6.06.18

Serie “Un selfie con la Virgen María - La cercanía de María

 

 

 Un selfie con la Virgen María                         Un selfie con la Virgen María

 

No podemos negar que muchas veces nos sorprenden los inventos que el hombre, con la ayuda inestimable de los dones de Dios, es capaz de llevar a cabo. Por eso estamos donde estamos en este siglo XXI y no nos hemos quedado quietos en aquellos primeros momentos de nuestra creación. Podemos decir, y no nos equivocaremos, que el Padre nos dio un corazón, además de limpio (aunque luego pasó lo que pasó) muy proclive a hacer rendir las neuronas. 

Haciendo de esto algo de humor negro, hasta el pobre Caín hizo algo impensable con una quijada de animal. Le dio uno uso que, con toda seguridad, no era el que tenía destinado a tener. Y es que el hombre, hasta en esto, es capaz de hacer algo nuevo con lo viejo. 

Esto, de todas formas, lo dejamos escondido (esto sí), bien escondido, debajo de algún celemín para que se vea lo mínimo posible y no dar malas ideas a nadie… 

En fin. El caso es que, como decimos, somos capaces de inventar lo inimaginable. Hasta hay quien dice que algunos tratan de descubrir la inmortalidad. Y es que esto ha sido, desde que el hombre es hombre, el sueño inalcanzable de todo aquel que no sabe dónde tiene su límite y, sobre todo, el de quien ignora, al parecer, que el único que es eterno de toda eternidad es Dios quien, no por casualidad, nos ha creado a cada uno de nosotros con el concurso de nuestros asustados padres terrenos. 

De todas formas, todo lo que, al ser inventado, sirva para el bien de la humanidad ha de tener en refrendo, la aprobación, de todo aquel que se sabe hijo de Dios y quiere, como es lógico, que las cosas vayan mejor si es que eso supone que vayan por el camino trazado por Dios para su descendencia humana. Y es que hay quien, inventando, no hace más que equivocar parte de la senda y se sale de ella con algún que otro mal pretexto de egoísmo personal. Pero a tales personas no va dirigido esto, aunque, bien pensado, a lo mejor podrían cambiar el rumbo y volverse a situar en el camino de ladrillos como si se tratase del mítico Mago de Oz sabiendo, eso sí, que su destino es mucho mejor que la de aquel grupo escaso de amigos bien extraños. 

Cuando en la famosa zarzuela se dice aquella famosa frase de “es que las ciencias avanzan que es una barbaridad” no nos sorprende nada que quisiesen referirse a inventos puramente humanos. Y es que aquellos, en aquellos antiguos tiempos, aún tenían mucho que conocer y cada apertura del conocimiento era como abrir una ventana hacia un futuro que, cada día, se presentaba más sorprendente. Sin embargo, nosotros no nos referimos a eso sino a otro tipo de inventos que tienen todo de espiritual aunque pudiera parecer que no hacemos, sino, uso de algo que está echando su cuarto a espadas en cuanto acercamiento entre personas o, simplemente, acontecimientos en los que queremos estar presentes de una forma tan directa que pareciera que no queremos perdernos ninguno de ellos. 

Nos referimos, claro está, a la utilización de la técnica fotográfica para dejar constancia de nosotros mismos en tal o cual situación. Y sí, nos referimos al palabro inglés que, de uno mismo, un en sí mismo, hace una realidad presente: el selfie. 

Alguien puede decir que estamos algo equivocados porque ¿qué tiene que ver con la fe cristiana, aquí católica, esto de tal tipo de imágenes? 

Sin embargo, no queriendo contrariar tal pensamiento, podemos decir que podemos hacer uso de tal avance de la técnica para hacernos, eso, un selfie, pero con alguien muy especial para nosotros. Y es que si hay alguien que no esté de acuerdo en hacerse uno con la Madre de Dios, digamos, en directo, que levante la mano y lo diga. Y no decimos que tire la primera piedra porque siempre puede haber quien tenga afición a echar, sobre los demás, sus culpas propias… 

Todo lo dicho hasta ahora, ahí arriba, es para animarnos a usar tal técnica pero aplicándola a una hipotética sesión fotográfica que, de improviso, nos pudiera surgir. Y no queremos referirnos a ningún tipo de aparición de la Virgen María (la Madre sabe qué hacer a tal respecto) sino a una imaginaria situación que se nos pudiese presentar sin nosotros haberlo esperado. 

De todas formas, no podemos negar que nuestra Madre del Cielo estaría más que dispuesta a tal tipo de situación pues ¿qué mejor para Ella que siempre nos quiere cerca que tenernos a tan escasa distancia del alma? 

Por cierto, si un selfie, ordinariamente, se hace, digamos, de improviso, casi sin pensarlo (como decimos arriba), aquí vamos a hacer uno que, en esto, es totalmente innovador: vamos a pensar más que bien qué supone el mismo, cómo nos presentamos nosotros ante la cámara del alma y cómo, por fin, se presenta la Virgen María con su Niño en brazos. Y es que en esto, también Ella nos permite hacer cosas distintas…

2- La cercanía de María

  

Para que esta especial fotografía salga lo mejor posible no podemos estar alejados de aquella mujer, nuestra Madre, sino, al contrario, muy cerca. Más bien debemos estar, como resulta ser el selfie, pegados cara con cara y, hablando de lo espiritual, corazón con corazón.

Que la Madre de Dios quiere a sus hijos lo más cerca posible es doctrina nuestra y aceptada por todo aquel que se quiera considerar hijo del Padre y, por eso mismo, de su santísima Madre. Y es que no es fácil entender que a quien considera hijo suyo quiera tenerlo muy alejado de sí. Y eso, pues, pasa con la Virgen María y con nosotros, sus hijos.

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5.06.18

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- Regalos de Dios – Recuento de beneficios –

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Resultado de imagen de El sillón de ruedas

Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

Durante unas semanas, si Dios quiere, vamos a dedicar el comentario de los textos de Lolo a un apartado particular del libro citado arriba de título “Recuento de beneficios” donde hace indicación de los beneficios de la relación del Beato con el Todopoderoso.

Recuento de beneficios – 7-Lo que podemos ansiar

 

“El de la Inquietud Espiritual, ese saboreo nuevo del perfil gracioso de las cosas, el placer infinito de las figuras bellas que se nos dan a poseer con limitación.”

 

Lo que podemos ansiar, si hablamos de lo espiritual, también es algo que Dios nos entrega como don que podemos aprovechar en beneficio, también espiritual, nuestro.

El Beato Manuel Lozano Garrido, que, dadas las circunstancias físicas por las que pasó, pudo gozar mucho de un tal don dado por su Creador y el nuestro, nos pone sobre la pista de lo que puede suponer eso.

A tal respecto, la inquietud supone que inclinamos el ánimo hacia una determinada realidad; también que podemos mostrar cierto desasosiego o, en fin, que puede llegar a conmocionarnos lo que nos pasa. Y hablamos, por supuesto, de todo lo que supone nuestra alma, nuestro espíritu.

Podríamos preguntarnos, antes de seguir, si es necesario dar gracias a Dios por un beneficio como es lo que Lolo llama “Inquietud Espiritual”. Y sí, es bien cierto que debemos dar las gracias porque la misma nos viene la mar de bien para no quedarnos anclados en un tiempo pasado, en una vaciedad del alma y, en fin, en una forma de ser de la que no se podría predicar que es propia de un discípulo de Cristo.

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3.06.18

La Palabra del Domingo - 3 de junio de 2018

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Mc 14, 12-16. 22-26

“12 El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: ‘¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?’ 13    Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: ‘Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle 14 y allí donde entre, decid al dueño de la casa: ‘El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?’ 15 El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para  nosotros.’ 16 Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua. 22 Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: ‘Tomad, este es mi cuerpo.’ 23 Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. 24     Y les dijo: ‘Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. 25 Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios.’ 26 Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.”

 

COMENTARIO

El principio de la salvación eterna

  

Esta no fue la primera Pascua que Jesús celebró con sus discípulos ya que en tres años de predicación, por fuerza tuvo que celebrar otras. Fue, al contrario, la última en la que llevó a cabo el ritual judío. Pero con algunos sustanciales cambios. 

Sin embargo, y por eso, esa Pascua tiene algo de especial, no por ser la última sino por lo que pasó en ella, por lo que significó.

Jesús, en la primera parte de este texto envía a algunos de sus discípulos a buscar sala donde celebrar la noche pascual. Ellos siguen las instrucciones que les da (y que son proféticas como puede verse), encontrando el lugar que les había dicho.

Esto, sin embargo, no es lo más importante, pues Marcos, o más bien, lo que dice Jesús, nos revela, ya, que algo va a cambiar. Y esto lo digo por lo que sigue: Jesús les dice que encontrarán una sala preparada y dispuesta, son sus palabras exactas. Pero también dice otra cosa: haced allí preparativos para nosotros. En este “para nosotros” radica el inicio del gran cambio que va a producirse tras los hechos que acaecerán en esa última cena terrestre. Si la sala, ese lugar donde iban a cenar ya estaba preparada, ¿qué sentido tiene que Jesús les diga que hagan esos otros preparativos? Yo creo que se refiere a que el Mesías conocía lo que iba a hacer y, por eso, en ese conocimiento, el cambio en el sentido de la cena le impelió a dar instrucciones en ese sentido. Lo hecho hasta ese entonces tiene que ser cambiado, por eso han de preparar “para nosotros” (para ellos) la sala.

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2.06.18

Serie “Al hio de la Biblia- Y Jesús dijo…” – La fe; otra vez la fe

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

 

La fe, otra vez la fe

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Y Jesús dijo… (Mc  10, 51-52)

 

“Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ‘¿Qué quieres que te haga?’ El ciego le dijo: ‘Rabunní, ¡que vea!’

Jesús le dijo: ‘Vete, tu fe te ha salvado’. Y al instante, recobró la vista y la seguía por el camino.”

 

En este corto texto del Evangelio de San Marcos se muestra a la perfección la confianza que tiene el Hijo de Dios en el poder que su Padre le entregó al ser enviado al mundo. Y, claro, es toda y más que toda. 

Esto lo decimos por lo siguiente: cuando alguien cree que puede ser capaz de hacer algo, a lo mejor, dice que es capaz de hacerlo. Siempre le puede quedar la duda de si, en verdad, será capaz de hacerlo pero, al menos, intentará llevar a cabo lo que se le pide. Sin embargo, eso no pasa en el caso de Jesucristo. 

El Hijo de Dios, cuando aquel hombre aquejado de ceguera se le dirige no dice, por ejemplo, “voy a intentar hacer lo que me pides”. No. Cristo le pregunta al hombre ciego que qué es lo que quiere que le haga. 

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1.06.18

Serie “De Ramos a Resurrección” - Cuando María se convirtió en Madre de todos

 

De-ramos-a-resurrección

En las próximas semanas, con la ayuda de Dios y el permiso de la editorial, vamos a traer al blog el libro escrito por el que esto escribe de título “De Ramos a Resurrección”. Semana a semana vamos a ir reproduciendo los apartados a los que hace referencia el Índice que es, a saber:

Introducción                                        

I. Antes de todo                                           

 El Mal que acecha                                  

 Hay grados entre los perseguidores          

 Quien lo conoce todo bien sabe               

II. El principio del fin                          

 Un júbilo muy esperado                                       

 Los testigos del Bueno                           

 Inoculando el veneno del Mal                         

III. El aviso de Cristo                           

 Los que buscan al Maestro                      

 El cómo de la vida eterna                              

 Dios se dirige a quien ama                      

 Los que no entienden están en las tinieblas      

 Lo que ha de pasar                                 

Incredulidad de los hombres                    

El peligro de caminar en las tinieblas         

       Cuando no se reconoce la luz                   

       Los ánimos que da Cristo                  

       Aún hay tiempo de creer en Cristo            

IV. Una cena conformante y conformadora 

 El ejemplo más natural y santo a seguir          

 El aliado del Mal                                    

 Las mansiones de Cristo                                

 Sobre viñas y frutos                               

 El principal mandato de Cristo                         

       Sobre el amor como Ley                          

       El mandato principal                         

Elegidos por Dios                                    

Que demos fruto es un mandato divino            

El odio del mundo                                   

El otro Paráclito                                      

Santa Misa                                             

La presencia real de Cristo en la Eucaristía        

El valor sacrificial de la Santa Misa                   

El Cuerpo y la Sangre de Cristo                 

La institución del sacerdocio                     

V. La urdimbre del Mal                         

VI. Cuando se cumple lo escrito                 

En el Huerto de los Olivos                              

La voluntad de Dios                                        

Dormidos por la tentación                        

Entregar al Hijo del hombre                            

       Jesús sabía lo que Judas iba a cumplir       

       La terrible tristeza del Maestro                  

El prendimiento de Jesús                                

       Yo soy                                            

       El arrebato de Pedro y el convencimiento   

       de Cristo

Idas y venidas de una condena ilegal e injusta  

Fin de un calvario                                   

Un final muy esperado por Cristo              

En cumplimiento de la Sagrada Escritura

        La verdad de Pilatos                        

        Lanza, sangre y agua                      

 Los que permanecen ante la Cruz                   

       Hasta el último momento                  

       Cuando María se convirtió en Madre          

       de todos

 La intención de los buenos                      

       Los que saben la Verdad  y la sirven          

VII. Cuando Cristo venció a la muerte        

El primer día de una nueva creación                 

El ansia de Pedro y Juan                          

A quien mucho se le perdonó, mucho amó        

 

VIII. Sobre la glorificación

 La glorificación de Dios                            

 

Cuando el Hijo glorifica al Padre                       

Sobre los frutos y la gloria de Dios                  

La eternidad de la gloria de Dios                      

 

La glorificación de Cristo                                

 

Primera Palabra                                             

Segunda Palabra                                           

Tercera Palabra                                             

Cuarta Palabra                                               

Quinta Palabra                                        

Sexta Palabra                                         

Séptima Palabra                                     

 

Conclusión                                          

 

 El libro ha sido publicado por la Editorial Bendita María. A tener en cuenta es que los gastos de envío son gratuitos.

  

“De Ramos a Resurrección” -  Cuando María se convirtió en Madre de  todos

 

Sabemos que Juan mantenía con Jesús una relación espiritual muy especial. Por eso en la Última Cena se sentó a su lado y, es más, recostó su cabeza en el pecho del Maestro (cf. Jn 13, 25) cuando Pedro le hizo indicaciones para que le preguntase acerca de quién lo iba a entregar (cf. Jn 13, 24); también sería, como abajo veremos, el primero en llegar al sepulcro donde habían puesto a Jesús (cf. Jn 20, 4) y, en fin, era también ejemplo de fidelidad al Maestro. Por eso se encontraba en el momento oportuno donde debía estar. Y allí estaba junto a maría, la madre de Jesús, a la hermana de su Madre, a la sazón esposa de Cleofás y a María Magdalena, que tanto amaba a Cristo por lo mucho que había hecho por ella (cf. Lc 8, 1-3, donde se nos dice que Jesús había sacado siete demonios del cuerpo de María de Magdala). Era más que seguro que María, la madre de Jesús, se alegrabmucho de tener a su lado a Juan el Zebedeo. Seguramente ambos habían acompañado a Jesús desde el palacio del Gobernador hasta aquel montículo fuera de Jerusalén llamado Gólgota o Calvario. Por tanto, no nos extraña nada lo que va a suceder entonces entre Jesús, su Madre y el mismo Juan.

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31.05.18

El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - Lamento por el mundo

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

“Saber esperar” - Lamento por el mundo

 

“Quisiera volar por el mundo gritando a sus moradores: ¡Dios…, Dios y sólo Él!… ¿qué buscáis? ¿Qué miráis?

¡Pobre mundo dormido que no conoce las maravillas de Dios!

¡Pobre mundo en silencio que no entona un himno de amor a Dios!

!Pobre alma, que sufre mal de amores y aún tiene que vivir!

 

El hermano Rafael sabe lo que conviene, primero, a él y, luego, al resto de sus hermanos en la fe. Y lo que le/nos conviene tiene todo que ver con Dios, con sus hijos (nosotros) y, en fin, con todo lo que nos pasa a cada uno de nosotros. Por eso, la necesidad de conocer a nuestro Creador; por eso la necesidad de amar. 

El caso es que San Rafael Arnáiz Barón tiene una verdadera voluntad predicadora. Esto lo decimos por la forma que tiene de decirnos las cosas que, en materia espiritual, nos dice. Y es que él quiere volar, quiere llegar, así, a todo el mundo. Es más, no quiere decirlo de forma susurrada sino, al contrario, gritando. Y es que tal necesidad, por su parte, de gritar al mundo que necesita a Dios y que no puede olvidarlo, forma parte de un corazón de carne y grande y, en fin, de una forma de ser que, por fuerza, ha de ser muy bien querida por Dios. 

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24.05.18

El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - Lo que quiere Rafael.

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar”  - Lo que quiere Rafael

 

“Quisiera que fuese ese mismo viento el que transportara mis ansias de Dios a toda la tierra, y llegara al alma de mis hermanos…

Quisiera volar con él para decir a todas las criaturas: despertad y mirad al Cielo; allí está Jesús…, esperando…, esperando tu oración…, esperando que le quieras aunque sea un poco…, esperando que en tus sufrimientos y en tus penas le mires a Él y a Él te las remediará.”

 

El hermano Rafael, que se conoce a sí mismo y, por decirlo también, la forma de ser del hombre, nos dice que quiere algo. Lo que quiere, ansía y anhela, tiene tanto que ver con lo que cada hijo de Dios debe querer, ansiar y anhelar,  que nos viene la mar de bien para formar nuestro corazón y darle forma espiritualmente robusta a nuestra alma.

Dar a conocer, querer que se sepa. Eso es lo que quiere San Rafael Arnáiz Barón. Y lo quiere porque sabe que es crucial para la vida del hijo de Dios que conozca a su Padre del Cielo, que no lo olvide y que lo tenga muy presente en su vida.

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23.05.18

Serie “Un selfie con la Virgen María - 1 - La Virgen se pone guapa

 

 

 Un selfie con la Virgen María                         Un selfie con la Virgen María

 

  

No podemos negar que muchas veces nos sorprenden los inventos que el hombre, con la ayuda inestimable de los dones de Dios, es capaz de llevar a cabo. Por eso estamos donde estamos en este siglo XXI y no nos hemos quedado quietos en aquellos primeros momentos de nuestra creación. Podemos decir, y no nos equivocaremos, que el Padre nos dio un corazón, además de limpio (aunque luego pasó lo que pasó) muy proclive a hacer rendir las neuronas. 

Haciendo de esto algo de humor negro, hasta el pobre Caín hizo algo impensable con una quijada de animal. Le dio uno uso que, con toda seguridad, no era el que tenía destinado a tener. Y es que el hombre, hasta en esto, es capaz de hacer algo nuevo con lo viejo. 

Esto, de todas formas, lo dejamos escondido (esto sí), bien escondido, debajo de algún celemín para que se vea lo mínimo posible y no dar malas ideas a nadie… 

En fin. El caso es que, como decimos, somos capaces de inventar lo inimaginable. Hasta hay quien dice que algunos tratan de descubrir la inmortalidad. Y es que esto ha sido, desde que el hombre es hombre, el sueño inalcanzable de todo aquel que no sabe dónde tiene su límite y, sobre todo, el de quien ignora, al parecer, que el único que es eterno de toda eternidad es Dios quien, no por casualidad, nos ha creado a cada uno de nosotros con el concurso de nuestros asustados padres terrenos. 

De todas formas, todo lo que, al ser inventado, sirva para el bien de la humanidad ha de tener en refrendo, la aprobación, de todo aquel que se sabe hijo de Dios y quiere, como es lógico, que las cosas vayan mejor si es que eso supone que vayan por el camino trazado por Dios para su descendencia humana. Y es que hay quien, inventando, no hace más que equivocar parte de la senda y se sale de ella con algún que otro mal pretexto de egoísmo personal. Pero a tales personas no va dirigido esto, aunque, bien pensado, a lo mejor podrían cambiar el rumbo y volverse a situar en el camino de ladrillos como si se tratase del mítico Mago de Oz sabiendo, eso sí, que su destino es mucho mejor que la de aquel grupo escaso de amigos bien extraños. 

Cuando en la famosa zarzuela se dice aquella famosa frase de “es que las ciencias avanzan que es una barbaridad” no nos sorprende nada que quisiesen referirse a inventos puramente humanos. Y es que aquellos, en aquellos antiguos tiempos, aún tenían mucho que conocer y cada apertura del conocimiento era como abrir una ventana hacia un futuro que, cada día, se presentaba más sorprendente. Sin embargo, nosotros no nos referimos a eso sino a otro tipo de inventos que tienen todo de espiritual aunque pudiera parecer que no hacemos, sino, uso de algo que está echando su cuarto a espadas en cuanto acercamiento entre personas o, simplemente, acontecimientos en los que queremos estar presentes de una forma tan directa que pareciera que no queremos perdernos ninguno de ellos. 

Nos referimos, claro está, a la utilización de la técnica fotográfica para dejar constancia de nosotros mismos en tal o cual situación. Y sí, nos referimos al palabro inglés que, de uno mismo, un en sí mismo, hace una realidad presente: el selfie. 

Alguien puede decir que estamos algo equivocados porque ¿qué tiene que ver con la fe cristiana, aquí católica, esto de tal tipo de imágenes? 

Sin embargo, no queriendo contrariar tal pensamiento, podemos decir que podemos hacer uso de tal avance de la técnica para hacernos, eso, un selfie, pero con alguien muy especial para nosotros. Y es que si hay alguien que no esté de acuerdo en hacerse uno con la Madre de Dios, digamos, en directo, que levante la mano y lo diga. Y no decimos que tire la primera piedra porque siempre puede haber quien tenga afición a echar, sobre los demás, sus culpas propias… 

Todo lo dicho hasta ahora, ahí arriba, es para animarnos a usar tal técnica pero aplicándola a una hipotética sesión fotográfica que, de improviso, nos pudiera surgir. Y no queremos referirnos a ningún tipo de aparición de la Virgen María (la Madre sabe qué hacer a tal respecto) sino a una imaginaria situación que se nos pudiese presentar sin nosotros haberlo esperado. 

De todas formas, no podemos negar que nuestra Madre del Cielo estaría más que dispuesta a tal tipo de situación pues ¿qué mejor para Ella que siempre nos quiere cerca que tenernos a tan escasa distancia del alma? 

Por cierto, si un selfie, ordinariamente, se hace, digamos, de improviso, casi sin pensarlo (como decimos arriba), aquí vamos a hacer uno que, en esto, es totalmente innovador: vamos a pensar más que bien qué supone el mismo, cómo nos presentamos nosotros ante la cámara del alma y cómo, por fin, se presenta la Virgen María con su Niño en brazos. Y es que en esto, también Ella nos permite hacer cosas distintas…

1 -   La Virgen se pone guapa

Luego ya hablaremos de nosotros, los interesados en el selfie, pero ahora nos corresponde apreciar cómo la Madre de Dios se presenta a tan buena ocasión. Lo que queremos decir es qué aporta ella a esto. 

Sabemos que la Virgen María no era una mujer como otra. Es decir, físicamente sí lo era pero, espiritualmente hablando, había subido muchos escalones hacia el definitivo Reino del Padre. Por eso Dios la dotó de una serie de virtudes y dones que son las que muestra ella ante la cámara del corazón. 

De todas formas, no olvidemos que trae consigo al Niño Jesús que, como luego veremos, no quiere perderse ripio de este momento. 

Pues bien, ha llegado la Virgen MaríaViene verdaderamente guapa. Pero, no nos equivoquemos, no se trata de la belleza reflejada en las obras de arte. En realidad, nadie que haya dejado constancia de la Madre de Dios en una obra pictórica tenía a la esposa de José ante sí para no equivocarse en el retrato o en la escultura. No. Lo que se ha hecho a lo largo de los siglos es reflejar una belleza física derivada de una que lo era espiritual. Y de eso, sí podemos decir algo pues lo tenemos como propio de una santa doctrina y una fe que arraigan en la Verdad. 

Que la Virgen tiene tales dones y virtudes a los antes hemos hecho referencia nos lo dicen muy bien nuestros pastores cuando en “Lumen gentium” (65), documento del Concilio Vaticano II (años 60 de siglo XX), nos dicen que los fieles católicos levantamos “los ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos.” Sabemos, por tanto, que no es poco decir que nos vamos a hacer un selfie con alguien que, espiritualmente hablando, es un modelo más que bueno. Tenemos, pues, mucho que aprender de ella. 

Bueno. La base la tenemos: estamos nosotros mismos y viene la Inmaculada. Ahora sí que contemplamos las virtudes marianas que, valga la redundancia, adornan a María. 

Se dicen que son siete o doce. En resumidas cuentas: son muchas las virtudes que la Virgen María atesora y de las cuales mucho podemos aprender y mucho nos conviene conocer. 

1.

Sabemos que la Virgen María es humilde y que su humildad es espejo (en cuanto dónde mirarnos) y es ejemplo (en cuanto qué debemos hacer) Por eso su humildad es camino porque es lo que Dios Padre Todopoderoso quiere de sus hijos: ser como barro, como el humus, del que salimos para habitar un mundo donde la soberbia ha llegado a dominar almas y corazones. Pero ella es humilde porque así quiso serlo desde que, consciente de la existencia de Dios y de su fidelidad más absoluta, se sometió virginalmente al Padre del Cielo.

 

Digamos, para que nadie se equivoque, que la humildad de la Virgen María, supone que, ciertamente, se sabe muy pequeña ante Dios (tan pequeña que ella dijo ser esclava del Señor) y que eso la hace actuar de forma consciente de lo que tal verdad supone. 

Nos dice San Bernardo que es de esperar que un pecador sea humilde (además, lo necesita) pero que María lo sea supone, no siendo pecadora para nada y siendo tan alta su dignidad, es un “prodigio de humildad”. 

Ejemplo de su humildad, de saberse servidora del prójimo, es que no dudó ni un segundo en acudir donde su prima Isabel estaba esperando al que sería Precursor del Mesías. Entonces mostró qué supone ser humilde y no soberbia; también es ejemplo que, a diferencia de los que no son humildes, María no quería ser ensalzada ante el prójimo. Por eso no estaba presente cuando su hijo era, Él sí, ensalzado. Sí estuvo, sin embargo, en los peores momentos de la Pasión de Nuestro Señor. Y eso es muestra de acendrada humildad. 

2. 

Pero también sabemos que la Inmaculada acepta la palabra de Dios y manifiesta una confianza ostensible en el Todopoderoso. Y esto es otra virtud que mucho nos enseña a sus hijos: la fe.

¿Qué nos quiere decir nuestra Madre con tener fe?

Como don de Dios, ella la tiene en grado sumo. Por eso, por ejemplo, aceptó en su concepto mismo, a la Santísima Trinidad al conocer que el Espíritu Santo, enviado por Dios, iba a cubrirla con su sombra y que ella, aquella pequeña niña judía, iba a ser madre, la Madre de Dios. Y a todo eso ella respondió con el “fiat” que tanto bien ha hecho a la humanidad y que ha permitido que se unan el cielo y la tierra para siempre, siempre, siempre (como diría Santa Teresa de Ávila al respecto de la duración de la gloria).

María nunca cesó de confesar su fe. Y es que sabía que aquel niño que llevaba en su seno era Hijo de Dios. Ni lo intuía ni se imaginaba que lo era… ¡lo sabía desde el mismo momento de la Anunciación! Por eso siempre esperó de su Jesús lo mejor y, así, lo obtuvo y podemos decir, con San Mateo (15, 28), “Oh, mujer, que grande es tu fe”.

Ejemplo de la fe de María, de nuestra Madre, es que fue ella la que provocó en su hijo Jesucristo que iniciara su vida pública (digamos, que milagrosa) con aquella conversión del agua en vino en la boda a la que habían sido invitados tanto ella como su hijo y sus, entonces, escasos discípulos. Y aquella fe, grande, fue capaz de mover una montaña no sin negar que el mismo Jesús no quería que fuera aquel el momento en el que manifestaría al mundo su poder (el de Dios) y tal fue así que sólo los criados (y María, claro) supieron de dónde venían aquellos cientos de litros de vino. Vamos, los más humildes y pobres…

3.

María, como no podemos olvidar, manifiesta, a lo largo de su vida, una obediencia generosa.

Antes ya lo hemos dicho pero es tan importante que no podemos dejar de insistir. Y es que cuando María dice al Ángel Gabriel que sí, que se hiciera lo que quisiera Dios, manifestaba una obediencia que, a sabiendas (como sabemos) de lo que el anciano Simeón le iba a profetizar (y sucedió palabra por palabra), fue más que generosa. No se guardó nada para sí sino que todo lo ofreció a Aquel que enviaba al Ángel.

El caso es que en todo momento María había sido obediente: lo hizo a sus padres cuando no se opuso a su casamiento con José; hizo lo mismo para cumplir lo que estableció el emperador Augusto y marchó a Belén; por ser Madre de Dios podía haber no llevado a cabo determinadas funciones pero ella no se opuso a ninguna de ellas y las desempeñó como cualquier otra mujer.

No podemos olvidar cómo obedeció María cuando se le indicó a su esposo José que debían marchar a Egipto; tampoco como no dejó de cumplir con la ley judía al llevar a presentar al Niño al Templo…

Y, sobre todas las obediencias, qué decir de la muerte de Cristo. Y es que María, su Madre, no puso inconvenientes a Dios a lo que sabía iba a suceder. Y esto lo decimos porque, hemos apuntado arriba, el anciano Simeón le dijo aquello de la espada que iba a atravesar su corazón… ¿Y qué espada hay peor que la que supone ver a un hijo morir de la manera cómo iba a morir Jesús?

Sobre esto, nos viene la mar de bien traer aquí lo que la Virgen María dijera a Santa Brígida acerca de esta virtud: “La obediencia es la que introduce a todos en la gloria” (Rev.1.6. c. 11) Y por eso a la misma santa dijo la Madre de Dios que por los méritos de su obediencia (los de María, queremos decir) había obtenido de Dios que todos los pecadores que a ella se encomendaran serían perdonados. Y recordemos que, salvo Cristo y la misma María, pecadores somos todos, todos y todos desde este momento: “Pecador me concibió mi madre” (Sal 51, 7). 

4.

¿Qué sobre la caridad solícita de María?…

Que nuestra Madre era caritativa lo dice el episodio tan conocido de su visita-ayuda-auxilio a su prima Isabel. Arriba ya hemos dicho algo de esto pero es aquí, donde el amor muestra su cara verdadera, cuando corresponde hacer una mención más exacta.

La caridad es mucho más que la solidaridad. Nosotros sabemos que ser solidario tiene mucho que ver con el aspecto humano y con la necesidad de la cosa pero que ser caritativo muestra una vertiente que va más allá de eso. Por eso María se siente urgida a ir casi corriendo (es un decir, claro) a Ain Karen porque sabe que una mujer de edad avanzada que se queda embarazada (¡y en aquel tiempo!) va a necesitar más que ayuda.

En todo caso, ¿puede haber mayor caridad que consentir ser la Madre de Dios?

Sobre esto cualquiera diría que eso es fácil decirlo ahora, que conocemos lo que luego pasó, pero María arriesgaba mucho al aceptar aquello que le proponía el Ángel porque conocía más que bien lo que podría pasar si el pueblo se enteraba que había quedado embarazada sin mantener relación con el hombre con el que se había desposado…

Pero ella dijo sí. Mostró, entonces y siempre, que su corazón rebosaba tanta caridad que sometió su vida a la voluntad expresada por Dios a través del Ángel Gabriel.

De todas formas, la Virgen María muestra caridad excelsa cuando, a los pies de la Cruz, asiente al perdón que su Hijo pide a Dios por aquellos que no sabían lo que hacían. ¿Se puede tener más caridad?

Esto que hace María con su prójimo (Isabel, los perseguidores de Cristo, etc.) lo hace, sin duda, porque su corazón conoce aquello que escribiría, más tarde, su protector en su Primera Carta (1Jn 4, 21) acerca de que “Este mandato hemos recibido del Señor: que quien ame a Dios ame también a su hermano” que es lo que hace, exacta y perfectamente, María. Y es que ella era, también, a quien se refería Jesús cuando, al aviso de que había ido a buscarlo su madre, dijera aquello de “’¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?’ Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: ‘Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.’”  (Mt 12, 48-50). Y es que ¿había alguien que hubiese cumplido mejor la voluntad de Dios que la Virgen María y con tanta caridad?

5.

María, por decirlo de alguna manera que sea fácil de entender, tiene una sabiduría reflexiva. Y aclaremos que significa esto de tener una sabiduría con tal característica.

Muchas veces se ha dicho, y aquí también, aquello que nos dicen las Sagradas Escrituras, de que María “guardaba todas estas cosas en su corazón”, como nos dice San Lucas en 2, 19.

Aquella forma de hacer las cosas, queremos decir de guardar así lo que era importante no sólo para ella sino para toda la humanidad, era una que lo era de saber mantener un silencio que, muchas veces, era roto por las circunstancias de su vida. Pero, en definitiva, aquella forma de guardar determinados acontecimientos de la vida de Jesucristo en su corazón, mostraba que entendía más que bien el papel que le había tocado desempeñar en toda esta historia de amor de Dios con sus criaturas humanas.

Como mujer de oración, pero de oración de verdad, perseverante, aquella joven judía sabía que Dios la escuchaba. Es decir, confiaba en ser escuchada por el Todopoderoso. Y en aquello abundaba por su mucha fe y mayor voluntad de ser servidora del Creador, su esclava.

Aquella sabiduría que María atesoraba había hecho seno en su ser porque Dios la debió privilegiar con la misma. Es decir, como don sobrenatural infundido por el Espíritu Santo le permitió tener un conocimiento profundo de su Creador pero no para hacer uso del mismo en interés propio sino para favorecer a todo aquel que estaba necesitado del mismo. Por eso María guardaba en su corazón lo que era importante fuera guardado para, en contacto con aquella sabiduría, purificar una santa existencia como era la suya.

El caso es que la sabiduría reflexiva que María mostró a lo largo de su vida mostró que Dios había escogido más que bien a quien iba a ser su Madre. 

6.

Tiene, también como virtud, una piedad a prueba de todo lo contrario a ella. Es decir, nuestra Madre es piadosa sobre todo y sobre todas las circunstancias más adversas.

Por piedad, la Virgen María, mostró la misma cuando acudió en ayuda de su prima Isabel. Y no decimos nada más porque muchas veces hemos escrito aquí mismo sobre esto.

En realidad, que María mostrase piedad era debido a que era toda compasión y misericordia. Por eso manifestaba una devoción por las cosas santas propia de quien sabe que Dios es su Padre y Creador y a quien se ha entregado de forma total y absoluta desde que es consciente que eso puede hacerlo. Por eso dedicó su vida a la persona amada: Dios mismo y su Hijo santísimo.

Podemos decir que la piedad de María se acentúa cuando debe sufrir la zozobra que pasa su desposado José cuando sabe que está embarazada sin haber mantenido relaciones sexuales con ella. Por eso, sintiendo compasión por aquel hombre que podía ser su esposo si no lo malograba una denuncia de su embarazo por parte del mismo, lo ama, aún, más.

Piedad también es propia de quien, como María, tiene amor por quien está necesitado. Y tal es el ejemplo de las bodas de Caná. Y es que ella sabe que aquellos novios lo están pasando mal y aún lo van a pasar peor cuando el vino deje de llenar las tinajas habilitadas para el mismo. Por eso insta a su hijo a que haga lo que sabe puede hacer diciéndole aquello de que “no tienen vino”.

En realidad, el corazón misericordioso de María muestra aquella compasión propia de quien es piadoso a carta cabal y no hace dejación de tal piedad ni quiere hacer dejación de ella sino que, al contrario, allí donde es requerido su ser, allí acude. 

Ciertamente, remediar el mal del prójimo es muestra de piedad acendrada pues ni tiene mancha ni defecto. Y es que el amor fraterno está indisolublemente unido a la caridad (cf. II Pe 1, 7) y eso lo hace patente María a lo largo de su terrena vida y, no digamos ya, de su existencia junto a Dios Todopoderoso donde la piedad se pone al servicio de sus hijos. 

7.

Es, también, María, paciente y fuerte. Y su paciencia y su fortaleza eran, y serán siempre, de un cariz bastante especial en cuanto a su origen y finalidad. Queremos decir que fue paciente y fuerte en las situaciones, digamos, dificultosas de su vida.

Aquí, en la vida de María, nada es por casualidad sino que tiene todo que ver con la historia de la salvación. Y es que ya había dicho el Hijo de Dios (y lo recoge San Lucas en 21, 19) que “Mediante vuestra paciencia salvaréis vuestras almas”. Y ella, sin duda, tenía ya su alma salvada y así, con su comportamiento, era ejemplo para sus hijos.

Decimos que María era paciente y que, como expresión de tal paciencia, era fuerte. Pues bien, por su paciencia María insistió en Caná a Jesús y Él, digamos, se opuso con la boca pequeña porque sabía que no podía negar nada a su Madre. Fue, pues, María, paciente hasta el extremo de exigir, digámoslo así, a Jesús, que hiciera algo por aquellos atribulados novios que se iban a ver, pronto, en una situación muy afrentosa. Por eso, para probar la paciencia de María, dice Jesús aquello de “Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?”.

Hay, sin embargo, muchas ocasiones en la vida de la Virgen María en las que muestra una paciencia a prueba de toda impaciencia:

-     Por ejemplo, cuando José intentó abandonarla y ella no podía hacer más que rogar a Dios, pacientemente, para su desposado comprendiese y amase.

-     Por ejemplo, cuando tuvo que soportar, pacientemente, que en Belén no hubiera sitio para ellos y ver nacer a su hijo en un establo.

-     Por ejemplo, cuando tuvieron que huir a Egipto tras el aviso a José sin saber cuándo volverían a su tierra.

-     Por ejemplo, cuando tuvo que soportar, pacientemente, todas las afrentas que sufrió su hijo.

-     Por ejemplo, ¡qué paciencia no mostró María al saber cuál era el final de su hijo!

-     Por ejemplo, ¡qué paciencia durante la Pasión de Jesucristo!

Vemos, por tanto, que nuestra Madre del Cielo albergaba en su corazón un tesoro de paciencia que la hacía fuerte ante las adversidades. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la desesperanza en ella no habitaba aunque, eso, lo veremos luego. 

8.

María es pobre pero pobre con dignidad y manifestando confianza en el Señor lo cual, en sí mismo, es una forma más que recomendable de ser. Y, para ello, supo entregarse a Dios de la única manera que puede entregarse quien sabe que su Padre del Cielo comprende, acepta y goza con tal forma de manifestarse.

La pobreza de María podemos contemplarla en determinados aspectos de su vida:

-     Casándose con José, un artesano no rico sino, al contrario, pobre.

-     Viendo el establo de Belén como lugar de nacimiento del Hijo de Dios.

-     Entregando en el Templo de Jerusalén, al acudir a presentar a su hijo, dos palomas que era el ofrecimiento de los pobres.

-     Pasando, seguramente, muchas privaciones en su periplo por Egipto.

Sobre la pobreza de María, en las revelaciones que la misma hizo a Santa Brígida le comunicó que había resuelto en su corazón no poseer nada en el mundo y tal había sido su conducta. En realidad, ¿podía haber más riqueza que ser la Madre de Dios?

Sin embargo, es más que cierto que aquí no se habla, no se pretende que se crea eso, que lo que importa de ser pobre es, digamos, serlo, sino amar la propia pobreza como un don de Dios. Por eso diría Cristo aquello de “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos“ (Mt 5,3). Y es que tales pobres lo único que quieren es a Dios y encuentran en su Creador al mejor de los tesoros que hombre cualquiera pudiera soñar poseer. Eso, un comportamiento así, haría decir a San Francisco aquello de “Mi Dios y mi todo” porque, era verdad, le bastaba con Dios. Y por eso, Santa Teresa dijo aquello de “Sólo Dios basta” y San Rafael Arnáiz Barón afirmó, en el colmo de la sencillez y la fidelidad, “Sólo Dios”. ¿A qué más?

María, por tanto, era pobre pero lo era con la dignidad propia de quien sabe en qué consiste tal tipo de pobreza ensalzada por Jesucristo en las Bienaventuranzas. Y que la hizo propia a lo largo de toda su vida terrena fue más que evidente lo que, además, le ha atesorado en el Cielo una riqueza espiritual sin parangón en aquellos lares divinos.

 

9.

No debemos olvidar, y es otra virtud, que la Virgen María mantiene la esperanza en un nivel más que alto. En primer lugar porque la fe nace de la esperanza y eso nos permite decir, sin temor a equivocarnos, que quien tiene tanta fe como para declararse “esclava del Señor” y someterse a su entera voluntad ha de ser persona de una virtud como es tal que lo es cardinal.

Sobre esto debemos decir que no vaya a creer nadie que el hecho de tener esperanza quiera decir que podamos excluir el temor o la incertidumbre de nuestra vida. Y es que eso es lo que manifestó María cuando se extrañó que el Ángel le dijera que iba a concebir sin haber, ella, conocido varón. Sin embargo, no es menos cierto que a mayor esperanza, menor es el temor y menor, aún, la incertidumbre. Por eso acabó por pronunciar el “fiat”. Y eso demuestra que era mujer de esperanza.

En cuanto a la esperanza, a lo que supone de, en fin, entrega a Dios, ya había escrito el salmista (digamos, ahora, que el Rey David) aquello de “Más para mí, mi bien es estar junto a Dios. He puesto mi cobijo en el Señor” (Sal 77, 28) y eso es lo que hace, exactamente, la Virgen Santísima cuando, en efecto, se cobija en su Dios que es el nuestro.

Tal cobijo, por ejemplo, lo manifiesta cuando se aquieta ante la situación en la que se encuentra al verse abocada a dar a luz en un establo. Confía en Dios, tiene fe y, de la misma, nace la esperanza de saber que está en manos del Todopoderoso y que jamás la va a abandonar ni a ella ni a su hijo; lo mismo decimos de cuando tuvo que ir rauda a Egipto tras el aviso de que corría su hijo Jesús; y otro tanto cuando lo de Caná y las bodas a la que nos hemos referido arriba.

Todo, pues, apunta a que María es mujer esperanzada y, es más, pone en tal esperanza (que es lo mismo que decir en las manos de Dios) la existencia no sólo de sí misma sino del mismísimo Hijo de Dios. ¿Es que, acaso, iba a fallar Dios en esta ecuación?

En todo caso, la esperanza, tenerla y sustentar una vida en la misma, es algo más que dejarse hacer por Dios. Y es que viene a ser como si dejáramos de pensar que somos autosuficientes y que nos bastamos nosotros solos para hacer lo que tenemos que hacer y para llevar a cabo lo que debamos llevar a cabo. No. Nosotros, al igual que la Virgen María, nos sustentamos esperanzados en la voluntad de Aquel que nos ha creado y nos mantiene y aunque no tengamos que salir huyendo (otros, para su desgracia, sí deben salir huyendo de sus casas y naciones por causa de persecución religiosa) es bien cierto que podemos estar sometidos a otras situaciones, seguramente, menos dolorosas pero no menos preocupantes para nosotros y nuestra existencia de fe. Y si, como María, sostenemos la vida sobre la esperanza de sabernos amparados y protegidos por Dios, no iremos por el mundo con una preocupación que exceda del ahora mismo. Dios, en la distancia espiritual que nos separa de Él, nos mira y nos ama. Y ella, la Madre, nuestra Madre, permanece, mediadora de esperanza, ante los pies del Creador. 

10.

Que María tiene un amor ardiente a Dios que manifiesta tantas y muchas veces a lo largo de su vida es algo que tenemos por cierto y verdad.

En realidad, esto resulta la mar de sencillo. Queremos decir hablar del amor que María tenía por su Creador. Y es que nadie como ella (salvo Jesucristo, claro está), su propia Madre, podía manifestar lo que era amar a Quien la había creado y había escogido como Madre.

Sabemos, sobre esto, que María tuvo muchos “privilegios” de parte de Dios. Y es que ¿quién no hace lo que puede por su propia madre?, ¿No iba a hacer eso mismo el Todopoderoso?

Si ella, por ejemplo, nació sin la mancha del pecado original, no era porque sí sino porque Dios había querido, para su Madre, una tal naturaleza limpia y blanca; y si a ella no se le conoce pecado es porque el Creador veló para que el Maligno no emponzoñase con su veneno maldito.

Por eso, y por muchas más cosas que, seguramente, no conocemos ahora y sólo conoceremos cuando, Dios quiera, estemos en el Cielo junto a nuestra Madre, María tenía un amor, digámoslo sin temor, desmedido, fuera de toda medida, por el Padre de todos los hombres.

Digamos que el amor por Dios consumía las entrañas de la Virgen María. Por eso proclama el Magnificat con pleno conocimiento de lo que dice y no por medio de ninguna forma dictada fuera de sí. Ella sabe y, por tanto, ella dice lo que sabe y nadie puede contradecir tales santas palabras. Y lo hace así (y no de otra manera) porque su amor no tiene límites y se sale de su corazón volando hacia el de su Padre que es, por misteriosa voluntad de Dios, su descendencia…

Pero sobre esto no nos podemos callar lo que debería ser obvio en un hijo de Dios pero no siempre lo es. Sí, sin embargo, lo es en María. Y nos referimos a que haya correspondencia entre lo que se dice que se cree y lo que, en efecto, se muestra que se cree. Y no vaya a creerse nadie que se trata, esto, de un trabalenguas. Es algo más sencillo pero, ¡tantas veces!, tan difícil de llevar a cabo.

Con todo esto queremos decir que para María no había diferencia entre amar a Dios y hacer lo que Dios quería que hiciese. Eso ya lo hemos dicho muchas veces aquí pero conviene no olvidar que todo lo que pudo sufrir a lo largo de su vida como Madre de Dios lo sufrió porque creía que debía sufrirlo y porque, en definitiva, tenía un amor grande por Quien la había creado.

A lo mejor si ponemos un ejemplo se nos entienda mejor.

Quien ama hace toda clase de sacrificios por la persona amada. Es más, sería capaz de dar hasta su propia vida si hubiese menester. Y eso nadie lo puede dudar porque entra dentro de la naturaleza humana. Todo, pues, se hace con gusto y toda razón de existencia tiene un nombre y unos apellidos que centran, esperando que sea para siempre, la propia existencia. Todo, pues, se hace por amor.

Y eso es lo que hace la Virgen María.

De todas formas, es tan sencillo comprender que aquella joven de una aldea judía hiciera suyo aquel “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón” propio del Primer Mandamiento de la Ley del Todopoderoso, que no hacen faltan muchas palabras para dar a entender que ella amaba a Dios, primero, porque quería y, luego, porque debía frente a los que sólo lo aman porque deben sin tener en cuenta el querer que es lo mismo que sin tener en cuenta la propia voluntad amante del Creador.

11.

María, claro, es mujer de oración.

Se suele representar a la Virgen María en oración antes de que entrara a su presencia el Ángel Gabriel. Y a nadie extraña tal postura o posición orante porque nos podemos imaginar, sin forzar mucho tal posibilidad humana, a la Madre de Jesucristo dirigiéndose al Creador de una forma ardiente y ferviente.

María, seguramente, amaba la soledad en la que se dirigía a Dios en la oración. Por eso el Ángel Gabriel dijo aquello de que “El Señor está contigo”. No te sientas sola, casi podríamos añadir, porque no lo has estado jamás ni lo estarás nunca.

Pero María oraba de forma perseverante. Como joven entregada en cuerpo y alma, castidad y fe, habría pedido muchas veces a Dios que enviara al Mesías prometido. Sabía que su pueblo, Israel, necesitaba un Salvador y no podía, sino, dirigirse a Dios para que cumpliese aquella antigua promesa. Lo que ella no sabía, aún, era que había escogido, precisamente, a una joven que, como ella, oraba con insistencia y sin pedir nada que no fuera bueno para su pueblo.

La oración de María tuvo que ser pura, limpia, sin las asechanzas del egoísmo que tantas veces atenaza el corazón del orante. Ella, al contrario, pedía a Dios según era: pura con toda pureza, limpia de corazón y alma preparada para la respuesta del Todopoderoso. Y a fe que la obtuvo.

No por casualidad dice San Jerónimo, en lo referido a la búsqueda de la soledad para orar por parte de María, que en hebreo la palabra “virgen” significa, hablando de forma literal, “virgen retirada” y es lo que se refería el profeta Isaías cuando en 7, 14 escribió aquello de “He aquí que la virgen está encinta y va a dar a luz un hijo y le pondrá el hombre de Emmanuel”. Soledad buscada, virgen que será la Santa Virgen María. Por eso escribiría Oseas (2, 16) “La llevaré a la soledad y le hablaré al corazón”.

De todas formas, ¿no buscaría Cristo la soledad, la ausencia de otros, en el Huerto de los Olivos para orar al Padre?

12.

Y, por fin, María es virginalmente pura.

La consagración de la Virgen María a Dios desde bien pequeña es un dato que se ha dado por bueno desde el principio de los tiempos cristianos. Es decir, a lo mejor no está escrito pero es algo que la Tradición da por cierto y verdad y no sin sentido alguno sino por la vida que llevó la Madre de Dios.

Ella “no había conocido varón” (como le dijera al Ángel Gabriel) no porque no hubiera tenido ocasión siendo una joven bella. No. Ella no había conocido varón porque no había querido conocerlo a fuerza, por gozo y gusto, de entregarse a Dios en tal sentido. Por eso María había sido especialmente agraciada, llena de dones, por el Todopoderoso.

La aceptación de María de lo que le había propuesto el Enviado de Dios tenía su razón de ser en el hecho de que no habría menoscabo en su virginidad: ella era virgen antes de la Encarnación, durante el parto y, luego del mismo. Sería siempre virgen y pura como lo había querido ser en honor a su Dios, a su Señor, a su Padre del Cielo.

Pero es que la pureza de María tiene un más allá del mismo hecho de su virginidad. Y es que el Todopoderoso quería que tal limpieza, sin mancha alguna, sirviera de ejemplo a lo que sería la Iglesia, luego llamada católica por el paso del tiempo y los aconteceres históricos; y, es más, quiso Dios que la Virgen María sirviera, en general, a toda la humanidad, como ejemplo de virginidad.

Ella no había querido manchar su pureza con las impurezas del mundo. Por eso podría parecer que estaba algo alejada del sexo contrario en sus relaciones mundanas. Sin embargo, tal consideración de su sentido puro y virginal equivoca de lleno el tiro: no se trata de que aquella joven judía no quisiese mantener relaciones, siquiera, con su desposado José sino que tenía una buena razón, no caprichosa o mojigata, que cumplir: amaba a Dios por encima de todas las cosas y eso le impedía hacer según qué cosas.

Hemos visto, hasta ahora, que hay de todo en las doce virtudes que muestra, que nos muestra, la Virgen María. Por eso decimos que se ha presentado, al selfie, más que guapa. Vamos, espiritualmente maravillosa.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

Para entrar en la Liga de Defensa Católica

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Seguro que la Virgen María accede a hacerse con nosotros el selfie. Y es que es Madre, no lo podemos negar, muy consentidora con sus hijos.

Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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22.05.18

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- Regalos de Dios – Recuento de beneficios – 6 - El verdadero cariño.

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

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Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

Durante unas semanas, si Dios quiere, vamos a dedicar el comentario de los textos de Lolo a un apartado particular del libro citado arriba de título “Recuento de beneficios” donde hace indicación de los beneficios de la relación del Beato con el Todopoderoso.

Recuento de beneficios – 6 – El verdadero cariño

 

“El del Cariño, que florece en las mejillas de los que acercan sus gestos de amistades auténticas, desposeídas de su costra de intereses”.

 

El amor hacia el prójimo no es que sea algo que, a lo mejor, se recomienda por parte de Jesucristo y de Dios sino que forma parte de lo esencial del discípulo del Mesías.

El Beato Manuel Lozano Garrido sabe que no es cosa baladí tener muy en cuenta al otro porque el Otro, por antonomasia, amó a sus hermanos los hombres y en muchas ocasiones les mostró un cariño a prueba de todo lo que pudiera parecer imposible. Y por eso Lolo entiende que eso, el cariño, es un don de Dios y un regalo del Creador a su descendencia.

Se nota. El cariño, tenido muy en cuenta por Lolo, se nota y se ha de notar. Y queremos decir con eso que no se puede esconder debajo de ningún celemín que se le tiene al prójimo sino que, al contrario, ha de verse claramente reflejado. Es, por decirlo así, la otra cara de la moneda de lo que Cristo no quiere que sea haga con hipocresía (mostrar que se ayuna, orar con aspavientos, etc.) y, por eso mismo, una actitud no sólo recomendable sino, lo decimos como es, exigible a todo hermano del Hijo de Dios.

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20.05.18

La Palabra del Domingo - 20 de mayo de 2018

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Jn 20, 19-23

 

19 Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar  donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘La paz con vosotros.’ 20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. 21    Jesús les dijo otra vez: ‘La paz con vosotros. Como el Padre me envió,  también yo os envío.’ 22 Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo. 23 A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.’”

      

 

 

COMENTARIO

 

Los poderes de Dios y de Cristo

 

Para que  todo lo que hizo tuviera sentido tuvo que aparecerse, Jesús, a sus discípulos que, con miedo, estaban escondidos. Y no es de extrañar que tuvieran miedo pues sabían cómo se las podían gastar los miembros de su mismo pueblo. Estaban acostumbrados a matar a los que anunciaban la voluntad de Dios (muchas veces lo habían hecho a lo largo de su historia) y no pararían ante nada para acabar con los seguidores de Aquel a quien habían colgado en una cruz y le habían hecho morir de muerte infamante porque, para ellos, era la única forma de terminar, para siempre, con aquel dolor de cabeza y de bolsillo que había supuesto el Maestro de Nazaret. 

Pero Jesús sabía que debía dirigirles la palabra, la Palabra.  Y se aparece ante ellos. El texto no dice que abrió la puerta y allí entró sino que se presentó y sí dice que las puertas estaban cerradas. 

El caso es que Jesús había alcanzado el estado de espiritualización del cuerpo resucitado y podía atravesar paredes. Por eso allí se aparece sin problema alguno de puertas cerradas ni nada por el estilo. 

Sólo así comprendieron todos los, para ellos, extraños mensajes  que habían recibido de Él y que, en su tiempo, no entendieron. 

Y se presentó ante ellos con la paz por delante, como deseándoles lo mejor, la tranquilidad del alma, la mejor forma de manifestarse, la expresión pura y simple de su ser. 

Sin embargo, es posible que no fuera suficiente pues para aquellos que lo habían visto morir todo lo que estaba sucediendo les venía, en exceso, grande. Necesitaban algo más contundente que les hiciera caer de aquel caballo de incredulidad en el que aún andaban subidos. 

Por eso les enseña las heridas de su Pasión. Heridas que a más de uno, otro día, hicieran exclamar aquello de “Señor mío y Dios mío”. 

Pero aún debía dar un paso más que resultó impagable para la vida de la humanidad que debía continuar su camino sin la presencia física del Maestro. Y es que era fundamental que, sobre ellos, exhalara el Espíritu Santo; que, como prometió, fuera conveniente, para ellos que Él se fuera, se marchara al Padre, porque enviaría otro Paráclito, otro Defensor, ese Espíritu que les iba a guiar, dirigir, marcar el camino hacia Dios. 

Y también llevó a cabo el primer envío después de darles a aquel. Una misión: predicar el Evangelio, esa Buena Noticia que debían de llevar a todos,  con el poder de perdonar pecados, y de retener los que creyeran que debían ser retenidos. Todo un poder legítimo, significativo, creador de un nuevo mundo basado en su ejemplo, en su amor, en la Verdad que Él trajo, otros brazos para Dios.

 

PRECES

 

Pidamos a Dios por todos aquellos que no confían en el Espíritu Santo. 

Roguemos al Señor.

 

Pidamos a Dios por todos aquellos que no aceptan la paz del Señor. 

Roguemos al Señor.

 

ORACIÓN

 

Padre Dios; ayúdanos a llevarte a todo el que no te conozca.

 

Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

 

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

 

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Por la libertad de Asia Bibi. 
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Por el respeto a la libertad religiosa.                                                                                                                                         
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Enlace a Libros y otros textos.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

 

Panecillo de hoy:

La Paz de Jesucristo no es una paz cualquiera porque la da Dios mismo.

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Para leer Fe y Obras.

 

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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