Semana Santa – Lunes Santo: el primer día del principio
La vida de Jesucristo, apenas unos días antes de que diera comienzo su Pasión, sigue por los caminos que había trazado Dios cuando lo envió al mundo a que el mundo se salvase.
El caso es que el Evangelio de San Juan (12, 1-11) nos pone sobre la pista de qué es lo que hacía Jesucristo entonces. Y es que seis días antes de la Pascua, ha de cumplir con la voluntad de Dios de ser misericordioso con quien necesita misericordia.
Como podemos imaginar, el Hijo de Dios, también tenía amigos íntimos. Es decir, aquí no nos referimos a los que le seguían, a sus discípulos (más o menos cercanos) sino a aquellos que habían convivido con Él durante la infancia. Y tales personas, seguramente, tenían una consideración más que especial para Jesucristo.
Con esto queremos decir que el hijo de María y de José era, en tal sentido, como una persona más y debía conocer más que bien a los que, en su propio pueblo o muy cerca del mismo, lo habían conocido desde bien pequeño.
Eso pensamos que eran Marta, María y Lázaro. Para Jesús, aquellos tres hermanos eran muy especiales. Y eso lo demuestra hoy mismo, cuando pasa lo que es más que conocido por todos.
Algunos dijeron eso de “Mirad cómo lo quería” cuando vieron como Jesús lloraba ante la tumba de Lázaro.
Y es que su amigo de toda la vida había muerto. Pero Jesús, en un principio, como sabemos, pareciera no hacer mucho caso cuando acuden a decirle que su amigo se encuentra muy enfermo. Incluso pudiera parecer que espera a que se muera para ir a Betania. Y es que, ciertamente, es así.
Pudiera parecer muy duro esto. Es decir, como luego le diría una de las hermanos de Lázaro, si hubiera ido antes al pueblo, Lázaro no estaría muerto.
Pero aquella hermana y amiga de Jesús, lo mismo que todos los que vieron la reacción de no acudir a Betania cuando fue avisado de lo que pasaba con su amigo, no acabaron de entender de qué se trataba todo aquello.
Era por la gloria de Dios.
Sí, lo que Jesús iba a hacer con Lázaro no era para su propia gloria sino para la de su Padre. Es decir, si no había ido rápido a Betania, a la primera palabra que conoció sobre el estado físico del hermano de Marta y María, era por algo. Jesucristo no actuaba sin razón alguna o, por decirlo de otra manera, sabía más que bien lo que hacía.
Debía mostrar hasta dónde llega el amor de un amigo por su amigo y hasta dónde es posible mostrar misericordia con aquellos que se sienten desolados por la muerte de un hermano o de un amigo, como, en su caso, era para Él, Lázaro.
Y lloró. Jesús lloró, como hemos dicho antes, ante la tumba de su amigo. Y todos reconocieron que lo quería mucho porque, seguramente, había jugado con él por aquellas casas aisladas y por aquellos campos de Dios.
Pero Jesús no se preocupaba, entonces y según las apariencias, por su propia circunstancia. Es decir, ni se alejó de Jerusalén ni acudió a Betania por miedo a ser apresado. Aún no había llegado el momento en que eso pasaría y ahora debía cumplir con su deber.
¿Era deber del Hijo de Dios resucitar a Lázaro?
Digamos que estaba entre sus deberes atender a quién necesitaba ayuda. Y Lázaro, ¡a qué negarlo!, necesita más que ayuda: ¡estaba muerto!
El caso es que, como sabían todos los presentes, para Dios nada había imposible. Y es que si había llevado a cabo la creación… ¿qué no podía hacer?
Jesús sabe que aquello que va a hacer lo lleva a cabo para que todos viesen de Quién venía el poder. No era por sí mismo (aunque fuera Él quien lo hacía) por quien Lázaro iba a resucitar sino que era por el poder de Dios, su Padre y el de todos aquellos allí presentes. Y Lázaro salió de su tumba (pensemos en una cueva, a lo mejor, similar a la que, días después, sería el sepulcro del mismo Jesús) para asombro de los que no habían creído en tal posibilidad y para preocupación de los que allí pudiera haber enviados por los poderosos del Templo de Jerusalén. Y es aquello podía ser la gota que colmara el vaso de la “paciencia” de los perseguidores del Maestro. Y es que ya nadie podría negar que aquel hombre era mucho más que un hombre; vamos, que era Dios mismo hecho hombre. Y aquello debió acelerar aún más el proyecto de matarlo…
Pero Jesucristo no se para en cosas de tal jaez. No. Sabe lo que debe hacer y lo hace. Ni es políticamente correcto ni le importa lo más mínimo el qué dirán aquellos que lo buscan para encontrarle algún fallo espiritual (ellos creen que tiene muchos) y lo que acaba de hacer los pone en guardia más de la cuenta.
Aquel día, que bien podríamos calificar como el primero del principio (pues la muerte de Cristo no fue, más, que el principio de la vida eterna para el ser humano) fue un día más que normal para el Hijo de Dios: curó, sanó y sembró la semilla del Reino de Dios.
Otros, sin embargo, andaban a lo suyo…
Eleuterio Fernández Guzmán
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