Serie “Los barros y los lodos”- Los barros – 7 - Lo que debemos aprender de aquello
“De aquellos barros vienen estos lodos”.
Esta expresión de la sabiduría popular nos viene más que bien para el tema que traemos a este libro de temática bíblica.
Aunque el subtítulo del mismo, “Sobre el pecado original”, debería hacer posible que esto, esta Presentación, terminara aquí mismo (podemos imaginar qué son los barros y qué los lodos) no lo vamos a hacer tan sencillo sino que vamos a presentar lo que fue aquello y lo que es hoy el resultado de tal aquello.
¿Quién no se ha preguntado alguna vez que sería, ahora, de nosotros, sin “aquello”?
“Aquello” fue, para quienes sus protagonistas fueron, un acontecimiento terrible que les cambió tanto la vida que, bien podemos decir, que hay un antes y un después del pecado original.
La vida, antes de eso, era bien sencilla. Y es que vivían en el Paraíso terrenal donde Dios los había puesto. Nada debían sufrir porque tenían los dones que Dios les había dado: la inmortalidad, la integridad y la impasibilidad o, lo que es lo mismo, no morían (como entendemos hoy el morir), dominaban completamente sus pasiones y no sufrían nada de nada, ni física ni moralmente.
A más de una persona que esté leyendo ahora esto se le deben estar poniendo los dientes largos. Y es que ¿todo eso se perdió por el pecado original?
En efecto. Cuando Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, lo dota de una serie de bienes que lo hacen, por decirlo pronto y claro, un ser muy especial. Es más, es el único que tiene dones como los citados arriba. Y de eso gozaron el tiempo que duró la alegría de no querer ser como Dios…
Lo que no valía era la traición a lo dicho por el Creador. Y es que lo dijo con toda claridad: podéis comer de todo menos de esto. Y tal “esto” ni era una manzana ni sabemos qué era. Lo de la manzana es una atribución natural hecha mucho tiempo después. Sin embargo, no importa lo más mínimo que fuera una fruta, un tubérculo o, simplemente, que Dios hubiera dicho, por ejemplo, “no paséis de este punto del Paraíso” porque, de pasar, será la muerte y el pecado: primero, lo segundo; lo primero, segundo.
¡La muerte y el pecado!
Estas dos realidades eran la “promesa negra” que Dios les había hecho si incumplían aquello que no parecía tan difícil de entender. Es decir, no era un castigo que el Creador destinaba a su especial creación pero lo era si no hacían lo que les decía que debían hacer. Si no lo incumplían, el Paraíso terrenal no se cerraría y ellos no serían expulsados del mismo.
Y se cerró. El Paraíso terrenal se cerró.
Los barros – 7 - Lo que debemos aprender de aquello
Es bien cierto que nuestros primeros Padres, Adán y Eva, pecaron porque fueron egoístas y, digámoslo ya, bastante tontos. Y es que alguien avisado de que Dios lo ve todo y que a ellos mismos en el paraíso los ha puesto, en fin, pues no puede dejarse embaucar tanto por un reptil con ánimos injuriosos e inconfesables aunque sepamos a Quién quería injuriar y en qué consistían los mismos.
Sin embargo, a nosotros, que nada podemos hacer a tal respecto (de lo que pasó, queremos decir) nos viene muy bien (entiéndase esto, por favor) lo que entonces pasó. Bueno, nos viene bien porque, a lo mejor, podemos aprender algo de aquel comportamiento.
Por ejemplo, debemos aprender esto que sigue:
1. Que Dios no está ni ciego ni sordo. Ni entonces ni ahora.
2. Que Dios es más que bueno, pero, también, más que justo y aplica su Ley de forma, digamos, como le corresponde aplicarla. Y eso entonces, ahora, mañana y el día del Juicio Particular y Final.
3. Que el ser humano, al ser creación suya, depende del todo de Quien lo ha creado y mantiene en el mundo. No olvidemos “mantiene en el mundo” pues no vaya a creerse que estamos aquí, como dice el dicho (y nunca mejor traído) “dejados de la mano de Dios”. Eso no. Y entonces ya se vio eso y bien que se vio. Y lo mismo podemos decir de nuestra vida actual y la futura que sea.
4. Que el ser humano, entonces Adán y Eva, no puede andar por el mundo (entonces el Paraíso) como si haber sido puestos allí supusiera algún tipo de derecho absoluto sobre todo lo existente. No. Había reglas que cumplir y había, pues, que cumplirlas. Aplíquese eso ahora mismo, a nuestro presente. Se llama Ley de Dios y tiene unos cuantos miles de años, no muda y no se adapta a las circunstancias del mundo. Es así y así será siempre, por los siglos de los siglos.
5. Que debemos tener mucho cuidado cuando nos enfrentamos a las tentaciones que el Maligno o sus secuaces nos presentan a lo largo de nuestra vida; que no debemos, siquiera, conversar acerca de las mismas. Aquí, un no es un no.
6. Que debemos tener confianza absoluta en la voluntad de Dios. Y que debemos tenerla porque Quien nos ha creado no puede querer nada malo para su creación.
7. Que no debemos ser soberbios porque la soberbia viste y empieza muchos alejamientos de Dios, Creador y Padre.
8. Que Dios tiene razones más que suficientes para actuar como actúa. Que una cosa es no entender ese actuar y otra, muy distinta, despreciarlo porque no lo entendamos. Baste, pues, la aceptación del mismo.
9. Que Dios ve tanto nuestro pasado, como nuestro presente y, es más, nuestro futuro. Por eso sabe lo que nos conviene y, ¡Ay!, lo que no nos conviene por mucho que nosotros estemos más que seguros que sí nos conviene.
10. Que nosotros, creación de Dios, somos muy limitados y lo único que debemos tener por verdad cierta y verdadera es que somos nada ante nuestro Creador. Por eso, todo intento de ser más de lo que somos sólo puede llevar al más estrepitoso de los fracasos personales y, yendo más allá en cuanto sociedad católica, a colectivos o comunitarios.
Vemos, por tanto, que de aquella circunstancia, entonces nada individual (porque iba referida a toda la humanidad futura) sino que afectaba a mucho y a muchos más que tenían que venir, podemos aprender más que bastante. Es decir, todo eso si queremos aprender… entonces… aprenderemos. También es cierto que nuestra dura cerviz y, no por casualidad, lo que trajo como consecuencia aquel pecado original, hará que, muchas veces, nuestro comportamiento no sea adecuado sino, al contrario, más que alejado de Dios. Vamos, que es más que probable que actuemos como Adán y Eva, aquellos que, creyéndose las palabras viperinas de Satanás, quisieron ser más, todo, de lo que eran, nada ante Dios.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
De aquellos barros pecaminosos vinieron estos lodos de hoy.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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