Semana Santa – Triduo Pascual: Sábado de Gloria y espera-nza

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(Señal de la cruz)

-Dios mío, ven en mi auxilio.

-Señor, date prisa en socorrerme.

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

 

Meditación para el Sábado Santo

Tiempo de esperanza

 

Ciertamente, si pensamos en la situación de aquellos que estaban más cerca de Jesucristo o, por decirlo de otra forma, en cómo debían encontrarse en aquel primer Sábado Santo, no dudaremos acerca de que no era ni buena ni mejorable. Eso era, al menos, lo que debía pasar por el corazón tanto de la Virgen María como de los Apóstoles y otros discípulos que, entonces, pudieran encontrarse con ellos. Y por eso se nos dirá, en un momento determinado, que estaban escondidos “por miedo a los judíos” porque bien sabían cómo se las podían gastar aquellos que, siendo perseverantes en el error y en el odio, habían conseguido de Pilatos la muerte del Cristo.

Podemos casi escuchar, en la distancia grande que hay desde nuestro hoy y aquel día, el silencio que debía reinar allí donde estuvieran escondidos (podemos creer que fuere en el mismo Cenáculo) Debían estar en oración porque aquellos momentos acercarse a Dios podía ser el único consuelo que les quedaba. Aún no habían comprendido…

Era, pues, aquel, un tiempo de espera.

Es más que seguro que no tuviesen muy claro qué debían esperar. Nosotros, ahora, sí sabemos qué debían esperar pero el desconcierto y desconsuelo en el que se encontraban los que, hasta hacía pocas horas, habían caminado con el Hijo de Dios, era muy grande. De todas formas, ellos esperaban no sabían qué pero esperaban a que pasara algo.

Podían pasar varias cosas. Ninguna de ellas era buena para los que habían seguido al Maestro de Nazaret. Y es que sus perseguidores no iban a dudar, nada de nada, en ir tras los que habían considerado que lo que decía el hijo de María era bueno y mejor. Y como no iban a dudar nada de nada, la vida de todos los reunidos junto a la Madre pendía de un hilo más que fino y quebradizo. Y es que no podían dejar de hacer “limpieza” espiritual a través de la física…

Es verdad que ahora mismo, y desde unos años después de que pasara todo aquello, la Iglesia, llamada, católica, tiene al Sábado Santo como un día de meditación en la Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, para los testigos directos de todo lo que había pasado, la espera de que sucediera algo debía ser algo más que angustiosa. Y es que esperaban sin saber qué esperar…

Y, sin embargo, Jesucristo había sembrado en sus corazones que debían tener esperanza. Por eso muchas veces les predicó acerca de la salvación y de que debían querer salvarse. Y, para eso, la esperanza, lo que se esperaba no con desesperación sino con gozo en el alma, sostenía sus vidas. Y es que, aún sin saber qué, lo bien cierto es que confiaban en las palabras del Maestro de que, a pesar del dolor que podían sentir en aquel momento, llegaría un momento en que lo volverían a ver y, entonces, su alegría nadie se la podría quitar.

Sabían, por tanto, que Jesucristo nunca mentía y si había dicho que volvería con ellos a los pocos días… entonces es que volvería con ellos a los pocos días.

Todo, sin embargo, estaba por hacer. Y aquellos que estaban reunidos, con miedo, aún guardaban en su corazón las palabras de su Maestro y eso había hecho que, desde el momento en que lo habían llevado al sepulcro hasta aquel ahora mismo algo les dijera que no, que no todo estaba perdido.

Y oraban. Sabían que Dios los escuchaba más que bien porque el hijo de María les había enseñado a orar. Y estamos más que seguros que muchas veces, en aquellas horas de espera y de esperanza, se dirigieron al Padre Dios pidiéndole por su Reino y por su perdón.

De todas formas, no pasarían muchas horas para que aquel Sábado Santo fuera un verdadero Sábado de gloria. Y es que lo que pasaría después les confirmaría que todo era verdad y que el Maestro les había enseñado lo único que podía enseñar: había venido al mundo para que el mundo que creyese en Él se salvase. Y eso era, exactamente, lo que iba a pasar y lo que entonces se estaba fraguando en el corazón de Dios.

 

Oración final

 

En este día especial,

Padre Dios Todopoderoso,

esperamos que tu Hijo,

que ha poco murió y fue sepultado,

vuelva a la vida para salvar

a sus hermanos.

Hoy, sábado glorioso,

día de espera y de esperanza,

anhelamos su vuelta

y meditamos, perseverando,

que llegue pronto el domingo

para romper la cadena

que nos une con la muerte

y creer, firmemente,

en la vida que es eterna.

Amén.

 

Padre nuestro, Gloria, Ave María

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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