El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - Lo que quiere Cristo
“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”
Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.
Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.
Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.
Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.
“Saber Esperar” – Lo que quiere Cristo
“No necesita Él de mi libertad, ni de mi salud, ni de mis alabanzas al contemplar las obras de sus manos; le basta mi admiración profunda nacida ante la vista de su Sagrario escondido humildemente entre piedras de la tierra y entre el barro de los hombres.”
Es bien cierto y verdad que conocer la verdad de las cosas es, en materia espiritual, no sólo fuente de gozo sino semilla de no equivocarse en tal aspecto. Y queremos decir con esto que así como conocerlo todo bien conocido (sin errores ni dudas innecesarias) nos viene muy bien el caso es que nos viene muy bien porque evita que caigamos en formas de ver las tales realidades que no nos vienen nada bien.
El hermano Rafael, que conoce muy bien cómo somos (y cómo es él, para empezar) sabe perfectamente que no debemos caer en ciertos comportamientos que son fatales para nuestro devenir que tiene que con el tercer Reino de Dios que es el del Cielo donde se hace posible tanto la Visión Beatífica como la Bienaventuranza.
Por eso decimos que es crucial conocer, saber. Y lo primero que necesitamos tener en cuenta es saber qué necesidades tiene Dios al respecto de sus hijos.
Ninguna. No necesita ninguna de parte de nosotros. Y eso porque es Todopoderoso y, en realidad, crea y mantiene y, por tanto, ¿qué va a necesitar de nosotros?
7.11.18
Serie “Gozos y sombras del alma” - Gozos - La Luz de Dios
Cuando alguien dice que tiene fe (ahora decimos sea la que sea) sabe que eso ha de tener algún significado y que no se trata de algo así como mantener una fachada de cara a la sociedad. Es cierto que la sociedad actual no tiene por muy bueno ni la fe ni la creencia en algo superior. Sin embargo, como el ser humano es, por origen y creación, un ser religioso (¿Alguien no quiere saber de dónde viene, adónde va?) a la fuerza sabe que la verdad (que cree en lo que sea superior a sí mismo) ha de existir.
Aquí no vamos a sostener, de ninguna de las maneras, que todas las creencias son iguales. Y no lo podemos mantener porque no puede ser lo mismo tener fe en Dios Todopoderoso, Creador y Eterno que en cualquier ser humano que haya fundado algo significativamente religioso. No. Y es que sabemos que Dios hecho hombre fue quien fundó la religión que, con el tiempo se dio en llamar “católica” (por universal) y que entregó las llaves de su Iglesia a un tal Cefas (a quien llamó Pedro por ser piedra sobre la que edificarla). Y, desde entonces, han ido caminando las piedras vivas que la han constituido hacia el definitivo Reino de Dios donde anhelan estar las almas que Dios infunde a cada uno de sus hijos cuando los crea.
El caso es que nosotros, por lo que aquí decimos, tenemos un alma. Es más, que sin el alma no somos nada lo prueba nuestra propia fe católica que sostiene que de los dos elementos de los que estamos constituidos, a saber, cuerpo y alma, el primero de ellos tornará al polvo del que salió y sólo la segunda vivirá para siempre.
Ahora bien, es bien cierto que tenemos por bueno y verdad que la vida que será para siempre y de la que gozará el alma puede tener un sentido bueno y mejor o malo y peor. El primero de ellos es si, al morir el cuerpo, es el Cielo donde tiene su destino el alma o, en todo caso, el Purgatorio-Purificatorio como paso previo a la Casa del Padre; el segundo de ellos es, francamente, mucho peor que todo lo peor que podamos imaginar. Y lo llamamos Infierno porque sólo puede ser eso estar separado, para siempre jamás, de Quien nos ha creado y, además, soportar un castigo que no terminará nunca.
Sentado, como hemos hecho, que el alma forma parte de nuestro propio ser, no es poco cierto que la misma necesita, también, vida porque también puede morir. Ya en vida del cuerpo el alma no puede ser preterida, olvidada, como si se tratase de realidad espiritual de poca importancia. Y es que hacer eso nos garantiza, con total seguridad, que tras el Juicio particular al que somos sometidos en el mismo instante de nuestra muerte (y esto es un misterio más que grande y que sólo entenderemos cuando llegue, precisamente, tal momento) el destino de la misma sólo puede ser el llanto y el rechinar de dientes…
Pues bien, el alma, nuestra alma, necesita, por lo dicho, nutrición. La misma ha de ser espiritual lo mismo que el cuerpo necesita la que lo es material. Y tal nutrición puede ser recibida, por su origen, como buena o, al contrario, como mala cosa que nos induzca al daño y a la perdición.
Nosotros sabemos, a tal respecto, que el alma goza. También sabemos que sufre. Y a esto segundo lo llamamos sombras porque son, en tal sentido, oscuridades que nos introducen en la tiniebla y nos desvían del camino que lleva, recto, al definitivo Reino de Dios Todopoderoso.
En cuanto a los gozos que pueden enriquecer la vida de nuestra alma, los que vamos a traer aquí es bien cierto que son, al menos, algunos de los que pueden dar forma y vida al componente espiritual del que todo ser humano está hecho; en cuanto a las sombras, también es más que cierto que muchos de los que, ahora mismo, puedan estar leyendo esto, podrían hacer una lista mucho más larga.
Al fin al cabo, lo único que aquí tratamos de hacer es, al menos, apuntar hacia lo que nos conviene y es bueno conocer para bien de nuestra alma; también hacia lo que no nos conviene para nada pero en lo que, podemos asegurar, es más que probable que caigamos en más de una ocasión.
Digamos, ya para terminar, que es muy bueno saber que Dios da, a su semejanza y descendencia, libertad para escoger entre una cosa y otra. También sabemos, sin embargo, que no es lo mismo escoger realidades puramente materiales (querer esta o aquella cosa o tomar tal o cual decisión en ese sentido) que cuando hacemos lo propio con aquellas que son espirituales y que, al estar relacionadas con el alma, tocan más que de cerca el tema esencial que debería ser el objeto, causa y sentido de nuestra vida: la vida eterna. Y entonces, sólo entonces, somos capaces de comprender que cuando el alma, la nuestra, se nutre del alimento imperecedero ella misma nunca morirá. No aquí (que no muerte) sino allá, donde el tiempo no cuenta para nada (por ser ilimitado) y donde Dios ha querido que permanezcan, para siempre, las que son propias de aquellos que han preferido la vida eterna a la muerte, también, eterna.
Y eso, por decirlo pronto, es una posibilidad que se enmarca, a la perfección, en el amplio mundo y campo de los gozos y las sombras del alma. De la nuestra, no lo olvidemos.
Serie Gozos y sombras del alma : Gozos - La luz de Dios
“Todo se nos va en la grosería del engaste
u cerca de este castillo, que son estos cuerpos”
Sta. Teresa de Jesús
Las moradas del castillo interior.
Moradas Primeras, capítulo primero
Cuando el padre Abrahám dijo sí a Dios y abandonó la seguridad politeísta en la que vivía, seguramente tenía muchas dudas. Era un hombre que, sin embargo, entendió que aquella luz que calentaba su corazón era buena para su vida y para la de su familia.
Y aquella luz duró, al menos, 40 años y, desde entonces… hasta ahora ha seguido iluminando el camino que los hijos de Dios escogemos seguir.
Pero no siempre ha sido así ni, sobre todo, hoy mismo siempre es así.
Podemos, por ejemplo, dejarnos convencer por las facilidades que nos ofrece el mundo, vender nuestro presente sin darnos cuenta de lo que supone esa dejación de la responsabilidad que tenemos como Hijos de Dios que somos.
Que quede claro, por otra parte, que la realidad de la filiación divina (de ser hijos de Dios) no es algo que dependa de nuestra voluntad. O sea, no podemos decir que, como no creemos en Dios, esa filiación la olvidamos y hacemos como si no existiera. Esto es, simplemente, imposible porque una cosa es no aceptar la religión y otro, muy distinto, es que ese re-ligare, ese unir al hombre con Dios, se pueda evitar. No es cuestión de aceptación, pues la realidad, la Verdad, no puede elegirse a gusto de cada cual y es como es.
Esas facilidades nos impelen a casi todos a hacer uso de ellas, entregándonos y produciéndonos una dispersión de afectos de la que sólo puede derivarse una pérdida de los valores esenciales que constituyen nuestra personalidad como personas, seres salidos de la mano de Dios.
Nos puede molestar la luz de Dios porque no nos permite dejarnos vencer por tales facilidades y, como seres humanos, no siempre somos capaces de no sucumbir a la tentación.
¿Podemos encontrar solución a tal situación en nuestro ordinario vivir?
6.11.18
Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- Tan cerca de Dios
Presentación
Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.
Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.
Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.
Tan cerca Dios
“Hasta los más leves poros de la criatura en sitio nos encauzan, al fin, el morse de un apelativo a Dios.”
Es bien cierto que Dios no se manifiesta a sus hijos, por lo general, de forma ostentosa. Es decir, no deberíamos esperar que se presentara ante nosotros así como así o que nos preparara algún tipo de gran elocuencia.
El caso es que, al contrario de lo que pueda pensarse, la presencia del Creador en nuestra vida, en la de cada una de sus hijos, es más íntima, por así decirlo, de lo que pudiéramos pensar nosotros, su imagen y semejanza.
El Beato Manuel Lozano Garrido, que tan poco dado era a grandes actos, por decirlo y que se nos entienda, heroicos (humanamente hablando aunque sí se nos referimos a lo espiritual) sí lo era al conocimiento de su corazón y, por tanto, a la verdad de su misma vida.
De todas formas, una cosa es lo que, a nivel teórico conocemos y otra, muy distinta, lo que podemos apreciar. Y es que nosotros debemos conocernos para, así, llegar al fondo de nuestro ser. Y eso es lo que hace el Beato de Linares (Jaén, España). Y nos lo dice para que nos “aprovechemos” de una tan gran verdad.
4.11.18
La Palabra del domingo - 4 de noviembre de 2018
Mc 12, 28b-34
“’¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?’ 29 Jesús le contestó: ‘El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, 30 y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. 31 El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos.’ 32 Le dijo el escriba: ‘Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, 33 y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.’ 34 Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: ‘No estás lejos del Reino de Dios.’ Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.”
COMENTARIO
La verdadera Ley de Dios
Muchas de las personas que seguían a Jesús y muchas de las que le perseguían le hacían preguntas. En unas ocasiones era para del Maestro y otras para ver si contestaba de forma que se le pudiera acusar de no seguir la Ley de Dios. Eran, pues, muchas veces, una simple y vulgar trampa en la que, no lo olvidemos, caían los que la habían tratado de plantear.
Pero la pregunta que le hacen a Jesús y que trae aquí el evangelio de San Marcos es clave. Como para ver si conocía la Ley de Dios esa clase de inquisición podía aclarar muchas cosas para sus presentes oyentes y para los que, en un futuro, conocerían de su doctrina y mensaje. Si la norma divina, en general, estaba constituida por los diez mandamientos que Dios entregada a Moisés, saber cuál es el más importante, el primero, no dejaba de tener importancia. Aunque, claro, el escriba ya sabía la respuesta. Quizá se tratara de una prueba de fe.
Como siempre, Jesús sorprende a todos. Y parece mentira que aún no lo conocieran lo suficiente como para saber que ciertas preguntas no se le debían hacer. Y es que no sólo les refiere cuál es el primero de los mandamientos sino, por estar totalmente ligado a él, también se segundo: Dios y prójimo, esos son los ejes por donde ha de ir el corazón del hombre como hijo de Dios.
Al primero de ellos, Jesús contesta con una respuesta que era de esperar: el Shema : “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6, 4-5) en el que se expresa, con meridiana claridad, cuál es el más importante de los mandatos divinos, que nuestro Dios es el único Dios. Pero no sólo dice esto. Dice algo que da contenido a esa unicidad de Dios: no sólo es el único Dios sino que, por eso, y por ser hijos suyos, tenemos que amarlo con todo nuestro, su, corazón y con toda nuestra, su, alma y con todo nuestro, su, espíritu y con todas nuestras, sus, fuerzas.
3.11.18
Lolo subió al Cielo: La espiritualidad orante, en el dolor, del Beato Manuel Lozano Garrido.
El dolor es como una espuela, que levanta y, aquel que se pone de pie, vuelve a estar nuevamente cerca del Cielo, de cara a la realidad del Padre.
(“Reportajes desde la cumbre”)
Hoy, 3 de noviembre, celebramos (porque hay que celebrarlo) que Manuel Lozano Garrido, Lolo, luego Beato de la Iglesia Católica, fue llamado por Dios. Era un día como hoy pero del año 1971 y, después de pasar largos años sufriendo físicamente y gozando espiritualmente de una vida llena de amor, de esperanza y de caridad por el prójimo a quien tanto ayudó y ayuda con el ejemplo de su vida.
Nada mejor (por nuestra parte) que traer aquí un artículo que Acción Católica (de la que era miembro nuestro Beato) publicó al que esto escribe hace, ya, cuatro años (Revista “Signo“, número 57, de junio de 2014). Y lo hacemos porque Manuel Lozano Garrido tenía, en la oración, algo más que un refugio; tenía, por decirlo así, una fuente de Agua Viva de donde sacar lo que le mantenía con vida el alma.
Dice, pues, aquello escrito entonces, esto que sigue:
“Que el Padre Dios ama mucho a su descendencia lo demuestra el hecho de que escoge, de entre sus hijos, a un puñado de los mismos para que sean ejemplo de hasta dónde se puede llegar teniendo en cuenta lo que supone saber que se tiene una filiación divina y que, por tanto, el Creador es nuestro Padre.
Nosotros, hijos de Dios como somos, sabemos que nuestro Creador nunca nos abandona pero no alcanzamos a comprender hasta qué punto ama a su descendencia ni qué puede significar, en nuestra vida y para nuestra existencia, que siempre esté esperando la llamada de nuestro corazón al suyo. Por eso nos relacionamos con el Padre a través de la oración cuando somos capaces de bajarnos de nuestro egoísmo y lo miramos con humildad y con mansedumbre.
Por otra parte, es cierto que a lo largo de nuestra vida no siempre todo va a ser de color de rosa sino que, con casi toda seguridad, el sufrimiento nos atenazará y múltiples causas nos abocarán a preguntarnos acerca del mismo cuando no a rechazarlo abiertamente sin obtener provecho alguno de tales momentos.
Pues bien, como hemos dicho arriba, hay personas, creyentes, hermanos en la fe, que muestran que lo son con hechos y, muchas veces, también con palabras. Uno de ellos es Manuel Lozano Garrido, más conocido como “Lolo”, Beato de la Iglesia católica desde el 12 de junio de 2010.
Lolo era muy joven cuando sintió que la fe le atraía con una fuerza que no podía resistir y que, es más, no quería oponerse a que Dios lo llamase a según qué deberes y según qué quehaceres.
A cualquier persona que no tuviera un buen fondo espiritual y no tuviera la cabeza, como suele decirse, bien amueblada a base de principios eternos, la cosa se le hubiera hecho muy cuesta arriba. Es más, pocas personas podrían manifestar un ser tan opuesto a lo que se sufre (que era mucho en el caso de Lolo) y parecer que, al contrario, se lleva una vida totalmente sana de cuerpo a la vista de quien quiera verlo.
Y esto pudo alcanzarlo el Beato de Linares porque Lolo era hombre de oración.
Decir esto pudiera parecer algo que podría estar de más pues es de pensar que un creyente es persona de oración. Sin embargo, si conocemos (como son más que conocidas) sus circunstancias personales y cómo, a este respecto, se desenvolvió en la vida, nos acercaremos a comprender cómo era Lolo si hablamos de su ser, su persona y el hecho mismo de orar. Por eso, acerca de tal verdad, deja escrito en “Mesa redonda con Dios” que
La plegaria es, pues, como una segunda Encarnación, de vuelta; como una semilla de hombre que se hace raíz en el Belén del corazón de Dios y allí se nutre de su vitalidad. Rezar es la gran panacea contra el vértigo y la problemática de nuestra hora y, como la oración va al hilo de los pasos de los hombres, he aquí que por entre las hileras de rascacielos se abren camino esas plataformas rodantes que son las almas con posibilidad de oración. Ni el ascensor, ni la escalerilla del avión, ni el paraninfo, ni los supermercados dejan de tener la oportunidad de un penacho divino que busca todas las frentes que se alzan con nobleza.
Sabía, por tanto, que orar, en su vida, era algo más, mucho más, que un acto de voluntad tendente a ser escuchado por Dios. Y lo era porque quería manifestarle al Creador que su existencia la estaba gozando muy a pesar de sus múltiples acaecimientos dolorosos. Por eso dice (en “Cartas con la señal de la cruz”) que
Para mí, el misterio más sublime y doloroso es el Getsemaní. En tus momentos de desánimo di mucho que “sí”, sólo “sí”. Esfuérzate en desechar los pensamientos tristes y ya verás cómo en medio de tu tribulación, aunque no se desaparezca, has de empezar a sentir al fondo un algo que anima y conforta: es la alegría de la aceptación, el consuelo de la fe.
A este respecto, el postulador de la causa de beatificación (y ahora de canonización) el P. Rafael Higueras Álamo (que lo conoció muy bien a Manuel Lozano en los últimos años de su vida), nos dice (en su libro “La alegría vivida en el dolor”), acerca de la oración en la vida del Beato Lolo, que
La oración, practicada en silencio y a solas, era un ejercicio continuo, de varias horas al día, dedicando fundamentalmente a eso las horas de la madrugada y el comienzo de la tarde, antes de continuar su trabajo diario. Era una oración extraordinaria y contemplativa, a la vez que sencilla y apoyada en lo visible, que constituía su alimento, en la que reflexionaba los mensajes que luego vertía en sus escritos y de la que extraía la experiencia de gracia necesaria para tener fuerza en la prueba y contagiar alegría a los demás.
Y es que, como Lolo mismo reconoce (en “El sillón de ruedas”) “Al atardecer, revuela un enjambre de avemarías…; a la noche hay que ponerle a Dios la vida entre las manos”. Oración acorde con su propia situación, oración de ser que sufre pero que goza. O, como dice en el punto 580 de “Bien venido, amor”:
“La oración es como el pan de cada día: uno no come y se muere; uno no reza y el alma se va desangelando”
Pero lo bien cierto es que el tiempo que nos ha tocado vivir no es tiempo de gozo en el dolor sino, muy al contrario, de huida del mismo y, también, de intento vano de esconder que existe y que, como seres humanos, caminamos por un valle de lágrimas. Mucho menos, seguramente, que el dolor procuremos sanarlo con la oración. Por eso, Manuel Lozano, Lolo, se dirige al Señor porque sabe cómo es él mismo y, orando, le dice (en “Las golondrinas nunca saben la hora”):
¿Y conmigo, Señor, tan pobre como soy, dando siempre estúpidos bandazos, como los pavos, teniendo en cambio pegadas a los costados las alas de ese brillante ángel del dolor, que me cedes cada día? Por favor, Cristo mío, sé indulgente y no te canses nunca de mí. Tan pobre soy, Señor, que tengo conciencia de que nunca podré remontarme por mi propio impulso. De seguro que nunca habrás puesto los ojos en un manojo de tantas debilidades. Así y todo, olvida mi ficha y dame aliento. Haz como esos pájaros hembras que ilusionan a los gorriones a que se lancen al revoloteo.
Cuando me veas que por fin remonto aunque sea un palmo de tierra, pon tu palma debajo y me levantas en el aire hasta que me emborrache de azul perpetuamente.
En realidad, Manuel Lozano Garrido era un tipo de persona muy especial que tenía la impresión de que su sufrimiento tenía un sentido que debía difundir a través de su vida y de sus escritos. Por eso escribiría, en su libro “El sillón de ruedas” que
Sin duda el dolor es una de esas piezas aparentemente oscuras e inexplicables. Tiene mucho de misterio, pero no hasta el punto de velarnos todos sus ángulos de la luz.
Pero es en el Prólogo de “Cartas con la señal de la cruz” (título, ya, simbólico y significativo) donde apunta hacia el sentido de su vida. Nos dice, en aquella dedicatoria:
A Angelita Gómez, que nunca ha sabido lo que es la salud y ‘vive siempre esperando, con el corazón vestido de fiestas y las lámparas ardidas’ porque ‘el Amor se lo endulza todo”. Y continúa diciendo que “En ti mi admiración por todos los que, en silencio, dan un vivo testimonio de la actividad redentora del sufrimiento”
Y escribe, Lolo, de lo que puede suponer el sufrimiento como actividad redentora porque bien lo estaba experimentando en su persona.
De todas formas, sabemos que, al contrario de lo que se dice, nadie tiene la vida que se merece sino la que las circunstancias le han llevado a sufrir y gozar o a gozar y sufrir. Por eso Manuel Lozano Garrido, creyente entregado al servicio del prójimo y de la Iglesia católica, no cejó en defender que cuando sufría (todo el tiempo desde que la enfermedad lo cogió a los 22 años y, sin soltarle, lo llevó a la Casa del Padre) tenía sentido que así fuera. Por eso su confianza en Dios y en su Providencia le bastaban para seguir adelante por el empinado camino que la vida le había deparado y por eso se apoyó en la oración pues buscó, orando, acercarse a Quien todo lo puede.
Y eso porque sabía que el dolor y el sufrimiento debían ser llevados con el ánimo de quien sabe que, como hijo de Dios, el Padre le espera para acogerlo en sus brazos. Por eso en sus “Cartas con la señal de la Cruz” nos dice que
En el Calvario no se vieron los ángeles y aún el espectáculo de la tierra y el cielo agitados se dio después de la agonía. Cristo se expuso desnudo como un testimonio de la radical desnudez del corazón con que hay que vivir el sufrimiento.
Comprender, pues, el sufrimiento y llegar, incluso, a saber aprovecharlo como fuente de vida espiritual profunda que llega hasta donde sólo puede llegar quien ha comprendido y, así, ha amado, resultó crucial en la vida de oración de Lolo: dolor-sufrimiento-oración-gozo entregado al Padre. Por eso nos dice en su maravilloso “Credo del sufrimiento”:
Creo en el sufrimiento como en una elección y quiero hacer, de cada latido, un sí de correspondencia al amor.
CREO que el sacrificio es un telegrama a Dios con respuesta segura de Gracia.
CREO en la misión redentora del sufrimiento.
Bien está, pues, que recordemos que hubo y hay personas que, como Manuel Lozano Garrido, dando su vida de la forma que la dieron y dan, fueron y son un ejemplo de por dónde ha de caminar un hijo de Dios hacia el definitivo Reino del Padre.
Al fin y al cabo, así lo expresa a la perfección el beato de Linares (también en “Cartas con la señal de la Cruz”):
Sobre todo, lo que vale es que el sufrimiento redime, personal y comunitariamente y que puede quedar en infecundo sin la previa aceptación.
Aceptar, entonces, el dolor, y saber sobrenaturalizarlo, es cosa de hijos de Dios que saben que lo son y lo que representa la filiación divina. Y Lolo, sin duda alguna, demostró que lo fue y, por supuesto, que lo es, ahora, en el Cielo con el Padre Dios. Podríamos decir, y decimos, que su oración fue como una fuente de agua que nos llena el corazón de aquello que, en verdad, vale la pena: amar a Dios sobre todas las cosas y sobre todas las circunstancias sufrientes de nuestra vida. Y dirigirnos, en oración, como hizo Lolo, todo oración y todo dación de gracias, a Quien todo lo creó y mantiene. Por eso, en “Dios habla todos los días” manifiesta un gran gozo cuando opone, al sufrimiento, la esperanza en Dios Padre:
Dicen que las canas salen de sufrir y que, cuando un hombre tiene la cabeza blanca, es porque un mundo de tribulaciones y lamentos le ha ido amasando durante la ancianidad. Con un profundo desconcierto hago memoria de estas ideas, mientras voy repasando ese cráneo de nieve del amigo y mis cabellos, sorprendentemente vitalizados; su mundo tibio, ancho, oficial y evidentemente feliz y éste otro mío circunscrito, en el que el dolor ha ido enredándose agobiadoramente como una hiedra maligna. Y pienso que, afortunadamente, Tú no eres un ente formulario y rigorista y reparas también, dichosamente, estas agudas peripecias de los hombres con sentencia, pomposamente arrinconados.
O, esto otro que escribe en “Cartas con la señal de la Cruz”:
“Al principio parecía que el sufrimiento viniese con facha de segador. Por el contrario, lo que hizo fue sembrar en esperanza. Como me debo en sinceridad así digo que sólo él pudo hacer viables mi vocación humana y mis sueños espirituales”.
Todo, para él, debería ser tiniebla según los cánones del mundo moderno que es el lugar donde se equipara bondad física con alegría y gozo. Sin embargo, su absoluta confianza en la Providencia de Dios le hace ver las cosas, las tan terriblemente suyas, como algo de lo que puede gozar.
Es más, quiere, y así lo pide en oración a Dios, que su dolor, que su sufrimiento, no cause otros dolores u otros sufrimientos sino que le afecte a él solo, Siervo del Creador que sabe que lo es. Es, un a modo, de querer que cuando sufra nadie más sufra con él, que no tenga que compartir su sufrimiento diario. Por eso, en “El sillón de ruedas” se dirige al Todopoderoso, que sabe que le escucha porque sabe, él, escuchar a Quien todo lo sabe, y le dice
Señor: Me pregunto si es posible un dolor con escafandra, que abarquille sus tentáculos sobre un corazón mientras los mismos labios dan a partir, sencillamente, el precio de una corbata o el calor que se nos echa de pronto. Si sufro, me gustaría oír mi grito caracoleando dentro de una coraza de carne petrificada, revestida de amianto, mientras al otro lado se ríe, se canta y se paladea pura y gozosamente el regalo frondoso de la vida.
Lolo quiere que cuando ora su súplica no consista en pedir esto o lo otro que no tenga más sentido que para él mismo. Al contrario es la verdad porque, servidor del prójimo hasta un extremo tan entregado, se sabe indigno de causar dolor o sufrimiento al otro, al hermano, al hijo de Dios. Por eso pide sufrir solo, en silencio o, como dice él mismo, que su dolor sea “con escafandra”.
De aquí, que en “Las golondrinas no saben la hora” también ore al Padre pidiendo lo que sólo un alma grande puede pedir en cuanto al propio sufrimiento se refiere:
Fíjate y ten en cuenta, Señor, las torpezas de mi aprendizaje. Marchar por el camino de las tinieblas es como arrastrar una zarza por un sendero, que a todos hiere. Ven Tú y que yo me agarre a tu hombro de lazarillo para que el dolor de esta hora sea un secreto que queda a medias entre ambos.
Y es que Manuel Lozano necesita, en la situación de sufrimiento físico por la que pasa muchos años de su vida, saber que el Creador tiene puesta su mirada, también, en él, humilde hijo de un tan gran Padre. Por eso, a Él se dirige directamente en “El sillón de ruedas”
Oye, pues, el S.O.S. de las criaturas sin cielo,
con lacra, con cicatrices.
Toma nota y fíjate:
queremos la soledad fecunda, adorar y ser reconocidos.
Y, como cumbre del ansia, arráncanos la bondad hasta llegar a una perfección “standard”;
santos a manojillos: los municipales, las mujeres que van a la compra, las mecanógrafas, las telefonistas y los pobres hombres en sillón de ruedas.
Que la oigas, Cristo. Que nos oigas, Que me oigas.
Lo que Lolo quiere, lo que anhela con las fuerzas todas que su santa alma le proporciona, es que su sufrimiento no quede más que en sufrimiento y a nada conduzca. Lo que pretende, y logra, es que de lo malo salga lo bueno por la voluntad poderosa de quien se sabe con posibilidad de liberar, desde su corazón, una savia que el Espíritu Santo (que allí mora) ha depositado allí, por don y gracia de Dios, y que de hacerla rendir puede iluminar la existencia de los que viven en tinieblas y en sombra de muerte espiritual.
Lolo es, por eso mismo, quien consigue que vivifique lo que podría estar muerto a ojos del siglo y que sea existencia, ser, lo que para otros muchos (quizá para la gran mayoría de desavisados en esto) sólo es vacío y hundimiento del espíritu. Y lo logra porque se sabe capaz de hacerlo, con la esperanza intacta aún después (sobre todo por eso) de darse cuenta de que lo que le queda es mucho más importante que lo que ha perdido. Eso le hace decir (en la “Novena campanada” para recibir un nuevo año que refiere en “Las golondrinas nunca saben la hora”) que
El dolor, desde Ti, ya no tiene pasado ni futuro, es sólo realidad, fluir de savia, arborescencia y redención. No quiero pensar ni en la noche ni en el alba, sino estarme contigo a las doce de la mañana, cuando las penalidades zumban alegres, como abejas laboriosas.
Y es que Manuel Lozano Garrido no es hombre pesimista sino, al contrario, hombre que ve las cosas de una forma tan especial que lo hacen, sin duda, muy especial a él mismo. Casi, se puede decir, que se ríe de aquello que pasa (¡Increíble, esto, a ojos del mundo de entonces y de ahora!) y de lo que pudiera entristecer su alma. Y ora pidiendo, nada más y nada menos, que esto (en “Dios habla todos los días”):
Que sepa la tristeza que a cada minuto de angustia le corresponde una liberación. Por un hombre que acepta, cinco más son liberados. Cada lágrima, vale por una carcajada; un dolor, por un consuelo; la noche, por un mediodía; el silencio, por el clamor íntimo de una ternura que tiene tu raíz palpitante. Así es la fe que mendigo.
Nada puede, en su oración, contra su alma santa e inocente; nada contra su ser hijo del Creador que sabe que su Padre es su Pastor y que nada puede temer. Y es inocente su alma porque se sabe, se quiere, niño con el corazón limpio de cara a Dios. Por eso no extraña nada que en “Cartas con la señal de la cruz” ore pidiendo ser como un infante. Y lo haga preguntando
¿Quieres ser pequeño? Pues ponte a caminar sin hacerle preguntas a Dios. Si el minuto que viene te trae un desengaño el que le sigue una ingratitud, el siguiente antepone un dolor, tú cierra la boca y apenas la abras más que para darle conformidad a tu destino. Ser niño es no tener corazón de gallito, ni descascarillarse de las ilusiones su fulgor. Notar que la vida se pone oscura y, no obstante, levantar la cabeza, aunque nos resbale la lluvia por la cara, porque se sabe que Dios refulge por encima de las nubes. Ser niño es purificar el pensamiento de letreros de alquitrán. Los espíritus alegres son niños; los que sonríen, los generosos, los amables, los optimistas, niños también.
Y, es más, pide una fe así, como la busca, como la quiere, porque sabe que es la única que, de verdad, le puede acercar a Dios, al Padre a quien tanto ama y, a la vez, anhela tener cerca.
Por eso Lolo, sin duda alguna, es un espejo donde puede mirarse todo aquel que sufra o esté pasando un mal momento. Seguramente, al verse reflejado en aquel hombre santo que, desde un sillón de ruedas, evangelizó sobre y con el dolor, se dé cuenta de que lo suyo es poco, nada, y que, de todas formas, nunca Dios permite que suframos más de lo que somos capaces de soportar.
Y eso Lolo bien que lo demostró cargando con su propia cruz en su caminar hacia el definitivo Reino de Dios y dándonos a entender que lo bueno de ser hijo del Creador es saber llevar nuestra vida por el camino recto que el Todopoderoso ha trazado para nosotros aunque haya muchos tropiezos en el trayecto o nos acechen las espinas.”
Ciertamente, podemos imaginar a Lolo en el Cielo alegrando la vida del Padre haciéndole ver que sus hijos, al fin y al cabo, no son tan malos sino que a veces están muy perdidos. Y Dios, que debe mirar a nuestro Beato con el Amor de Aquel que lo ha visto sufrir y gozar, a la vez, de la inmensidad del Todopoderoso, seguros estamos de que escuchará sus súplicas: “Padre”, le dirá, “que sepan sobrenadar sobre los males del mundo y que te miren con amor, como yo hice cuando estuve con ellos”.
Beato Manuel Lozano Garrido, ruega por nosotros.
Eleuterio Fernández Guzmán
Para entrar en la Liga de Defensa Católica.
INFORMACIÓN DE ÚLTIMA HORA
A la venta la 2ª edición del libro inédito del beato Lolo
Ya está disponible la 2ª edición de Las siete vidas del hombre de la calle, libro inédito de nuestro querido beato Lolo. La acogida ha sido tal que hemos tenido que reeditarlo para atender la creciente demanda del mismo: amigos de Lolo y su obra, para regalar, para centros de lectura y bibliotecas, librerías,… innumerables destinos para los hemos realizado una segunda edición de hermoso e inédito libro.
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Ahora puedes adquirir tu ejemplar de la 2ª edición del libro inédito del Beato Lolo, escrito en el año 1960, “Las siete vidas del hombre de la calle”, pidiéndolo en:
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……………………..Por el respeto a la libertad religiosa.
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Dios no puede querer ciertas costumbres bárbaras.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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Y da el siguiente paso. Recuerda que “Dios ama al que da con alegría” (2Cor 9,7), y haz click aquí.
2.11.18
Purificadas son las Almas
La esperanza que Cristo nos dio desde que dijo que iba a preparar estancias en la Casa de su Padre ha hecho que, a lo largo de los siglos, el anhelo por ocupar alguna de las mismas sostenga los corazones más trémulos y aquietado las dudas de la fe que hayan podido surgir.
Sí, eso está bien pero ¿qué cuando, al morir, pasa si no hemos sido capaces de blanquear nuestra alma para seguir el estándar de limpieza que Dios somete a nuestra parte espiritual?
De todas formas, hoy festejamos, tenemos por muy bueno hacer eso, a las Benditas Almas que están (¡Están!) en el único lugar donde se puede ver el Cielo a distancia alcanzable y de donde, sí, se puede salir para subir más alta, allí donde Dios nos mira diciéndonos que nos quiere.
1.11.18
Santos: son y debemos serlo
Es bien cierto que los creyentes católicos tenemos mucho a lo que atenernos para tener, de nuestra fe, un conocimiento bastante bueno.
Hoy día, por eso mismo, casi nadie puede decir que no sabe nada de la fe que tiene aunque, claro está, existen circunstancias que impiden que una persona tenga un conocimiento adecuado de su creencia.
Sin embargo, los fieles católicos tenemos muchos ejemplos a seguir.
Desde que Cristo se presentó al mundo y predicó acerca de la Verdad, siendo Él, además, el Camino y la misma Vida, muchas personas se han entregado a la creencia en el Hijo de Dios y lo han hecho de una forma más que adecuada y rindiendo un tanto por cien muy elevado.
31.10.18
¿Contra Halloween? Sí, contra Halloween
Es posible que más de uno pueda pensar que la pregunta del título de hoy sobra. Efectivamente sobra porque, en realidad, todo católico ha de estar contra la dizque fiesta de Halloween pero no por llevar la contraria sino por lo que supone el sentido que se le da y la razón por la que se hace. Por eso afirmamos, a continuación que sí, que es obligación nuestra “estar” contra tal presunta “fiesta”.
Sin embargo resulta acertado preguntar si, en efecto, hay que estar contra Halloween para decir las causas de tal posicionamiento aún a sabiendas de que, con casi toda seguridad, a lo largo de esta semana en la que estamos muchos centros, públicos, privados o concertados habrán llevado a cabo algún tipo de celebración entorno a tan extraña forma de traer a la muerte a nuestra vida.
30.10.18
Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- Frente al sufrimiento
Presentación
Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.
Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.
Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.
Durante unas semanas, si Dios quiere, vamos a dedicar el comentario de los textos de Lolo a un apartado particular del libro citado arriba de título “Recuento de beneficios” donde hace indicación de los beneficios de la relación del Beato con el Todopoderoso.
Frente al sufrimiento
“Y, sin embargo, peor que todo, es sentir el martilleo de la hora de la autenticidad, la criatura que somos rugiendo como un león enjaulado. Ya no cabe la fuga del trajín diario, las andaderas o la clavícula hermana que se nos acerca para el apoyo. A uno, sólo le queda el mundo de su fiereza, el condimento de la soledad, la dura hombría apaleada que exige la frente en alto y la gloria vindicada.”
El sufrimiento, como es fácil imaginar, no siempre es igual. Y queremos decir con esto que hay grados en pasarlo mal. Y eso lo sabe cualquiera que pueda sufrir una enfermedad de las que se llama de larga duración. Y eso es lo que le pasaba al Beato Manuel Lozano Garrido.
No se puede decir, de todas formas, que sea poco importante saber esto sino que tiene, reconocerlo, una importancia vital: la de nuestra propia existencia material y espiritual.
El Beato de Linares (Jaén, España) tuvo muchas oportunidades de darse cuenta de esto. Y nos lo dice para provecho nuestro, para que estemos capacitados cuando llegue el dolor y el sufrimiento. Y es que no todo está perdido.
Cuando sufrimos podemos hacer uso, digamos, de artimañas que, para cada cual, pueden tener un sentido u otro. Y es que, una cosa es tener el sufrimiento como una realidad que pueda ser fructífera, espiritualmente hablando, y otra, muy distinta, es tenerlo por algo “bueno” de por sí, como si se tratase de una expresión algo así como masoquista. Y el católico no entiende así tal tipo de situaciones…
28.10.18
La Palabra del domingo - 28 de octubre de 2018
Mc 10, 46-52
“46 Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino.47 Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: ‘¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!’ 48 Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’ 49 Jesús se detuvo y dijo: ‘Llamadle.’ Llaman al ciego, diciéndole: ‘¡Animo, levántate! Te llama.’ 50 Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ‘¿Qué quieres que te haga?’ El ciego le dijo: ‘Rabbuní, ¡que vea!’ 52 Jesús le dijo: ‘Vete, tu fe te ha salvado.’ Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.”
COMENTARIO
Ut videam! (¡Que vea!)
1.- Bartimeo es un hombre pobre. Ejemplo de la exclusión que suponía, para la sociedad de la época, no ser válido (y no sólo físicamente, pues recordemos la consideración que se tenía del niño y de la mujer) es que había devenido mendigo: un mendigo ciego. No sabemos si era mendigo por ser ciego o lo era por otra causa, pero, teniendo en cuenta los muchos casos en que en la Escritura se dan casos similares, fácil es pensar que, en esto, sus contemporáneos tampoco habían seguido la Ley de Dios, la de la misericordia. Porque, además, estaba sentado fuera de la ciudad (‘salía de Jericó”, dice el texto), como si estuviera excluido, por si no fuera poco su situación. Por eso su situación era tan especial y tan necesitada de un auxilio grande, más que notable y voluntario de parte de quien quisiera ayudarle.
2.-Jesús, da la impresión, que por Jericó sólo pasa de largo, sin quedarse para nada. Marcos dice que llegaron y ya salían. Sin embargo no perdía, puedo decir, “ripio” de lo que pasaba a su alrededor. Es fácil imaginar que el gentío que lo acompañaba sería bastante tumultuoso y ruidoso. Pero Bartimeo, como aquella semilla que está, porque crece, en el borde del camino, espera que el agua viva caiga sobre él o, al menos, le escuche. Espera, por decirlo pronto, alguna esperanza que le saque de su postrada situación. Por eso se ve en la obligación de alzar la voz, de levantar, por encima de aquella gente, su grito de desesperación que busca lo contrario de lo que lo ampara, ahora. Tiene ansias de conocer a quien pasa. Es posible que sepa de quien se trata (pensemos en alguien que le hubiera dicho, a aquel ciego, que venía Jesús por el camino) y, está seguro, sólo Él pueda ayudarle.
3.- En Bartimeo se reconoce a aquel que, persistente, desea, con fe, alguna cosa que, para él, es muy importante. Pero no sólo lo es para su persona sino que va más allá. Ese “que vea”, esa necesidad de desprenderse de ese velo que lo separa del mundo que le rodea, bien podemos aplicarlo a nosotros: También debemos querer ver, con los ojos de la fe, aquello que nos rodea para, así, hacer cambiar nuestra vida si sigue un camino equivocado. Y si es posible, hacerlo con tanta insistencia como este ciego Bartimeo.
Es más, el hijo de Timeo, tira aquello que, seguramente, es lo único que tiene: “su manto”, aquello que lo cubre de las inclemencias del tiempo, aquello que va a quedar viejo, que ya no necesita porque algo bueno le espera. Deja atrás lo que fue para ser otro hombre, curado, con posibilidad de ver y de mirar.
4.- Pero Bartimeo no se limita a pedir lo que hubiera sido perfectamente comprensible. Con su fe, que Jesús reconoce, pide al maestro que tenga piedad, misericordia. Esto, como no puede ser de otra forma, ejerce un efecto inmediato en Jesús que, al ver a Bartimeo, sabiendo quiera era, pues conoce su fe (como haría con los amigos del paralítico que bajan, a través del techo, hasta donde se encuentra predicando, para que lo cure) y, a pesar de esto, insiste en preguntarle que qué es lo que quería. Sin duda lo que pretendía Jesús es que el propio Bartimeo manifestara esa voluntad que se apoyaba en su fe. Porque el Mesías siempre espera que se le pida (actitud de oración tan necesaria…) y, con esto, reconoce lo que ya sabía y que confirma. Aquel ciego merecía verdaderamente lo que pedía.
5.- Así Jesús, como tantas veces, como tantas otras veces, procede a curar la enfermedad de aquella persona, a devolverlo a la vida común entre sus contemporáneos, a salvarlo para la vida civil de la que era, seguro, un excluido. Por eso le manda que se vaya, a vivir, ahora que puede. Pero esa curación, esa sanción, tiene un fundamento que ha de ser superior al mismo fundamento que origina tal acto. No lo hace, ese milagro, porque el ciego le hubiera caído especialmente bien, que también, sino porque demostró, ha demostrado, la fe suficiente como para que el Mesías le ayude. No es que no lo hubiera hecho igual si esa era su voluntad, sino que insiste en que ha sido la fe la que le ha salvado.
6.- Este es un mensaje claro para nosotros. Lo que nos salva, la fe. Con la fe podemos encarar los problemas, aun los más graves, de nuestra vida. Pero como Bartimeo, no basta con reconocer el bien que nos haya hecho Dios sino que acto seguido, sin solución de continuidad, hay que seguir a Jesús, reconocer en Dios a nuestro Padre, no dejar caer en saco roto lo hecho sino saber cuál es la primera razón, la causa, de que eso se haya producido. Fe, pues; obras, también.
No seamos, pues, ciegos voluntarios, sino, al contrario, pretendamos, al menos, sanar nuestra vida con una visión y fe de Dios que, verdaderamente, nos ayude.
PRECES
Pidamos a Dios por todos aquellos que no quieren dejarse iluminar por Cristo.
Roguemos al Señor.
Pidamos a Dios por todos aquellos que no buscan a Cristo.
Roguemos al Señor.
ORACIÓN
Padre Dios; ayúdanos a aceptar la luz que tu Hijo trajo al mundo para que el mundo se salvase.
Gracias, Señor, por poder transmitir esto.
El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
A lo mejor no es tan fácil como pensamos servir al prójimo…
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Eleuterio Fernández Guzmán
Licenciado en Derecho, casado y con dos hijos. Hijo de Dios y hermano en Cristo… en defensa de la fe, sabiendo que en esta labor, a veces ingrata pero siempre fructífera, no estoy solo sino, al contrario, acompañado de muy buenas compañías.
Mi correo electrónico, para quien quiera hacerme llegar una queja, alguna noticia, etc. es [email protected]
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