Meditaciones de Cuaresma- Personajes de Cuaresma: la Madre
Cuando, en algunas ocasiones, se dice en el Nuevo Testamento, que la Virgen María “guardaba aquellas cosas en su corazón” era porque lo que debía guardar era importante pues, de otra forma, habría pasado sin pena ni gloria por su vida.
Podemos imaginar a María guardando en su corazón un momento como fue la Anunciación. No era poca cosa que el Ángel del Señor se le presente y le diga que, si acepta lo que le va a decir, dará a luz al Hijo de Dios. Ni aquello era muy ordinario ni ella se consideraba la mujer más agraciada del mundo… con serlo, como le diría Gabriel.
También podemos estar seguros de que la esposa de José guardaría en el corazón un momento como aquel en el que vino su hijo al mundo y tuvo que hacerlo en aquel lugar donde tuvo que hacerlo. Ni era poca cosa aquello ni podía ser olvidado.
Exactamente lo mismo, como bien lo recoge el texto bíblico, cuando el anciano Simeón coge al Niño y se da cuenta de que es el Mesías y profetiza acerca de su vida, es lo que debió pasar en el corazón de aquella joven judía que había dado su sí a Dios y, ahora, veía confirmado todo lo que había guardado en su corazón.
Los aquí traídos, apenas son algunos episodios recogidos en las Sagradas Escrituras pero estamos seguros de que María guardó muchas cosas en su corazón antes de que, muchos años después, llegaran aquellos días previos a la traición de Judas y a la posterior muerte y resurrección de hijo Jesús.
A lo largo de los años, María había pasado a ser considerada no sólo madre del Maestro sino, en general, “La madre” pues debía ser considerada como alguien muy especial en aquel grupo de discípulos de Cristo. Y seguros estamos de que muchos acudirían a pedir consejo a la mujer que había traído al mundo al Mesías.
Pues bien, María también estaba pasando su especial Cuaresma.
Ella sabía mucho más que la gran mayoría de seguidores de Jesucristo. Es más, estamos seguros del todo que era la única que comprendía perfectamente que lo que estaba pasando era lo que Dios quería que pasara mientras que la gran mayoría tendría que esperar al domingo después de la muerte de Cristo para empezar, de verdad, a creer. Ella, pues, era creyente desde el mismo momento en el que dijo sí al Ángel Gabriel.
Pues podemos imaginar a la Virgen María pidiendo a Dios por su hijo Jesús. Sabía que el final se acercaba porque debió haber escuchado muchas veces a su hijo anunciarlo y ella, que estaba al cabo de la calle de todo y que era conocedora de todo, no dudaba nada de nada acerca de aquello que decía el Maestro: iba a pasar como decía que iba a pasar.
Casi seguro que eran momentos de angustia para María. Y es que saber lo que ha de suceder (aunque sin saber cuándo, exactamente) no ha de ser nada fácil para quien tiene conocimiento de tales acontecimientos. Es más si ella, la madre del Maestro, ve el comportamiento de muchos de sus discípulos a sabiendas del conocimiento que tiene de lo que ha de pasar, lo único que puede pasar por su corazón es un gran desasosiego aunque no exento de esperanza.
María, la Madre de Dios, debió guardar durante muchos años aquello en su corazón. Y es que no era poco ver como, desde el nacimiento de su hijo en aquel pobre portal de Belén hasta el mismo momento en el que ahora se encontrada (apenas a unos días de la Pasión de Jesucristo) había sido testigo de hechos que, para muchos, no eran más que eso, hechos, pero que, para ella, eran eslabones de una cadena que unían a la humanidad desde su mismo nacimiento hasta el exacto momento en el que el Hijo de la salvación iba a dar su vida por quien tanto ignoraba acerca de su realidad filial.
La Virgen María, que tuvo un corazón tan grande como para guardar tan importantes acontecimientos en su seno, no permitió ser doblegada por aquellos que no eran dignos de ser tenidos por buenos y mejores sino al contrario. Y es que un corazón como el suyo, que era de carne y no de piedra, lo debió transformar todo en gozo y luz divina. Y es que por eso era la llena de gracia.
Eleuterio Fernández Guzmán
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