Camino a Nochebuena y Navidad – Sexto paso: ansiar las promesas mesiánicas
Camino a Nochebuena y Navidad – Sexto paso: ansiar las promesas mesiánicas
Demos un paso más en este tiempo de Adviento: ansiemos, ansiemos, ansiemos lo que Dios quiere para nosotros.
Suele decirse, a este respecto y porque es verdad, que el Antiguo Testamento no es un libro, digamos, propio del pueblo judío y ya está. No. En realidad, como forma parte de la historia de la salvación del ser humano tiene mucho que ver con el ahora mismo. Y, claro está, tiene que ver mucho con la venida del Mesías a quien el pueblo elegido por Dios estuvo esperando durante muchos siglos (era promesa del Todopoderoso enviarlo).
Decimos estuvo esperando porque ahora, precisamente ahora, en estos días que van desde que el Primer domingo del tiempo de Adviento hasta la Nochebuena y la Navidad, recordamos que sí, que vino el Enviado de Dios y que vuelve a nacer.
En realidad, lo que dejaron escritos muchos autores inspirados por el Espíritu Santo en aquellos antiguos libros no es, sino, la fijación por escrito de que, en efecto, la promesa de Dios iba a cumplirse. Y eso lo vemos, más que bien, en el profeta Isaías cuando describiría a la perfección el sufrimiento del Cordero de Dios.
Eso, claro está, ocurriría mucho más tarde de lo que ahora vamos a celebrar. Pero valga este ejemplo para decir eso tan sabido según lo cual en el Antiguo Testamento está Cristo entre las líneas de tan sagrado y amado texto.
Pues bien, es de esperar que, como eso es así, lo que ansiaba el pueblo escogido por Dios sea, también, esperado por nosotros. Y, por decirlo de una forma que sea fácil de entender ahora, en este tiempo de Adviento, nosotros también debemos ansiar las promesas mesiánicas que no han pasado ni de moda ni de tiempo. Y es que nada de aquellas ansias quedaron ancladas en siglos tan antiguos sino que son realidad tan presente porque, a veces por desgracia, la segunda venida del Hijo de Dios ha necesidad de que ansiemos determinadas realidades aunque, claro está, la necesidad no es por parte de Cristo sino de nosotros mismos.
10.12.18
Camino a Nochebuena y Navidad – Quinto paso: nuestra actitud en Adviento
Camino a Nochebuena y Navidad – Quinto paso: nuestra actitud en Adviento
Damos comienzo, en este lunes del mes de diciembre, el 10, la segunda semana de Adviento. Y hasta ahora hemos ido dando los primeros pasos hacia una noche tan especial como es Nochebuena y a un día no menos importante como es el de Navidad. Todo, digámoslo así, está hecho. Eso lo sabemos. Pero, de todas formas, no por eso vamos a mostrar un corazón, digamos, aburrido o un, como, no querer saber nada de eso. No. Nosotros debemos hacerlo como si fuera, al menos, la segunda Nochebuena porque, como es de imaginar, para la primera no hubo preparación alguna salvo para María, aquella joven que, sabiendo que iba a venir al mundo Alguien muy especial tuvo preparado su corazón.
Nosotros, por ejemplo:
Debemos tener un corazón abierto,
debemos mirar sabiendo Quien viene,
9.12.18
La Palabra del domingo - 9 de diciembre de 2018
Lc 3,1-6
Segundo Domingo de Adviento
“1 En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; 2 en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. 3 Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados,4 como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; 5 todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. 6 Y todos verán la salvación de Dios.”
COMENTARIO
Lo que dice el Bautista, Juan
Los datos lo dicen con toda claridad. En un momento determinado de la historia de la humanidad en el imperio romano a una persona muy concreta, un hijo, el hijo, de Zacarías e Isabel, Dios le dirigió la Palabra, Su Palabra. Había llegado el momento de que se manifestase, otra vez, al mundo, el Creador. Y Juan, aquel profeta que vivía el desierto, había sido la persona elegida para que, a través de su labor predicadora, se fuesen allanando los caminos del Señor.
Juan, como sabemos, era pariente muy cercano de Jesús. Primos carnales, para más señas. Y por sus venas corría sangre divina: en el caso de Jesús, por ser María su Madre y en el caso de Juan por haber querido Dios que naciese, de aquella mujer a la que llamaban estéril, el último profeta del Antiguo Testamento.
8.12.18
Camino a Nochebuena y Navidad – Inmaculada María
Camino a Nochebuena y Navidad – Inmaculada María
No hay nada mejor, para terminar esta primera semana del tiempo de Adviento, que hacerlo con una realidad espiritual que es, por misteriosa y grande, muy importante para un fiel católico. Y nos referimos, como sin duda ya se habrá adivinado, a la Inmaculada Concepción de María, María de Dios y Madre nuestra.
¿Qué podríamos decir que no se haya dicho ya acerca de este día, tan gozoso, para quien ama a la Madre de Dios y Madre suya? Pues, seguramente, nada, al menos por quien esto escribe pues hay quien puede hacerlo mucho mejor y, con toda seguridad, con más agudeza espiritual y profundidad de luz para quien se lo lleve al corazón…
En fin. Cada cual hace lo que puede al respecto de lo que, a esto, corresponde.
De todas formas, tampoco por eso podemos quedarnos callados aunque, claro está, otorguemos nuestro favor a todo aquello que se ha dicho y se dice sobre la Madre de Dios y su concepción Inmaculada.
Hoy, sí, es 8 de diciembre.
En este tiempo de Adviento dedicamos un momento (muchos van a ser, seguro) a nuestra Madre María. Y lo hacemos porque, como diría San Josemaría al respecto de otras cosas del alma, nos da la santa gana. Y lo hacemos acerca de que es Inmaculada. Vamos, que no tiene, ni siquiera, la mancha del pecado original.
A muchos el tal pecado pareciera que les resbala y se les escapa del alma. Y hacen como si nada tuviera que ver con ellos sin darse cuenta de que el mismo lo llevan adherido al corazón antes de venir al mundo y que sólo se borra con su bautismo donde se limpia el mismo por la infusión del Espíritu Santo.
Otra vez. Sí. Otra vez se nos infunde el Espíritu Santo porque la primera es cuando somos creados por Dios. Y sí, es cierto que eso no podemos entenderlo ahora (ya lo haremos, ¡Ay!, si vamos al Cielo) pero lo tenemos por verdad porque sólo puede ser así.
Eso no pasó con María, aquella joven que iba a nacer cuando la naturaleza determinara que lo hiciera. Pero antes ya se había obrado el misterio y el milagro. Mucho antes.
Digamos que no vale aquí hablar de tiempo. Es decir, que la Virgen María (sería siempre Virgen pero aún no había nacido) no fue librada del pecado original un día antes o dos días antes, etc. No. Ella fue librada del pecado de Adán y Eva desde la misma Eternidad que es lo mismo que decir que desde siempre.
Aquí, con casi toda seguridad, no puede haber quien pueda decir que eso lo tiene por cierto porque lo entiende. Eso no es posible ni lo será nunca. Y no es ni lo será porque su naturaleza de misterio espera otro mejor momento (mucho mejor será la vida eterna) No. Eso lo tiene por cierto porque tiene fe y confía en que Dios, como dijo aquel, podía hacerlo, quiso hacerlo y lo hizo. Y basta con eso.
No deberíamos, por tanto, darle más vuelta al hecho de que nuestra Madre es Inmaculada. Y es que, además, es muy bueno que así sea.
El caso es que venir al mundo sin mancha es un regalo de Dios, una gracia del Todopoderoso (¿No la llamó Gabriel la “llena de gracia”?) o, en fin, la manifestación explícita del poder de Aquel que pudiendo hacer lo que quiera hacer… ¡va y lo hace! ¿Qué hay de imposible en eso? O es que acaso ¿quién puede lo más no va a poder lo menos?
Dios, que es Todopoderoso, como decimos y podemos ver con cierta facilidad, no iba a querer para sí, por Madre, a quien hubiera nacido con aquel misterium iniquitatis absurdo en que cayeron los primeros nacidos de su Amor y Voluntad. Y como aquello pasó a cada uno de los hombres nacidos desde entonces, era de esperar que pasara lo mismo con quien iba a ser Madre suya y, claro, con quien iba a ser su Hijo, llamado Jesús, el Cristo. Y eso, como es fácil de entender, ni podía ser ni fue.
Hay quien se toma a chufla (a guasa, a risa) lo de que la Madre de Dios sea Inmaculada y, simplemente, no cree en tal posibilidad. Lo que pasa es que cuando algo no se comprende lo mejor es decir (lo más fácil, queremos decir) es hacer mofa y escarnio de lo mismo. Es, digamos, una especie de barrera que nos ponemos ante lo que ignoramos o, simplemente, no comprendemos.
Nosotros, de todas formas, los fieles católicos que formamos parte de la Esposa de Cristo, sabemos que nuestra Madre es Inmaculada y, por tanto, caminamos hacia el nacimiento de su hijo con la naturalidad de quien está seguro de algo y no le da ni miedo ni vergüenza asegurarlo.
Exclamemos, por tanto, nuestro gozo por eso y, sobre todo, porque Dios haya querido hacer lo que ha podido hacer.
Dios, Padre Todopoderoso,
quisiste que tu Madre
al mundo viniera
sin sombra de pecado
y sin mancha de deshonra.
Quisiste, Oh Creador nuestro,
que María, que luego así sería llamada,
pudiese caminar sin tal pesada carga.
Y nosotros, que ahora miramos
al Cielo sabiéndola intercesora
te damos las gracias
por ser Bueno,
por ser Padre
por ser Eterno y, además,
por poder hacer lo que hiciste
y saber, muy bien, hacerlo.
Alabado sea Dios que tiene una Madre sin mancha ni pecado.
Amén.
Eleuterio Fernández Guzmán
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7.12.18
Camino a Nochebuena y Navidad – Cuarto paso: Dios quiere que...
Cuarto paso: Dios quiere que…
Casi a punto de terminar la primera semana de este gozoso y nuevo Adviento; antes, justo, de que María, aquella joven de Nazaret que diría sí al Ángel enviado por Dios, nos recuerde que nació Inmaculada porque su Padre del Cielo sólo podía querer eso para su Madre; justo antes de que lo misterioso se adueñe de nuestro corazón y nos haga decir “Amén”, así sea y, en fin, justo antes de que el Hijo de Dios nos prevenga, en el primer domingo de Adviento, de qué será lo que pasará cuando vuelva el Hijo del hombre… es, decimos, justamente ahora, cuando nos preguntamos qué es lo que puede querer Dios de sus hijos.
En primer lugar: quiere lo mejor para nosotros. De eso no puede caber duda alguna porque, a lo largo de los siglos lo ha ido demostrando desde que Abrahán comenzara su camino por el desierto y desde que Moisés guiara a su pueblo elegido. En fin que, no ha habido momento alguno de la historia de la salvación que no se pueda demostrar que Dios ha estado ahí.
Ahora, sin embargo, es un tiempo especial. Litúrgicamente se destaca por la espera del Hijo de Dios. Pero es que, por eso mismo, nuestro Creador, Padre Nuestro como decimos tantas veces en la oración que nos enseñó el Maestro, ha de querer algo de nosotros. Vamos, que ahora también exige ciertos qués y ciertos cómos (si se puede decir así)
En segundo lugar, quiere de nosotros la esperanza.
6.12.18
Camino a Nochebuena y Navidad – Tercer paso: ¿Por qué Cristo vuelve siempre?
Camino a Nochebuena y Navidad – Tercer paso: ¿Por qué Cristo vuelve siempre?
En efecto. Cada Nochebuena y, luego, cada Navidad, el Hijo de Dios vuelve, en un sentido más que cierto y atemporal, a nacer. Y es esto un gran misterio sostenido por la fe y por seguridad de que es la Voluntad de Dios que eso así sea y suceda.
Damos un paso más. Ahora no nos referimos a nosotros. Es decir, ni ahora se trata de cómo vamos a tener el corazón de, tampoco, a dónde queremos llegar. No. Ahora se trata de Alguien, así, con mayúscula, porque es mayúsculo el ser divino al que nos referimos.
Cualquiera ha adivinado que hablamos del que nacerá el día que celebramos que nació. Sí. Jesús, llamado así porque Dios quiso que fuera Él entre nosotros, nacerá de nuevo, como decimos arriba. Y, como Dios no da puntada sin hilo ni su Hijo ha de venir al mundo sin razón alguna… entonces es que, al contrario de esto, ha de haber una razón y un hilo que todo lo una.
En cuanto a la razón, podemos llamar causa y, en cuanto a la voluntad de Quien eso permite, verdadero motivo muy personal, el Hijo de Dios vuelve cada año, seguramente, por muchas causas y razones. Aquí, seguramente, no podremos dar sólo una porque sería acotar demasiado la Verdad y eso, ni puede ser cierto ni, además, nos conviene nada de nada.
Podemos decir, por ejemplo, que Cristo vuelve otra vez (y decimos siempre porque será siempre hasta que venga por segunda vez en su Parusía) porque, al parecer, no acabamos de comprender que vino la primera vez porque quería que nos salváramos. Pero fueron, y somos, duros de mollera…
5.12.18
Camino a Nochebuena y Navidad – Segundo paso - ¿Hacia dónde queremos ir?
Hemos revisado, como dijimos ayer, nuestro corazón. Queremos que el mismo esté limpio porque ansiamos que el encuentro con el Hijo de Dios sea fructífero y lo será más en cuanto demos aquel primer paso conscientemente de lo que supone con Quién nos vamos a encontrar y cómo queremos que eso acaezca.
El caso es que, como es fácil deducir de todo esto, lo que está bien siempre está bien y eso, tener el alma limpia es de lo que mejor que nos pueda pasar entonces y, claro está, siempre.
Hay, de todas formas algo que va más allá de un día concreto o de dos, si tenemos en cuenta la Nochebuena y la Navidad. Y es, por decirlo así, que, más allá de eso, de los momentos concretos, nosotros debemos tener muy claro cuál es nuestro destino. Ahora, ahora mismo, sin solución de continuidad, debemos manifestar, pensar para nuestro corazón o, en fin, siquiera plantear, hacia dónde queremos ir. Así de simple pero, ¡Ay!, así de difícil.
Es simple, sí, porque la cosa no es nada elevada: debemos saber, precisamente, cuál es nuestro destino espiritual; es difícil en cuanto, a lo mejor, nosotros lo que ansiamos no es, tanto, el encuentro, sino el cumplimiento pero en el sentido de cumplo y miento…
En fin, no se trata de ponernos pesimistas pero sí de ver todos los puntos de vista que tiene este camino que realizamos y del que, hasta ahora, apenas hemos dados un par de pasos.
Nosotros queremos lo mejor para nosotros. De eso, además, en una sociedad hedonista como la que nos ha tocado vivir, no es nada extraño… Pero, aquí no se trata de eso, de lo material, de lo pragmático sino, yendo mucho más acá de nuestro corazón, de algo más íntimo, más nuestro, más de nosotros mismos. Sí, se trata de un “mejor”, un saberse bien, que tiene relación con una persona. Y es aquí, como se dice muchas veces, ansiamos y anhelamos el encuentro con “Alguien”.
“Dónde” tiene acento, lleva la tilde que le ponemos, porque tiene un sentido muy distinto a cuando no hacemos eso, cuando no puntuamos. Queremos preguntar porque queremos una respuesta. Y la misma ha de salir de nuestro corazón. No esperamos, por tanto, que nadie nos responda a la misma porque sería poner la esperanza en otro que no es el Otro. Y creemos que nos explicamos, claro está.
La esperanza, sobre todas las cosas, está en el Hijo. Y el Hijo, de Dios, tiene todo que ver con la pregunta del “Dónde”.
El caso es que lo tenemos muy claro. Es decir, la teoría la sabemos muy bien porque llevamos algo así como dos mil años sabiéndola. Sobre eso no hay duda alguna: nosotros queremos ir al Cielo. Ya está dicho. Así se fácil es responder a esto.
Pero, para eso, tenemos que dar pasos que van más allá de los que nos llevan al nacimiento del Hijo de Dios.
Y, sin embargo, sin tal venida al mundo, nada de lo demás tendría sentido ni lo tendrá si no caminamos de forma adecuada y si no damos los pasos conforme quiere Dios que los den sus hijos del mundo.
Lo tenemos, pues, más que claro: queremos ir hasta el mismo momento en el que una nueva criatura abre los ojos y sabe que ha nacido. Entonces nosotros, y los que entonces vieron aquello en directo, en persona, sin los intermediarios de los siglos pasados desde entonces, nos daremos cuenta de que hemos sabido caminar bien y de que, a pesar de todos los pesares que nos aquejan y de todas las asechanzas del Maligno para que nos salgamos del camino y nos quedemos, como poco, mirando, lo que supone el nacimiento del Mesías (cuando no haciendo risa de la misma repetición…), hemos puesto, primer, un pie (con la limpieza del alma) y, luego, otro pie, sabiendo a dónde vamos
Es bien cierto que todo esto no es más que la teoría y que el meollo de nuestra vida nos ha de dar la señal de si hacemos bien las cosas o si no las hacemos como debemos hacerlas. Pero, al fin y al cabo, nosotros somos hijos de Dios que conocemos qué va a pasar. Ni, por tanto, nos puede coger desprevenidos ni podemos hacer como si no fuera más que una nueva celebración del inicio festivo de nuestra fe.
Nosotros queremos ir al encuentro con el Niño-Dios porque sabemos, además lo sabemos, que nos espera con los ojos, los brazos y el corazón abiertos. Y no podemos hacer otra cosa que dar gracias a Dios por tanta gracia dada, a sus hijos, de forma gratuita aunque, no por eso, no pidiendo nada de su semejanza.
Y es que Dios, a quien nadie gana en generosidad, no se le puede escapar el cómo de nuestro camino y, en fin, el cómo de nuestra voluntad y corazón.
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4.12.18
Camino a Nochebuena y Navidad – Primer paso: miremos nuestro corazón
Camino a Nochebuena y Navidad – Primer paso: miremos nuestro corazón
Hemos querido hacer como si (porque así es) el tiempo que va desde ahora mismo, en este día de diciembre, a primeros del último mes del año, fuera un camino que nos lleva a un destino bien determinado. El camino son los días que transcurren, uno a uno, hasta que lleguemos a la meta, querida y ansiada meta, del nacimiento del Hijo de Dios.
Cada día, por tanto, tiene su afán, como dijo el mismo Cristo y, seguramente, nos baste con atender a cada uno de ellos aunque bien sabemos que esto se trata de un caminar continuo y que, por tanto, no podemos quedarnos parados, siquiera, a reposar en el camino. No. El Cristo viene y, por tanto, quien no llegue a tal día con el corazón preparado a lo mejor no recibe de la mejor manera y hasta le hace cara rara: ¿Otra vez Nochebuena; otra Navidad?, es posible, pueda decir algún que otro desavisado y más que despistado “discípulo” del Maestro.
Nosotros, al contrario, ansiamos otra Nochebuena y otra buena Navidad. Y lo ansiamos porque estamos seguros de que recordamos aquello que pasó entonces pero con visión de futuro: lo traemos al presente (al hoy de entonces, 24 y 25 de diciembre) porque estamos preparando la segunda venida del mismo Hijo de Dios. Lo llamamos Parusía porque vendrá en la Suya, para juzgar a vivos y a muertos. Y eso lo tenemos por gran verdad de fe y eso nos sostiene, es una roca fuerte sobre la que construir una existencia y una forma de ver las cosas y situarnos ante las circunstancias de nuestra vida.
Pues bien, estamos aquí, en este segundo día de este Adviento de un año concreto y bien determinado. Y es un nuevo tiempo de esperanza y de gozo como es esta espera ansiosa. Y no está nada mal empezar por un lugar que, sí, es físico pero que también tiene un sentido espiritual más que especial y crucial. Y hablamos del corazón, de ese órgano que no sólo bombea sangre para que nuestro cuerpo pueda existir y ser sino que, sobre todo, es el templo del Espíritu Santo y eso es, por eso mismo, algo más que especial. Y ha de estar más que bien tenerlo bien preparado porque no esperamos a cualquiera sino al mismísimo Enviado de Dios, al Emmanuel, al Dios entre nosotros. Y eso no es poca cosa sino mucha y más que mucha realidad para nuestra alma. Y no vale todo, aquí no vale todo sino sólo lo que vale.
Pero, en realidad, ¿qué es lo que vale para este menester?
3.12.18
Camino a Nochebuena y Navidad – Lo que pasaría por el corazón de María
A lo largo de estas semanas vamos a ir dando pasos hacia Nochebuena y hacia Navidad. Cada uno de ellos supone una avance en nuestra comprensión de qué suponen estos días al acercanos a unos tan importantes como son el 24 y el 25 de diciembre, fechas en las que, tradicionalmente, celebramos el nacimiento del Hijo de Dios.
Que nos sean de provecho es lo que, desde aquí, pedimos a Dios.
Camino a Nochebuena y Navidad – Lo que pasaría por el corazón de María
Nosotros, tantos siglos después de que viniera al mundo el Enviado de Dios y Mesías, el Cristo, el Hijo del Todopoderoso, sabemos mucho acerca de lo que pasó entonces. Tenemos, por eso mismo, mucho a nuestro favor. Y eso, antes que nada, supone que no podemos hacer como si no tuviéramos tales pruebas de la bondad del Creador. Pero de eso no corresponde ahora decir nada sino de algo más importante.
Es fácil imaginar, sin embargo, que nadie de los que serían entonces sus discípulos sabía nada de nada. Seguían con su vida como si cualquier cosa y, es más, más de uno ni siquiera habría nacido cuando lo hizo el hijo de María (Juan, que sería apóstol, por ejemplo)
Con esto queremos decir que, una cosa es lo que nosotros podamos pensar ahora mismo, en pleno siglo XXI y otra, muy distinta, lo que estuviera pasando por el corazón de los de entonces a los que, bien podemos llamar, los otros nosotros pues allí estaban los que serían nuestros antepasados en la fe.
Pues bien. Hay una persona, había entonces queremos decir, que tampoco sabía lo que iba a ocurrir pero que, sin embargo, estaba pasando por el momento de esperanza que supone siempre saber que un hijo va a ser traído al mundo.
María, aquella joven que, meses antes, había dicho sí a Dios ofreciéndose como su esclava y haciéndolo con el corazón de Virgen e Inmaculada (esto último es casi seguro que ella no lo supiera, claro está aunque es posible que se acercara algo a saber con aquello que le dijo el enviado de Dios de “llena de gracia”; lo primero sí lo sabía con total seguridad) pasaba por unos momentos de esperanza. Y lo decimos así porque aquel fue el primer Adviento de la historia de la Salvación. Entonces esperábamos la venida al mundo del Salvador y ella, que había escuchado atentamente las palabras del Ángel Gabriel, sabía que no iba a ser un niño como otro cualquiera, aún siéndolo como hombre que iba a ser. Y, en tal sentido, podemos decir que tiempo de Adviento, de esperar a Quien viene, fue todo su embarazo… sólo para ella y en ella, claro.
María tenía en su corazón, antes de guardar aquello que con el tiempo guardaría (y de lo que nos habla el Nuevo Testamento) para llevarlo siempre con ella, lo que puede tener quien confía en Dios, en primer lugar y, consecuentemente, se pliega a su Voluntad. Pero se pliega a ella de forma consciente, voluntaria y gozosamente y no de forma forzada o como obligada por las circunstancias. No. Aquella joven, hija de Ana y de Joaquín, siempre había estado muy dispuesta a las cosas de Dios y, se suele tener por verdad en nuestra Tradición que se había consagrado a su Creador porque lo quería, como tantas veces había orado y rezado, con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas.
Ella, la que sería Madre de Dios (eso ella ya lo sabía desde el episodio de la Encarnación y qué debió pensar entonces aquella apenas muchacha lo sabremos algún día en el Cielo) sabía que iba a traer al mundo a un niño que, por sus especiales circunstancias de concepción, iba a suponer mucho bien para la Creación. Sabía, por tanto, que cada paso que diera tendría importancia y que nada de lo que hiciera, en el fondo de su corazón, sería tenido por nada sino, al contrario, por mucho y muy mucho.
María, aquella joven embelesada ante el Amor que Dios había tenido y mostrado por ella (“Dios ha hecho cosas grandes por mí”, diría luego ante su prima Isabel, otra mujer muy favorecida por el corazón del Creador, como sabemos) sólo podía esperar lo mejor aunque algo le dijera que no todo serían rosas y alegría sino que también tendría que pasar por malos momentos. Pero eso llegaría cuando Dios quisiese que llegase. Ahora, apenas a unas semanas (si las cuentas le salían bien…) de que viniera al mundo su hijo (y el de Dios, ¡pensemos qué significaba eso para ella, la elegida!) sólo podía gozar con un momento que la humanidad creyente había estado esperando desde hacía muchos siglos. Ya los profetas habían escrito sobre eso pero sólo ella (y José en lo que eso pudiera ser, que era mucho) sabía que quien iba a venir al mundo iba a salvar al mundo y que sería, por eso, muy especial.
Y ella lo llevaba en sus entrañas, allí, donde el Espíritu Santo-Dios se había unido con el Hijo. Allí mismo.
Eleuterio Fernández Guzmán
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2.12.18
La Palabra del domingo - 2 de diciembre de 2018
Lc 21, 25-28. 34-36
Primer Domingo de Adviento
“25 ‘Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, 26 muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. 27 Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. 28 Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrar ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación.”
34 Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, 35 como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. 36 Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.”
COMENTARIO
Un claro aviso de Cristo y un consejo
Dar comienzo un nuevo tiempo de Adviento ha de suponer, para los hijos de Dios, algo así como un saber dónde nos encontramos en el camino que nos lleva al definitivo Reino de Dios. Y, para eso, ya tenemos a nuestro hermano Jesús que nos dice, exactamente, qué va a pasar.
Sin embargo, no nos deja así, digamos, con el corazón en un puño o con un miedo inconmensurable sino que pone sobre la mesa lo que debemos hacer. Y es que el Hijo de Dios sólo quiere, para nosotros, lo mejor.
En primer lugar, podemos decir que el panorama que nos muestra Jesucristo no es nada alentador, así en principio.
Nosotros sabemos, adelantándonos al final del grupo de versículos del Evangelio se San Lucas que el Calendario Litúrgico nos pone como los propios del día, que está hablando Cristo de su segunda venida al mundo, en su Parusía.
Lo que aquí pasa es que nos advierte, clara pero misteriosamente, de lo que va a pasar entonces.
Todo lo que anuncia Jesucristo está dicho. Por tanto, como la Palabra de Dios nunca va a pasar y siempre es cierta y verdadera, no podemos hacer con esto como si no tuviera importancia o, peor aún, no nos concerniese a nosotros. Al contrario de la verdad: tiene mucha importancia y estamos totalmente dentro de la eficacia de tales palabras, de la Palabra de Dios.
Eleuterio Fernández Guzmán
Licenciado en Derecho, casado y con dos hijos. Hijo de Dios y hermano en Cristo… en defensa de la fe, sabiendo que en esta labor, a veces ingrata pero siempre fructífera, no estoy solo sino, al contrario, acompañado de muy buenas compañías.
Mi correo electrónico, para quien quiera hacerme llegar una queja, alguna noticia, etc. es [email protected]
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