Serie “Los barros y los lodos”- 6 - Los lodos: pecado y muerte entran en el mundo y penas adyacentes
“De aquellos barros vienen estos lodos”.
Esta expresión de la sabiduría popular nos viene más que bien para el tema que traemos a este libro de temática bíblica.
Aunque el subtítulo del mismo, “Sobre el pecado original”, debería hacer posible que esto, esta Presentación, terminara aquí mismo (podemos imaginar qué son los barros y qué los lodos) no lo vamos a hacer tan sencillo sino que vamos a presentar lo que fue aquello y lo que es hoy el resultado de tal aquello.
¿Quién no se ha preguntado alguna vez que sería, ahora, de nosotros, sin “aquello”?
“Aquello” fue, para quienes sus protagonistas fueron, un acontecimiento terrible que les cambió tanto la vida que, bien podemos decir, que hay un antes y un después del pecado original.
La vida, antes de eso, era bien sencilla. Y es que vivían en el Paraíso terrenal donde Dios los había puesto. Nada debían sufrir porque tenían los dones que Dios les había dado: la inmortalidad, la integridad y la impasibilidad o, lo que es lo mismo, no morían (como entendemos hoy el morir), dominaban completamente sus pasiones y no sufrían nada de nada, ni física ni moralmente.
A más de una persona que esté leyendo ahora esto se le deben estar poniendo los dientes largos. Y es que ¿todo eso se perdió por el pecado original?
En efecto. Cuando Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, lo dota de una serie de bienes que lo hacen, por decirlo pronto y claro, un ser muy especial. Es más, es el único que tiene dones como los citados arriba. Y de eso gozaron el tiempo que duró la alegría de no querer ser como Dios…
Lo que no valía era la traición a lo dicho por el Creador. Y es que lo dijo con toda claridad: podéis comer de todo menos de esto. Y tal “esto” ni era una manzana ni sabemos qué era. Lo de la manzana es una atribución natural hecha mucho tiempo después. Sin embargo, no importa lo más mínimo que fuera una fruta, un tubérculo o, simplemente, que Dios hubiera dicho, por ejemplo, “no paséis de este punto del Paraíso” porque, de pasar, será la muerte y el pecado: primero, lo segundo; lo primero, segundo.
¡La muerte y el pecado!
Estas dos realidades eran la “promesa negra” que Dios les había hecho si incumplían aquello que no parecía tan difícil de entender. Es decir, no era un castigo que el Creador destinaba a su especial creación pero lo era si no hacían lo que les decía que debían hacer. Si no lo incumplían, el Paraíso terrenal no se cerraría y ellos no serían expulsados del mismo.
Y se cerró. El Paraíso terrenal se cerró.
“Los barros y los lodos” – 6 - Los lodos: pecado y muerte entran en el mundo y penas adyacentes
De todo lo que hemos traído se deduce algo. Es decir, no es que el pecado original fuera grave, que lo fue, y ya está. No. Verdaderamente, no podemos decir que aquello no tuviera consecuencias más que graves. Y vaya si las tuvo.
Se dice, porque es cierto, que al haber incurrido en aquel primer pecado, se produjeron, por lo pronto, dos consecuencias, después de las que, en general, tuvo que soportar el hombre, la mujer y la serpiente y que hemos citado arriba, en el apartado correspondiente al Tribunal de Dios. Dos consecuencias, pues:
1ª Entró, en el mundo, la posibilidad de pecar, el pecado.
Ciertamente, hasta el mismo momento en el que Eva acepta la propuesta de la serpiente (y, luego, se la comunica a su esposo, Adán) el pecado, el ir contra Dios, no había entrado en el mundo.
Con esto queremos decir que el ser humano, al no proceder contra Quien lo había creado, no conocía lo que era, eso, proceder así.
Pero llegado el preciso instante en el que comieron del árbol cuyo fruto no debía ser ingerido (valga esto por la prohibición, que fue, impuesta por Dios pero, como ya hemos dicho, podía haber puesto cualquier otra) algo pasó en sus existencias.
En efecto, justo entonces (no después ni antes) dice el Génesis (3, 7) que pasó esto:
“Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores”.
Resulta síntoma de inocencia en la que vivían Adán y Eva que sea entonces, cuando pecan, el momento en el que se avergüenzan de su desnudez cuando antes habían caminado y vivido por el Paraíso sin problema alguno. Y fue, seguramente, entonces, cuando se dieron cuenta de su error y, por eso, se escondieron de Dios (Gn 3, 8):
“Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahveh Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín”.
Todo, de todas formas, estaba previsto en el corazón de Dios. Y es que el Creador, al parecer y según las palabras del Génesis, había establecido una consecuencia inmediata a cometer el primer pecado (Gn 3, 11):
“Él replicó -se refiere a Dios-: ‘¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?”
Vemos, en este episodio entre Dios y Adán, la justa correspondencia acerca de a quién le dijo el Creador que no debía comer de aquel fruto (a Adán) y a quién le pregunta, en primer lugar, sobre si es que ha comido de lo que no podía comer aunque sepamos que (lo mismo que después conocería Eva la prohibición por boca de Adán) la mujer fue quien respondió en segundo lugar a la misma pregunta de parte de Dios.
Vemos, también, una no pequeña diferencia entre la forma que tiene Dios de preguntar a Adán y Eva acerca de lo mismo. Y es que mientras que al primer hombre le pregunta, simplemente, si ha comido de lo que no debía comer, a la mujer le pregunta el porqué de aquella acción suya. Y es que Dios sabía, porque lo había visto, que fue la mujer la que propuso al hombre la aceptación de la tentación de la serpiente aunque ellos, como podemos suponer, no creyeran que se trataba de haber sido tentados sino, simplemente, de habérseles presentado una buena oportunidad para ser, creyeron, más de lo que eran…
Desde entonces, decimos, el pecado (o, dicho de otra forma, el alejamiento menor o mayor de Dios mediando acciones u omisiones de deberes u obligaciones) sentó sus reales en el corazón del hombre.
Y, por si eso no fuera ya suficiente (como decimos más abajo) a partir de tal momento, todo ser humano (a excepción de la Virgen María y de su hijo Jesucristo) nacería infectado, por generación, con el pecado original que, desde entonces, no antes, ensució el corazón del ser humano que, al venir al mundo, ya debía ser limpiado.
2ª Entró la muerte en el mundo.
El pecado es cosa mala porque puede abocar, a nuestra alma, a la mismísima muerte eterna. Pero es que desde entonces, desde el momento de haber sido cometido el llamado “original” la muerte entró en el mundo.
Debemos atender a esto porque es más que importante.
Cuando decimos o, mejor, si decimos que “entonces” entró la muerte en el mundo es que, sin duda alguna, antes no había muerte…
Decir esto ha de decirnos muchas cosas. En primer lugar, por ejemplo, que ni Adán ni Eva tenían, sobre sí, la espada de Damocles de la muerte como desde cuando cometieron aquel misterium iniquitatis, entonces pudo morirse, iban a morir, así, los seres humanos.
¿Eso quiere decir que nadie iba a morir? ¿Cómo hubiéramos cabido en la superficie de la Tierra? Y no son estas preguntas de poca importancia sino al contrario: de mucha y crucial importancia.
Estas preguntas, que puede hacérsela cualquiera que escuche por primera vez que ni Adán ni Eva iban a morir, tiene fácil (aunque misteriosa) respuesta.
Que Dios no quisiera que su descendencia muriera (y que eso lo hubiera previsto dentro de su Creación) no quiere decir que siempre iban a pisar la faz de la Tierra. No.
Dios, como siempre quiso, y quiere, tener a sus hijos cabe sí, había previsto una forma de que eso se cumpliese sin el trámite (que es lo que es el morir) de la muerte. Y tenemos en la Virgen María un ejemplo más que bueno (y, si me apuran mucho y en cierto sentido, en Enoc y Elías, arrebatados al cielo en carros de fuego y, según la Beata Ana Catalina Emmerick habitantes del Paraíso hasta que vuelvan a luchar contra el Anticristo en la Parusía de Nuestro Señor Jesucristo)
Sabemos que la Madre de Dios fue asunta al Cielo en cuerpo y alma. Es decir, no murió al estilo, digamos, ordinario, del ser humano (con dolor para quien muere y con llanto para los suyos) sino que, de forma que no entendemos y, por tanto, misteriosa, fue lleva al lado de Dios de esa manera que tenemos por verdadera.
Pues bien, podemos suponer que el Todopoderoso tenía previsto, para toda la especie humana, un tal tránsito al Cielo porque, de no haber entrado el pecado en el mundo, ni siquiera hubieran hecho falta Purgatorio-Purificatorio ni el Infierno (lugar donde van las almas de los pecadores más terribles que mueren sin arrepentimiento alguno) hubiera existido para el ser humano. Eso, claro, suponiendo que tampoco hubiera habido ángeles que se hubieran revelado contra Dios y que uno de ellos quisiera tentar a Eva…
De todas formas, como no acaeció eso de la no existencia del pecado (existió, a partir del original), lo bien cierto es que la muerte, entendida como la entiende el ser humano desde entonces, entró en el mundo e hizo que el mismo pasara a ser, de terreno de paso hacia el Cielo, un valle de lágrimas, las primeras de las cuales deberían caer, de toda alma humana, por aquella consecuencia tan terrible como fue pecar contra Dios, por primera vez, por parte de aquellos que habían sido hecho buenos, muy buenos.
Eso, por una parte, digamos, como males generados como generales por el pecado original. Pero como la cosa no podía quedar ahí por parte de Dios, había otras penas que llamamos adyacentes y son las que siguen y que han estado fijadas en la parte dispositiva de la Sentencia del Tribunal de Dios:
3ª- Expulsión del Paraíso a Adán y Eva.
“Y le echó Yahveh Dios del Jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde había sido tomado”.
Este texto, del versículo 23 del capítulo 3 del Libro del Génesis, nos habla de aquella consecuencia, tan terrible, que tuvo, como adyacente, el cometer el pecado original.
Nosotros, a una distancia tan inmensa como es la que nos separa de aquel momento de la historia de la humanidad, podemos hacernos una idea de lo que supuso, para nuestros Primeros Padres, ser expulsados del Paraíso. Y es que sabemos, más o menos lo sabemos o lo podemos imaginar por la inmensa Bondad de Dios, cómo debían vivir allí.
Sin embargo, no creemos que seamos capaces (por la tal distancia y por no ser nosotros mismos los afectados por aquella pena adyacente) de imaginar lo que supuso para Adán y para Eva, que gozaron durante un tiempo más o menos largo, de aquellas delicias divinas creadas por Dios, verse fuera y, lo que es peor, no poder entrar por haber sido cerrado el camino que lleva al Jardín de Edén.
Fueron, pues, expulsados aquellos dos primeros seres humanos que, se diga lo que se diga, no fueron capaces de agradecer lo suficiente a Dios que allí los hubiera puesto (tanto como para no pecar por primera vez) y se vieron abocados a soportar una pena tan grave como aquella.
4ª- Para el hombre: procurarle un futuro esforzado (“ganarás el pan con el sudor de tu frente”)
Ya hemos dicho arriba, en la parte correspondiente a la sentencia del tribunal de Dios, que el hombre, el ser humano masculino, podemos decir para que se nos entienda, a partir del momento de ser expulsado del Paraíso iba a tener que conocer el trabajo. No queremos decir que antes no tuviera que trabajar (de la forma que fuera) sino que, según se deduce de lo dicho por Dios (“Con fatiga sacarás de él –se refiere al suelo- el alimento todos los días de tu vida”, en Génesis 3, 17 o “Con el sudor de tu rostro comerás el pan”, en Génesis 3, 19) el trabajo de antes debía estar puesto por Dios de una forma tal que más trabajo fuera gozo. A partir de entonces, dejaría de ser gozo para ser esfuerzo (“el sudor…”). Y es que si desde entonces debería sudar, esforzarse, para poder comer es porque antes no lo hacía. De otra forma, no hubiera habido diferencia entre estar fuera o dentro (en tal aspecto) del Jardín de Edén. Y la diferencia sólo podía ser para ir, digamos con nostalgia por aquel tiempo de Paraíso, a peor… pues ¿a quién no le gustaría el trabajo gozoso y sin esfuerzo o, mejor, sin sentir nunca tal esfuerzo como consecuencia de un castigo?
5ª – Para la mujer: dar a luz sufriendo.
Pero Eva también iba a recibir una parte sustancial de pena adyacente.
Según el texto bíblico, hasta entonces Adán y Eva no se habían “conocido” (por utilizar el mismo lenguaje que recoge la Biblia). Y no se habían conocido porque no es hasta después de haber sido expulsados del Paraíso cuando, en concreto en Génesis 4, 1-2, se dice:
“Conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: ‘He adquirido un varón con el favor de Yahveh. Volvió a dar a luz, y tuvo a Abel su hermano. Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador”.
Y ya sabemos en qué terrible pecado incurrió, mortal el mismo, el primer hijo nacido de mujer, Caín, lo que demostró, más pronto que tarde, que el pecado original causó estragos en la mismísima naturaleza humana, demostrando, por primera vez, lo pecadora que era la misma.
Como sabemos que Dios no puede engañarse a sí mismo ni engañarnos a nosotros, sus hijos, estamos más que seguros que, en el nacimiento de Caín y de Abel, la madre, Eva, sufrió mucho en el parto. Y se cumplió, así, aquello de “parirás con dolor” de Génesis 3, 16 (del cual ya hemos referencia arriba) Y lo sabemos porque, por ser la madre de todo el género humano, lo mismo ha pasado desde entonces con el ser humano femenino y, al dar a luz, ha tenido que sufrir la mujer. Tan sólo a excepción de la Virgen María, la cual, de forma maravillosa y misteriosa, no debió sufrir de tal pena adyacente a la comisión del pecado original al haber sido liberada la que llamamos Inmaculada. Y es aquí también se cumple lo mismo que, según hemos sostenido arriba, sucedió a la hora de ser asunta al Cielo en cuerpo y alma forma, según entendemos por lógico pensamiento, tenía prevista Dios para toda su descendencia y que liquidó, de cuajo, el pecado original salvo, no por casualidad, la Madre de Dios.
Seguramente, ha de haber más consecuencias adyacentes a la comisión del pecado original. Lo dejamos para los más sabios entre nosotros que saben ver donde nosotros no sabemos. Baste, sin embargo, estas cinco para mostrar y demostrar que aquello fue algo más que una actuación sin sentido. Lo fue, sin duda, pero queremos decir que si esto es “algo” de lo que el ser humano ha sufrido y padecido desde entonces, aún debemos dar gracias a Dios por habernos perdonado la existencia tantas y tantas veces.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillo de hoy:
De aquellos barros pecaminosos vinieron estos lodos de hoy.
Para leer Fe y Obras.
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