La Palabra del Domingo - 9 de julio de 2017
Mt 11, 25-30
“25 En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. 26 Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. 27 Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. 28 ‘Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. 29 Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; = y hallaréis descanso para vuestras almas. = 30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera’”.
COMENTARIO
Humildad y mansedumbre según Cristo
En el evangelio de San Lucas recoge parte del evangelio de San Mateo. Y dice esto que sigue (Lc 10, 21-22):
“En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.’Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.’”
Así, mientras que San Lucas recoge estas palabras de Cristo cuando han regresado los 72 discípulos que envió a predicar (Lc 10, 1) el evangelio de San Mateo que corresponde para el día de hoy no establece tal relación, digamos, temporal, sino que trátase de un texto a modo de “en otra ocasión dijo”.
Bueno. El caso es que las palabras de Jesús tienen importancia en un doble sentido: la revelación de Dios al hombre y, por otro lado, el comportamiento que pide el Hijo del Creador a todo discípulo suyo. Y todo, además, tiene una relación directa.
Tenemos por bueno y verdad que Jesús había venido al mundo a tener muy en cuenta, de parte de Dios, a los que peor andaban por el mundo. Nos referimos a los pobres, a los desfavorecidos, a los enfermos o, en fin, a todo aquel que sintiese una gran carga sobre su vida y existencia diarias.
También tenemos por bueno y verdad que Jesús había “desenmascarado” a los que se consideraban sabios y entendidos en la Ley de Dios pero que, ciertamente, habían tergiversado el sentido preciso de la norma divina. A ellos el Creador no podía referirles nada al respecto de su voluntad en tal expresión de la misma pues creían saberlo todo.
Sin embargo, había muchas personas, no por casualidad las menos consideradas socialmente (los enfermos, pobres, etc. citados arriba) que tenían el corazón abierto y preparado para aceptar a Cristo como el Enviado de Dios y a aceptar, con franqueza, aquello que les quería decir de parte de su Padre, el Padre.
A tales personas se dirigía, muy especialmente, Jesús. No es que a los “sabios” no se dirigiese sino que era más que seguro (como, de hecho, pasaba) que pusieran en entredicho todo lo que decía y hacía. Tenía, pues, unos destinatarios bien definidos de su predicación y de la entrega de la Palabra de Dios.
Pues bien, aquellas personas agobiadas por sus propias circunstancias personales (socialmente marginadas o poco tenidas en cuenta) debían seguir el ejemplo de Cristo. Es más, debían tomar el propio yugo del Hijo de Dios y cargar con él.
El caso es que eso pudiera parecer mucha cosa para tales personas. Sin embargo, sabe Jesús, como bien recoge este evangelio, que su carga es ligera. Lo es porque Él la lleva y acompaña y auxilia, a todo aquel que se avenga a cargar con ella.
Y todo eso había que hacerlo con la concurrencia de dos virtudes no siempre habituales: la mansedumbre y la humildad. La primera de ellas para testimonias que se está a la voluntad de Dios aunque la vida sea dura o, precisamente, por eso mismo; la segunda reconociendo que no se es nada ante Dios y que somos como el “humus”, como la tierra de la que el Creador tomó (algo ya existente) para crear al ser llamado hombre y a la especie llamada humana.
Ser humilde y manso. Eso es lo que propone Jesús a quien quiera seguirlo. Pero no lo hace dejando a su suerte a quien eso acepte y haga sino que le promete acompañamiento y consuelo, unión de manos y de almas.
PRECES
Por todos aquellos que no quieren aceptar el yugo de Cristo.
Roguemos al Señor.
Por todos aquellos que no se quieren dejar acompañar por el Hijo de Dios.
Roguemos al Señor.
ORACIÓN
Padre Dios; ayúdanos a aceptar el yugo de Cristo y a llevarlo, siempre, con nosotros.
Gracias, Señor, por poder transmitir esto.
El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.
Eleuterio Fernández Guzmán
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