Serie “Los barros y los lodos”- Los barros – 5 - El justo castigo
“De aquellos barros vienen estos lodos”.
Esta expresión de la sabiduría popular nos viene más que bien para el tema que traemos a este libro de temática bíblica.
Aunque el subtítulo del mismo, “Sobre el pecado original”, debería hacer posible que esto, esta Presentación, terminara aquí mismo (podemos imaginar qué son los barros y qué los lodos) no lo vamos a hacer tan sencillo sino que vamos a presentar lo que fue aquello y lo que es hoy el resultado de tal aquello.
¿Quién no se ha preguntado alguna vez que sería, ahora, de nosotros, sin “aquello”?
“Aquello” fue, para quienes sus protagonistas fueron, un acontecimiento terrible que les cambió tanto la vida que, bien podemos decir, que hay un antes y un después del pecado original.
La vida, antes de eso, era bien sencilla. Y es que vivían en el Paraíso terrenal donde Dios los había puesto. Nada debían sufrir porque tenían los dones que Dios les había dado: la inmortalidad, la integridad y la impasibilidad o, lo que es lo mismo, no morían (como entendemos hoy el morir), dominaban completamente sus pasiones y no sufrían nada de nada, ni física ni moralmente.
A más de una persona que esté leyendo ahora esto se le deben estar poniendo los dientes largos. Y es que ¿todo eso se perdió por el pecado original?
En efecto. Cuando Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, lo dota de una serie de bienes que lo hacen, por decirlo pronto y claro, un ser muy especial. Es más, es el único que tiene dones como los citados arriba. Y de eso gozaron el tiempo que duró la alegría de no querer ser como Dios…
Lo que no valía era la traición a lo dicho por el Creador. Y es que lo dijo con toda claridad: podéis comer de todo menos de esto. Y tal “esto” ni era una manzana ni sabemos qué era. Lo de la manzana es una atribución natural hecha mucho tiempo después. Sin embargo, no importa lo más mínimo que fuera una fruta, un tubérculo o, simplemente, que Dios hubiera dicho, por ejemplo, “no paséis de este punto del Paraíso” porque, de pasar, será la muerte y el pecado: primero, lo segundo; lo primero, segundo.
¡La muerte y el pecado!
Estas dos realidades eran la “promesa negra” que Dios les había hecho si incumplían aquello que no parecía tan difícil de entender. Es decir, no era un castigo que el Creador destinaba a su especial creación pero lo era si no hacían lo que les decía que debían hacer. Si no lo incumplían, el Paraíso terrenal no se cerraría y ellos no serían expulsados del mismo.
Y se cerró. El Paraíso terrenal se cerró.
Los barros – 5 - El justo castigo
Podemos imaginar que cuando Dios supo que Adán y Eva habían incumplido lo único que les había prohibido hacer, no dudó lo más mínimo acerca de lo que tenía que hacer.
Sobre el resultado de aquella nigérrima acción de parte de Adán y Eva, pasó lo que tenía que pasar y es que se vieron en la obligación de escuchar la Sentencia del Tribunal de Dios en su contra. Y sería, más o menos, como esto que sigue:
Antecedentes
Yo, Creador, el Bueno y el Justo, Todopoderoso y dador de vida.
Primero.-
Como voluntad mía, tomé la decisión de crear al hombre y, luego, a la mujer. Nada ni nadie instó su creación lo mismo que nada ni nadie había instado la creación de lo que hice los días anteriores. Quise crear al hombre y a la mujer a mi imagen y semejanza, podía hacerlo y lo hice.
Segundo.-
Tal era mi amor por aquel ser creado que le entregué todo lo que había creado para su goce, provecho y uso. Nada dejé de entregarle y puse en su corazón la necesidad de que, unidos, fueran una sola carne y tuviera descendencia porque la Tierra debía llenarse de esos seres humanos. Tal era mi voluntad y así debía cumplirse.
Tercero.-
Sus condiciones de vida eran las mejores que mi corazón podía sugerir: no necesitaban el trabajo para alimentarse, ninguno de los animales creados les iba a poner en peligro y no existía, para ellos, la enfermedad o la tribulación. Se conocían perfectamente entre ellos y nada podía pensar que quisieran cambiar tan benévola situación.
Cuarto.-
Cuando creé al primer hombre puse en su corazón mi Ley. En la misma había un precepto que debía cumplirse. Era el de la obediencia, el que iba a determinar si mi creación, mejor y más buena, sabía Quien los había creado y qué es lo que debían hacer y creer.
Quinto.-
Aquel precepto era sencillo: no debían comer de determinado árbol. En realidad, podía haber puesto otra condición para seguir en el Jardín pero puse ésa. Por tanto, debía cumplirse tal expresión de mi voluntad porque no cumplirla sería, por eso mismo, un cambio de actitud hacia mí, en aquellos que había creado, que todo lo podía cambiar.
Hechos
Antes de haber creado al hombre y a la mujer, hice lo propio con los ángeles. Seres espirituales, no dotados de materia física, gozan de unos beneficios dados por mí muy abundantes y generosos.
Algunos de ellos, sin embargo, se rebelaron contra mi benignidad para con el ser humano y sintieron envidia y odio hacia mi creación más perfecta. Y es que ellos, los ángeles, no podían considerarse hijos míos habiendo sido, como lo fueron, creados antes. Pero sólo el hombre fue creado a mi imagen y semejanza, no los ángeles.
De entre ellos, hubo uno que lideró aquella revuelta. De nombre Satanás ha venido, desde entonces, malmetiendo en mi creación todo lo que ha podido y, como podía ser menos, iba a tratar de pervertir a lo más digno y mejor de ella: al hombre.
Llegado el momento que creyó oportuno, tentó a la mujer a que comiera del árbol que, bien sabía, no debía comer. Y ella se dejó llevar por la tentación olvidando, quiero pensar que lo olvidó, que yo lo veo todo y que soy Todopoderoso, que los había creado a ellos (tanto a Eva como a Adán y al propio Satanás, bueno, antes de que cayera). Nada, pues, se me podía escapar porque nada estaba fuera de mí. Y lo vi todo: el intento de acercamiento a Eva, el rechazo de ella en una primera ocasión, en otra y en otra hasta que quiso escuchar un poco más las palabras de aquel animal en el que se había convertido el ángel caído para pasar un poco desapercibido a los ojos del ser humano. Y cayó. Primero, ella; luego, su esposo Adán que, escuchando la dulce voz de su costilla no supo decir no y dijo sí.
Sentencia
Dados los antecedentes citados arriba y, teniendo en cuenta la Ley que quedó establecida cuando la Creación y los hechos derivados de la actuación del ser humano, vengo a sentenciar lo siguiente:
1. Al respecto de la mujer
Por haber sucumbido a la tentación de la serpiente y haber hecho caso omiso de mi prohibición expresa de no comer del árbol situado en medio del Jardín:
A- Fatigas pasarás por cada uno de tus embarazos y parirás con dolor.
B- Tu marido, en lo sucesivo, te dominará.
2. Al respecto del hombre
Por no haber sabido dejar de escuchar la voz de la mujer, que te incitaba a incumplir mis mandatos y a manifestarte desobediente:
A- Queda maldito el suelo de la tierra por tu causa.
B- El alimento lo obtendrás con el sudor de tu frente.
C- El campo te dará espinas y abrojos.
D- Comerás la hierba del campo.
E- Cuando mueras, volverás a ser polvo de donde has venido.
3- Al respecto de la serpiente (Gn 1, 14-15):
“Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar”.
Por tanto:
1. Caminarás sobre tu vientre.
2. Comerás polvo todos los días de tu vida.
3.-Queda establecida enemistad entre la mujer y tu linaje.
4. La mujer te pisará cabeza cuando tú aceches su calcañar.
Por lo demás, a partir de este momento, Adán y Eva (llamada así por el primer hombre por ser la madre de todos los vivientes) quedan expulsados del Jardín que, con Amor, había hecho para ellos y delante del mismo quedará custodiada la entrada por querubines y la espada de llama impedirá la entrada donde se encuentra el árbol de la vida.
Cúmplase todo esto desde este mismo momento de la historia de la humanidad y véase, desde ahora y para siempre, que la voluntad de Quien todo lo ha creado y mantiene debe ser respetada por aquellos que son sus hijos, creación predilecta de quien es su Padre.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
De aquellos barros pecaminosos vinieron estos lodos de hoy.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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