Serie “De Ramos a Resurrección” - El ansia de Pedro y Juan
En las próximas semanas, con la ayuda de Dios y el permiso de la editorial, vamos a traer al blog el libro escrito por el que esto escribe de título “De Ramos a Resurrección”. Semana a semana vamos a ir reproduciendo los apartados a los que hace referencia el Índice que es, a saber:
Introducción
I. Antes de todo
El Mal que acecha
Hay grados entre los perseguidores
Quien lo conoce todo bien sabe
II. El principio del fin
Un júbilo muy esperado
Los testigos del Bueno
Inoculando el veneno del Mal
III. El aviso de Cristo
Los que buscan al Maestro
El cómo de la vida eterna
Dios se dirige a quien ama
Los que no entienden están en las tinieblas
Lo que ha de pasar
Incredulidad de los hombres
El peligro de caminar en las tinieblas
Cuando no se reconoce la luz
Los ánimos que da Cristo
Aún hay tiempo de creer en Cristo
IV. Una cena conformante y conformadora
El ejemplo más natural y santo a seguir
El aliado del Mal
Las mansiones de Cristo
Sobre viñas y frutos
El principal mandato de Cristo
Sobre el amor como Ley
El mandato principal
Elegidos por Dios
Que demos fruto es un mandato divino
El odio del mundo
El otro Paráclito
Santa Misa
La presencia real de Cristo en la Eucaristía
El valor sacrificial de la Santa Misa
El Cuerpo y la Sangre de Cristo
La institución del sacerdocio
V. La urdimbre del Mal
VI. Cuando se cumple lo escrito
En el Huerto de los Olivos
La voluntad de Dios
Dormidos por la tentación
Entregar al Hijo del hombre
Jesús sabía lo que Judas iba a cumplir
La terrible tristeza del Maestro
El prendimiento de Jesús
Yo soy
El arrebato de Pedro y el convencimiento
de Cristo
Idas y venidas de una condena ilegal e injusta
Fin de un calvario
Un final muy esperado por Cristo
En cumplimiento de la Sagrada Escritura
La verdad de Pilatos
Lanza, sangre y agua
Los que permanecen ante la Cruz
Hasta el último momento
Cuando María se convirtió en Madre
de todos
La intención de los buenos
Los que saben la Verdad y la sirven
VII. Cuando Cristo venció a la muerte
El primer día de una nueva creación
El ansia de Pedro y Juan
A quien mucho se le perdonó, mucho amó
VIII. Sobre la glorificación
La glorificación de Dios
Cuando el Hijo glorifica al Padre
Sobre los frutos y la gloria de Dios
La eternidad de la gloria de Dios
La glorificación de Cristo
Primera Palabra
Segunda Palabra
Tercera Palabra
Cuarta Palabra
Quinta Palabra
Sexta Palabra
Séptima Palabra
Conclusión
El libro ha sido publicado por la Editorial Bendita María. A tener en cuenta es que los gastos de envío son gratuitos.
“De Ramos a Resurrección” - El ansia de Pedro y Juan
Aunque no se nos dice nada del lugar donde se encontraban los 11 Apóstoles (junto con María, suponemos, y otros discípulos de Cristo) lo bien cierto es que, habiendo pasado tan poco tiempo desde la muerte de Jesús, es más que probable que aun estuviesen en la casa donde habían celebrado la Última Cena. Se le atribuye la propiedad de la misma al padre de Marcos, uno de los Apóstoles del Señor.
Lo que sí sabemos, porque lo dice el texto bíblico (cf. Jn 20, 19) es que estaban escondidos por miedo a ser perseguidos por los mismos que habían conseguido, a fuerza de perseverancia maliciosa, la muerte del Maestro. Allí acudió María Magdalena (que habría llegado la primera de aquellas mujeres que acudieron al sepulcro pues ella misma dice, en plural, que no saben dónde han puesto el cuerpo de Jesús) para dar la terrible noticia de que no estaban, allí donde los habían dejado, los restos del Maestro.
Luego diremos más de esto pero digamos ahora que el pensamiento de aquella María, de quien Jesús había hecho salir muchos demonios, no puede estar más aterrado. Si se habían llevado el cuerpo ¿dónde encontrarlo? ¿Qué hacer, ahora?
Sin embargo, los Apóstoles de Jesús no estaban entonces para elucubraciones ni teorías. Dos de ellos, Juan, el más joven, y Pedro, el primero de entre ellos, salieron a toda prisa hacia el sepulcro. Querían cerciorarse de lo que aquella mujer les acababa de decir. No es que no creyesen en ella sino que le atribuían, a aquellas alturas de la situación por la que habían pasado, una situación espiritual francamente mejorable.
El caso es que aquellos dos discípulos podemos imaginarlos corriendo. Uno de ellos era de mayor edad (Pedro que podría tener unos cuarenta años) y el otro, el más joven, Juan, es probable no tuviera muchos más de veinte. Y es de esperar que corriera más el segundo que el primero. Sin embargo, el texto bíblico nos muestra el respeto que Juan tenía hacia Pedro.
Sobre esto de la consideración que el hijo menor de Zebedeo tenía hacia Cefas es importante decir que podría, perfectamente, haber actuado de otra forma muy distinta. Y es que, sabiendo que Pedro había negado a Jesús tres veces en la aciaga noche de su detención y que no había estado presente ante la cruz donde fue crucificado el Maestro, hubiera sido lícito reconocerle un cierto derecho a entrar primero en el sepulcro. Pero Juan pensaba de otra forma.
Por una parte, Pedro era de mayor edad que Juan. Tal circunstancia era muy tenida en cuenta en la sociedad judía y no iba el segundo a hacerle un feo tan grande a alguien a quien debía respetar. Pero es que, además, sabía Juan que Pedro no era un Apóstol más, aunque lo fuera, sino que era el primero de entre ellos, el primus inter pares, y tal realidad era más que conocida por todos los que fueron escogidos por Jesús para ser sus Apóstoles. En primer lugar, los escogió:
“Llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también Apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor” (cf. Lc 6, 13-16).
Pero, en un momento determinado, atribuyó Pedro aquella situación, digamos, de primogenitura espiritual:
“Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16, 18-19).
Aquel hecho de edificar la Iglesia sobre Pedro y aquel darle las llaves de la misma, lo ponía en una situación muy especial y siendo igual, en cuanto a discipulado, que el resto de sus amigos Apóstoles, no por ello iba, ninguno de ellos, a desconocer tan evidente realidad. Otras muchas veces se confirmaría esto porque, por ejemplo, como era conveniente que, tras la triple negación de Pedro, Jesús confirmara en la primacía a Cefas, el evangelio de San Juan nos dice que:
“Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: ‘simón de Juan, ¿me amas más que éstos?’ Le dice él: ‘Sí, Señor, tú sabes que te quiero.’ Le dice Jesús: ‘apacienta mis corderos.’ Vuelve a decirle por segunda vez: ‘simón de Juan, ¿me amas?’ Le dice él: ‘Sí, señor, tú sabes que te quiero.’ Le dice Jesús: ‘Apacienta mis ovejas.’ Le dice por tercera vez: ‘Simón de Juan, ¿me quieres?’ Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: ‘¿me quieres?’ y le dijo: ‘Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.’ Le dice Jesús: ‘apacienta mis ovejas’” (Jn 21, 15-17).
Jesús, perdona las mismas veces que Pedro le niega y, seguramente, ayudó en mucho a cicatrizar la herida espiritual que el antiguo pescador llevaba en su corazón desde que, antes de que cantara el gallo, incurriera en tamaña falta de valentía.
Es más, sería el mismo Pedro el que, con el asentimiento de los demás, y tras una larga discusión, se levantara y dijera:
“’Hermanos, vosotros sabéis que ya desde los primeros días me eligió Dios entre vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la Palabra de la Buena nueva y creyeran” (Hch 15, 7).
Pues bien, decimos que Juan, por tales motivos (y ahora ya en tiempo real de la resurrección del Señor), al llegar a la entrada del sepulcro no quiso entrar o, mejor, esperó a que llegase Pedro y procediera como mejor creyese conveniente. Entonces se produce algo que es crucial para la vida no sólo de Juan sino, por extensión, de todo creyente que albergue alguna duda acerca de la fe que pueda tener en Jesucristo como Hijo de Dios y hermano suyo.
Dice el texto sagrado que Juan creyó. En realidad, no nos dice que creyera porque no viera allí a Jesús, así dicho, en sentido estricto. No. Lo que nos dice es que creyó cuando vio lo mismo que se nos dice que vio Pedro: “Las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte.” Y eso le hizo creer.
Pudiera parecer extraño que el discípulo, llamado amado por él mismo en sus escritos evangélicos, no hubiera creído. En realidad, lo que le faltaba era, por así decirlo, la confirmación de todo lo que había dicho Jesús acerca de su muerte y, sobre todo, de su resurrección. Y es que la muerte la había presenciado Juan, en primera persona, estando ante la Cruz con las santas mujeres. Sin embargo, eso de la resurrección era algo muy profundo de lo que aun no tenía conocimiento. Por eso al ver las vendas y el sudario plegado (no dejado de cualquier forma como si hubieran robado el cuerpo, por ejemplo) y no estar allí el cuerpo de su Señor, tuvo que atar los cabos que aun tenía sueltos sobre la vida y muerte del Maestro. Y no podía llegar a otra conclusión que la que nos dice el propio texto: “Vio y creyó”. No es que se pusiera a pensar mucho rato sino que en el mismo acto que vio, creyó. Fue algo automático y que le confirmó en todo lo que hasta entonces había visto y oído. Es decir, según había visto con Jesús, así vio tras su resurrección; según había escuchado de boca del Maestro, así creyó.
Al respecto de Pedro, quien entró y vio lo que allí había, nada más nos dice san Juan en el texto aquí traído acerca de lo que pasó por su corazón en aquel momento tan especial. Sin embargo, San Lucas aporta un dato interesante acerca de la situación espiritual en la que se encontraba aquel hombre. Cuando, eso se recoge antes de esto, conoce lo que ha pasado (según les comunica María Magdalena) Pedro hace lo que ya sabemos (corre junto a Juan o, mejor, detrás de él). Entonces, San Lucas nos dice que:
“Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio las vendas y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido” (Lc 37, 12).
Algo, sin embargo, debemos destacar al respecto de lo que para cada cual estaba sucediendo. Y es que mientras que para María Magdalena y las mujeres que la acompañaron aquella mañana de domingo al sepulcro el cuerpo de Jesús había sido, probablemente, cambiado de sitio por alguna razón que ignoraban, para Pedro y Juan no había duda: tras ver lo que vieron ellos estaban seguros de que Jesús había resucitado de entre los muertos. Y es que ellos debieron escuchar más veces que las mujeres que eso era lo que iba a suceder y por eso concluyeron que, en efecto, había sucedido tal y como lo dijera el Maestro.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillo de hoy:
De Ramos a Resurrección es un tiempo de verdadera salvación eterna.
Para leer Fe y Obras.
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