Semana Santa – Triduo Pascual: Viernes Santo de dolor y sufrimiento
(Señal de la cruz)
-Dios mío, ven en mi auxilio.
-Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Texto Bíblico
Jn 18, 1-19,42
“1 Dicho esto, pasó Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. 2 Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. 3 Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. 4 Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: ‘¿A quién buscáis?’ 5 Le contestaron: ‘A Jesús el Nazareno.’ Díceles: ‘«Yo soy.’ Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. 6 Cuando les dijo: ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron en tierra. 7 Les preguntó de nuevo: ‘¿A quién buscáis?’ Le contestaron: ‘A Jesús el Nazareno’. 8 Respondió Jesús: ‘Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.’ 9 Así se cumpliría lo que había dicho: ‘De los que me has dado, no he perdido a ninguno.’ 10 Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. 11 Jesús dijo a Pedro: ‘Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?’ 12 Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron 13 y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suero de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año. 14 Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo. 15 Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, 16 mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. 17 La muchacha portera dice a Pedro: ‘¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?’ Dice él: ‘No lo soy.’18 Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose. 19 El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina.”
Meditación para el Viernes Santo
Sobre la muerte de Jesucristo
Es bien cierto que todo aquello estaba escrito. Es decir, que ni a Jesucristo le venía de nuevas lo que le iba a suceder ni, por eso mismo, se extrañaba nada de nada acerca de tal realidad física y espiritual.
En algunas ocasiones (que nosotros sepamos) el Hijo de Dios habló con sus Apóstoles (aquellos discípulos que caminaban con Él y estaban más cerca del Maestro) que lo que le iba a pasar ni era agradable ni se podía evitar. Y sabemos la reacción, por ejemplo de Pedro, que llevándoselo aparte de los demás le dijo que eso no podía ser.
También sabemos cómo reaccionó Jesucristo: lo llamó, nada más y nada menos, que Satanás porque comprendía que solo el Enemigo podía querer apartar al Hijo de Dios del cumplimiento de la voluntad de su Padre. Y es lógico creer que no es que aquel Apóstol fuera el Maligno sin que el príncipe de este mundo se podía haber apoderado del corazón de la roca sobre la que Cristo iba a construir su Iglesia. Eso sí lo podemos comprender porque es lo mismo que, luego, pasaría en la Última Cena cuando se nos dice que Satanás entró en Judas con un bocado, a través de un bocado…
El caso es que muerte de Jesucristo, en aquel Viernes de verdadera Pasión, no era novedad alguna. Y seguro que tampoco lo era para los más entendidos en las Sagradas Escrituras judías porque lo mismo que el Hijo del hombre las conocía y no dudaba de lo que debía pasar tampoco ellos lo podían dudar. Y por eso pasó lo que pasó.
Sobre la muerte de Nuestro Señor Jesucristo nunca se escribirá bastante. Y no nos referimos a lo físico, a los azotes, a los escupitajos, a la tortura a la que fue sometido el hijo de María. No. Nos referimos a lo que supuso para la humanidad, a que aquella sangre vertida lo fue, con asentimiento de Quien estaba siendo martirizado, porque debían abrirse las puertas del Cielo y sólo la misma permitiría que eso pudiese llevarse a cabo.
Es bien cierto que esto no podemos ser capaces de comprenderlo en su totalidad y que sólo cuando estemos en el Cielo (Dios lo quiera y nosotros seamos capaces de poner de nuestra parte todo lo que podamos ser capaces de poner para que eso se cumpla) se nos abrirán los ojos del alma y, por fin, comprenderemos lo que ahora es misterio y misterio, sin embargo, gozoso aunque doloroso.
A nosotros, de todas formas, nos basta con agradecer a Dios que enviara a su Hijo, a su Hijo Jesucristo que quisiera dar su vida por nosotros y, en fin, al Espíritu Santo que no deje de recordarnos que cuando eso pasó la humanidad estaba perdida y, luego, salvada, sin solución de continuidad.
Esto, se diga lo que se quiera decir al respecto (muchos tenían y tienen a la Cruz bien por locura bien por necedad) es un regalo, un don, una gracia de Dios. Y por eso debemos agradecer, aún sin comprender del todo, que aquella sangre fuese vertida por nosotros, por cada uno de nosotros que creemos en el Enviado del Todopoderoso. Y, aún en el dolor, dar gracias, siempre será un alivio ante tanta incomprensión, tanto dolor y tanto sufrimiento.
Oración final
Quieras, Tú, Señor,
que sobre tus hijos descienda
una bendición gloriosa,
que sobre nosotros,
tras haber recordado y celebrado
la muerte de tu santo Hijo,
la salvación eterna se fundamente
en la Cruz y en la Cruz tenga
origen.
Quieras, Tú, Señor,
que crezca nuestra fe
y con ella aceptemos ser parte
de la Cruz de Cristo.
Amén.
Padre nuestro, Gloria, Ave María.
Eleuterio Fernández Guzmán
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