8.05.18

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- Regalos de Dios – Recuento de beneficios – 4- Providencia de Dios

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

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Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

Durante unas semanas, si Dios quiere, vamos a dedicar el comentario de los textos de Lolo a un apartado particular del libro citado arriba de título “Recuento de beneficios” donde hace indicación de los beneficios de la relación del Beato con el Todopoderoso.

Recuento de beneficios – 4- Providencia de Dios

 

“La suerte y yo bien podemos ya sentarnos sobre la arena para ir desmenuzando los regalos que Dios desperdigó a lo largo de mis días: 

”El del terco Estar Providente , con sus bloques de granito apuntalando una vida en derrumbamiento , sus manos de olivo sobre la fiebre y el escándalo de la herida, su clamor sin palabras, su verdad callada que retumba en el corazón como un peñascal por las vertientes.“ (“El sillón de ruedas”, p. 35).

 

Aquí, a la perseverancia de Dios hacia su descendencia, la llama el Beato Manuel Lozano Garrido terquedad. Y no es que se trata de hacer de menos o de, digamos, poner mal al Todopoderoso sino que muestra que Dios, con nosotros sus hijos, no tiene límite en cuanto a lo que hace en nuestro beneficio.

El caso que se la santa Providencia de Dios no es un bien escaso sino, al contrario, más que abundante. Y es que el Creador, que quiere lo mejor para sus hijos, no puede quedarse a mitad de camino en cuanto al auxilio y a la ayuda. No. Llega hasta las últimas consecuencias y, lo que es mejor, tiene una paciencia más que abundante con nosotros.

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6.05.18

La Palabra del Domingo - 6 de mayo de 2018

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Jn 15, 9-17

“9 ‘Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. 10    Si guardáis mis mandamientos        permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. 11 Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. 12 este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros   como yo os he amado. 13         Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. 15 No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. 16  No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre  os lo conceda. 17        Lo que os mando es   que os améis los unos a los otros.’”

 

COMENTARIO

 

Amar como Cristo nos amó

 

Quizá Jesús fue enviado del Padre sólo para una cosa, sólo para que comprendiésemos el principal mandato de Dios, el mandato del amor. Y digo mandato aunque esto pueda parecer excesivo. Esta palabra pudiera ser en exceso dura para quien no respeta a quien le dirige una orden pero que, si bien pensamos, y, sobre todo, en este caso, lo mandado y ordenado va, siempre en bien de sus receptores.

Esto, por otra parte, traza un camino a seguir, una senda por la que debemos pasar si, verdaderamente, queremos y ansiamos, el conocimiento de esa voluntad intrínseca de Dios que Jesús trata de que esté al alcance de nuestro corazón. Tal es así que el Mesías nos ama como su Padre lo amó, darle ese mismo amor, sin escatimar nada, como quiere que hagamos nosotros.

Pero, por eso, hemos de cumplir los mandamientos (¡otra vez aparece el mandato se puede pensar!), aquello que recibió Moisés y que Jesús perfecciona con su vida y con su predicación como, por ejemplo, sucede con las Bienaventuranzas. Es decir, ha de haber una correspondencia entre lo que decimos que hacemos, seguir a Jesús, y lo que, en realidad hacemos. Porque Jesús quiere que estemos, como él, en el seno del Padre, para que permanezcamos en su amor.

Y para eso, nada mejor que el ejemplo: predicar y dar trigo, podríamos decir. Jesús dice, en este texto que “nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” ya que conocedor de su futuro, sabía que, para empezar, ellos eran sus amigos, no sus siervos, y, por eso, iba a dar su vida para que todos fueran, fuéramos, salvados.

Pero, para eso, para que su amistad tuviera un sentido recepticio, fuera recibida por nosotros y, en consecuencia, fuera correspondida, hay que hacer, y nunca será bastante repetido esto, lo que él mandó.

Cabe decir, con relación a la permanencia en Cristo que, aunque podamos pensar que nosotros, dotados de la libertad dada por Dios, somos los que, libremente, por tanto, escogemos a Dios para que forme parte de nuestra vida esto, esta apreciación, no es adecuada. Sabedores, y creyentes en eso, de que hemos sido creados por Dios, es fácil colegir de ello que es Él el que nos escoge a nosotros y no nosotros los que somos tan “bondadosos” que optamos por formar parte del grupo de los que se consideran hijos de Dios. Cometería un gran error quien pensara, seriamente, otra cosa. Así, y sólo así, daremos fruto; y así, sólo así, ese fruto será considerado por el Padre como digno reflejo del amor de Cristo, de Jesús, de su Hijo.

Así, de esa forma, de ese modo, aquello que demandamos a Dios nos será concedido, aunque sea difícil conseguir esa correspondencia a la que antes he hecho referencia.

El amor con amor se paga, como dice el dicho. Y Jesús nos dio amor, graciosamente, nada mejor que corresponderle, de cara a él y a los demás, con ese amor que vino a sembrar al mundo. 

 

PRECES

 

Pidamos a Dios por todos aquellos que no quieren guardar los mandamientos de Dios.

Roguemos al Señor.

Pidamos a Dios por todos aquellos que no quieren responder a la elección de Dios.

Roguemos al Señor.

 

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a tener siempre presente que eres Tú quien nos eliges a nosotros. Y, entonces, a responderte con un sí.

 

Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

 

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

 

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Por la libertad de Asia Bibi. 
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Por el respeto a la libertad religiosa.                                                                                                                                         
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Enlace a Libros y otros textos.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

 

Panecillo de hoy:

Cristo nos llama amigos porque sabe que somos sus hermanos.

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Para leer Fe y Obras.

 

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

…………………………….

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Escucha a tu corazón de hijo de Dios y piedra viva de la Santa Madre Iglesia y pincha aquí abajo:

 

da el siguiente paso. Recuerda que “Dios ama al que da con alegría” (2Cor 9,7), y haz click aquí.

5.05.18

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – El poder de la fe

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

 

El poder de la fe

 

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Y Jesús dijo… (Mc 9, 23)

 

“Jesús le dijo:’¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!”

 

Se diga lo que se diga, aquí se le ve al Hijo de Dios algo enfadado pero, luego, sembrador de luz y de esperanza.

El caso es que a Jesús le presentan a un joven que está endemoniado desde pequeño. Echa espuma por la boca y hoy día, a lo mejor, podríamos decir que padecía alguna enfermedad muy conocida. Sin embargo, eso no quita nada de mérito a lo que hace Jesús que es, nada más y nada menos, que curar al muchacho aunque, por lo que nos dice el texto de San Marcos, un espíritu salió del mismo y lo dejó en paz. Y con eso nos quedamos.

Bueno.

A Jesús muchos lo conocían por lo que había dicho pero, sobre todo, por lo que iba haciendo por los caminos que no era poca cosa sino propia de alguien que no es un simple hombre.

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4.05.18

Serie “De Ramos a Resurrección” - Fin de un calvario

 

De-ramos-a-resurrección

En las próximas semanas, con la ayuda de Dios y el permiso de la editorial, vamos a traer al blog el libro escrito por el que esto escribe de título “De Ramos a Resurrección”. Semana a semana vamos a ir reproduciendo los apartados a los que hace referencia el Índice que es, a saber:

Introducción                                        

I. Antes de todo                                           

 El Mal que acecha                                  

 Hay grados entre los perseguidores          

 Quien lo conoce todo bien sabe               

II. El principio del fin                          

 Un júbilo muy esperado                                       

 Los testigos del Bueno                           

 Inoculando el veneno del Mal                         

III. El aviso de Cristo                           

 Los que buscan al Maestro                      

 El cómo de la vida eterna                              

 Dios se dirige a quien ama                      

 Los que no entienden están en las tinieblas      

 Lo que ha de pasar                                 

Incredulidad de los hombres                    

El peligro de caminar en las tinieblas         

       Cuando no se reconoce la luz                   

       Los ánimos que da Cristo                  

       Aún hay tiempo de creer en Cristo            

IV. Una cena conformante y conformadora 

 El ejemplo más natural y santo a seguir          

 El aliado del Mal                                    

 Las mansiones de Cristo                                

 Sobre viñas y frutos                               

 El principal mandato de Cristo                         

       Sobre el amor como Ley                          

       El mandato principal                         

Elegidos por Dios                                    

Que demos fruto es un mandato divino            

El odio del mundo                                   

El otro Paráclito                                      

Santa Misa                                             

La presencia real de Cristo en la Eucaristía        

El valor sacrificial de la Santa Misa                   

El Cuerpo y la Sangre de Cristo                 

La institución del sacerdocio                     

V. La urdimbre del Mal                         

VI. Cuando se cumple lo escrito                 

En el Huerto de los Olivos                              

La voluntad de Dios                                        

Dormidos por la tentación                        

Entregar al Hijo del hombre                            

       Jesús sabía lo que Judas iba a cumplir       

       La terrible tristeza del Maestro                  

El prendimiento de Jesús                                

       Yo soy                                            

       El arrebato de Pedro y el convencimiento   

       de Cristo

Idas y venidas de una condena ilegal e injusta  

Fin de un calvario                                   

Un final muy esperado por Cristo              

En cumplimiento de la Sagrada Escritura

        La verdad de Pilatos                        

        Lanza, sangre y agua                      

 Los que permanecen ante la Cruz                   

       Hasta el último momento                  

       Cuando María se convirtió en Madre          

       de todos

 La intención de los buenos                      

       Los que saben la Verdad  y la sirven          

VII. Cuando Cristo venció a la muerte        

El primer día de una nueva creación                 

El ansia de Pedro y Juan                          

A quien mucho se le perdonó, mucho amó        

 

VIII. Sobre la glorificación

 La glorificación de Dios                            

 

Cuando el Hijo glorifica al Padre                       

Sobre los frutos y la gloria de Dios                  

La eternidad de la gloria de Dios                      

 

La glorificación de Cristo                                

 

Primera Palabra                                             

Segunda Palabra                                           

Tercera Palabra                                             

Cuarta Palabra                                               

Quinta Palabra                                        

Sexta Palabra                                         

Séptima Palabra                                     

 

Conclusión                                          

 

 El libro ha sido publicado por la Editorial Bendita María. A tener en cuenta es que los gastos de envío son gratuitos.

  

“De Ramos a Resurrección” -   Fin de un calvario

 

 “Entonces se lo entregó para que fuera crucificado. Tomaron, pues, a Jesús, y él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio.Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: ‘Jesús el nazareno, el Rey de los judíos.’ esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: ‘no escribas: ‘el Rey de los judíos’, sino: ‘este ha dicho: Yo soy Rey de los judíos’.’ Pilato respondió: ‘Lo que he escrito, lo he escrito.’ Los soldados,  después que crucificaron a Jesús, tomaron sus  vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo.

Por eso se dijeron: ‘no la rompamos; sino echemos a suertes a ver quién le toca.’ Para que se cumpliera la escritura: ‘Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica’. Y esto es lo que hicieron los soldados. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la escritura, dice:  ‘Tengo sed.’

Había allí una vasija llena de vinagre. sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: ‘Todo está cumplido.’ E inclinando la cabeza entregó el espíritu. Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado —porque aquel sábado era muy solemne— rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la escritura: ‘no se le quebrará hueso alguno’. Y también otra escritura dice: ‘mirarán al que traspasaron’” (Jn 19, 16-24.28-37).

  

Un final muy esperado por Cristo en cumplimiento de la Sagrada  Escritura

  

En un momento determinado de la Última Cena, Jesús dijo:

 

“Y les dijo: ‘con ansia he deseado comer esta Pascua con  vosotros antes de padecer’” (Lc 22, 15).

 

Sabíaportanto, qusfinal,como hombre que habita la tierra, estaba aproximándose. Y, sin embargo, no se puede decir que aquello que entonces estaba insinuando no lo hubiera dicho antes abiertamente. Y es que a lo largo e bastantes pasajes del nuevo Testamento, Jesús se afirma en algo que conocía y a lo que acudía de forma consciente:

 

“Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día” (Mt 16, 21).

 

“Yendo un día juntos por Galilea, les dijo Jesús: ‘el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará’” (Mt 17, 22-23).

 

“Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará” (Mt 20, 18-19).

 

“Ya sabéis que dentro de dos días es la Pascua; y el Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado” (Mt 26, 2).

 

“’Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí’. Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir” (Jn 12, 31-33).

 

“Dijo: ‘el Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día’” (Lc 9, 22).

Arriba hemos dicho que Jesús asumió, desde un principio, la muerte que iba a padecer. Por eso nos dice San Lucas:

 

“Sucedió  que  como  se  iban  cumpliendo  los  días  de  su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén” (Lc 9, 51).

Nada podía hacer que la voluntad de Dios no se cumpliera hasta la última tilde de la misma. Como Cristo no había venido al mundo a derogar la Palabra de Dios (cf. Mt 5, 17) no iba a ser Él, precisamente el Hijo del hombre, quien se opusiese a lo que estaba escrito debía pasar y, aunque sabía que dependía de su voluntad beber aquel cáliz de sangre, también sabía que su amor al Padre le obligaba a no hacer cosa distinta a la que iba a llevar a cabo.

Jesús, como decimos, era perfectamente consciente de lo que le iba a pasarConocía la Sagrada Escritura y, seguramente, estos pasajes del profeta Isaías que muestran, a la perfección, el verdadero calvario que iba a pasar además de la flagelación que ya había tenido lugar:

“He aquí que prosperará mi siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera. Así como se asombraron de él muchos - pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apariencia era humana - otro tanto se admirarán muchas naciones; ante él cerrarán los reyes la boca, pues lo que nunca se les contó verán, y lo que nunca oyeron reconocerán. ¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahveh ¿A quién se le reveló? creció como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta. ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Tras arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido; y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca. Mas plugo a Yahveh quebrantarle  con  dolencias.  Si  se  da  a  sí  mismo  en  expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su mano. Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará.  Por  su  conocimiento  justificará  mi  siervo  a  muchos   y las culpas de ellos él soportará. Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes” (Is 52-13. 53, 1-12).

Por eso no extraña para nada que estando en el Huerto de los olivos, a punto de ser detenido y viendo que Pedro, espada en mano, no quería que eso pasase, le dijo Jesús al primero de los Apóstoles:

“‘Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?’” (Jn 18, 11).

Es más, ¿qué otra cosa quiere decir que no sea ser consciente de la muerte de la que va a morir cuando dice esto?:

“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn 15,13, cf. 13,1).

Todo lo escrito, pues, debía cumplirse como bien se recoge en las siguientes concordancias:

 

Isaías 53

Evangelios

¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahveh ¿a quién se le reveló? Creció como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia; —le vimos— y no tenía aspecto que pudiésemos estimar.

Para que se cumpliera el oráculo

pronunciado por el profeta Isaías: Señor, ¿quién dio crédito a nuestras palabras?

Y el brazo del Señor,

¿a quién se le reveló? (Jn 12, 38)

¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado.

Para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades

(Mt 8, 17)

Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al matadero era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca.

Pero Jesús seguía callado. El Sumo Sacerdote le dijo: “Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.”

(Mt 26, 63)

Y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca.

 

Mt 27,38; Mt 27, 60

Mc 15, 28; Lc 22, 37

Vemos,  pues,  como  las  Sagradas  Escrituras  se  estaban cumpliendo palabra por palabra. Pero no será, digamos, sólo el ámbito general de lo escrito el que se cumpla sino el muy particular y concreto. 

El caso, por ejemplo, de la túnica sin costura. La misma, es de imaginar, tenía un valor estimable en bastante. Por eso los soldados no quieren romperla para, digamos, hacer partes que correspondan a cada una de ellos. Y siguen, así y sin saberlo, lo que sediceenel Salmo 22, 19:

“Ellos me miran triunfantes, se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica”.

Y poco a poco, en el pasar de aquella Pasión de nuestro Señor,ibandesgranándose,unaauna,lasprofecíasquehabíaescrito aquellos escritores inspirados por Dios. Así, por ejemplo, en cuanto a la sed que pasó Jesucristo en los últimos momentos de su vida en la tierra, ya había dejado dicho el Salmo 22, 16:

“Está seco mi paladar como una teja y mi lengua pegada a mi garganta”.

Y, acto seguido, en cuanto al remedio que contra la sed quisieron proveerle los soldados que lo martirizaban, también se había escritoenotro Salmo (el 62, 22) que: 

“En mi sed me han abrevado con vinagre” (Sal 62, 22).

Abundando en este tema, arriba hemos hecho referencia a un capítulo muy concreto del profeta Isaías, el 53, en cuanto se referíaalospadecimientosdelSeñorJesús.Pues bien, posteriormente a lo ocurrido o, lo que es lo mismo, en la sagrada escritura que no refiere la Pasión misma en cuanto sucedido, se recoge mucho referente a tal capítulo del antiguo Testamento.

Así, por ejemplo en epístolas de san Pablo y san Pedro se aprecia, por ejemplo, que Isaías 53, 5 (“Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados”) tiene su reflejo en 2 Cor 5, 21 (“A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él”); en Gal 3, 13 (“Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose Él mismo maldición por nosotros, pues dice la escritura: maldito todo el que está colgado de un madero”) o en Rm 4, 25 (“Quien fue entregado por nuestros pecados, y fue resucitado para nuestra justificación.”).

Lo mismo podemos decir de san Pedro porque en su Primera epístola (2, 22-25) escribe esto:

“El que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño(Is, 53, 9); ‘el que, al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba, sino que se ponía en manos de aquel que juzga con justicia; el mismo que, sobre el madero, ‘llevó nuestros pecados’ en su cuerpo’ (Is, 53, 12), a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; ‘con cuyas heridas habéis sido curados.’ (Is, 53, 5, 6) erais ‘como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas.”

 

También apreciamos esto en el libro de los Hechos de los Apóstoles cuando escribe San Lucas (Hch 8, 32-25) refiriéndose a is 53, 7-8:

“El pasaje de la escritura que iba leyendo era éste: ‘Fue llevado como una oveja al matadero; y como cordero, mudo delante del que lo trasquila, así él no abre la boca. En su humillación le fue negada la justicia; ¿quién podrá contar su descendencia? Porque su vida fue arrancada de la tierra.’ El eunuco preguntó a Felipe: ‘Te ruego me digas de quién dice esto el profeta: ¿de sí mismo o de otro?’’ Felipe entonces, partiendo de este texto de la escritura, se puso a anunciarle la Buena nueva de Jesús”.

Todo, en efecto, se había cumplido según lo escrito. Por eso exclama, Jesucristo, precisamente, eso de aquel momento que estaba viviendo y sufriendo.

 

La verdad de Pilatos

 

Seguramente  el  Gobernador  romano  sabía  que  todo  lo había hecho muy mal. Se había dejado dominar, por miedo a las consecuencias de sus actos, por unas personas a las que el odio había privado del sentido común. Por eso había enviado a una infamante muerte a un hombre que, desde un principio, sabía inocente.

Sinembargo,ahora,cuandoyatodohabíapasado,almejor podía hacer algo bueno. Y en esto sí se mantuvo firme frente a las pretensiones de los que, horas antes, le habían exigido, mediando chantaje político, la muerte del que llamaban blasfemo y él sabía perseguido por sus acusadores por motivos espurios. Y mandó hacer un cartel. Y para que se supiese la verdad de todo aquello no se limitó a decir que allí moría alguien que se llamaba Jesús sino que era, en efecto, el “Rey de los judíos”.

Decir que era eso a él no le suponía nada. Ya le había dicho a Jesús que no era judío y que, en verdad, poco le importaban aquellas discusiones teológicas entre el acusado y sus acusadores. Y, sin embargo, se sentía obligado (pensemos en lo que le había dicho su mujer claudia Prócula acerca del sueño que había tenido sobre aquel hombre que le habían llevado maniatado y sometido a la venganza más vulgar de sus perseguidores) a hacer un acto bueno. Y por eso puso aquello en el cartel y se negó a quitarlo cuando los acusadores, en el colmo de la villanía, pretendían que se pusiera que era Jesús el que había dicho que era el Rey de los judíos pero que ellos decían que no lo era. Además, ellos no tenían más rey que el César…

Al menos entonces, aquel hombre atenazado por los deseos de agradar al César y a los jefes del territorio al que había sido enviado a gobernar, prefirió actuar dignamente y no dejarse dominar, otra vez, por lo políticamente correcto por mucho que tal forma de actuar fuera muy práctica para según qué situaciones. Y no pudo deshacer lo hecho; es más, ni quiso hacerlo. En aquello no quiso lavarse las manos. 

Y, abundando sobre el reconocimiento que Pilato hace a Cristo (y, en su corazón, sobre Cristo) cuando llega el momento de descolgar el cuerpo de Jesús de la cruz podía no haber permitido que alguno de sus discípulos lo bajara y le diera sepultura. Al fin y al cabo se le tenía por un blasfemo y un delincuente (según la ley judía). Sin embargo, Pilato, que sabía, como hemos dicho arriba, que había cedido demasiado a las pretensiones de los poderosos judíos, no puede negar a José de Arimatea (como veremos luego) que haga descender el cuerpo del Mesías para enterrarlo. Tal merced ni la podía ni la quería negar el Gobernador romano.

 

Lanza, sangre y agua

 

Sin embargo, daba la impresión de que el martirio del Hijo de Dios no había llegado a su fin. Incluso después de muerto se somete a una humillación más prueba del desprecio que se tenía por los reos de muerte. Y es que, acuciados por las prisas de los judíos para que aquellos tres hombres murieran lo antes posible (El sábado, día siguiente de aquello era muy importante para ellos), querían que la muerte se precipitase sobre sus cabezas y corazones.

Se sabe, por lo que se puede leer en el texto bíblico aquí traído que Dimas y Gestas (nombres dados a los dos ladrones que acompañaban en la muerte a Jesús) aun no habían muerto cuando llegó aquel momento de la tarde del viernes. Por eso los soldados se apresuran a romperles las piernas (suponemos que alguna  especie de maza o algo por el estilo). Así precipitaban su final sin tener que esperar una agonía excesivamente duradera. Y suponemos que, en efecto, terminaron sus días sobre la tierra antes de lo que ellos hubieran querido.

Sinembargo,cuandolellegóelmomentoalMesíaslaapariencias debieron hacer ver a los soldados que había muerto ya y que, por tanto, no había necesidad de quebrarle ningún hueso. Y es que, como hemos dicho arriba, y traído tal texto, san Juan escribe, al respecto de lo que él mismo presenció que:

“El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la escritura: ‘no se le quebrará hueso alguno’. Y también otra escritura dice: ‘mirarán al que traspasaron.’”

Y es que es bien cierto que esto también estaba profetizado en el Antiguo Testamento. Así, por ejemplo, al respecto del hecho de no quebrarse ningún hueso del Hijo de Dios. Y es que, en este caso, tenemos a Cristo, como dijo Juan el Bautista, como el cordero de Dios. Y el cordero, con referencia, al mismo, de la Pascua judía, no debía tener quebrado hueso alguno:

“No dejarán nada para la mañana, ni le quebrantarán ningún hueso” (Nm 9,  12).

Y es mucho antes había dicho Dios a Moisés y a Aarón al respecto del cordero pascual:

“Se ha de comer dentro de casa; no sacaréis fuera de casa nada de carne, ni le quebraréis ningún hueso” (ex 12, 46).

Por tanto, era lo justo y exacto cumplimiento de la Palabra de Dios que Cristo no sufriera quebranto alguno en ninguno de sus huesos.

Por otra parte, también se había escrito que se miraría hacia el que se había traspasado. Sólo Jesús, entonces, fue traspasado por una lanza mientras que a Dimas y a Gestas se le quebraron los huesos.

Pues bien, también eso tiene reflejo o, mejor, antecedentes en las antiguas escrituras. Pero, además, se establece en las mismas una identificación de Dios y Cristo (al que traspasaron). Y es que el profeta Zacarías escribe (12, 10):

 

“Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración; y mirarán hacia mí. En cuanto a aquél a quien traspasaron, harán lamentación por él como lamentación por hijo único, y le llorarán amargamente como se llora amargamente a un primogénito.”

De todas formas, no parece correcto interpretar en este pasaje lo que se dice en el evangelio de san Juan sobre mirar al que traspasaron. Y no ha de ser así porque Zacarías no dice que miren al que había sido traspasado sino que mirarán a Él, a Dios, tras derramar un espíritu de gracia y oración sobre los habitantes de Jerusalén y sobre la casa de David. En todo caso, que lamentarán haber traspasado a quien llorarán como se llora la muerte del hijo primogénito.  Sin  embargo,  vemos  como  refiriéndose  Dios  a  sí mismo dice que todos mirarán hacia Él y Jesús mismo, antes de su Pasión dejó dicho que:

“Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32).

Aquí, por tanto, se ha de encontrar la identidad de la persona a la que traspasaron, Cristo, y a la que miraron tras haber sido levantado. Atraer, hacia sí, primero, con la simple vista y luego, con la atracción del corazón hacia quien se ha entregado por toda la humanidad para que la humanidad que crea en Él se salve.

Pero en este texto evangélico hay un detalle muy importante: el agua y la sangre que salen del costado atravesado de Cristo.

Médicamente se explica que aquello pudiera pasar en las circunstancias físicas por las que estaba pasando el crucificado y que no eran, precisamente, las más llevaderas. Por eso, cuando el soldado romano asestó la lanzada salió, al pronto, agua y sangre. Y no es, esto, nada extraño sino, repetimos, lo que podía pasar. Y pasó. Sin embargo, san Juan recoge este episodio porque debía tener una importancia singular para el futuro de la iglesia fundada por aquel que acababa de morir. Por eso san Agustín escribiría, al respecto de tal momento de la historia de la salvación:

“Para que allí quedase en cierta manera abierta la puerta de la vida, en donde brotaron los sacramentos, sin los cuales no se entra en la vida, que es la vida verdadera…”

 

Y muy bellamente escribe, también el obispo de Hipona nacido  en Tagaste:

 

“Este segundo adán, inclinada la cabeza, durmióse en la cruz, para que le fuese formada una esposa de lo que brotó del costado del dormido”.

 

Y es que nada está dejado al inexistente azar sino, en todo caso, a la santa Providencia de Dios. Y todo, entonces, alcanza un sentido exacto, necesario y pleno a los ojos de aquellos que miran al que traspasaron.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

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3.05.18

El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - Eternidad y vida eterna

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar”  - Eternidad y vida eterna

 

“¡Qué pequeño es todo para el que siente vértigos de amor a Dios! ¡Qué pequeño le parece el mundo entero con todos los siglos al que espera impaciente toda una eternidad!… ¡Qué mezquinas resultan las ilusiones de los hombres que se afanan por conseguir algo terreno!

 

Lo que dice en este texto el hermano Rafael, en el Cielo San Rafael Arnáiz Barón, es muy difícil de digerir para cierto tipos de almas y de espíritus.

No es nada extraño creer que el mundo, en el que vivimos, nos movemos y existimos, nos guste. Y no lo es porque manifestaría gran ceguera quien quisiese alejarse del mismo sólo por alejarse sin darse cuenta de lo que, sobre eso, aporta aquí nuestro hermano en la fe.

Ciertamente, nosotros, los creyentes que nos llamamos así y que militamos en el seno de la Iglesia católica, no podemos sentir por el mundo más de lo que el mismo nos puede ofrecer sin alejarnos de Dios. Es decir, una cosa es que sí, que aquí vivimos pero que no, que eso no es lo que debe importanos sin lo otro o, mejor, el Otro.

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2.05.18

Serie “Los barros y los lodos”- Los barros – 8 -Significado y sentido del pecado original

 

“De aquellos barros vienen estos lodos”. 

Esta expresión de la sabiduría popular nos viene más que bien para el tema que traemos a este libro de temática bíblica. 

Aunque el subtítulo del mismo, “Sobre el pecado original”, debería hacer posible que esto, esta Presentación, terminara aquí mismo (podemos imaginar qué son los barros y qué los lodos) no lo vamos a hacer tan sencillo sino que vamos a presentar lo que fue aquello y lo que es hoy el resultado de tal aquello. 

¿Quién no se ha preguntado alguna vez que sería, ahora, de nosotros, sin “aquello”?

“Aquello” fue, para quienes sus protagonistas fueron, un acontecimiento terrible que les cambió tanto la vida que, bien podemos decir, que hay un antes y un después del pecado original. 

La vida, antes de eso, era bien sencilla. Y es que vivían en el Paraíso terrenal donde Dios los había puesto. Nada debían sufrir porque tenían los dones que Dios les había dado: la inmortalidad, la integridad y la impasibilidad o, lo que es lo mismo, no morían (como entendemos hoy el morir), dominaban completamente sus pasiones y no sufrían nada de nada, ni física ni moralmente. 

A más de una persona que esté leyendo ahora esto se le deben estar poniendo los dientes largos. Y es que ¿todo eso se perdió por el pecado original? 

En efecto. Cuando Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, lo dota de una serie de bienes que lo hacen, por decirlo pronto y claro, un ser muy especial. Es más, es el único que tiene dones como los citados arriba. Y de eso gozaron el tiempo que duró la alegría de no querer ser como Dios… 

Lo que no valía era la traición a lo dicho por el Creador. Y es que lo dijo con toda claridad: podéis comer de todo menos de esto. Y tal “esto” ni era una manzana ni sabemos qué era. Lo de la manzana es una atribución natural hecha mucho tiempo después. Sin embargo, no importa lo más mínimo que fuera una fruta, un tubérculo o, simplemente, que Dios hubiera dicho, por ejemplo, “no paséis de este punto del Paraíso” porque, de pasar, será la muerte y el pecado: primero, lo segundo; lo primero, segundo. 

¡La muerte y el pecado! 

Estas dos realidades eran la “promesa negra” que Dios les había hecho si incumplían aquello que no parecía tan difícil de entender. Es decir, no era un castigo que el Creador destinaba a su especial creación pero lo era si no hacían lo que les decía que debían hacer. Si no lo incumplían, el Paraíso terrenal no se cerraría y ellos no serían expulsados del mismo. 

Y se cerró. El Paraíso terrenal se cerró. 

Los barros – 8  -Significado y sentido del pecado original

 

 

“Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron…” (Rm 5,12). 

“Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores” (Rm 5,19) 

 

Estos dos textos del apóstol de los gentiles nos informan acerca de lo que supuso el pecado original. Por eso el mismo se transmite, según la doctrina católica, por generación. Con eso no se quiere decir que sea negativo lo sexual sino que los padres “transmiten a sus hijos una naturaleza humana enferma, inclinada hacia el pecado” (Como dice el [1] P. José María Iraburu, conferencia “El pecado”, I). Por eso se dice en el Salmo 50:

 

“Pecador me concibió mi madre”.

 

No nos extraña, por tanto, que San Pablo, en su Epístola a los Romanos (7, 15-20) diga esto:

 

“Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y, si hago lo que no quiere, estoy de acuerdo con la Ley en que es buena; en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí. Pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, más no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sin el pecado que habita en mí”.

 

Y termina el Apóstol de los gentiles de una forma tan terrible que nos debe hacer caer en la cuenta de lo que fue aquel primer pecado (Rm 7, 24):

 

“¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?”.

 

Y es que, por aquel primer pecado, llamado por eso original, pecar no es extraño a la naturaleza humana sino que, al contrario, es lo propio de la misma y que sólo se evita con gran esfuerzo espiritual.

 

Veamos, pues, esto del significado y sentido del pecado original. 

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1.05.18

El Beato Manuel Lozano Garrido y el trabajo (et alii)

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Sí, ciertamente, es difícil entender que el trabajo puede ser santo o, mejor, medio de santificación. Sin embargo, Dios así lo quiere… ¡qué le vamos a hacer! 

Hay, sin embargo, quien, como San José, del que hoy celebramos un especial día en su, por decirlo así, vertiente laboral, entiende el trabajo de una forma tan especial que hace santa cada cosa que hace y hace santo a su propio corazón. 

Hoy recuperamos, para ser francos, lo que escribimos hace unos años porque nos viene la mar de bien para entender y comprender que al trabajo también se le puede dedicar una oración. Y se le puede dedicar cuando se es capaz de no mundanizar lo que es importante sino, al contrario, serlo de sobrenaturalizarlo como muy bien hizo el Beato Manuel Lozano Garrido.

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29.04.18

La Palabra del Domingo - 29 de abril de 2018

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Jn 15, 1-8

“1 ‘Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. 3 Vosotros estáis ya limpios  gracias a la Palabra que os he anunciado.4 Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. 5 Yo soy la vid;  vosotros los sarmientos.  El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. 6 Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento,  y se seca; luego los recogen, los echan al fuego  y arden. 7 Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros,  pedid lo que queráis  y lo conseguiréis. 8 La gloria de mi Padre está  en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos.’”

COMENTARIO

 

Vid y sarmientos; Cristo y discípulos

 

Quizá lo que propone Jesús, en esta parte del Evangelio de Juan, sea una de las imágenes más clarificadoras de las que mostró a lo largo de su corta, pero profunda, predicación: la vid y el viñador, los sarmientos y el fuego que los quema, el seguimiento a la vid y el fruto que podemos obtener y dar de ese seguir al Enviado.

Como en tantas otras ocasiones, el Mesías ofrece un ejemplo cercano, una forma, simple a primera vista, y en el fondo, honda, de hacerse comprender. Todo lo relacionado con la tierra, con sus frutos, su cultura y el resultado de ese proceso, identifica, perfectamente, lo que Cristo pretendía que entendieran, entonces, los que le seguían y, ahora, los que detrás de aquella estela y luminaria, optamos, y optan, por mirar sus huellas por el mundo dejadas y reconocemos, en ellas, el único camino bueno que seguir, ávidos de una vida eterna que, con Él, ya podemos disfrutar en este momento, en este ahora que es nuestra vida.

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28.04.18

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – ¿Estamos sordos? Estamos sordos

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, en muchas ocasiones Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

 

¿Estamos sordos? Estamos sordos

 Resultado de imagen de “Quien tenga oídos para oír, que oiga”

Y Jesús dijo… (Mc 7,16)

 

“Quien tenga oídos para oír, que oiga”

 

Resulta muy difícil decir tanto con tan pocas palabras aunque, sabiendo que es el Hijo de  Dios quien esto dice, es  fácil explicarnos que eso es posible…

A lo largo de la vida que, por lo común y según lo establecido, llamamos pública, el Hijo de Dios tuvo muchas ocasiones para hablar. Queremos decir que su predicación era, sobre todo, oral y que, que se sepa, no dejó nada escrito de su puño y letra lo cual, por cierto, no es nada extraño pues ya hubo quien recogió lo que hizo y dijo.

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26.04.18

El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - Ansia de la muerte

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar”  -  Ansia de la muerte

 

“Es inútil volar con cadenas, y cadena fría es la vida para el alma. Ansia de morir, deseos de libertad y de amor a Dios.” (“Saber esperar”, punto 163).

 

Es bien cierto que no es el primero el hermano Rafael en expresar el deseo de morir por parte de un discípulo de Cristo. Esto, claro, entendido como debe ser entendido para que nadie se lleve a engaño.

No. Nadie, que sea católico, entiende que el ansia de morir supone una especie de enfermedad espiritual sino, justamente, lo contrario. El caso es que gozar de la vida eterna y estar con Dios en el Cielo sólo se puede hacer tras la muerte y, sobre todo, tras haber merecido tan gran regalo. Por eso, el ansia de morir no es propia de alguien que opte al suicidio sino de quien sabe lo que le conviene.

El hermano Rafael sabía perfectamente lo que suponía esto que decimos. Por eso establece, por así decirlo, los límites a partir de los cuales nosotros, hijos de Dios conscientes de serlo en el seno de la Esposa de Cristo, podremos alcanzar la vida eterna.

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