Meditaciones de Cuaresma - Valores de Cuaresma: servicio; servir.
En un momento determinado de su predicación, que recoge San Lucas en 22, 25-27, el Hijo de Dios dice esto:
“Él les dijo: ‘Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve’”.
El caso es que cuando Jesús hablaba, y así lo recogen las Sagradas Escrituras, lo hacía de forma que la misión que tenía encomendada (cumplir la Ley de Dios y, sobre todo, el mandato más importante que es el del amor) llegase el corazón de aquellos que le escuchaban.
Jesús sabe que el ser humano es como es y que, en cuanto tiene poder sobre otras personas, tiene la tendencia a abusar del mismo. Si bien ahora mismo, en este siglo XXI, es posible que eso se hay atemperado, en tiempos del Hijo de Dios era propio de quien gobernaba abusar. Es más, Jesús nos dice que quien ejerce el poder obliga a ser llamado, además, “Bienhechor” como si fuera algo divino o, en fin, mandato de Dios mismo.
Reconoce, Jesús, que el abuso es algo ordinario pero también reconoce que no es algo bueno sino, al contrario, ajeno a la voluntad de Dios que goza con la misericordia entre sus hijos y no, como solía (y aún suele ser aunque de otras formas más sutiles) ser habitual, con aquello que supone, al fin y al cabo, la vida ordinaria del ser humano.
Sin embargo, aquello de hacer cumplir la Ley de Dios por parte de Jesucristo suponía hacer ver la verdad de las cosas que no era, precisamente, la del funcionamiento ordinario del poder y de quien lo ostentaba.
En el Reino de Dios las cosas han de ser muy distintas o, mejor, radicalmente distintas pues has de cambiar desde la misma raíz de su esencia y existencia.
¿Qué, pues?
Lo que caracteriza a Jesús, en esto y en todo lo que hace, es ponerse como ejemplo. Es decir, no dice “este o el otro hace esto y está bien” sino yo hago esto y, por tanto, tratar de hacerlo mismo, hacerlo, está bien y es lo que se tiene que hacer.
El sentido de las posiciones sociales ha de cambiar para que el Reino de Dios sea, en efecto, una realidad. Por eso dice Jesús que ha de ser vista la realidad desde otro punto de vista: quien tienen algún tipo de poder ha de devenir servidor de los que eran sus servidores.
Decir esto puede parecer, y lo es, algo bueno porque supone que se comprenda mejor qué quiere decir eso de tener misericordia y saber entenderlo. Sin embargo, no podemos negar que el hecho de que alguien que, por posición social, política o económica, se ponga en situación de quien es dominado o humillado y ocupe su lugar… no es, precisamente, el comportamiento ordinario. Es más, que es lo que casi nunca pasa.
Pues eso ha de pasar para que se el sentido correcto de la Ley de Dios sea comprendido y, sobre todo, cumplido. Por eso dice que se ha de hacer como hace Él: servir.
Servir supone darse cuenta de que se es el último o que, al menos, que se está en el mundo para que el prójimo lleve una vida más llevadera. Y eso sólo se puede conseguir si el amor confluye, a partir del corazón, con la voluntad y se aparta de la existencia aquello que suponga soberbia o falta de comprensión de lo que verdaderamente importa.
Todo, en el Reino de Dios y en el pensamiento del Creador, es distinto: es mayor quien sirve y menor quien se deja servir sin darse cuenta de lo que eso significa y es, más, abusa de tal posición de poder.
Jesús demuestra que esto es posible. Pasó toda su vida, la llamada pública, sirviendo a Dios y a su prójimo. Es más, en la Última Cena demostró, con el lavatorio de los pies de sus apóstoles, lo que suponía servir. Y, además, lo dijo (Jn 13, 14-15):
“Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros.”
Y es que si el ejemplo es dado, nada más y nada menos, que por Dios hecho hombre… ¿qué más podemos pedir?
Pues bien, el sentido del servicio lo muestra Cristo en esto que dice:
“¿Quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve’”.
Ciertamente, es difícil comprender qué quiere decir que, siendo Él a quien debiera servirse, sea Él quien sirva. Y es que, como para Dios nada hay imposible, es hasta posible (como fue lo que pasó) que quien deba ser servido se ponga al servicio de los demás, de sus amigos, como es el caso.
El servicio, por decirlo en palabras de Jesucristo es esto:
“El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”.
Estas palabras dichas por Cristo y recogidas en el evangelio de san Mateo (20, 28) marcan un camino diáfano que debe seguir quien se considera discípulo del Hijo de Dios. Por eso, quien no opta por servir en vez de ser servido, está haciendo dejación de lo que es uno de los mandatos, sino expresos sí claramente tácitos, que dejó, en su primera venida, Jesucristo.
Por lo tanto servir es manifestar el amor y, por eso mismo, cuanto más servicio se lleve a cabo, más aumentará el amor. Digamos que son realidades que se alimentan una a otra y que, entonces, también, si hay poco servicio el amor que se manifiesta es pequeño, rácano, venido a menos.
Servir, entonces, en el mundo de hoy, para un católico, ha de tener un sentido doble porque así es nuestro amor por Cristo. Así se sirve a la Esposa de Cristo sirviendo al prójimo y de tal manera se demuestra que el amor a Dios no es una vana proclamación sino que tiene efectos en nuestra vida porque, al fin y al cabo la que lo es del creyente ha de estar fundamentada en el pilar de la Fe y en el pilar de las Obras (Santiago 2, 18).
Como sabemos, servir es expresión de amor y, por lo tanto, la caridad tiene mucho que decir en cuanto al servicio. Y si hay un texto que determina, con exactitud, lo que significa el amor, el capítulo 13 de la Primera Epístola a los Corintios lo concreta a la perfección:
“Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca”, para a acabar diciendo (1 Cor 13, 13) que “ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad”, en el sentido de que en el definitivo Reino de Dios no hará falta la fe porque ya veremos a Dios ni tampoco la esperanza porque nada tendremos que esperar pero sí la caridad, el Amor, la primera ley del Reino de Dios.
Por lo tanto, el amor al prójimo ha de verse reflejado en el servicio. Y servicio que soporta, setenta veces siete, las ofensas; servicio que actúa sin envidia y que toma en cuenta lo bueno del prójimo soportándolo todo…que es lo que le hace escribir a san Juan, en su Primera Epístola (4,20), conociendo la verdad de una realidad, a veces, tan difícil, como el amor y el servicio, que “El que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” que es una prueba cierta de verdadero amor y, así, de empuje para la entrega y el servicio.
Y todo lo contrario… no lo quiere Dios y así lo dice el profeta Isaías (1, 10-17) poniendo en boca del Creador lo siguiente:
“…Aborrezco con toda el alma sus solemnidades y celebraciones; se me han vuelto una carga inaguantable. Cuando ustedes extienden las manos para orar, aparto mi vista; aunque hagan muchas oraciones, no las escucho, pues tienen las manos manchadas en sangre. Lávense, purifíquense; aparten de mi vista sus malas acciones. Dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien. Busquen el derecho, protejan al oprimido, socorran al huérfano, defiendan a la viuda.”
El amor, reflejado en la protección de quien sufre, de quien se ha quedado solo en el mundo… en fin, el servicio y servir a los demás que, además, están más necesitados, los pobres de los que dijo Jesús que siempre los tendríamos con nosotros (Jn 12, 8).
El amor, por lo tanto, es la base del comportamiento del hijo de Dios y no cabe otra forma de saberse discípulo de Cristo si no es manifestando, hacia el prójimo, un sentido amor que se refleje en el servicio que se le haga.
Para eso, la Madre Teresa de Calcula, beata, nos dejó la siguiente:
ORACION PARA APRENDER A AMAR
“Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida;
Cuando tenga sed, dame alguien que precise agua;
Cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor.
Cuando sufra, dame alguien que necesita consuelo;
Cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz del otro;
Cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado.
Cuando no tenga tiempo, dame alguien que precise de mis minutos;
Cuando sufra humillación, dame ocasión para elogiar a alguien; Cuando esté desanimado, dame alguien para darle nuevos ánimos.
Cuando quiera que los otros me comprendan, dame alguien que necesite de mi comprensión;
Cuando sienta necesidad de que cuiden de mí, dame alguien a quien pueda atender;
Cuando piense en mí mismo, vuelve mi atención hacia otra persona.
Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos;
Dales, a través de nuestras manos, no sólo el pan de cada día, también nuestro amor misericordioso, imagen del tuyo.”
Y es que, los hijos de Dios lo son en cuanto demuestra que lo son. Lo otro es una vana forma de querer engañar al Creador no sabiendo que eso no es posible. Quien es el Amor sólo puede esperar amor por parte de su descendencia.
Servir, pues, tiene todo que ver con amar, con el amor. Por eso, Jesucristo tanto sirvió en su vida pública y, por eso, nosotros, que miramos en Cuaresma el Corazón de Aquel que supo ser como Dios quería que fuera, sabemos que no podemos actuar ni ser de otra forma.
Ni debemos ni podemos.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Tiempo de espera y de esperanza es la Cuaresma.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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