Meditaciones de Cuaresma - Saber perdonar; pedir perdón
Que Cristo supo perdonar, a lo largo de su vida, las muchas afrentas (las que conocemos son de su llamada vida pública) que le hicieron y las trampas que le tendieron sus perseguidores, es algo que damos por cierto y verdad. Y es que, de no haber sido así, seguramente le habría salido alguna úlcera por soportar todo aquello sin perdonarlo.
El perdón y su origen, el saber perdonar, no es cosa baladí sino algo que procura, a quien lo ejercite, una tranquilidad espiritual que sólo puede tener buenas consecuencias.
En Cuaresma (¡también aquí, más aquí y ahora!) debemos saber perdonar y, también, debemos pedir perdón. Y es que, como es obvio, no es lo mismo una cosa que la otra.
A nosotros pedir perdón nos cuesta. Debemos reconocer que somos muy soberbios la mayoría de las veces y que no estamos muy dispuestos a reconocer que nos hemos equivocado. Sin embargo, es muy sano, espiritualmente hablando, darnos cuenta de eso y, acto seguido, ejercitar el pedir perdón como un ejercicio de sanación interior, personal e intransferible.
El caso es que se nos puede hacer daño material y espiritual: de uno, de otro o de los dos a la vez…
Por muy doloroso que sea el daño material, es bien cierto que el otro, el espiritual, es el que queda, el que permanece en el alma por mucho, mucho, tiempo.
De todas formas, nosotros, los católicos, tenemos un claro mandato dado, primero, por Dios y, luego, por Jesucristo.
Dios nos puso en el corazón el amor para que lo pusiéramos en práctica. Luego, su Hijo nos dijo que nos amáramos unos a otros.
Ahí está lo difícil de la cosa y lo que, de no conseguirlo, puede abocarnos a una soledad grande por alejamiento de Dios: no amar, no perdonar.
El perdón no es muy fácil. En muchos casos es casi imposible y en otros, del todo imposible. Y es que la naturaleza humana es así y es necesaria una fuerza espiritual de voluntad muy grande para hacer según qué cosas.
Bien. Sabemos que debemos perdonar. Ha sido dicho por activa y por pasiva. Así, como ley general del Reino de Dios que es el amor, el perdón, ser capaz de abrazar a quien se ha declarado enemigo tuyo, es expresión exacta y certera de haber comprendido la citada Ley de Dios.
No siempre, de todas formas, somos capaces. Y no lo somos porque la ceguera nos cierra el corazón (y no los ojos) y eso imposibilita que hagamos lo que debemos hacer.
Es difícil, pues, perdonar pero no debemos olvidar que, por muy difícil que fuera, nuestro hermano Jesucristo hizo lo propio, nada más y nada menos, que con aquellos que lo estaban matando…
Si pudo el Maestro, ¿no vamos a ser nosotros capaces de hacer lo mismo? No lo podremos superar nunca pero, al menos, ¿no haremos otro tanto?
No. Muchos dirán que, como mucho, pueden olvidar pero que no son capaces de perdonar.
Pero nosotros, los que sabemos lo que valen las palabras de Cristo en la Cruz, sólo podemos pedir a Dios que perdone a los que causan muertes injustas. Y poner, de nuestra parte, el granito de arena del perdón. Aunque sea pequeño, pequeño, pequeño.
De todas formas, podemos preguntarnos, si es que nos resulta difícil perdonar, qué hay que saber, lo básico y elemental para un católico a Tal respecto:
1º- Que Jesús perdonó a sus enemigos.
2º- Que Jesús es nuestro Maestro.
3º- Que queremos ser como Jesús.
4º- Que Dios quiere que perdonemos.
5º- Que Dios ama mucho a quien perdona.
6º- Que nos ganamos el Cielo cuando perdonamos.
7º- Que es lo que hace todo hijo de Dios.
A lo mejor a alguien esto le pueda parecer poca cosa pero si tiene en cuenta que son, por decirlo así, las generales de la ley del perdón, a lo mejor se piensa dos veces el no perdonar a quien le haya ofendido.
Además, ¿es que no decimos con verdad, en el Padre Nuestro, “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonemos a los que nos ofenden”?
Aunque, claro, también pudiera parecer que el cambio de la expresión “deudas” por “ofensas” a alguien le pudiera parecer que ha devenido a menos la cosa sin darse cuenta de que si alguien nos ha ofendido ha contraído una deuda con nosotros (que se paga con pedir perdón y, claro, cuando eso sea conveniente, con la restauración del daño causado) pero que si nosotros hemos sido los ofensores, la deuda es nuestra y pedir perdón entonces no es que sea algo que se puede o no hacer sino una actitud propia de quien es capaz de ser lo que dice ser: hijo de Dios.
Ahora, es cierto esto, es tiempo de Cuaresma, y el pedir perdón debería estar al orden del día. Pero saber perdonar, también.
Eleuterio Fernández Guzmán
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