Serie “De Ramos a Resurrección” - VI- Cuando se cumple lo escrito - La voluntad de Dios
En las próximas semanas, con la ayuda de Dios y el permiso de la editorial, vamos a traer al blog el libro escrito por el que esto escribe de título “De Ramos a Resurrección”. Semana a semana vamos a ir reproduciendo los apartados a los que hace referencia el Índice que es, a saber:
Introducción
I. Antes de todo
El Mal que acecha
Hay grados entre los perseguidores
Quien lo conoce todo bien sabe
II. El principio del fin
Un júbilo muy esperado
Los testigos del Bueno
Inoculando el veneno del Mal
III. El aviso de Cristo
Los que buscan al Maestro
El cómo de la vida eterna
Dios se dirige a quien ama
Los que no entienden están en las tinieblas
Lo que ha de pasar
Incredulidad de los hombres
El peligro de caminar en las tinieblas
Cuando no se reconoce la luz
Los ánimos que da Cristo
Aún hay tiempo de creer en Cristo
IV. Una cena conformante y conformadora
El ejemplo más natural y santo a seguir
El aliado del Mal
Las mansiones de Cristo
Sobre viñas y frutos
El principal mandato de Cristo
Sobre el amor como Ley
El mandato principal
Elegidos por Dios
Que demos fruto es un mandato divino
El odio del mundo
El otro Paráclito
Santa Misa
La presencia real de Cristo en la Eucaristía
El valor sacrificial de la Santa Misa
El Cuerpo y la Sangre de Cristo
La institución del sacerdocio
V. La urdimbre del Mal
VI. Cuando se cumple lo escrito
En el Huerto de los Olivos
La voluntad de Dios
Dormidos por la tentación
Entregar al Hijo del hombre
Jesús sabía lo que Judas iba a cumplir
La terrible tristeza del Maestro
El prendimiento de Jesús
Yo soy
El arrebato de Pedro y el convencimiento
de Cristo
Idas y venidas de una condena ilegal e injusta
Fin de un calvario
Un final muy esperado por Cristo
En cumplimiento de la Sagrada Escritura
La verdad de Pilatos
Lanza, sangre y agua
Los que permanecen ante la Cruz
Hasta el último momento
Cuando María se convirtió en Madre
de todos
La intención de los buenos
Los que saben la Verdad y la sirven
VII. Cuando Cristo venció a la muerte
El primer día de una nueva creación
El ansia de Pedro y Juan
A quien mucho se le perdonó, mucho amó
VIII. Sobre la glorificación
La glorificación de Dios
Cuando el Hijo glorifica al Padre
Sobre los frutos y la gloria de Dios
La eternidad de la gloria de Dios
La glorificación de Cristo
Primera Palabra
Segunda Palabra
Tercera Palabra
Cuarta Palabra
Quinta Palabra
Sexta Palabra
Séptima Palabra
Conclusión
El libro ha sido publicado por la Editorial Bendita María. A tener en cuenta es que los gastos de envío son gratuitos.
“De Ramos a Resurrección” - VI- Cuando se cumple lo escrito -La voluntad de Dios
En el Huerto de los olivos
“Salió y, como de costumbre, fue al monte de los olivos, y los discípulos le siguieron. Llegado al lugar les dijo: ‘Pedid que no caigáis en tentación.’ Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: ‘Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.’
Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra. Levantándose de la oración, vino donde los discípulos y los encontró dormidos por la tristeza; y les dijo: ‘¿cómo es que estáis dormidos? Levantaos y orad para que no caigáis en tentación.’Todavía estaba hablando, cuando se presentó un grupo; el llamado Judas, uno de los Doce, iba el primero, y se acercó a Jesús para darle un beso. Jesús le dijo: ‘¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!’ Viendo los que estaban con él lo que iba a suceder, dijeron: ‘señor, ¿herimos a espada?’ y uno de ellos hirió al siervo del sumo sacerdote y le llevó la oreja derecha. Pero Jesús dijo: ’¡Dejad! ¡Basta ya!’ Y tocando la oreja le curó. Dijo Jesús a los sumos sacerdotes, jefes de la guardia del Templo y ancianos que habían venido contra él: ‘¿como contra un salteador habéis salido con espadas y palos? estando yo todos los días en el Templo con vosotros, no me pusisteis las manos encima; pero esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas.’ Entonces le prendieron, se lo llevaron y le hicieron entrar en la casa del sumo sacerdote; Pedro le iba siguiendo de lejos”
(Lc 22, 39-54).
Podemos decir que Jesús no estuvo muchas horas en el Huerto de los olivos. Nos dice San Lucas que tenía la costumbre de ir a orar a tal sitio. Seguramente, era propiedad del padre del que sería apóstol suyo, de nombre Marcos, pues se reconoce, tradicionalmente, a tal discípulo de Cristo en estos versículos escritos, precisamente y no por casualidad, por San Marcos (14, 51-52):
“Un joven le seguía cubierto sólo de un lienzo; y le detienen. Pero él, dejando el lienzo, se escapó desnudo”.
Resulta, a este respecto, imaginable que si marcos, un joven discípulo de Cristo, estaba en su casa (también atribuida a propiedad de su padre) en el momento de la cena, es de esperar que llevara ropas ligeras como, por cierto, refiere su texto. Y es que podemos imaginar al joven seguir a Jesús, acompañado por Pedro, Juan y santiago, a cierta distancia, hacia el huerto de su padre donde acudía a orar Jesús buscando silencio.
La voluntad de Dios
Sabemos que Jesús había amado a sus amigos hasta el extremo y que tal extremo iba a suponer su muerte en una cruz. También conocemos que, a lo largo de su predicación, no ocultó que debía cumplir la voluntad de Dios, su Padre. Y ahora iba a hacer constar que no se trataba de una expresión dicha para convencer a los que no se dejaban convencer con sus acciones sino que, en efecto, la iba a seguir a rajatabla.
En muchas ocasiones Jesús se había referido a la voluntad de Dios:
“Y no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 5, 30).
“Porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6, 38).
“Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día” (Jn 6, 40).
“Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo” (Mt 6, 9-10).
“No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7, 21).
“Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 50).
El caso es que la voluntad de Dios, lo que significaba, ya había sido acogida, como no podía ser de otra forma, en el antiguo Testamento:
“…más el plan de Yahvéh subsiste para siempre, los proyectos de su corazón por todas las edades” (Sal 33, 11).
“Muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Yahvéh se realiza” (Prov. 19, 21).
“Por eso ha de enlutarse la tierra, y se obscurecerán los cielos arriba; pues tengo resuelta mi decisión y no me pasará ni me envolverá atrás de ella” (Jer 4, 28).
“Si Yahvéh Sebaot toma una decisión, ¿quién la frustrará? Si él extiende su mano, ¿quién se la hará retirar?” (Is 14, 27).
“Yo soy Yahvéh, no hay ningún otro; yo modelo la luz y creo la tiniebla, yo hago la dicha y creo la desgracia, yo soy Yahvéh, el que hago todo esto” (Is 45, 6-7).
Pues bien, en aquella ocasión tan especial como era la que estaba pasando Jesús, con la muerte agazapada para dar el zarpazo, sabe el Hijo de Dios que hay una diferencia grande entre la voluntad de un hombre y la de su creador.
Al respecto de la importancia que tiene la voluntad de Dios en Jesucristo da muestras el hecho acaecido en Jerusalén cuando Jesús cumplió los doce años. Aquel joven que acudía en peregrinación a la ciudad santa se quedó en el Templo cuando sus padres tomaron el camino de vuelta a Nazaret con el resto de su familia.
Podemos imaginar qué pasaría por los corazones de José y María cuando se dieron cuenta de que Jesús no estaba con nadie de la caravana de familiares que volvían a casa.
Luego, cuando lo encuentran en el Templo se sucede la conversación que muestra perfectamente el sentido que tenía para Jesús la voluntad de Dios:
“Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: ‘Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando. Él les dijo: ‘Y ¿por qué me buscabais? ¿no sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?’” (Lc 2, 48-49).
Jesús, como él mismo dice, ha de estar en la casa de su Padre porque ha de cumplir la voluntad del creador. Y eso, en aquel momento, no es entendido ni por José ni por maría aunque la madre, como bien dice el texto de San Lucas, “Conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón” (Lc 2, 51).
Luego, años más tarde, cuando sale del río Jordán una vez recibido el bautismo de penitencia de parte de Juan, sigue cumpliendo la voluntad de Dios. en este caso es el espíritu del creador el que “Lo empuja al desierto” (Mc 1, 12) donde se ha de enfrentar a una voluntad muy contraria a la de su Padre: la de Satanás y sus tentaciones.
Seríadespués,cuandopasapor Samaria y se encuentra con la mujer en el pozo de Jacob, momento en el que vuelve a hacer notar la importancia que tiene para él, lo que supone, la voluntad de Dios:
“Entretanto, los discípulos le insistían diciendo: Rabbí, come.’ Pero él les dijo: ‘Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis.’ Los discípulos se decían unos a otros: ‘¿Le habrá traído alguien de comer?’ Les dice Jesús: ‘Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 31-34).
Jesús, se alimenta, vive, de hacer cumplir lo que Dios quierequehagacumplir. Por eso cuando dice, en el sermón de la montaña, que son bienaventurados aquellos que tienen “hambre y sed de justicia” (Mt 5,6) se está definiendo a él mismo porque también tiene hambre de la Palabra de Dios y sed de la justicia divina del corazón del Padre o, por decirlo de otra forma, hambre y sed de cumplir, de ver cumplir, la voluntad de su Padre.
Por eso, una vez que andaba por Cafarnaúm, se presentan allí a buscarlo María y algunos de sus familiares. Los presentes, como es lógico, le hacen ver que, en efecto, están fuera buscándolo. Entonces:
“Él les responde: ‘¿Quién es mi madre y mis hermanos?’. Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: ‘estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’” (Mc 3, 32-35).
El caso es que cualquiera de los allí presentes podíahaber pensado que, diciendo eso, hacía de menos a su misma madre. Sin embargo, bien sabía Jesús que, precisamente su madre era “su” madre por haber cumplido a la perfección la voluntad de Dios, su Padre.
Sindudaalguna,tododependelavoluntaddeDios,desu santa Providencia. Por eso Jesús enseña, desde el primer momento de su predicación, que hay que cumplirla aunque con eso nos desviemos del camino trazado por el mundo; es más, mucho mejor si lo que sucede con tal cumplimiento es caminar por la senda recta que lleva al definitivo Reino de Dios. Por tanto, Jesús siempre trata de hacer comprender qué significado tiene la voluntad del Padre y, por tanto, hacia qué deben, sus discípulos, apuntar con su conducta diaria. Por eso enseña, en el Padre nuestro, “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10) (como hemos dicho arriba) pues reconoce, en tal cumplimiento, la adecuación gozosa de la de un hijo con la de su Padre, en este caso, Dios mismo.
En otra ocasión, envió Jesús a 72 de sus discípulos a predicar. Lo hizo de dos en dos (cf. Lc 10, 1-10). Cuando regresaron, el mismo evangelista recoge una expresión exacta de lo que supone la voluntad de Dios… de que se cumpla la misma:
“En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el espíritu santo, y dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito’” (Lc 10, 21).
Se había cumplido la voluntad del creador al haber enviado Jesús a sus discípulos a transmitir la Buena Noticia y pidiéndoles que rogaran al dueño de la mies que enviara obreros a su mies (cf. Lc 10, 2) y el maestro, agradecido al Padre por haber hecho que los más sencillos en la fe conociesen las verdades fundamentales de la misma, se dirige a Dios lleno del Espíritu Santo.
De todas formas, en la Última Cena en la que Jesús manifestaría hasta dónde se debe cumplir la voluntad de Dios. A este respecto, ya hemos hecho referencia (en “el principal mandato de Cristo”) a un texto del evangelio de San Juan que muestra claramente el contenido de la voluntad de Dios. Lo repetimos porque resulta bastante clarificador:
“Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Jn 15, 10).
Guardar, pues, los mandamientos de Dios es cumplir la voluntad de aquel que los entregó a Moisés. Es más, permanecen en el amor de Dios aquellos que los cumplen. Y, como sabemos también dice entonces, es el amor la principal obligación: tenerlo y no guardarlo para sí es lo que se debe llevar a cabo porque Dios, sin duda, es amor (cf. Jn 4, 8)
Podemos preguntarnos, al respecto de la voluntad de Dios, cómo se manifestaría mejor la misma en la vida del discípulo de Jesús. Y, para dar respuesta a esta importante pregunta (crucial si se quería llevar una vida de la que pudiera predicarse la propia de un Hijo de Dios) acudimos a la llamada “oración sacerdotal” que Jesús, en aquella Última Cena, proclama:
“Yo he manifestado tu gloria en la tierra llevando a cabo la obra que me encargaste; ahora, Padre, glorifícame tú a tu lado dándome la gloria que tenía junto a ti antes que existiera el mundo. Te he manifestado a los hombres que me confiaste, sacándolos del mundo. Eran tuyos; tú me los confiaste, y ellos han hecho caso de tu mensaje… conságratelos con la verdad; tu palabra es la verdad. como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro a ti, para que también ellos te queden consagrados de verdad. No te pido sólo por éstos; te pido también por los que van a creer en mí, mediante su mensaje. Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros” (Jn 17, 4-21).
Dice Jesús que llevó a cabo la obra que le encargó Dios. cumplió, así, su voluntad; también que aquellos que le confío su Padre hicieron caso del mensaje que les llevó por lo que también la cumplieron.
El caso es que la voluntad de Dios, a lo largo de la vida de su Hijo, se le había ido revelando con el paso del tiempo. Queremos decir que no se trataba de un plan predeterminado en el que para nada contara la voluntad del propio Jesús. Es por eso que a lo que es verdadero querer del Padre llama el Cristo “su hora” que no entiende llegada, por ejemplo, al principio, en las bodas de Caná (cf. Jn 2.-14). También vemos el sentido que aquella “hora” (verdadera voluntad de Dios) tenía para Jesús en este pasaje del evangelio de san Juan 7, 1-6:
“Después de esto, Jesús andaba por Galilea, y no podía andar por Judea, porque los judíos buscaban matarle. Pero se acercaba la fiesta judía de las Tiendas. Y le dijeron sus hermanos: ‘Sal de aquí y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces, pues nadie actúa en secreto cuando quiere ser conocido. Si haces estas cosas, muéstrate al mundo.’ Es que ni siquiera sus hermanos creían en él. entonces les dice Jesús: ‘Todavía no ha llegado mi tiempo, en cambio vuestro tiempo siempre está a mano’”.
Aún, por tanto, la voluntad de Dios no se le había revelado de forma perfecta o, lo que es lo mismo, aún no era tiempo de sufrir su Pasión.
Por tanto, todo, como decimos, había sido cumplir la voluntad de Dios: al principio, en el Jordán; luego, yendo al desierto; volviendo a la vida entre los hombres; escogiendo a sus discípulos (habiendo antes orado como recoge San Lucas en 6, 12) y, en fin, en toda la vida que hemos dado en llamar “pública” para diferenciarla de los muchos años en los que vivió sometido a sus padres en Nazaret.
Y, llegado el momento excelso de entregarse por sus amigos, todo aquello se iba a confirmar. Había llegado el momento culmen de su vida material y espiritual. Entonces, allí, en el Huerto de los Olivos se encontró frente por frente con una situación muy delicada. Luchaba, en su interior, entre lo que, como hombre, como ser que sufría y lloraba, sabía le venía encima y lo que, como Hijo de Dios sabía debía cumplir. Pero aquel hombre, perfecto y perfecto Dios, sabía a qué atenerse. Ni podía fallar en aquel momento decisivo para sí y para la humanidad ni estaba en su mente hacerlo. Por eso, acaece lo que hemos dicho arriba:
“Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: ‘Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú’” (Mt 26, 39).
Se podría pensar que era posible una quiebra en la unidad que existía entre Cristo y Dios que, a la postre, tenía prioridad porque con libertad escogía Jesús la voluntad del Todopoderoso. A Jesús no le quedaba otra porque sabía que otra cosa no debía hacer: era la culminación de un cumplimiento exacto y certero de lo que Dios quería que hiciese. Así se confirma aquel “celo de tu casa me devora” (Jn 2, 17)
“Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: ‘el celo por tu casa me devorará’ –pues les recordaba el Salmo 69,10 donde se decía exactamente “pues el celo por tu casa me devora, y si te insultan sufro el insulto.”
Entonces, en aquel momento crucial de la humanidad, confirma en aquel particular fiat, aquel “hágase” sangriento y de luz, lo que había sido una vida entregada a la verdadera y exacta voluntad de Dios.
No debemos olvidar, por otra parte, la situación espiritual y física por la que estaba pasando Jesús. En aquel momento, según escribe san Lucas (cf. 22, 44) “Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra”. Aquello, sin embargo, no hay que atribuirlo a ningún tipo o forma de situación extraordinaria o milagrosa. No es que Jesús, acuciado por su situación, provocase en sí mismo algo inaudito o que nunca hubiera pasado antes. Y eso es así porque lo que recoge el evangelista que, no por casualidad, era médico, es algo que, si bien no ocurre todos los días a todo el mundo, según la situación por la que pasaba Jesús era, ciertamente, una posibilidad. Y es que en momentos muy extremos de la vida de una persona, como era aquel por el que pasaba Jesús los capilares que se encuentran bajo la piel pueden llegar a dilatarse tanto que es posible acaben reventando. Entonces, al ponerse en contacto con las glándulas que producen el sudor en el cuerpo humano se mezclan con ellas y salen a la superficie de la piel y aparecen, al unísono, sudor y sangre. Podemos, pues, imaginar, la situación de extrema tensión por la que estaba pasando Jesús para que acaeciera aquel poco habitual fenómeno físico.
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