Serie “De Ramos a Resurrección” - III -El aviso de Cristo - El cómo de la vida eterna
En las próximas semanas, con la ayuda de Dios y el permiso de la editorial, vamos a traer al blog el libro escrito por el que esto escribe de título “De Ramos a Resurrección”. Semana a semana vamos a ir reproduciendo los apartados a los que hace referencia el Índice que es, a saber:
Introducción
I. Antes de todo
El Mal que acecha
Hay grados entre los perseguidores
Quien lo conoce todo bien sabe
II. El principio del fin
Un júbilo muy esperado
Los testigos del Bueno
Inoculando el veneno del Mal
III. El aviso de Cristo
Los que buscan al Maestro
El cómo de la vida eterna
Dios se dirige a quien ama
Los que no entienden están en las tinieblas
Lo que ha de pasar
Incredulidad de los hombres
El peligro de caminar en las tinieblas
Cuando no se reconoce la luz
Los ánimos que da Cristo
Aún hay tiempo de creer en Cristo
IV. Una cena conformante y conformadora
El ejemplo más natural y santo a seguir
El aliado del Mal
Las mansiones de Cristo
Sobre viñas y frutos
El principal mandato de Cristo
Sobre el amor como Ley
El mandato principal
Elegidos por Dios
Que demos fruto es un mandato divino
El odio del mundo
El otro Paráclito
Santa Misa
La presencia real de Cristo en la Eucaristía
El valor sacrificial de la Santa Misa
El Cuerpo y la Sangre de Cristo
La institución del sacerdocio
V. La urdimbre del Mal
VI. Cuando se cumple lo escrito
En el Huerto de los Olivos
La voluntad de Dios
Dormidos por la tentación
Entregar al Hijo del hombre
Jesús sabía lo que Judas iba a cumplir
La terrible tristeza del Maestro
El prendimiento de Jesús
Yo soy
El arrebato de Pedro y el convencimiento
de Cristo
Idas y venidas de una condena ilegal e injusta
Fin de un calvario
Un final muy esperado por Cristo
En cumplimiento de la Sagrada Escritura
La verdad de Pilatos
Lanza, sangre y agua
Los que permanecen ante la Cruz
Hasta el último momento
Cuando María se convirtió en Madre
de todos
La intención de los buenos
Los que saben la Verdad y la sirven
VII. Cuando Cristo venció a la muerte
El primer día de una nueva creación
El ansia de Pedro y Juan
A quien mucho se le perdonó, mucho amó
VIII. Sobre la glorificación
La glorificación de Dios
Cuando el Hijo glorifica al Padre
Sobre los frutos y la gloria de Dios
La eternidad de la gloria de Dios
La glorificación de Cristo
Primera Palabra
Segunda Palabra
Tercera Palabra
Cuarta Palabra
Quinta Palabra
Sexta Palabra
Séptima Palabra
Conclusión
El libro ha sido publicado por la Editorial Bendita María. A tener en cuenta es que los gastos de envío son gratuitos.
“De Ramos a Resurrección” - II. El principio del fin - El aviso de Cristo - El cómo de la vida eterna
“Jesús les respondió: ‘Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará” (Jn 12, 23-26).
Aunque nadie sabía cuándo sería el momento justo en el que Dios decidiría enviar al mesías, lo bien cierto es que alguno debía ser. Es decir, los últimos días de la vida del mundo según lo conocemos tendrían, eso sí, un comienzo que, aunque desconocido, era más que esperado. Suponían, además, una ventana y puerta abiertas a la vida eterna. Pero Jesús sabía mucho más que aquellos que le escuchaban. Es más, estaba en el secreto más buscado de la historia de la humanidad creyente en Dios Todopoderoso. En realidad, había llegado el momento, la hora, como dice el Hijo de Dios. Pero ¿Qué se quería decir con eso de “la hora”? o, mejor, ¿qué suponía que llegara tal momento? sobre eso de “la hora” Jesús diría algo en más de una ocasión. Así, por ejemplo, acerca de que:
“Llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren” (Jn 4, 23).
O un poco después (Jn 5, 28-29):
“No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio”.
La hora, pues, había llegado. Y eso significaba que unos estarían con Dios y su voluntad y otros con el mal y su capricho. Y que había, pues, que escoger entre lo bueno y lo muy malo, entre el bien y lo peor a entender como tal. Pero Jesús añadió algo al respecto de tal hora. No se trata, con ser importante lo dicho antes, de tal circunstancia (verdaderamente crucial para cada uno de los hijos de Dios) sino que viene referido al creador mismo. En realidad, con lo que ha de pasar se ha de dar gloria a Dios. Y tal es la hora fundamental de la historia del hombre. Y, es más, la citada hora del mundo, el momento tan esperado por aquellos que tienen por bueno el mensaje del Padre a la humanidad entera a través del mesías, tiene todo que ver, precisamente, con el enviado. No se trata de una circunstancia que sólo por casualidad corresponda a Jesús sino que es en Él en quien se realiza, en quien se lleva a cabo.
Y ahora Jesús avisa, Jesús pone sobre la pista de lo que ha de pasar. Pensamos que no se trata de una predicción profética porque a Cristo, en el sentido de haber sido tomado por Dios, asido por Dios y, en tal sentido, como pudiera suceder con cualquier profeta, como impelido por el creador a decir esto o lo otro, no pudo haberle sucedido eso. No. Jesús no pudo ser profeta porque era, sencillamente, Dios mismo hecho hombre. El caso es que dice lo que va a pasar. Cierto es que lo dice en su lenguaje, tan especial, que tiene tanto que ver con el significado de las palabras aplicado a la realidad espiritual de la que habla. Pero, al fin y al cabo, el Hijo de Dios, anticipa lo que, al respecto de Él mismo, va a acaecer. Es importante esto que dice Jesús: si el grano de trigo no cae en tierra y muere sólo puede significar que, en el fondo, no ha cumplido con la misión que tiene asignada por Dios que es dar fruto. Y, en efecto, si tal grano no es enterrado y, muriendo a lo que era no viene a ser lo que debe ser (digamos, por ejemplo, una espiga de tal cereal) de poco ha servido. Sin embargo, cumple con lo que tiene asignado si, habiendo sido soterrado ha dejado ser lo que era para venir a ser tal espiga de la que, luego, nacerá el fruto. Cristo, por tanto, ha de ser enterrado para dar fruto. Esto, así dicho, ahora mismo nos dice mucho. Sabemos lo que pasó y eso nos da mucha ventaja respecto a los que entonces escuchaban aquellas palabras. Pero si nos ponemos en la piel de los que estaban cerca de Él cuando eso decía, no podemos dudar que quedaron totalmente perplejos o, sencillamente, sin entender a qué se refería el maestro con aquello que decía.
Jesús, que sabe que no siempre se entiende lo que dice, quiere, con tales palabras, que sus discípulos se vayan preparando. Y para eso, para que no crean que su doctrina se refiere, en exclusiva, a Él mismo, apunta lo siguiente acerca de tal muerte y tal fruto: a todos se refiere lo dicho. no hace falta interpretar mucho sus palabras. Se refiere, precisamente, a los que le escuchan. Y no hace falta, tampoco, hacer extrañas elucubraciones sobre eso. Jesús va al grano (nunca mejor dicho). Quiere que se comprenda que seguirlo supone mucho más que decir, por ejemplo, “sigo al maestro de Galilea”. Eso es importante pero lo es más aún, como pasaría cuando dijo aquello referido a quién eran su madre y sus hermanos (que se recoge en Mt 12, 49-50) tener en el corazón la voluntad de Dios… y cumplirla. Y, para eso, se ha de hacer algo que, siendo difícil, es absolutamente imprescindible: cambiar: “Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: ‘estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”, el cambio que pide Cristo es radical o, lo que es lo mismo, de raíz. No quiere que se maquille la vida espiritual y se añadan determinadas doctrinas suyas a modo de sincretismo religioso. No. Lo que pide Jesús es que se vaya al fondo de la cuestión de la fe.
Por eso dice que hay que perder la vida. Pero no así entendido en el sentido de dejar de vivir sino de dejar, sí, morir, la que era vieja, la antigua, la que se sostenía sobre una falsa interpretación de la Ley de Dios o, también, sin ningún sostén en la citada norma divina por ser pagano. Y es que sólo a eso se puede referir con el odio hacia la vida de cada cual pero, bien entendido, a la vida de “antes” de convertirse a la verdadera (única) fe en Dios Todopoderoso a través de su Único Hijo que tenían, precisamente, delante y decía aquello que decía.
Pero Jesús conoce al ser humano. Por eso no obliga a nadie a seguirlo. Y utiliza el condicional “si” que quiere decir, digamos, “en caso” de ser seguido. En tal caso, sólo en tal caso, se le servirá como su señor que es. Y sólo en tal caso, sólo, Dios lo honrará por haber, primero, aceptado a Cristo como su enviado y, segundo, cambiado su vida como el creador quería que la cambiase. Y la honra irá dirigida, además, a la vida eterna, a habitar alguna de las mansiones que Cristo está preparando para cada uno de los que creen en Dios porque, como está escrito, “más bien, como dice la escritura, anunciamos: ‘lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios’ preparó ‘para los que le aman’” (1 Cor 2,9 que toma la idea, la tal escritura, de Is 64,3).
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
De Ramos a Resurrección es un tiempo de verdadera salvación eterna.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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