Camino a Nochebuena y Navidad – Primer paso: miremos nuestro corazón
Camino a Nochebuena y Navidad – Primer paso: miremos nuestro corazón
Hemos querido hacer como si (porque así es) el tiempo que va desde ahora mismo, en este día de diciembre, a primeros del último mes del año, fuera un camino que nos lleva a un destino bien determinado. El camino son los días que transcurren, uno a uno, hasta que lleguemos a la meta, querida y ansiada meta, del nacimiento del Hijo de Dios.
Cada día, por tanto, tiene su afán, como dijo el mismo Cristo y, seguramente, nos baste con atender a cada uno de ellos aunque bien sabemos que esto se trata de un caminar continuo y que, por tanto, no podemos quedarnos parados, siquiera, a reposar en el camino. No. El Cristo viene y, por tanto, quien no llegue a tal día con el corazón preparado a lo mejor no recibe de la mejor manera y hasta le hace cara rara: ¿Otra vez Nochebuena; otra Navidad?, es posible, pueda decir algún que otro desavisado y más que despistado “discípulo” del Maestro.
Nosotros, al contrario, ansiamos otra Nochebuena y otra buena Navidad. Y lo ansiamos porque estamos seguros de que recordamos aquello que pasó entonces pero con visión de futuro: lo traemos al presente (al hoy de entonces, 24 y 25 de diciembre) porque estamos preparando la segunda venida del mismo Hijo de Dios. Lo llamamos Parusía porque vendrá en la Suya, para juzgar a vivos y a muertos. Y eso lo tenemos por gran verdad de fe y eso nos sostiene, es una roca fuerte sobre la que construir una existencia y una forma de ver las cosas y situarnos ante las circunstancias de nuestra vida.
Pues bien, estamos aquí, en este segundo día de este Adviento de un año concreto y bien determinado. Y es un nuevo tiempo de esperanza y de gozo como es esta espera ansiosa. Y no está nada mal empezar por un lugar que, sí, es físico pero que también tiene un sentido espiritual más que especial y crucial. Y hablamos del corazón, de ese órgano que no sólo bombea sangre para que nuestro cuerpo pueda existir y ser sino que, sobre todo, es el templo del Espíritu Santo y eso es, por eso mismo, algo más que especial. Y ha de estar más que bien tenerlo bien preparado porque no esperamos a cualquiera sino al mismísimo Enviado de Dios, al Emmanuel, al Dios entre nosotros. Y eso no es poca cosa sino mucha y más que mucha realidad para nuestra alma. Y no vale todo, aquí no vale todo sino sólo lo que vale.
Pero, en realidad, ¿qué es lo que vale para este menester?
Podemos decir que el corazón, que tantas veces ensuciamos con nuestros pecados, ha de estar limpio. Podemos preguntar, si acaso, aquellos pastores que acudieron raudos, ante el aviso del Ángel, a Belén, tenían el corazón limpio. Pero ellos, podemos responder, nada sabían de lo que estaba aconteciendo y poco podían tener preparado. Eran, claro, gentes sencillas y, sí, eran de las que tanto amaría Jesucristo en su vida de hombre. Por eso suponemos que, en su sencillez, estaban preparados.
Nosotros, sin embargo, como hemos dicho tantas veces, sabemos a qué atenernos. No nos viene, pues, de nuevas, este nacimiento divino que sabemos acaecerá (así lo creemos por Tradición) en un día determinado y por eso lo celebramos. Y no tenemos, pues, excusa de ignorancia ni nada por el estilo: sabemos lo que pasó, cuándo pasó y el resultado de lo que pasó. Y no podemos hacer como si no fuera con nosotros porque va, exactamente, con cada uno de nosotros.
Sí, en cierta manera, este tiempo es como, como, si se tratase de una Cuaresma. Y lo decimos porque si entonces se nos pide la Reconciliación de una forma muy concreta y especial no por eso ahora, con ser Adviento, debemos olvidar que también se nos pide eso. Sí, la confesión que, como sabemos, no es algo que deba circunscribirse a ahora mismo y a tal tiempo previo a la Pascua como si, en otros momentos del año, eso no tuviese importancia. No. Sabemos que la confesión de los pecados supone una buena limpieza del alma y, entonces, ¿qué mejor que ponerla en práctica ahora mismo?
Nosotros no esperaríamos una visita en casa de forma desaseada o sucia. ¿A que no? Es, precisamente, al contrario: cuando se recibe a alguien que viene a vernos siempre procuramos que todo esté en orden. Y eso es lo que queremos ahora también.
Aquí, sin embargo, se trata de un orden espiritual que encierra todo su ser en la limpieza del alma. Y la misma ya sabemos más que bien cómo se alcanza. Ahora, por tanto, es urgente decir que no siempre somos buenos y decirlo en el lugar conveniente y adecuado. Y no, no vale salir con eso de que “yo me confieso con Dios”. Al Padre no le hace falta nuestra confesión así hecha porque conoce todo lo que somos y hacemos. Y, bueno, aunque no es malo reconocer a nuestro Creador que hemos hecho algo más hecho eso no se puede equiparar a una confesión bien hecha. No. Una cosa es una cosa y otra… ¡pues es otra! Y sabemos cuál es camino para que nuestra alma resplandezca.
Y, ya puestos a decir las cosas para que se nos entienda, casi mejor sería una confesión hecha en condiciones poco tiempo antes de Nochebuena y de Navidad. Y lo decimos porque, siendo como somos, tampoco sería descartable una caía en el pecado (por eso es misterium iniquitatis) después de haber confesados los que teníamos y, justo, antes de las buenas noches aquí citadas. No. Descartable no es. Y es que no queremos recibir a Cristo con el alma, bueno, aunque sea, ¿un poco sucia? No. Ciertamente, no debemos querer. Y es que, aunque sepamos que nuestro hermano y Dios hecho hombre nos va a querer también aunque así seamos… en fin, nos debe dar cierta vergüenza actuar de tal manera.
No perdemos, de todas formas, la esperanza (eso nunca) Y queremos decir con esto que sabemos lo que debemos hacer y, por tanto, podemos hacerlo. Y en tal esperanza, en la que se sostiene en la no ignorancia de los principios básicos de nuestra fe católica sin olvidar, por supuesto, que aquí no se trata (en exclusiva, en exclusiva, pero…) de normas sino del encuentro con Cristo, decimos que en tal esperanza sostenemos nuestra vida: sí, Dios nos ama y nos perdona pero ¿no sería mejor que no tuviera que perdonarnos mucho? ¿Y si le rebajamos en mucho el perdonarnos setenta veces siete?
Nuestro corazón, por tanto, debemos mirarlo, digamos, despacio pero, sobre todo, profundamente. Y es que si lo hacemos deprisa y sólo en la superficie a lo mejor nos parece que no somos tan malos y podemos darnos, a nosotros mismos, una falsa impresión de una realidad tan evidente como es el pecado.
¿Actuamos, por tanto, aquí, de forma pesimista?
De ninguna de las maneras. El pesimismo no puede formar parte, digamos espiritual, de la vida de un católico. No. La venida del Hijo de Dios es cosa de tanta importancia que lo único que queremos es mantener la esperanza de que somos capaces de ser como debemos ser. Y sí, sabemos que no siempre es fácil pero, sobre todo, sobre todo, bien sabemos que no es imposible. Imposible no es.
Eleuterio Fernández Guzmán
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