Serie “Los barros y los lodos”- Los barros – 8 -Significado y sentido del pecado original

 

“De aquellos barros vienen estos lodos”. 

Esta expresión de la sabiduría popular nos viene más que bien para el tema que traemos a este libro de temática bíblica. 

Aunque el subtítulo del mismo, “Sobre el pecado original”, debería hacer posible que esto, esta Presentación, terminara aquí mismo (podemos imaginar qué son los barros y qué los lodos) no lo vamos a hacer tan sencillo sino que vamos a presentar lo que fue aquello y lo que es hoy el resultado de tal aquello. 

¿Quién no se ha preguntado alguna vez que sería, ahora, de nosotros, sin “aquello”?

“Aquello” fue, para quienes sus protagonistas fueron, un acontecimiento terrible que les cambió tanto la vida que, bien podemos decir, que hay un antes y un después del pecado original. 

La vida, antes de eso, era bien sencilla. Y es que vivían en el Paraíso terrenal donde Dios los había puesto. Nada debían sufrir porque tenían los dones que Dios les había dado: la inmortalidad, la integridad y la impasibilidad o, lo que es lo mismo, no morían (como entendemos hoy el morir), dominaban completamente sus pasiones y no sufrían nada de nada, ni física ni moralmente. 

A más de una persona que esté leyendo ahora esto se le deben estar poniendo los dientes largos. Y es que ¿todo eso se perdió por el pecado original? 

En efecto. Cuando Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, lo dota de una serie de bienes que lo hacen, por decirlo pronto y claro, un ser muy especial. Es más, es el único que tiene dones como los citados arriba. Y de eso gozaron el tiempo que duró la alegría de no querer ser como Dios… 

Lo que no valía era la traición a lo dicho por el Creador. Y es que lo dijo con toda claridad: podéis comer de todo menos de esto. Y tal “esto” ni era una manzana ni sabemos qué era. Lo de la manzana es una atribución natural hecha mucho tiempo después. Sin embargo, no importa lo más mínimo que fuera una fruta, un tubérculo o, simplemente, que Dios hubiera dicho, por ejemplo, “no paséis de este punto del Paraíso” porque, de pasar, será la muerte y el pecado: primero, lo segundo; lo primero, segundo. 

¡La muerte y el pecado! 

Estas dos realidades eran la “promesa negra” que Dios les había hecho si incumplían aquello que no parecía tan difícil de entender. Es decir, no era un castigo que el Creador destinaba a su especial creación pero lo era si no hacían lo que les decía que debían hacer. Si no lo incumplían, el Paraíso terrenal no se cerraría y ellos no serían expulsados del mismo. 

Y se cerró. El Paraíso terrenal se cerró. 

Los barros – 8  -Significado y sentido del pecado original

 

 

“Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron…” (Rm 5,12). 

“Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores” (Rm 5,19) 

 

Estos dos textos del apóstol de los gentiles nos informan acerca de lo que supuso el pecado original. Por eso el mismo se transmite, según la doctrina católica, por generación. Con eso no se quiere decir que sea negativo lo sexual sino que los padres “transmiten a sus hijos una naturaleza humana enferma, inclinada hacia el pecado” (Como dice el [1] P. José María Iraburu, conferencia “El pecado”, I). Por eso se dice en el Salmo 50:

 

“Pecador me concibió mi madre”.

 

No nos extraña, por tanto, que San Pablo, en su Epístola a los Romanos (7, 15-20) diga esto:

 

“Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y, si hago lo que no quiere, estoy de acuerdo con la Ley en que es buena; en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí. Pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, más no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sin el pecado que habita en mí”.

 

Y termina el Apóstol de los gentiles de una forma tan terrible que nos debe hacer caer en la cuenta de lo que fue aquel primer pecado (Rm 7, 24):

 

“¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?”.

 

Y es que, por aquel primer pecado, llamado por eso original, pecar no es extraño a la naturaleza humana sino que, al contrario, es lo propio de la misma y que sólo se evita con gran esfuerzo espiritual.

 

Veamos, pues, esto del significado y sentido del pecado original. 

 

¿Qué supone para el ser humano el pecado original? 

El pecado original supone para el ser humano que se ha separado voluntariamente de su Creador y Padre. 

 

¿Por qué Dios se enfadó tanto por el pecado original?

 

Dios se enfadó tanto con el hombre por haber pecado porque había dado la oportunidad a su semejanza de comportarse según su voluntad. 

 

¿Cómo ha afectado a la humanidad el pecado original?

 

El pecado original ha afectado a la humanidad   teniendo que soportar la muerte y perdiendo muchos de los dones y gracias entregados por Dios a nuestros Primeros Padres.

 

¿Qué sentido tiene, para el hombre, el pecado original?

 

El pecado original tiene, para el hombre, el sentido de hacerle ver que, si quiere, puede ser hijo de Dios pero que, también, si quiere, puede alejarse de Quien lo ha creado. 

 

¿Cómo se limpia el pecado original?

 

El pecado original se limpia con el Bautismo con el que se infunde el Espíritu Santo en quien lo recibe y este procede a la limpieza del alma y del corazón donde va a habitar como en un templo o, mejor, en su templo.

 

Sobre el significado y el sentido que el pecado  original tiene para el ser humano, muy bien reconoce la Iglesia católica que aquel hecho, aún teniendo en cuenta el contenido simbólico que contiene las Sagradas Escrituras (En el Génesis, en este caso) fue cierto y que lo que se dice del mismo, en esencia, sucedió tal cual refiere el autor inspirado por Dios para escribir lo que en su día escribió y legó al pueblo escogido por Dios y luego, como nuevo pueblo, a nosotros mismos, hasta ahora mismo y hasta que vuelva Jesucristo en su Parusía. 

Significa el pecado original, por ejemplo, que el mal moral no está arraigado en la estructura humana sino que es el propio hombre quien decide caer en Él. Y eso fue lo que sucedió entonces, en el Paraíso o, haciendo uso del lenguaje bíblico, en el Jardín de Edén. Tampoco, claro está, que el mismo no proviene del Creador (que no puede hacer nada mal hecho ni caer en ciertas cosas o comportamientos). 

La libertad, por tanto, que es donación de Dios a su criatura humana, es la que decide, en último término, apartarse de Dios y no resistir lo suficiente la tentación de la serpiente. Y es la libertad, el ejercicio equivocado de la misma, la que posibilita que el pecado y la muerte entren en el mundo. Y Dios, que seguramente podía haber impedido aquello si hubiera querido, no quiso porque hubiera sido ir contra su propia voluntad de hacer libre al ser humano que, sin olvidar que está hecho a su imagen y semejanza, no por eso obvia el Todopoderoso que ser libre es, por eso mismo, esencia de tal semejanza. 

Las consecuencias, pues, del ejercicio de la libertad pueden ser sanas pero, como vemos aquí, también pueden ser más que insanas y muy perjudiciales para quien cae en ellas. 

Significa, también, el pecado original, que el ser humano no fue fiel. No es que fuera más o menos fiel (lo que podría llevarnos a la conclusión de que aquel pecado pudiera ser no tan grave) sino que no lo fue en absoluto. Y la infidelidad de Adán Eva se ha transmitido, aquella primera, el original pecado, a toda su descendencia. Y lo ha hecho por propagación. 

Es bien cierto que podría preguntarse cualquiera acerca de “su” culpa en aquel pecado original. Ciertamente, no tiene pecado quien, en efecto, no lo ha cometido pero, en cuanto Adán y Eva son los primeros padres de la humanidad entera podemos decir que, al pecar, mancharon a todos los que pudieran luego venir. Y, también, es bien cierto que no se trata de un pecado que se haya cometido por otro ser humano que fueran ellos sino que ha contraído cualquier ser humano por el hecho mismo de descender de quien sí lo cometió. En resumidas cuentas (y como se dice en el número 405 del Catecismo de la Iglesia Católica), no se trata de una “falta personal” de nadie aunque sea propio, aquel pecado, de cada uno de nosotros. Y, ciertamente, aunque esto sea un gran misterio, también reconocemos que es un dogma y, por tanto, lo tenemos por una verdad más que exacta. 

También podemos decir que el pecado original ha de procurarnos una actitud de humildad. La misma hace que reconozcamos que somos pecadores y que, por tanto, debemos pedir perdón a Dios por haber caído en las tentaciones del Maligno. Y eso significa que hemos comprendido el sentido del pecado cometido por Adán y Eva o, casi mejor, al revés (por haber sido la segunda quien hizo caer al primero). 

Sin embargo, no termina aquí la cosa porque el pecado original ha venido a significar que nosotros, los seres humanos hechos a imagen y semejanza de Dios, debemos luchar contra la tentación del MalignoAsí nos lo enseña Jesucristo en la oración que los Apóstoles le pidieron (“no nos dejes caer en la tentación”) porque, es cierto que puede que se nos tiente pero pecado sólo habrá si caemos en tal proposición y tiene tal sentido la misma (aunque no se nos ocurre nada que no pueda ser pecaminoso en la acción de Satanás o de sus muchos demonios) Y, sobre esto, San Josemaría, en su “Es Cristo que pasa” (74) nos dice, en un momento determinado, esto que sigue y que siempre deberíamos tener en cuenta (sobre lo que ya hemos hablado arriba):

 

“Toda la tradición de la Iglesia ha hablado de los cristianos como de milites Christi, soldados de Cristo /…/ - que- combaten continuamente contra las personales malas inclinaciones”.

En realidad, se podría plantear si el ser humano necesita experimentar el Mal como ejercicio de su libertad personal. Sin embargo, eso significaría que no se ha entendido nada de lo que significa ser libre y que no puede ser otra cosa que la adhesión a lo bueno y mejor y no a lo malo y peor. Es decir, Dios no nos ha creado para que nos alejemos de él (como hicieron Adán y Eva) sino, al contrario, para que lo busquemos y, buscándolo, lo encontremos y lo amemos con todas las consecuencias que tiene haberlo amado mucho antes de encontrarlo. 

Y, sobre esto, ¿hay mejor ejemplo de alguien que, como la Virgen María, nunca pecó y se consideró, no por casualidad, esclava del Señor? ¿No fue, ella, acaso, feliz antes de la felicidad suprema de la Visión Beatífica de la que gozó al ser asunta al Cielo en cuerpo y alma, precisamente, por ser Inmaculada, por no haber nacido con la mancha del pecado original? 

No le den más vueltas: la verdad es que no hay mejor ejemplo. Ni nos hace falta ninguno que exprese, mejor, el significado y sentido del pecado original aún no habiendo llevado nunca tal suciedad en el corazón. 

Y lo mejor de todo esto (porque es, en el fondo, muy bueno y porque Dios es así) es que al pecado original se puede aplicar lo que escribió San Josemaría (y volvemos a recurrir al santo aragonés) en el número 127 de “Surco”:

 

“Repite: ‘omnia in bonum!’, todo lo que sucede, ‘todo lo que me sucede’, es para mi bien… Por tanto –ésta es la conclusión acertada–: acepta eso, que te parece tan costoso, como una dulce realidad”.

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

De aquellos barros pecaminosos vinieron estos lodos de hoy.

Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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