17.08.17

El rincón del hermano Rafael – “Saber esperar”- Una gran verdad

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” -  Una gran verdad

“Busca el Corazón de Dios, que ése es insondable; húndete en Él y no mires y busques otra cosa”

 

Muchas veces los católicos tenemos la tendencia a no saber, exactamente, qué es lo que, en materia de nuestra fe, queremos. Es decir, no es que no sepamos que somos lo que somos sino que no tenemos muy claro hacia dónde debemos mirar y en lo que debemos fijarnos.

El hermano Rafael, San Rafael Arnáiz Barón, con su santa y buena costumbre de poner las cosas sobre la mesa, también nos va a ayudar con esto. Y es que no es cosa baladí tener fijado, en nuestro corazón, el destino de nuestros sueños espirituales y, sobre todo, de las realidades por las que pasamos en la vida. En suma: saber a qué atenernos nos va a venir la mar de bien.

Al hablar de una realidad insondable queremos decir que es muy profunda, que no podemos alcanzar su fondo. También, según nos define el diccionario, que no podemos conocerlo “por ser misterioso, difícil o impenetrable”. Y hasta aquí las dos definiciones de tal palabra.

Pues bien, nosotros debemos buscar el corazón de Dios. Esto, dicho  así, de primeras, supone que, en efecto, aún no lo hemos encontrado (si es así, de nada nos sirve buscarlo) y que, por tanto, estamos en la labor de encontrarlo.

Sabemos, como nos dice que eso no es fácil. Es decir, no es que así lo diga sino que lo mismo se deduce del término “insondable”. Por tanto, estamos más que seguros que nunca seremos capaces de llegar al fondo del Corazón de Dios, que tampoco estaremos, aquí en la Tierra, capacitados para comprender su misterio. Sin embargo, eso, a nosotros, no debe importarnos mucho.

Decir esto último pudiera dar la impresión de falta de preocupación por algo tan importante como el Corazón de Dios. Sin embargo, nada más lejos de la realidad querer dar tal impresión por nuestra parte.

En realidad, lo que debe dejarnos el camino expedito hacia el Corazón de Dios no es su comprensión sino lo otro, aquello de lo que San Rafael Arnáiz Barón dice después.

Sabe nuestro santo que el Corazón de Dios, su fondo, su misterio es, eso, misterio. Pero nos recomienda algo que sí podemos hacer sin, por eso, dejar por imposible lo que, por ahora, no es posible.

No debemos mirar para otro lado, a otro lado. Nosotros, muy a pesar de que el Corazón de Dios es el del Creador y el del Todopoderoso y nosotros no somos nada a tal respecto, sí podemos, sin embargo, procurar no hacer como si eso no fuera importante para nosotros. No. Al contrario es la verdad y debe ser la verdad: debemos, antes que nada, sólo buscar el Corazón de Dios por muy difícil que nos sea su encuentro. Y, de todas formas, no debemos nunca de dejar de pedir a Dios que nos hunda en el mismo a pesar de nuestra lejanía de hombres creados a su imagen y semejanza.

Dios, que es Padre bueno y misericordioso, seguro que comprende nuestras incapacidades a tal respecto. Pero de buscar algo o alguien que supla lo que no somos capaces de comprender pero de lo que reconocemos su existencia… nada de nada.

 

Eleuterio Fernández Guzmán 

 

Nazareno

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16.08.17

Serie “Un día con siete mañanas. Sobre la Creación" - 1- Dios creó de la nada (Posibilidad)

Resultado de imagen de La Creación

  

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.”

(Génesis 1, 1)

  

Cuando decimos, porque lo creemos, que Dios creó el cielo y la tierra y repetimos aquello de que al séptimo día descansó, no queremos decir, o no deberíamos entender con eso, que el Creador descansó y, acto seguido, se olvidó de lo creado. Muy al contrario es lo que sucedió y sucede porque Quien todo lo creó todo lo cuida y guía y que, por decirlo pronto, el mundo está en sus manos; que el ser humano no es esclavo de Dios sino amigo e hijo suyo y que, cosa que sucedió con Jesucristo, llega a ser capaz de hacerse débil para salvarnos. 

Creó, pues, Dios. Y, como dice el Apocalipsis (4, 11) “Tú has creado el universo, por tu voluntad, no existía y fue creado”. Por eso estamos en la seguridad de que lo que existe no es producto de la casualidad sino de la puesta en práctica de un diseño inteligente en manos de una mente algo más que inteligente. Y porque “Todo lo creaste con tu palabra” (Sb 9,1) confesamos nuestra fe en tal creación y nos sometemos a ella no sin olvidar que la entregó para que no la dilapidáramos sino para que cuidáramos de misma. 

En los relatos de la Creación (Gen 1,1-2; 2,4-25) podemos constatar que la voluntad de Dios tiene pleno sentido en la comprensión de que lo que crea lo hace, digamos, en beneficio de lo que consideró como muy bueno haberlo creado, su criatura, su semejanza e imagen o, lo que es lo mismo, el ser humano. Somos, por lo tanto, herederos desde que Dios nos crea pues hijos suyos somos y nos dota de alma espiritual, de razón y de voluntad libres. 

Creó, pues, Dios. Y lo hizo con el cielo y con la tierra o, lo que es lo mismo, con todo lo que existe y, yendo un poco más allá, con todas las criaturas corporales y espirituales. Por eso dice el Credo, en su versión de Nicea-Constantinopla, “de todo lo visible e invisible” y por eso mismo se nos concede la posibilidad, don de Dios, de tener presente en nuestra existencia a los seres espirituales que no son de carne como somos los mortales pero que aportan a nuestra existencia de creyentes una solidez insoslayable. 

El caso es que Dios, cuando llevó a cabo la Creación tuvo que pensar, lógicamente, en todos los detalles de la misma. Pero a Él le llevó el tiempo que le llevó. 

En realidad, el día en el que Dios creó lo visible y lo invisible fue uno propio. Queremos decir que el tiempo del hombre y el de Dios no son lo mismo, no duran lo mismo. Por eso la Santa Biblia nos recuerda algo que, para esto, en concreto, es muy importante:

 

“Porque mil años a tus ojos son como el ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche (Salmo 89, 4).

 

“Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, ‘mil años, como un día.’”  (2 Pe 3, 8).

 

Sabemos, por tanto, que si para Dios ha pasado un día, para el hombre han pasado 1000 años. Así, podemos sostener que la Creación de Dios ocupó, en tiempo humano, unos 6000 años mientras que para Dios apenas habían pasado 6 días. Aunque esto, claro, sólo lo sabremos cuando, si Dios quiere y ponemos de nuestra parte, estemos en el Ciel. 

De todas formas, la Creación, obra portentosa de Quien tiene todo el poder, nos ayuda a comprender lo que significa que para Dios nada hay imposible (como le dijo el Ángel Gabriel a la Virgen María en el episodio de la Anunciación y refiriéndose a su prima Isabel –véase Lc 1, 26-38-) y que aquello, la Creación misma, fue el mejor regalo que un Padre podía hacer a quienes serían sus hijos creados, también, por Él. 

Y todo eso pasó y sucedió en un día que, por cosas de Dios, tuvo siete mañanas.

1- . Dios creó de la nada (Posibilidad)

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Creador de todas las cosas, de las visibles y de las invisibles, espirituales y corporales; que por su omnipotente virtud a la vez desde el principio del tiempo creó de la nada a una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la mundana, y después la humana, como común, compuesta de espíritu y de cuerpo

(Concilio Lateranense IV -1215-)

  

Realmente el Todopoderoso podía haber hecho las cosas de otra manera. Queremos decir que igual que creó podía no haber creado. 

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15.08.17

Y subió a los Cielos

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Seguro que el Beato Manuel Lozano Garrido no se enfada si hoy, martes, día en el que el que esto escribe hace lo propio acerca de Lolo, lo dedico a su Madre y nuestra Madre, María, la que recordamos (para que no se nos olvida nunca) que subió al Cielo en cuerpo y alma porque era una mujer muy especial escogida y elegida por Dios. 

A tal respecto, tenemos por cierto y verdad, y es dogma de nuestra fe católica que la Madre de Dios fue lleva en cuerpo y alma al Cielo. Eso lo dejó dicho el Papa Pío XII, en la bula Munificentessimus DeusLo hizo en el año 1950 y no es que descubriera que eso era así sino que certificaba que era así porque el pueblo católico lo tenía por cierto y verdad desde hacía mucho, pero que mucho tiempo. 

Entonces dijo esto que sigue:

 “Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”.

 

En este texto leemos cosas que preocupan a más de un desavisado y a más de un hereje. 

Así, por ejemplo, que María era y es Inmaculada;

También, que aquella joven judía era la Madre de Dios y no sólo la Madre de un hombre, de nombre Jesús;

Que siempre fue Virgen: antes del parto, durante el parto y después del parto. Y, por fin, 

Que, a diferencia del resto de seres humanos cuyo cuerpo, al morir, queda en el mundo y su alma, vuela donde la sentencia divina diga que tiene que volar (Cielo, Infierno o Purgatorio-Purificatorio), Ella, la Madre de Dios tuvo el enorme privilegio de ser “llevada”, por así decirlo, a la Casa del Padre.

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13.08.17

La Palabra del Domingo - Domingo, 13 de agosto de 2017

 

Mt 14, 22-33

“22 Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. 23 Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. 24 La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. 25 Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. 26 Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: ‘Es un fantasma’, y de miedo se pusieron a gritar. 27 Pero al instante les habló Jesús diciendo: ‘¡Animo!, que soy yo; no temáis.’ 28 Pedro le respondió: ‘Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas.’ 29 ‘¡Ven!’, le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. 30 Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: ‘¡Señor, sálvame!’ 31 Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: ‘Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?’ 32 Subieron a la barca y amainó el viento. 33 Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: ‘Verdaderamente eres Hijo de Dios.’”

 

COMENTARIO

Confiar en Cristo

Tener fe es, en esencia, confiar en Aquel en quien creemos. Por eso mismo si se nos pide algo por parte de Quien nos creó sólo podemos asentir a lo que sea y hacer, eso sí, lo que buenamente podamos con los talentos que, por cierto, también nos donó.

La barca de la Iglesia es zarandeada por muchos vientos de mala doctrina o, simplemente, por el mundo con sus añadidas mundanidades. Seguir, entonces, en el seno de la Esposa de Cristo sólo puede hacerse si es que se tiene confianza en Quien la fundó que no es otro que Jesucristo, Hijo de Dios y hermano nuestro.

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12.08.17

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – Paráclito

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, en muchas ocasiones Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

Paráclito

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Y Jesús dijo… (Jn  14, 16)

 

“‘Y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre.”

No nos extraña, para nada, la seguridad con la que habla el Hijo de Dios. Pero nada de nada…

Pedir

En muchas ocasiones podemos ver al Hijo de Dios dirigiéndose a su Padre, al Padre Creador. Sabe perfectamente que lo ha de escuchar porque pide con devoción y, siempre, en interés de sus hermanos los hombres. Cuando, por tanto, les dice a sus discípulos que ha de pedir por ellos está queriendo decir que va a interceder ante el Todopoderoso.

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11.08.17

Serie “De Ramos a Resurrección” - III -El aviso de Cristo - Cuando no se reconoce la Luz.

 De-ramos-a-resurrección

En las próximas semanas, con la ayuda de Dios y el permiso de la editorial, vamos a traer al blog el libro escrito por el que esto escribe de título “De Ramos a Resurrección”. Semana a semana vamos a ir reproduciendo los apartados a los que hace referencia el Índice que es, a saber:

Introducción                                        

I. Antes de todo                                           

 El Mal que acecha                                  

 Hay grados entre los perseguidores          

 Quien lo conoce todo bien sabe               

II. El principio del fin                          

 Un júbilo muy esperado                                       

 Los testigos del Bueno                           

 Inoculando el veneno del Mal                         

III. El aviso de Cristo                           

 Los que buscan al Maestro                      

 El cómo de la vida eterna                              

 Dios se dirige a quien ama                      

 Los que no entienden están en las tinieblas      

 Lo que ha de pasar                                 

Incredulidad de los hombres                    

El peligro de caminar en las tinieblas         

       Cuando no se reconoce la luz                   

       Los ánimos que da Cristo                  

       Aún hay tiempo de creer en Cristo            

IV. Una cena conformante y conformadora 

 El ejemplo más natural y santo a seguir          

 El aliado del Mal                                    

 Las mansiones de Cristo                                

 Sobre viñas y frutos                               

 El principal mandato de Cristo                         

       Sobre el amor como Ley                          

       El mandato principal                         

Elegidos por Dios                                    

Que demos fruto es un mandato divino            

El odio del mundo                                   

El otro Paráclito                                      

Santa Misa                                             

La presencia real de Cristo en la Eucaristía        

El valor sacrificial de la Santa Misa                   

El Cuerpo y la Sangre de Cristo                 

La institución del sacerdocio                     

V. La urdimbre del Mal                         

VI. Cuando se cumple lo escrito                 

En el Huerto de los Olivos                              

La voluntad de Dios                                        

Dormidos por la tentación                        

Entregar al Hijo del hombre                            

       Jesús sabía lo que Judas iba a cumplir       

       La terrible tristeza del Maestro                  

El prendimiento de Jesús                                

       Yo soy                                            

       El arrebato de Pedro y el convencimiento   

       de Cristo

Idas y venidas de una condena ilegal e injusta  

Fin de un calvario                                   

Un final muy esperado por Cristo              

En cumplimiento de la Sagrada Escritura

        La verdad de Pilatos                        

        Lanza, sangre y agua                      

 Los que permanecen ante la Cruz                   

       Hasta el último momento                  

       Cuando María se convirtió en Madre          

       de todos

 La intención de los buenos                      

       Los que saben la Verdad  y la sirven          

VII. Cuando Cristo venció a la muerte        

El primer día de una nueva creación                 

El ansia de Pedro y Juan                          

A quien mucho se le perdonó, mucho amó        

 

VIII. Sobre la glorificación

 La glorificación de Dios                            

 

Cuando el Hijo glorifica al Padre                       

Sobre los frutos y la gloria de Dios                  

La eternidad de la gloria de Dios                      

 

La glorificación de Cristo                                

 

Primera Palabra                                             

Segunda Palabra                                           

Tercera Palabra                                             

Cuarta Palabra                                               

Quinta Palabra                                        

Sexta Palabra                                         

Séptima Palabra                                     

 

Conclusión                                          

 

 El libro ha sido publicado por la Editorial Bendita María. A tener en cuenta es que los gastos de envío son gratuitos.

  

“De Ramos a Resurrección” - II. El principio del fin - El aviso de Cristo -  Cuando no se reconoce la Luz.  

 

“Jesús les dijo: ‘Todavía, por un poco de tiempo, está la Luz entre vosotros’” (Jn 12, 35a).

 

Si hay un momento de las sagradas escrituras en las que se menciona muy expresamente a la “Luz” del mundo es el evangelio del discípulo llamado “amado” por Cristo. Y es que, justamente, al comienzo del mismo se dice que:

“En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la Luz de los hombres, y la Luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la Luz, para que todos creyeran por él. No era él la Luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron” (Jn 1, 1-11).

Dice, en concreto, san Juan, que el Bautista, enviado por Dios para cumplir una misión muy especial como era la de Precursor del Mesías daba testimonio de la Luz que, aunque no era él (como dice a los enviados de los fariseos cuando eso le preguntan y se recoge en Jn 1, 20) sabía que la Luz era “otro”. Es decir que había una Luz y que la misma iba a venir al mundo. Lo que debemos destacar en este texto es que el apóstol más joven escribe acerca, precisamente, de la “Luz” y que Jesús se sabe, reconoce ser, la tal Luz del mundo.

“Jesús les habló otra vez diciendo: ‘Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la Luz de la vida’” (Jn 8, 12).

Es bien cierto, sin embargo, que no todos no quisieron saber nada de aquella Luz enviada por Dios sino que hubo quienes sí quisieron aceptarla y llevarla a sus corazones:

“Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios” (Jn 1, 12-13).

Vemos, por tanto, como la filiación divina nace de algo que no es lo que, comúnmente, se conoce como origen de un nacimiento (el aspecto natural del mismo) sino que ha de suponer, supone de hecho, la aceptación de Cristo como Hijo de Dios. Entonces, desde tal instante espiritual, quien eso acepta, quien tiene a la Luz como enviada por Dios y a Jesucristo como la misma, se convierte en hijo de Dios. Sin embargo, aquellos que no recibieron a Cristo como la Luz del mundo no lo hicieron, seguramente, porque tenían, aún, corazones de piedra en los que no había entrado, como bálsamo curativo, la misericordia del creador.

Aquellos creyentes judíos, que voluntariamente buscaron, a partir del momento del conocimiento de Jesús como maestro, la perdición material del carpintero de Nazaret, no alcanzaban a ver lo que de bueno había en su persona, en sus palabras y en sus hechos.

El caso es que Cristo, la Luz, no se había apagado todavía o, mejor, no habían tratado de apagarla. Aún podía ser aprovechada por aquellos a los que había sido destinada que era, además del pueblo judío, todo aquel que quisiera aceptar la naturaleza divina del hijo de María, Madre de Dios. El hecho mismo de que Jesús sea la Luz del mundo tiene significados varios. Así, por ejemplo, podía ser tomado en cuenta para orientarse en la vida, en la existencia, en el devenir del creyente con el ejemplo de aquello que había dicho y hecho hasta entonces. Pero también es básico comprender que la Luz, en este caso, Cristo, además de orientar a sus discípulos les permite ver lo que hay a su alrededor, lo que el mundo propone pero no debe ser aceptado por un hijo de Dios o, en fin, todo aquello que sea bueno y benéfico para quien lo acepta en su vida.

“Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy Luz del mundo” (Jn 9, 4-5).

Y la Luz, que es Cristo, ilumina sobre qué se debe hacer, qué llevar a cabo, hacia dónde mirar. Y aún, entonces, había tiempo de hacerlo.

Eleuterio Fernández Guzmán

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10.08.17

El rincón del hermano Rafael – “Saber esperar”- Lo que, verdaderamente, importa

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” -  Lo que, verdaderamente, importa.

 

“Los deseos y el interés de ser algún día un buen arquitecto, los cambié por los de procurarme un puesto en el cielo amando a Dios, el regalo al cuerpo con todos sus cuidados, como vi que era un poco de barro y que no merecía la pena de ocuparse de él, concentré mi atención a mi alma que es inmortal.”

 

¡Qué importante es darse cuenta de ciertas cosas! 

En este sentido, nos viene más que bien que haya hermanos nuestros, dotados de un sentido espiritual más que profundo, que sepan distinguir lo bueno de lo malo pero, sobre todo, lo que les conviene hacer o no hacer. Al fin y al cabo, Dios los pone entre nosotros para que sepamos aprovecharnos de sus espiritualidades especiales. Y el hermano Rafael es uno de ellos. 

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9.08.17

Serie “Un día con siete mañanas. Sobre la Creación - Presentación

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“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.”

(Génesis 1, 1)

  

Cuando decimos, porque lo creemos, que Dios creó el cielo y la tierra y repetimos aquello de que al séptimo día descansó, no queremos decir, o no deberíamos entender con eso, que el Creador descansó y, acto seguido, se olvidó de lo creado. Muy al contrario es lo que sucedió y sucede porque Quien todo lo creó todo lo cuida y guía y que, por decirlo pronto, el mundo está en sus manos; que el ser humano no es esclavo de Dios sino amigo e hijo suyo y que, cosa que sucedió con Jesucristo, llega a ser capaz de hacerse débil para salvarnos. 

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8.08.17

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- Dios está junto a todos

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

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A partir de hoy, y con la ayuda de Dios, vamos a dedicar los próximos artículos referidos al Beato Manuel Lozano Garrido, a traer aquí textos de sus libros. Y vamos a hacerlo empezando por el primero de ellos, de título “Mesa redonda con Dios”. 

 

Dios junto a todos

 

Dios está junto al lañador que compone, el pocero que se metió en la alcantarilla, la chica que coge puntos de media, o junto a la luz del candil que tiembla en el fondo de una mina. Y como tenerle al lado es disponer de una fortuna de felicidad, he aquí que puede ir al ritmo de nuestras palpitaciones, sin que haya un momento que no se apto para su mirada”.

 

La presencia del Todopoderoso entre sus hijos muchas veces es ignorada. En otras, simplemente, no se es capaz de percibir o darse cuenta de ella porque tenemos el sentido espiritual embotado con las cosas del mundo y eso imposibilita tan benéfica detección. 

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6.08.17

La Palabra del Domingo - Domingo, 6 de agosto de 2017

 

Mt 17, 1-9

“1 Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. 2 Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. 3 En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. 4 Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: ‘Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.’

 5 Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: ‘Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle.’ 6 Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. 7 Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: ‘Levantaos, no tengáis miedo.’ 8 Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. 9 Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: ‘No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.’”

 

  

COMENTARIO

Sorprendidos por la gloria de Dios

 

No podemos negar que Jesucristo tenía cierta predilección por una serie de discípulos suyos. Por eso escobe a Pedro y a los dos Zebedeos, Juan y Santiago, para que le acompañen al monte. 

A este respecto, podemos imaginar que ellos no sabían dónde iban ni, sobre todo, a qué iban. Pronto iban a descubrir tanto la gloria de Dios como su propia ignorancia. 

Es muy difícil ponernos en la piel de aquellos tres Apóstoles. Allí, mirando lo que estaba pasando seguramente pensaron que era algo muy importante porque no suele ser común ver a Moisés y a Elías en un mismo lugar y a un mismo tiempo. Vamos, que no era, para ellos, siquiera posible creerlo. 

Pero ven. Ellos están viendo lo que sucede. Y, claro, no entienden mucho. 

Sobre esto de que no entienden mucho, Pedro muestra hasta qué punto se puede estar despistado. Y es que a él sólo le interesa, de aquello, lo bien que lo está pasando. Quiere quedarse. Ahora sí, no quiere hacer tienda para él y sus dos compañeros sino, sólo, para Jesús, Moisés y Elías.

Aún, de todas formas, tenían que ver algo más grande. 

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