Serie “Un día con siete mañanas. Sobre la Creación - 3 - El hombre, creación de Dios (Filiación divina)
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.”
(Génesis 1, 1)
Cuando decimos, porque lo creemos, que Dios creó el cielo y la tierra y repetimos aquello de que al séptimo día descansó, no queremos decir, o no deberíamos entender con eso, que el Creador descansó y, acto seguido, se olvidó de lo creado. Muy al contrario es lo que sucedió y sucede porque Quien todo lo creó todo lo cuida y guía y que, por decirlo pronto, el mundo está en sus manos; que el ser humano no es esclavo de Dios sino amigo e hijo suyo y que, cosa que sucedió con Jesucristo, llega a ser capaz de hacerse débil para salvarnos.
Creó, pues, Dios. Y, como dice el Apocalipsis (4, 11) “Tú has creado el universo, por tu voluntad, no existía y fue creado”. Por eso estamos en la seguridad de que lo que existe no es producto de la casualidad sino de la puesta en práctica de un diseño inteligente en manos de una mente algo más que inteligente. Y porque “Todo lo creaste con tu palabra” (Sb 9,1) confesamos nuestra fe en tal creación y nos sometemos a ella no sin olvidar que la entregó para que no la dilapidáramos sino para que cuidáramos de misma.
En los relatos de la Creación (Gen 1,1-2; 2,4-25) podemos constatar que la voluntad de Dios tiene pleno sentido en la comprensión de que lo que crea lo hace, digamos, en beneficio de lo que consideró como muy bueno haberlo creado, su criatura, su semejanza e imagen o, lo que es lo mismo, el ser humano. Somos, por lo tanto, herederos desde que Dios nos crea pues hijos suyos somos y nos dota de alma espiritual, de razón y de voluntad libres.
Creó, pues, Dios. Y lo hizo con el cielo y con la tierra o, lo que es lo mismo, con todo lo que existe y, yendo un poco más allá, con todas las criaturas corporales y espirituales. Por eso dice el Credo, en su versión de Nicea-Constantinopla, “de todo lo visible e invisible” y por eso mismo se nos concede la posibilidad, don de Dios, de tener presente en nuestra existencia a los seres espirituales que no son de carne como somos los mortales pero que aportan a nuestra existencia de creyentes una solidez insoslayable.
El caso es que Dios, cuando llevó a cabo la Creación tuvo que pensar, lógicamente, en todos los detalles de la misma. Pero a Él le llevó el tiempo que le llevó.
En realidad, el día en el que Dios creó lo visible y lo invisible fue uno propio. Queremos decir que el tiempo del hombre y el de Dios no son lo mismo, no duran lo mismo. Por eso la Santa Biblia nos recuerda algo que, para esto, en concreto, es muy importante:
“Porque mil años a tus ojos son como el ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche (Salmo 89, 4).
“Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, ‘mil años, como un día.’” (2 Pe 3, 8).
Sabemos, por tanto, que si para Dios ha pasado un día, para el hombre han pasado 1000 años. Así, podemos sostener que la Creación de Dios ocupó, en tiempo humano, unos 6000 años mientras que para Dios apenas habían pasado 6 días. Aunque esto, claro, sólo lo sabremos cuando, si Dios quiere y ponemos de nuestra parte, estemos en el Ciel.
De todas formas, la Creación, obra portentosa de Quien tiene todo el poder, nos ayuda a comprender lo que significa que para Dios nada hay imposible (como le dijo el Ángel Gabriel a la Virgen María en el episodio de la Anunciación y refiriéndose a su prima Isabel –véase Lc 1, 26-38-) y que aquello, la Creación misma, fue el mejor regalo que un Padre podía hacer a quienes serían sus hijos creados, también, por Él.
Y todo eso pasó y sucedió en un día que, por cosas de Dios, tuvo siete mañanas.
3 - El hombre, creación de Dios (Filiación divina)
“Y dijo Dios: ‘Hagamos al ser humano a
nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano a
imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó.’”
(Génesis 1, 26-27)
En el día en el que, según el Génesis, creó Dios al hombre, macho y hembra los creó, como nos dice el Libro Santo. Desde entonces, entre la criatura y su Creador se estableció una relación tan especial que no se puede entender la existencia del ser humano sin una que lo sea con el Padre y sin una referencia al Todopoderoso.
Decimos, por eso mismo, que la religión y lo religioso no es más que expresión de una voluntad Suprema que quiso crear al ser humano… y lo creó. Y a esto lo llamamos “filiación divina” porque es un vínculo que se ha convertido en divino por ser sujeto principal del mismo el Creador. Y eso es lo que nos “re-liga” con Dios.
Es bien cierto, a este respecto, que el texto aquí traído y que consta en el principio de la Biblia, hay que contemplarlo por partes porque son varias las mismas y con consecuencias ricas y distintas, espiritualmente destacables.
Lo dividimos, a nuestro entender, en tres partes que son, a saber, las que siguen:
1ª. “Y dijo Dios: ‘Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra.”
2ª. “Y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra.”
3ª. “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó.’”
Con en lenguaje típicamente utilizado en las Sagradas Escrituras, estas partes tienen una estructura que no nos resulta nada extraña: empieza y termina con la misma afirmación. Y esto, sin duda alguna, se hace para que se contemple la importancia de lo que se está diciendo que, en este caso, son dos cosas:
- Que Dios creó al hombre y a la mujer.
- Que Dios los creó a su imagen y semejanza.
Pero, ahora, vayamos con las partes en las que hemos dividido (más bien se ha dividido él solo) el texto bíblico.
Ser semejanza de Dios
En un principio, Dios manifiesta su voluntad de crear, como ya sabemos. Y, después de llevar a cabo la creación de todo lo visible era de esperar que no lo dejara todo a su libre devenir. Debía, pues, crear, una criatura que fuese capaz de gozar, en su totalidad, de lo creado. E hizo lo propio con el hombre. Creó, por tanto, al ser humano, como culminación perfecta de su perfecta creación.
“Nuestra”. La Biblia no dice, por ejemplo, “Creo al hombre a semejanza mía” que sería lo esperable de haber intervenido una única persona en la creación. Pero no es eso lo que se nos dice. No. Se nos dice así, en plural.
El plural, aquí, significa que en la creación, como ya hemos dicho arriba, interviene la Santísima Trinidad, es obra de Dios pero es obra del Hijo y, también, del Espíritu Santo.
Ante eso se podría decir, y argumentar, que se trata de una visión típicamente católica (y cristiana en cuanto todo cristiano crea en tal verdad) y que por eso se menciona a las tres Santas Personas. Sin embargo, otra cosa no podía suceder porque en tal momento (o sucesión de momentos temporalmente más o menos extensos) no podía haber una separación, digamos, como se produce cuando el Hijo es enviado al mundo y, luego, el Espíritu Santo, también es enviado al mundo para que cumpla su misión. No. En la creación sólo pudo pasar lo que tuvo que pasar y es que son las Tres Personas que integran la Santísima Trinidad las que, en el mismo instante (entiéndase esto de “instante) de la Creación están, digamos, in situ, ahí, interviniendo.
Pues bien, la creación del hombre la llevan a cabo Dios, el Hijo y el Espíritu Santo. Y lo hacen, además, no de cualquier forma o manera sino que lo hacen “como semejanza nuestra”. Y esto es otro tema de no poca importancia.
Nosotros sabemos que el pueblo judío, en su día escogido por Dios, no puede representar a Dios. En realidad, el cristiano tampoco puede. Y no puede no por prescripción, digamos, espiritual sino porque, simplemente, nadie lo ha visto. Y eso impide hacer una representación del mismo vía material del Creador.
Esto lo decimos porque, al representar a Dios (que, al contrario de lo aquí sostenido, sí se hace) se cree que se puede hacer eso haciendo como que Dios es una persona anciana, con barba y con atributos físicos típicamente humanos.
Sin embargo, cuando en la Sagrada Escritura se escribe con el término “semejanza” no se quiere decir que Dios, como nosotros somos como somos físicamente, al ser nosotros semejantes a Él es que Él es como nosotros. No. Y es que lo que se quiere decir, al hablar de “semejanza” viene a referirse a semejanza espiritual.
Con esto queremos decir, que somos, hemos de ser, semejantes a Dios, en cuanto a su corazón de carne, a su voluntad misericordiosa y, en fin, a toda bondad espiritual que podamos imaginar que tiene Dios, nuestro Padre y Señor. Y en tales características se centra el tema de la “semejanza” que existe entre el hombre y Dios. No debemos equiparar, por tanto, lo físico con lo espiritual pues, además, lo físico, en el hombre, es perecedero y sólo es inmortal el alma. Luego, sólo en lo espiritual debemos centrar nuestra semejanza a Dios. Y lo otro, la forma, digamos, “física” la contemplaremos de alcanzar la Bienaventuranza y la Visión Beatífica.
El poder del hombre
Por otra parte, en la segunda de las partes en las que, naturalmente, se divide este texto bíblico, Dios no se limita a crear al hombre, macho y hembra, sino que las garantiza, digamos, la subsistencia. Y es que les otorga la posibilidad de tener cierta superioridad sobre todo aquello que ha creado, sobre lo que, sin duda, puede servirle de alimento.
El tal mandato de Dios, que es de sometimiento del resto de criaturas a la que ha creado a su “imagen y semejanza” no está puesta sin sentido sino con todo el sentido que tiene Quien todo lo puede y, por tanto, todo lo ha hecho.
Queremos decir que el culmen de la Creación es, como ya hemos dicho, el ser humano. Por tanto, en una hipotética pirámide de vida, el mismo estaría en la cúspide y el resto de seres animados de vida, justamente, por debajo.
De todas formas, esto no debe entenderse en el sentido de que el hombre puede ejercer una especie de tiranía sobre el resto de la creación. No.
Dios, poco después (ya lo hemos recogido arriba y está en Génesis, 1, 28), Dios dice al ser humano recién creado, esto que sigue:
“Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla”.
Pero tal sometimiento hay que entenderlo en su justa medida que no es otra que la que supone respeto hacia la Creación que se nos entrega a manera de “depósito” que, como tal, hemos de entregar a los que vengan detrás de nosotros.
El sometimiento que el ser humano debe mostrar (legítimamente porque es establecido por Dios) es una grave donación del Todopoderoso. Y eso ha de querer decir que la obligación de entrega de la misma a los que han de venir detrás de nosotros es, también, grave. Por tanto, lo creado independiente del ser humano se nos da, ahora bien, con una voluntad implícita de Dios de que hagamos lo posible por respetar aquello que el Creador quiere, a tal respecto, para nosotros. Y es que no ha poder querer Quien todo lo ha creado que quien es semejanza suya actúe de forma torcida al respecto de lo entregado.
Aquí es donde la filiación divina juega un papel más que importante. Y es que si queremos no desconcertar a nuestro Padre del Cielo quien, en definitiva, nos ha procurado la vida a través de nuestros padres de la Tierra, el respeto a la Creación ha de ser exquisito aunque, bien sabemos, que no siempre hemos procedido ni procedemos con tal exquisitez.
Una necesaria redundancia
Ya hemos dicho arriba que el texto bíblico repite algo muy importante. Y, sin duda alguna, lo hace con intención, sobre todo, educativa en materia espiritual; educativa e instructiva.
El caso es que el ánimo de quien ha escrito el Génesis es, como decimos, educar a instruir: lo primero en cuanto se hace necesario aprender lo más elemental de nuestra existencia de seres humanos creados por Dios; lo segundo porque ha de servir de base a un comportamiento basado, precisamente, en tal instrucción.
La Creación, a tal respecto, tiene mucho que decirnos.
Nos dice, por ejemplo, que como somos imagen de Dios debemos amarlo sobre todas las cosas y, también, que debemos amar al prójimo como Dios lo ama: igual que a nosotros. Y de esto, del amor al prójimo, hay mucha huella en la Santa Biblia pues ha sido voluntad del Todopoderoso desde que creó al hombre y al hombre dedicó la misma Creación:
Eclesiástico 10, 6.
“Sea cual fuere su agravio, no guardes rencor al prójimo, y no hagas nada en un arrebato de violencia.”
Eclesiástico 29, 1-3.
“Quien hace misericordia, presta al prójimo, quien le apoya con su mano, guarda los mandamientos. Presta a tu prójimo cuando se halle en necesidad, y por tu parte restituye a tiempo al prójimo. Mantén tu palabra y ten confianza en él, y en toda ocasión encontrarás lo que necesitas.”
Eclesiástico 31, 15.
“Juzga al prójimo como a ti mismo, y en todo asunto actúa con reflexión.”
Marcos, 12, 32-33.
“Le dijo el escriba: ‘Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.”
Romanos 13, 8-10.
“Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de: ‘No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás ‘y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo.’ La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud.”
Sabemos, por tanto, que el amor al prójimo es expresión exacta, en cuanto a filiación divina, de lo que Dios quiere de nosotros, sus hijos. Por eso en tantas ocasiones se nos dice en qué consiste al amor y por eso la imagen de Dios que debemos reflejar es la que vemos que manifiesta el Todopoderoso con “toda” su descendencia.
La filiación divina supone, además, que entre el Hijo de Dios y nosotros hay una relación tan especial como debe haberla entre hermanos. Y queremos decir que somos conscientes que, si bien, Cristo no fue creado sino engendrado (cf. El Credo) el Creador lo envió al mundo para que mantuviese una relación tan cercana al hombre que el mismo pudiera considerarlo hermano suyo… porque lo era y lo es.
En realidad, decir que el Emmanuel es hermano nuestro quiere decir que somos conscientes de lo que supone que lo sea. Y es que el Creador, al crear todo lo que no existía quiso que no quedara desamparado cuando el desamparo llamara a la puerta de la existencia del hombre. Y entonces envió a su Único Hijo engendrado para que el mundo se salvase y pudiera retornar a la Casa del Todopoderoso. Y eso es lo que hizo a su tiempo, cuando le correspondía hacerlo pero, sobre todo, cuando estaba dispuesto que fuese hecho. Y nació así una relación Padre-hombre que es la que favorece, para nosotros los hombres, la salvación eterna.
Eleuterio Fernández Guzmán
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3 comentarios
Defender en 2017 la temporalidad estricta o literal del relato del génesis es muy poco convincente y lleva a que las personas que le lean con una mínima cultura científica, descarten inmediatamente sus afirmaciones (de usted).
Sabemos con bastante certeza la edad del Universo (de la creación si usted prefiere) y no es de 6000 años sino de unos 13.800 millones de años; y sabemos con bastante aproximación lo que es el tiempo:
De hecho una de las cosas que está en discusión entre los científicos de vanguardia es ¿qué paso "antes" de que hubiera tiempo? pregunta que ya muchos filósofos desde Spinoza a Pascal pasando por Kant y muchos más ya se hicieron en su día desde un punto de vista metafísico.
Lo mejor de todo es que una aceptación del Génesis como palabra de Dios y los conocimientos actuales de la ciencia no son incompatibles. Teillhard de Chardin, Küng, y muchos más ya han avanzado en esa línea.
Seguir manteniendo la literalidad del relato de la creación no es bueno para los católicos porque damos imagen de retrógrados incultos.
Nada de lo realmente importante (o teológico) de lo que usted defiende en su artículo se ve afectado o rebatido por esto.
Todas las conclusiones teológicas que usted expresa y que en muchos casos son acertadísimas en mi modesta opinión, son perfectamente compatibles con la concepción actual que del Universo tiene la ciencia.
Todas salvo la historicidad del relato y la edad de la creación.
Ya Max Planck (probablemente el físico más grande del siglo XX) afirmaba: "Para los creyentes, Dios está en el principio y para los científicos al final de todas las consideraciones"
La creación divina del Universo, no solo no ha sido rebatida por la ciencia (a pesar de todos los esfuerzos) sino que existen suficientes indicios (no hay espacio aquí para describirlos todos) para pensar que existe una inteligencia esencial tras de ella (la ciencia no puede llegar más allá).
Otra cosa es el relato del génesis.
Le recomiendo el blog frasesdedios.blogspot.com.es que ha abundado mucho en el tema desde una perspectiva teísta aunque no necesariamente cristiana
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