Semana Santa – Miércoles Santo: lo que podemos aprender de esta Semana
No cabe duda alguna de que si existe un tiempo, no muy extenso, que sea importante para la vida del discípulo de Cristo, es el de la semana que transcurre entre el Domingo llamado de Ramos y el llamado de Resurrección. Y es que fue, aquella, una semana crucial para la vida, no sólo de Jesucristo ni de sus más allegados, sino de la humanidad toda y entera.
El caso es que no son pocas las realidades espirituales que podemos tener por buenas y mejores para nuestra alma. Es decir, que es mucho lo que podemos aprender de estos días de salvación.
Si entendemos que en el Domingo de Ramos, en el nuestro, en el de ahora mismo, hemos acudido jubilosos a adorar a Cristo que entra en nuestra vida para dejar una huella perenne y hemos gozado con su Palabra y con su llegada a nosotros… entonces el fruto de esta Semana Santa habrá sido provechoso y podremos decir, con verdad, que Cristo vive y lo hace para siempre y para volver cuando Dios quiera que vuelva.
Si creemos que con la Última Cena Cristo hará algo más que comer la Pascua con sus más allegados y estamos en la seguridad de que se mostró servicial para que todos lo seamos e instauró la Santa Misa para que, como Eucaristía o acción de gracias, lo recordáramos todo en memoria suya y que, por eso mismo, se quedó para siempre con nosotros hasta que vuelva cuando sea el momento oportuno… entonces el fruto de esta Semana Santa habrá sido grande y, con el mismo, podremos caminar hacia el definitivo Reino de Dios con la seguridad de hacer su voluntad.
Si estamos en la seguridad de que la entrega voluntaria y consciente de Cristo a una muerte fuerte (como será la del Viernes Santo), de cruz, fue hecha porque suponía cumplir con la voluntad de Dios y que era, precisamente, que entregara su vida perdonando y mostrando misericordia e intercesión por aquellos que le estaban matando y que, por eso mismo, la sangre vertida por Jesús no fue en vano sino, precisamente, para ganarnos la vida eterna… entonces el fruto de esta Semana Santa habrá sido dulce y lleno del amor que Dios quiere para nosotros y por el cual entregó a su único Hijo, engendrado y no creado, para que diera la vida por sus hermanos, creados y no engendrados.
Si cuando el sábado será de Gloria porque tenemos la esperanza de que Jesús va a cumplir con lo que había prometido que iba a suceder y que, por eso mismo, en pocas horas volvería a la vida, resucitado, para enviarnos en misión al mundo a proclamar que estaba vivo y que nos convenía creer en Él, entonces, el fruto de esta Semana Santa habrá sido gozoso porque nos ha procurado saber que lo que tiene que pasar, según lo dicho por el Hijo de Dios, pasará.
Si, por último, con el Domingo de Resurrección, hemos considerado que es el más importante para los hijos de Dios y, en especial, discípulos de Cristo, porque el Maestro volvió para quedarse para siempre con nosotros y que, desde tal momento, se nos ofrece la posibilidad de salvarnos si mostramos aquiescencia a su voluntad y amor hacia su Palabra, entonces, el fruto de esta Semana Santa habrá sido ciertamente palpable por nuestro corazón y con el mismo podremos demostrar, una vez más, que ¡Cristo vive! y que, por lo tanto, nuestra fe no es vana sino más que cierta y nuestra esperanza tiene una razón de ser y un nombre: Emmanuel, Yeshua, Cristo.
Hay muchas formas, por lo tanto, de vivir la Semana Santa pero, seguramente, también hay muchas de aprovecharla y de obtener un fruto dulce para nuestro corazón. A cada cual nos corresponde decidir si vale la pena recordar, año tras año, que Cristo murió por nosotros y que la vida eterna nos ha abierto una puerta por la que se entra creyendo en Jesucristo y confesando que creemos en Dios Todopoderoso. Tal es el requisito y, claro, ser consecuentes con la fe que decimos profesar.
Los frutos de la Semana Santa, por otra parte, no pueden ser amargos porque la muerte de Cristo fue la que fue porque estaba escrito que así fuera. Lo reconoció el profeta Isaías y, tras él, los acontecimientos que le dieron la razón a tantos siglos de distancia prueban, una vez más, que la voluntad de Dios ha de ser cumplida y que hacerlo es, sin duda alguna, el fruto más dulce y el sabor más cercano a la eternidad del que podemos disponer. Y está puesto ahí por el Creador.
Vemos, por tanto, que, como frutos de la Semana Santa, son muchas las realidades espirituales que nos vienen la mar de bien para cimentar, sobre la Roca que es Cristo, una existencia de la que se pueda decir que es propia de un discípulo del Hijo de Dios. Y no podemos negar, porque sería mentira, que desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección han pasado mucho más que una semana porque ha pasado, por decirlo pronto, Dios salvando a la humanidad. Ni más ni menos.
Eleuterio Fernández Guzmán
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