

       El mandato principal                         

Elegidos por Dios                                    

Que demos fruto es un mandato divino            

El odio del mundo                                   

El otro Paráclito                                      

Santa Misa                                             

La presencia real de Cristo en la Eucaristía        

El valor sacrificial de la Santa Misa                   

El Cuerpo y la Sangre de Cristo                 

La institución del sacerdocio                     

V. La urdimbre del Mal                         

VI. Cuando se cumple lo escrito                 

En el Huerto de los Olivos                              

La voluntad de Dios                                        

Dormidos por la tentación                        

Entregar al Hijo del hombre                            

       Jesús sabía lo que Judas iba a cumplir       

       La terrible tristeza del Maestro                  

El prendimiento de Jesús                                

       Yo soy                                            

       El arrebato de Pedro y el convencimiento   

       de Cristo

Idas y venidas de una condena ilegal e injusta  

Fin de un calvario                                   

Un final muy esperado por Cristo              

En cumplimiento de la Sagrada Escritura

        La verdad de Pilatos                        

        Lanza, sangre y agua                      

 Los que permanecen ante la Cruz                   

       Hasta el último momento                  

       Cuando María se convirtió en Madre          

       de todos

 La intención de los buenos                      

       Los que saben la Verdad  y la sirven          

VII. Cuando Cristo venció a la muerte        

El primer día de una nueva creación                 

El ansia de Pedro y Juan                          

A quien mucho se le perdonó, mucho amó        

 

VIII. Sobre la glorificación

 La glorificación de Dios                            

 

Cuando el Hijo glorifica al Padre                       

Sobre los frutos y la gloria de Dios                  

La eternidad de la gloria de Dios                      

 

La glorificación de Cristo                                

 

Primera Palabra                                             

Segunda Palabra                                           

Tercera Palabra                                             

Cuarta Palabra                                               

Quinta Palabra                                        

Sexta Palabra                                         

Séptima Palabra                                     

 

Conclusión                                          

 

 El libro ha sido publicado por la Editorial Bendita María. A tener en cuenta es que los gastos de envío son gratuitos.

  

“De Ramos a Resurrección” -   La glorificación de Cristo – Séptima Palabra

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

 

Como a lo largo de estos últimos momentos, Jesús hace mención de la escritura que, hasta entonces, estaba escrita. A punto de morir trae a colación lo que se escribió, muchos años antes, en el Salmo 30 (5-6):

 

“Sácame de la red que me han tendido, que tú eres mi refugio; en tus manos mi espíritu encomiendo”.

 

En el momento más importante de su vida, que es el de su muerte, Jesús no puede hacer otra cosa que no sea dirigirse a Dios, suPadre. El Señor lo había engendrado y, desde la misma eternidad, había presenciado la creación de todo lo existente. Y es que Jesús había llamado muchas veces Padre a Dios:

 

“Él les dijo: ‘Y ¿por qué me buscabais? ¿no sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?’” (Lc 2, 49).

 

“Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Lc 10, 22).

 

“Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí’” (Lc 22, 28-29).

 

“Jesús decía: ‘Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen’” (Lc 23, 34).

 

“Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto” (Lc 24, 49).

 

“Quitad esto de aquí. No hagáis de la casa de mi Padre una casa de mercado” (Jn 2. 16).

 

“Pero Jesús les replicó: ‘mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo’” (Jn 5, 17).

 

“Respondió Jesús: ‘No me conocéis ni a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre’” (Jn 8,19). “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a  mi Padre’” (Jn 10, 14-15).

“Quitaron, pues, la piedra. entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: ‘Padre, te doy gracias por haberme escuchado’” (Jn 11, 41). “ahora  mi  alma  está  turbada.  Y  ¿qué  voy a decir?

 

¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!” (Jn 12, 27).

 

“En la casa de mi Padre hay muchas mansiones” (Jn 14,1). “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador” (Jn 15,1). “Así  habló  Jesús,  y  alzando  los  ojos  al  cielo,    dijo:

 

‘Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti’” (Jn 17,1).

 

“Dícele Jesús: ‘no me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios’” (Jn 20, 17).

 

“Y decía: ‘¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú’” (Mc 14, 36).

“No todo el que me diga: ‘Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial’” (Mt 7, 21). “Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32).

“Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre“ (Mt 11, 26-27).

 

“Él les respondió: ‘Toda planta que no haya plantado mi

Padre celestial será arrancada de raíz’” (Mt 15, 13).

 

“Replicando Jesús le dijo: ‘Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos’” (Mt 16, 17).

 

“Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; por- que yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10).

“Díceles: ‘mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre’” (Mt 20, 23).

“Y os digo que desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día aquel en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre” (Mt 26,29).

Por eso Jesús, que tantas veces se había dirigido a Dios en su oración llamándolo Padre, se ve urgido a pedir el último amparo a Quien tanto ama. Y no le pide nada para su cuerpo porque sabe que, a poco tiempo que pase, dejará de existir. Tan sólo que sea bien tratado en su Resurrección, que se junte con su alma y que pueda seguir cumpliendo la misión que le había sido encomendada. Y que todo eso se realice en su propia resurrección.

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20.09.18

El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - Aún la Cruz

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” –  Aún la Cruz

 

“Abrazado a tu Cruz entré en el Capítulo…, a los pies de tu Cruz tomé el alimento que necesita mi débil naturaleza…, a los pies de tu ensangrentada Cruz hallo el consuelo de escribir estas líneas.”

 

La Cruz.

Para un discípulo de cristo la Cruz, aquel instrumento de tortura donde quisieron terminar con la vida y el recuerdo del Hijo de Dios (Lo primero lo consiguieron; no lo segundo) no es sólo un símbolo sino que es mucho más. Por eso a lo largo de los siglos muchos han sido los que han meditado y escrito sobre ella. Y, bien lo podemos decir, nunca nos cansamos de hacer eso y de tenerla siempre en cuenta.

El Hermano Rafael, nuestro santo, sabe muy bien que la Cruz es muy importante en su vida. Y por eso podemos decir, sin temor a equivocarnos que aquellos dos maderos que, cruzados, sostuvieron el Cuerpo de Jesucristo, son, aún (y lo serán siempre) un medio para alcanzar la santidad o, en fin, un camino bien trazado hacia el Cielo.

Sobre la Cruz, sobre la importancia que tiene en su vida, mucho nos dice San Rafael Arnáiz Barón. Y lo podemos ver en estas pocas líneas recogidas en “Saber esperar”.

No es algo, por decirlo así, a lo que se agarre en determinadas circunstancias o un, así, como un asidero del que no soltarse cuando le pueda convenir. No. Es mucho más, como vemos fácilmente según nos dice él mismo.

Ya sabemos de la precaria salud de la que gozó el Hermano Rafael. Por eso nos dice, le dice a Cristo, que entra en el Capítulo ya abrazado a la Cruz. Y nos ha de querer decir, sin duda alguna, que entraba padeciendo de su enfermedad y que la misma no iba a impedir su cercanía con lo que tanto bien le hacía. Y por eso entra, porque sabe que le viene más que bien presentarse ante la Cruz en la que, en cierta forma, está también colgado o, al menos, lleva la suya.

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19.09.18

Serie “Gozos y sombras del alma” - Necesidad para el alma - A modo de Presentación

 

Gozos y sombras del alma

Cuando alguien dice que tiene fe (ahora decimos sea la que sea) sabe que eso ha de  tener algún significado y que no se trata de algo así como mantener una fachada de cara a la sociedad. Es cierto que la sociedad actual no tiene por muy bueno ni la fe ni la creencia en algo superior. Sin embargo, como el ser humano es, por origen y creación, un ser religioso (¿Alguien no quiere saber de dónde viene, a dónde va?) a la fuerza sabe que la verdad (que cree en lo que sea superior a sí mismo) ha de existir. 

Aquí no vamos a sostener, de ninguna de las maneras, que todas las creencias son iguales. Y no lo podemos mantener porque no puede ser lo mismo tener fe en Dios Todopoderoso, Creador y Eterno que en cualquier ser humano que haya fundado algo significativamente religioso. No. Y es que sabemos que Dios hecho hombre fue quien fundó la religión que, con el tiempo se dio en llamar “católica” (por universal) y que entregó las llaves de su Iglesia a un tal Cefas (a quien llamó Pedro por ser piedra sobre la que edificarla). Y, desde entonces, han ido caminando las piedras vivas que la han constituido hacia el definitivo Reino de Dios donde anhelan estar las almas que Dios infunde a cada uno de sus hijos cuando los crea. 

El caso es que nosotros, por lo que aquí decimos, tenemos un alma. Es más, que sin el alma no somos nada lo prueba nuestra propia fe católica que sostiene que de los dos elementos de los que estamos constituidos, a saber, cuerpo y alma, el primero de ellos tornará al polvo del que salió y sólo la segunda vivirá para siempre. 

Ahora bien, es bien cierto que tenemos por bueno y verdad que la vida que será para siempre y de la que gozará el alma puede tener un sentido bueno y mejor o malo y peor. El primero de ellos es si, al morir el cuerpo, es el Cielo donde tiene su destino el alma o, en todo caso, el Purgatorio-Purificatorio como paso previo a la Casa del Padre; el segundo de ellos es, francamente, mucho peor que todo lo peor que podamos imaginar. Y lo llamamos Infierno porque sólo puede ser eso estar separado, para siempre jamás, de Quien nos ha creado y, además, soportar un castigo que no terminará nunca. 

Sentado, como hemos dejado, que el alma forma parte de nuestro propio ser, no es poco cierto que la misma necesita, también, vida porque también puede morir. Ya en vida del cuerpo el alma no puede ser preterida, olvidada, como si se tratase de realidad espiritual de poca importancia. Y es que hacer eso nos garantiza, con total seguridad, que tras el Juicio particular al que somos sometidos en el mismo instante de nuestra muerte (y esto es un misterio más que grande y que sólo entenderemos cuando llegue, precisamente, tal momento) el destino de la misma sólo puede ser el llanto y el rechinar de dientes… 

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18.09.18

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- El dulce gozo de sentirse hijo

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

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Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

Durante unas semanas, si Dios quiere, vamos a dedicar el comentario de los textos de Lolo a un apartado particular del libro citado arriba de título “Recuento de beneficios” donde hace indicación de los beneficios de la relación del Beato con el Todopoderoso.

El dulce gozo de sentirse hijo

Sería inútil insistir en el valor sentimental de la fuerza sicológica que nos encauzan, después de una caída, las señales tangibles de un Cristo torturado o la pesadumbre y los deseos de rehabilitación de que es capaz la visión de una cándida y dulce silueta mariana.”

 

Cuando el Beato Manuel Lozano Garrido nos dice que algo es inútil, insistir por ejemplo, no es que crea que la cosa no tiene importancia sino, justamente, al revés: tiene tanta importancia que se da por conocida y por aprendida.

Lo que pasa en las palabras de las que ahora hablamos es que, en efecto, no hace falta insistir en ellas aunque…

Sí, ciertamente, vale mucho la pena tener en cuenta que lo que pudiera parecernos cosa de poca enjundia no es que la tenga en elevado índice sino que resulta tan importante en nuestra vida que no podemos olvidarlo.

El caso es que sabemos que, cuando caemos, podemos levantarnos o quedarnos ahí, caídos. Y Lolo se adhiere a la primera posibilidad. Y lo hace porque conoce a Dios y, claro, a su Hijo pero, sobre todo, porque es conocedor de algunos acontecimientos particulares de la vida de Cristo que elevan por encima de la miseria.

Y, sin embargo, no es sólo tal asidero al que se agarra nuestro Beato de Linares (Jaén, España) sino que acude también a la Madre. ¿Y no es extraño, verdad)

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16.09.18

La Palabra del Domingo - 16 de septiembre de 2018

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Mc 8, 27-35

“27 Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus  discípulos: ‘¿Quién dicen los hombres que soy yo?’ 28 Ellos le dijeron: ‘Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas.’ 29 Y él les preguntaba: ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’’ Pedro le contesta: ‘Tú eres el Cristo.’ 30 Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él. 31 Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. 32 Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle.33 Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: ‘¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.’ 34 Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí  mismo, tome su cruz y sígame.35 Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará’”.

 

 

 

MEDITACIÓN

 

Una llamada a la eternidad

 

1.- Muchas veces Jesús quiere explicar a sus discípulos y al resto de personas que le seguían y le escuchaban, el fundamento de su existir; muchas veces está interesado en saber qué opinan de Él, qué piensan quienes le rodean aún sabiendo que ya lo sabía.

Jesús, que tiene a sus discípulos muy cerca  los supone en contacto directo con la gente y se dirige a ellos para probarlos en su fe.

El desconcierto entre los que lo conocen es grande. Unos piensan que es Juan el Bautista, otros que Elías…En fin, algo de desconcierto aprecia del Hijo de Dios en aquellos que le escuchan.

Pero los apóstoles parecen tenerlo claro, y el “principal”, el que sería piedra de la Iglesia, lo afirma: “Tú eres el Cristo”. Con esto le demostraban, o eso pensaban ellos, un conocimiento superior a los demás que le seguían: Tú eres el Enviado de Dios, el Mesías, el que nos salvará.

Sin embargo, tampoco parecen conocer las Escrituras y hablan de Jesús y del destino ellos creen que les espera. Así, ellos también se encuentran en aquel estado de querer y no poder en que muchas veces demuestran encontrarse: creen una cosa cuando, al contrario, es otra muy diferente.

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15.09.18

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – Lo más importante

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

Lo más importante

Resultado de imagen de Jesús le contestó: 'El primero es: escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas

Y Jesús dijo… (Mc 12, 29-30)

 

“Jesús le contestó: ‘El primero es: escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’”.

 

El pueblo elegido por Dios, el judío, sabía muy bien lo que debía saber en materia de fe. Religioso como era no podía dudar acerca de lo que era más importante. Por eso cuando le preguntan a Jesús por los mandamientos más importantes o, mejor, por el más importante, dice lo que dice.

Queremos dejar bien sentado que las palabras que salen del corazón del Hijo de Dios no son unas que sean, digamos, poco importantes ni que estén dichas por decir. No. Al contrario es la verdad: son el principio y el final de una fe que tiene al Todopoderoso por Creador.

Significan, por otra parte, mucho y más que mucho.

Digamos, en primer lugar, que aquí traemos lo primero que dice Jesucristo. Y es que, al ser preguntado por el Mandamiento más importante, ante (imaginamos) el asombro de los que le pregunta, dice que hay dos: primero, éste; segundo, el amor al prójimo.

Hoy nos referimos, en exclusiva, al primero de los Mandamientos cruciales de la Ley de Dios porque, no lo olvidemos, esto es una Ley y, por tanto, hay que cumplirla porque no es intrínsecamente perversa sino, al contrario, perfecta y más que aplicable.

No tiene duda alguna Jesucristo: amar a Dios es lo esencial, lo fundamental, lo que salva. Pero no se hace eso de cualquiera forma sino de una muy concreta y con algunas concreciones.

Digamos, antes que nada, que lo que dice Jesucristo lo dice  dirigiéndose a todo el pueblo elegido, a Israel. Y eso debemos aplicárnoslo nosotros, ahora mismo, como herederos espirituales de aquellas palabras.

Decimos, pues, que aquí hay puestas algunas concreciones. Y fueron puestas, más que nada, para echar una mano a quien no fuese capaz de entender las cosas.

Hay que amar, pues, a Dios que, además es el único Dios y es “nuestro” Dios, de una manera concreta, a saber:

 

1- Con todo el corazón

2- Con toda el alma

3. Con todas las fuerzas

 

Esta corta relación (sólo son tres concreciones) encierra, sin embargo, toda una realidad espiritual que, es cierto esto, no siempre vamos a cumplir. Es triste decirlo pero más triste es esconder una realidad como ésa.

Nosotros debemos, por tanto, amar a Dios con todo el corazón o, lo que es lo mismo, sin mentira ni dobleces o, también, con la forma más perfecta que podamos.

Pero, también, debemos amar a Dios con toda el alma que es lo mismo que con toda el ansia de vida eterna que la misma contiene y espera.

Y, por último, amar a Dios con todas las fuerzas requiere de  instrumentos espirituales de los que podamos echar mano para los momentos de flaqueza o de tibieza. Y es que sí, seguro que los va a haber y entonces la oración, el dirigirnos a Dios en busca de auxilio, la meditación (correctamente entendida y no al modo orientalizante, budista o lo que sea que pueda ser, queremos decir), serán los que nos vengan la mar de bien para que salga de nosotros, como fuerza que derribe todo obstáculo maligno, el amor que a Dios debemos. 

Seguramente, muchos de los que entonces escucharon a Jesucristo, dedujeron que sí, que conocía muy bien la Ley de Dios. Pero los mismos, o muchos de ellos, no acabaron de entender que había que cumplir de una forma absoluta o total. Y es que, para ellos, una cosa era la letra y otra, muy distinta, la aplicación de la misma. ¡Cosa de puristas, debían pensar!

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

Para entrar en la Liga de Defensa Católica 

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Palabra de Dios, la Palabra.

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14.09.18

Carta a Willy Toledo, no digamos que sin asco y pena

 

La Policía detiene a Willy Toledo para ponerle a disposición judicial

  

Como las cosas son como son y, muchas veces, son lentas, repetimos el artículo publicado en su día (republicamos, pues) porque la cosa es más que actual y, según cuentan las crónicas, ha sido juzgado un tal Willy Toledo, supuesto actor y blasfemador profesional. 

 

“Muy poco estimado Willy

 

Tengo que reconocer que cuando, a lo largo del tiempo, he leído o escuchado algunas de las declaraciones que, de vez en cuando, profieres, me ha quedado la sensación de que eres un pobre hombre. Y quiero que entiendas que no me refiero a tu economía. Quiero decir que das la impresión de ser un ser humano ínfimo, alguien que tiene una consideración de sí mismo en exceso soberbia. Y, ciertamente te digo, no pareces tan gran cosa. 

Está claro que puedes tener las ideas que te dé la gana tener. Las tuyas, según muestras y demuestras, tienen poco que ver con quien es civilizado y tiene del resto de seres humanos una consideración de igualdad. Lo que quiero decirte es que, ideológicamente, eres una persona evidentemente desnortada. Y lo digo con toda la caridad del mundo y sin escribir lo que me parece de la ideología que sigues. 

Digo que puedes creer lo que bien te parezca creer. Sin embargo, cuando uno hace lo que hace y según lo hace debe tener en cuenta que lo que se dice puede ofender. 

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13.09.18

El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - Lo que Dios quiere

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” –  Lo que Dios quiere

 

“¡Ah!, Señor, hasta cuándo me has de tener aquí…, rastreando, buscándote y llamándote a gritos…, sin que el corazón descanse ni sosiegue, viendo nuestra miseria que nos impide gozarte de una vez y para siempre.”

 

Resulta de todo punto necesario que aquellos que, especialmente escogidos por Dios para ser espejo de la fe, nos digan a qué debemos atenernos en este tipo de materias que, no lo olvidemos, son totalmente necesarias para nuestra salvación eterna.

Podemos decir, a tal respecto, que, en líneas generales, sabemos lo que Dios quiere de su descendencia. Y es que hemos escuchado muchas veces que consiste la cosa en llevar a nuestra vida, por ejemplo, los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, los que son de la Iglesia católica o, también, la Bienaventuranzas proclamadas por Cristo.

Bien. Tales cosas son, ciertamente, han de ser, parte de nuestra vida de hijos de Dios pero el Creador, el nuestro y el de todo lo que existe, quiere algo más de nosotros. Y es lo que nos trae el hermano Rafael, siempre atento a una tan importante Voluntad.

San Agustín ya dijo algo así como que nuestro corazón no descansará hasta que lo haga en Dios. Y algo muy parecido nos dice San Rafael Arnáiz Barón.

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12.09.18

Reseña: ”La dejación de la intimidad personal para un católico”

 

La dejación de la intimidad personal para un católico                  La dejación de la intimidad personal para un católico

 

TítuloLa dejación de la intimidad personal para un católico.

Autor: Eleuterio Fernández Guzmán.

Editorial: Lulu.

Páginas: 82

Precio aprox.:   3.99 € en papel – 0.99 € formato electrónico.

ISBN:  5800129776781 papel;  9780244408893 electrónico.

Año edición: 2018

Los puedes adquirir en Lulu.

La dejación de la intimidad personal para un católico” - de Eleuterio Fernández Guzmán.

 

Con este libro continuamos la serie de libros que, dentro de la denominación de Fe práctica, hemos dado en empezar. Y, para tal menester, reproducimos el primer apartado de título “Elementos básicos”.

 

“Dejó dicho el Papa Juan XXIII, que el

 

“Hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto” 1 .

 

La exégesis de este texto resulta, aunque parezca mentira, bastante elemental 2. Y esta es la que sigue: el ser humano, por el hecho de serlo, tiene asociadas a su personalidad una serie de posibilidades que puede llegar a ejercer, obligaciones que cumplir y, sobre todo, algunas de aquellas -como derechos inviolables- que no pueden ser limitados, violentados o enajenados ni siquiera por quien los posee en calidad de propietario por esencialidad 3

Además, también en el citado texto papal, se dice que “se considera que el bien común consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana”4 entre los que se encuentra “el debido respeto a su persona” 5 (que encierra, por ser ese su objeto, el respeto a la intimidad de aquella). 

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