Camino a Nochebuena y Navidad – Quinto paso: nuestra actitud en Adviento
Camino a Nochebuena y Navidad – Quinto paso: nuestra actitud en Adviento
Damos comienzo, en este lunes del mes de diciembre, el 10, la segunda semana de Adviento. Y hasta ahora hemos ido dando los primeros pasos hacia una noche tan especial como es Nochebuena y a un día no menos importante como es el de Navidad. Todo, digámoslo así, está hecho. Eso lo sabemos. Pero, de todas formas, no por eso vamos a mostrar un corazón, digamos, aburrido o un, como, no querer saber nada de eso. No. Nosotros debemos hacerlo como si fuera, al menos, la segunda Nochebuena porque, como es de imaginar, para la primera no hubo preparación alguna salvo para María, aquella joven que, sabiendo que iba a venir al mundo Alguien muy especial tuvo preparado su corazón.
Nosotros, por ejemplo:
Debemos tener un corazón abierto,
debemos mirar sabiendo Quien viene,
debemos tener muy claro quienes somos nosotros,
debemos agradecer a Dios tal merced y don,
debemos mirar muy bien nuestro corazón,
debemos querer mejorar lo que somos,
debemos pedir a nuestro Creador que venga pronto (¡Maranatha, siempre Maranatha!),
debemos ansiar, de verdad, un momento tan gozoso como ése,
debemos apartar de nuestra vida lo que nos sobra,
debemos dar cada paso con la seguridad de no ir, sino, a buen lugar,
debemos ser como aquellos que vieron por primera ver al Hijo de Dios en el pesebre de Belén,
debemos, en fin, ser como Dios quiere que seamos al respecto del nacimiento de su Hijo: dignos de ser llamados hermanos suyos.
Sí, es cierto, que esto no parece tarea fácil. Sin embargo, nuestra actitud ante la llegada, recuerdo de la llegada y llegada efectiva y misma del Emmanuel no puede ser como la de aquellos que tienen de la Nochebuena y la Navidad un sentido que no acuerda ni concuerda con el que debería tener.
A tal respecto, y sobre eso de que no siempre todo es fácil, no podemos olvidar que, al respecto de nuestra actitud, lo que está establecido para cada uno de nosotros es una que lo sea claramente tendente a comprender y a amar, a saber y a conocer y, sobre todo, a tener por bueno que lo que sucedió hace ya muchos siglos se repite, no digamos, solamente en Nochebuena y Navidad sino cada día. Sí, en nuestro corazón ha de nacer el Niño cada día porque sólo así vamos a mantener actual la llama de la Luz que trajo al mundo. Así no seremos como aquellos que, viéndola que había venido al siglo no quisieron atenderla e, incluso, conociéndola y aceptándola, la escondieron debajo de cualquier celemín de conveniencia o egoísmo.
No. Esto no está ni medio bien o, mejor, está mal del todo porque supondría no haber entendido nada de lo que entonces pasó y lo que va a pasar pronto cuando llegue esa noche que, de tan especial que es, se viene repitiendo y consigue que actualicemos un misterio tan grande como es que Dios se haga hombre y habite entre los hombres para que el hombre se salve.
Nuestra actitud ante todo esto que se nos viene encima (porque sí, se nos viene encima para cubrir nuestro corazón con el Amor de Dios y el tierno corazón de su Hijo y es como alud de gozo y de ansia por la vida eterna que no nos agobia sino que, al contrario, nos llena de la gracia del Padre) ha de ser, por tanto, la de quien cree, la de quien confía en su Padre del Cielo y en que todo lo que ha hecho, lo hace y lo hará bien en beneficio de aquellos que lo aman y tiene la esperanza intacta ante lo que les sucede y pasa.
Nuestra actitud, por tanto, en este tiempo de Adviento, no puede tener nada que ver con aquella que supondría no ver más allá de nuestro ahora mismo. No. Dios vino al mundo encarnándose para ser hombre como cualquier hijo del Todopoderoso aún no siendo, claro, como cualquiera. Y eso debería suponer, para nosotros, como una prueba de su bondad y de su misericordia. Así, porque quiso que nos salváramos envió a su Hijo único a una muerte más que segura (ya lo habían escrito los profetas siglos antes). Pero antes tuvo que nacer y, con aquel nacimiento, y ahora con el Adviento que celebramos con gozo, todo lo que podía ser, de bueno, fue y todo lo que, de esperanza, podía tener aquel episodio de la historia de la salvación (al llegar el final de los tiempos), tuvo. Y nosotros sólo podemos mirar dentro de nuestro corazón y buscar la mejor salida que tenemos ante tanto Amor: gracias, Dios, por aquello y por esto. Sólo eso. Y, con ser poco, seguramente, baste y basta.
Eleuterio Fernández Guzmán
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