“Una fe práctica”- "¿Por qué ir a Misa?" – Los nombres del Sacramento

“La santa Misa alegra toda la corte celestial, alivia a las pobres ánimas del purgatorio, atrae sobre la tierra toda suerte de bendiciones, y da más gloria a Dios que todos los sufrimientos de los mártires juntos, que las penitencias de todos los solitarios, que todas las lágrimas por ellos derramadas desde el principio del mundo y que todo lo que hagan hasta el fin de los siglos”.

Santo Cura de Ars

Sermón sobre la Santa Misa

 

Seguramente la pregunta que da título a este libro tiene mucho de intríngulis espiritual. No se trata de que se digan, sobre todo, las razones para asistir a la Santa Misa (que también) sino, más bien, de constatar que las hay y hacer hincapié en el hecho de que las haya. 

Es bien cierto que, como uno de los siete Sacramentos que instituyó Jesucristo en su primera venida al mundo, la Eucaristía tiene mucho que decir a quien se siente fiel perteneciente a la Iglesia que fundó el Hijo de Dios y a la que, con el tiempo, se dio en llamar católica. 

“Vayan y prediquen el evangelio a toda criatura” (Mc 16,15) es el verdadero origen del sentido universal que quería imprimir Jesucristo a la Iglesia que había fundado. Pero fue San Ignacio de Antioquía (30 al 35 AD, muere C 107) quien, sobre el año 107, en su Carta a los Esmirniotas (8,2) dejó dicho que “Donde esté el Obispo, esté la muchedumbre así como donde está Jesucristo está la iglesia católica".  El caso es que si hay discusión acerca de si “católico” quiere decir, en exclusiva, “Universal” o, también, “Verdadera/auténtica” referida a la fe. Sin embargo, existe una creencia mayoritaria que favorece la primera concepción. A tal respecto, San Policarpo, que fue martirizado 50 años después de San Ignacio de Antioquía, hace uso de los dos sentidos y define a San Ignacio como “Obispo de la Iglesia Católica de Esmirna”.

Por otra parte, San Pacián de Barcelona (375) dejó dicho, su Carta a Sympronian,  que “Cristiano es mi nombre, y católico mi apellido. El primero me denomina, mientras que el otro me instituye específicamente. De esta manera he sido identificado y registrado… Cuando somos llamados católicos, es por esta forma, que nuestro pueblo se mantiene alejado de cualquier nombre herético”; San Cirilo de Jerusalén (315-386), en su Catequesis (18, 23) enseñó que “La Iglesia es católica porque está esparcida por todo el mundo; enseña en plenitud toda la doctrina que los hombres deben conocer; trae a todos los hombres a la obediencia religiosa; es la cura universal para el pecado y posee todas las virtudes”. Pero Sería, de todas formas, Santo Tomás de Aquino, quien desarrollaría los elementos de la teología de la catolicidad. Para el Aquinate la Iglesia es universal en tres sentidos: 

1. Se encuentra en todos los lugares (Cf. Rom 1,8), teniendo tres partes: en la tierra, en el cielo y en el purgatorio. 

2. Incluye personas de todos los estados de vida. (Cf. Gal 3,28). 

3. No tiene límite de tiempo desde Abel hasta la consumación de los siglos. 

Pero es ya en los Hechos de los Apóstoles (continuación, en realidad, del Evangelio de San Lucas) donde se recoge, bien pronto, esto (2,42):

 

“Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones”.

El caso es que, desde que Jesús, en aquella Última Cena tan merecidamente recordada, dijera que se le debía recordar según algunos gestos que hizo (partiendo el pan y repartiendo el vino, por ejemplo) no se ha hecho otra cosa por parte de quienes, allí mismo también, quedaron constituidos como sacerdotes de Dios y servidores de los hombres. 

Cuando Jesucristo dijo aquello de “Haced esto en recuerdo mío” (1 Cor 11, 24) estaba, en realidad, estableciendo un claro mandato pues, siendo su presencia real en las especies del pan y del vino aquello, como era e iba a ser, sería algo más que un simple traer al hoy de cada celebración aquello; sería como un hacer real, cierta y presente, la presencia del Mesías. 

En realidad, toda trifulca acerca de la presencia real de Cristo en las especies pan y vino debería haber sido descartada antes de haber empezado. Y es que Jesús, en aquella Cena, no dice, por ejemplo, “esto es como mi cuerpo” y “esto es como mi sangre”. Lo que dice es, exactamente,

 

“Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: ‘Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío’. De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: ‘Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros’”. (Lc 22, 19-20).

“Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: ‘Tomad, comed, éste es mi cuerpo’. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: ‘Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados’”. (Mt 26, 26-28).

“Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: ‘Tomad, este es mi cuerpo’. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: ‘Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos’”. (Mc 14, 22-24).

De esto hablaremos más tarde pero vale la pena recordar lo que, siendo obvio, ha traído tanta cola a nivel teológico. Y no nos referimos a lo que pudieran ser, digamos, pensamientos católicos o de otro tipo de confesiones sino de la consideración errónea de una verdad tan evidente por parte de creyentes, exclusivamente, católicos. 

Podemos, de todas formas, abundar en el hecho mismo según el cual la Santa Misa es Sacramento crucial (que viene de cruz) para un católico. El caso es que podíamos traer aquí ejemplos muchos de aquellos santos o beatos que han dicho y escrito sobre la importancia de la Santa Misa. Lo deberíamos hacer, y lo vamos a hacer, para que no se pueda decir que en este libro se defiende una tesis (la importancia y necesidad de la Eucaristía para un católico) como algo muy personal. 

San Agustín:

“Cristo se sostuvo a sí mismo en Sus manos cuando dio Su Cuerpo a Sus discípulos diciendo: “Este es mi Cuerpo". Nadie participa de esta Carne sin antes adorarla”

“Reconoce en este pan lo que colgó en la cruz, y en este cáliz lo que fluyó de Su costado… todo lo que en muchas y variadas maneras anunciado antemano en los sacrificios del Antiguo Testamento pertenece a este singular sacrificio que se revela en el Nuevo Testamento". 

San Efrén: 

Oh Señor, no podemos ir a la piscina de Siloé a la que enviaste el ciego. Pero tenemos el cáliz de tu Preciosa Sangre, llena de vida y luz. Cuanto más puros somos, mas recibimos. 

San Francisco de Sales: 

“Cuando la abeja ha recogido el roció del cielo y el néctar de las flores más dulce de la tierra, se apresura a su colmena. De la misma forma, el sacerdote, habiendo del altar al Hijo de Dios (que es como el rocío del cielo y verdadero hijo de María, flor de nuestra humanidad), te lo da como manjar delicioso" 

San Juan Bosco: 

“El objetivo principal es promover veneración al Santísimo Sacramento y devoción a María Auxilio de los Cristianos. Este título parece agradarle mucho a la augusta Reina del Cielo". 

San Juan Eudes: 

“Para ofrecer bien una Eucaristía se necesitarían tres eternidades: una para prepararla, otra para celebrarla y una tercera para dar gracias". 

San Alfonso María de Ligorio: 

“Tened por cierto el tiempo que empleéis con devoción delante de este divinísimo Sacramento, será el tiempo que más bien os reportará en esta vida y más os consolará en vuestra muerte y en la eternidad. Y sabed que acaso ganaréis más en un cuarto de hora de adoración en la presencia de Jesús Sacramentado que en todos los demás ejercicios espirituales del día". 

San Cirilo de Jerusalén: 

“Así como dos pedazos de cera derretidos juntos no hacen más que uno, de igual modo el que comulga, de tal suerte está unido con Cristo, que él vive en Cristo y Cristo en él". 

San Ignacio de Loyola: 

Preparando el altar, y después de revestirme, y durante la Misa, movimientos internos muy intensos y muchas e intensas lágrimas y llanto, con frecuente pérdida del habla, y también al final de la Misa, y por largos períodos durante la misa, en la preparación y después, la clara visión de nuestra Señora, muy propicia ante el Padre, hasta tal grado, que las oraciones al Padre y al Hijo y en la consagración, no podía sino sentir y verla, como si fuera parte o la puerta, para toda la gracia que sentía en mi corazón. En la consagración de la Misa, ella me enseñó que su carne estaba en la de su Hijo, con tanta luz que no puedo escribir sobre ello. No tuve duda de la primera oblación ya hecha" 

El santo cura de Ars, San Juan María Vianney: 

“Si conociéramos el valor de La Santa Misa nos moriríamos de alegría”. 

“Sí supiéramos el valor del Santo Sacrificio de la Misa, qué esfuerzo tan grande haríamos por asistir a ella".

 "Qué feliz es ese Ángel de la Guarda que acompaña al alma cuando va a Misa". 

“La Misa es la devoción de los Santos".

 San Anselmo: 

“Una sola misa ofrecida y oída en vida con devoción, por el bien propio, puede valer más que mil misas celebradas por la misma intención, después de la muerte”.

Santo Tomás de Aquino:

 "La celebración de la Santa Misa tiene tanto valor como la muerte de Jesús en la Cruz". 

San Francisco de Asís:

“El hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote". 

Santa Teresa de Jesús: 

“Sin la Santa Misa, ¿qué sería de nosotros? Todos aquí abajo pereceríamos ya que únicamente eso puede detener el brazo de Dios. Sin ella, ciertamente que la Iglesia no duraría y el mundo estaría perdido sin remedio".

San Alfonso de Ligorio

“El mismo Dios no puede hacer una acción más sagrada y más grande que la celebración de una Santa Misa". 

Padre Pío de Pieltrecina:

“Sería más fácil que el mundo sobreviviera sin el sol, que sin la Santa misa" 

La Misa es infinita como Jesús… pregúntenle a un Angel lo que es la misa, y El les contestará, en verdad yo entiendo lo que es y por qué se ofrece, mas sin embargo, no puedo entender cuánto valor tiene. Un Angel, mil Ángeles, todo el Cielo, saben esto y piensan así". 

San Felipe Neri: 

“Con oraciones pedimos gracia a Dios; en la Santa Misa comprometemos a Dios a que nos las conceda".

San Pedro Julián Eymard: 

“Sepan, oh Cristianos, que la Misa es el acto de religión más sagrado. No pueden hacer otra cosa para glorificar más a Dios, ni para mayor provecho de su alma, que asistir a Misa devotamente, y tan a menudo como sea posible".

 San Buenaventura: 

“La Santa Misa es una obra de Dios en la que presenta a nuestra vista todo el amor que nos tiene; en cierto modo es la síntesis, la suma de todos los beneficios con que nos ha favorecido".

San Andrés Avellino: 

“No podemos separar la Sagrada Eucaristía de la Pasión de Jesús". 

Vemos, pues, que en la creencia de muchos de los mejores de entre los nuestros, la Santa Misa (llamada también Eucaristía) estamos ante un Sacramento básico. Lo es por lo que supone para un discípulo de Cristo que milita en la Iglesia que fundó, la católica; lo es por lo que tiene de luz para quien se sabe hijo de Dios y ha de recibir el alimento celestial que se recibe en la Santa Comunión; lo es por lo que contiene de signo y de realidad; lo es por lo que supone de realimentar nuestra memoria con el recuerdo traído al hoy del sacrificio de Cristo por cada uno de nosotros; lo es por lo que implica para los creyentes católicos saber que entre nosotros se encuentra el mismo Hijo de Dios y que, en el Sagrario, nos está esperando para mantener con nosotros un rato de conversación; y lo es, por fin, porque muestra un camino que seguir, una senda recta que lleva al definitivo Reino de Dios. Digamos, por hacer un símil, que la Santa Misa es como el banderín de enganche diario para que renovemos una realidad tan impresionante, espiritualmente hablando, como la de ser milites Christi. Y eso no es nada fantasioso ni exagerado porque, como dice San Josemaría en “Es Cristo que pasa” (74),

 

“Toda la tradición de la Iglesia ha hablado de los cristianos como de milites Christi, soldados de Cristo. Soldados que llevan la serenidad a los demás, mientras combaten continuamente contra las personales malas inclinaciones”.

 

Santa Misa, pues, sí; Santa Misa, también, porque sí, porque fundamenta la razón de nuestra fe de la que debemos hablar a tiempo y a destiempo dando razón de nuestra esperanza (Cf 1 Pe 3, 15) y porque merece que así hagamos y actuemos.

 

3 - Los nombres del Sacramento

 

Aunque, ciertamente, a este Sacramento se le conoce como el que es eucarístico, Eucaristía, no es poco cierto que se le ha llamado de muchas maneras. No es que cada una de ella haya pretendido imponerse sobre las demás sino que, desde diversos puntos de vista, al sacrificio que recordamos y traemos al presente se le conoce de diversas formas.

 Las dos más comunes son, como sabemos, Santa Misa y Eucaristía. Hay, sin embargo, otros:

 -Cena del Señor.

 -Fracción del Pan.

 -Memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.

 -Santo Sacrificio.

 -Santa y Divina Liturgia.

 -Santo Misterio.

 -Santísimo Sacramento del Altar

 -Sagrada Comunión.

Sin embargo, podemos deducir que, en realidad, no se trata de que cada expresión defina de forma distinta a este crucial Sacramento de la Iglesia Católica sino que cada una de estas denominaciones abarca una realidad propia de la Santa Misa. 

Fracción del Pan 

Cuando pensamos, o nos imaginamos con el corazón, lo que hizo Jesús para instituir la Santa Misa, casi podemos ver al Mesías cogiendo el pan pascual, partiéndolo y repartiéndolo entre aquellos discípulos que, siendo los más cercanos y escogidos por Él, estaban allí presentes. Desde aquel mismo momento el hecho de partir el pan determina lo que es, entre otras realidades espirituales, la Eucaristía. Por eso san Lucas, en sus Hechos de los Apóstoles (2, 42, ya citado en la Introducción), escribe acerca de esto: 

“Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones”.

Esto nos muestra que ya desde el mismo principio de expansión de la Iglesia, luego llamada católica, aquel gesto de partir el pan determinaba, junto al resto de actos, que se estaba celebrando algo importante. 

Pero ¿qué significaba aquel partir el pan? 

Cuando Jesús hace aquel gesto sin duda quiere abundar en el hecho de que, cuando eso deba ser así, aquel pan será su Cuerpo que, como dice Él mismo, será entregado por aquellos allí presentes y por todos los que, a lo largo de la historia de la humanidad en adelante quieran manifestarse como sus seguidores, aquellos que lo aman, sus hermanos. 

Llevar a cabo la fracción de pan significa, además, hacer comunidad. Y es que repartir el pan en una Eucaristía supone dar a entender con meridiana claridad que todos los presentes en la misma forman parte de un grupo (quizá allí pequeño pero parte del Cuerpo místico de Cristo) que dan consistencia a la Iglesia que fundara el Maestro. Es, por decirlo de alguna manera, la constatación directa de la existencia de la misma Iglesia católica. 

Pero hay, sin embargo, un tercer sentido propio del hecho de partir y repartir el pan. Y nos referimos a la nota de caridad que supone dar al que no tiene.

Jesús, cuando reparte el pan, quiere que los que lo coman pasen a formar parte de un grupo (entonces muy reducido pero que crecería mucho) que, entre sí, sean hermanos. Tal fraternidad ha de llevar implícita la nota propia de tal tipo de realidad espiritual: la ayuda, el auxilio, el darse al prójimo. Y Jesús, partiendo aquel pan está diciendo que Él mismo se va a entregar en expresión máxima de amor. Por eso quedaría escrito que no hay amor más verdadero que el de aquel que da la vida por su amigos (Cf. Jn 15, 13). 

Partir el pan, pues, es un elemento esencial de la Santa Misa. Lo sabemos porque junto al vino (luego Sangre de Cristo) constituyen, en sí mismos, lo que es la Eucaristía. Y es que si todo aquel que conoce algo (sin tener fe católica queremos decir) de la Santa Misa sabe que en ella tienen parte muy importante el pan y el vino más aún todos aquellos que formamos parte de la Esposa de Cristo que tenemos en el pan y su fracción, ciertamente, una meta con consecuencias espirituales que miran a la eternidad.

Memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor 

Todo se concentra allí. La Santa Misa es algo más que una celebración. Y lo es porque expresa todo un proceso espiritual que empieza en Getsemaní y termina con la entrega a Dios, por parte de Cristo, de su Espíritu. 

En realidad no pasaron muchas horas entre un momento y el otro. Y es que Jesús, con aquel fiat dado a Dios cuando oraba lleno de miedo ante la inminente muerte (que conocía llegar), con aquel hágase quiso mostrar que hasta en el peor de los momentos (apunto de apurar el cáliz de amargura que le había ofrecido Dios mismo estaba) es posible estar a lo que dice el Todopoderoso que haya que estar.

 “Haced esto en memoria mía”.

Cuando Jesús dice eso está diciendo mucho. Primero, que recordemos lo que hizo; segundo, qué es lo que hizo, precisamente. 

En realidad, la Santa Misa supone, es, algo así como un “traer al ahora” aquello que el Hijo de Dios pasó en unas horas cruciales para la historia de la salvación. 

Cuando Jesús sale del Cenáculo y acude al llamado Huerto de los Olivos sabe a qué atenerse. No es para Él novedad alguna que va a tener que entregar su vida de una forma muy cruenta.

Aquellas horas, las mismas que van desde que Cristo se postra en oración a Dios pidiéndole que, si es posible, pase de él el cáliz que se le estaba ofreciendo para que lo bebiera, hasta su expiración en la cruz, son un verdadero camino. Y son un camino que se recorre en la celebración de la Eucaristía. 

Hacemos memoria, sí, porque no se nos debe olvidar lo que significa que un hombre que, en realidad, era Dios mismo y Espíritu Santo, se deje zaherir, ser escupido, maltratado, flagelado, abandonado por casi todos los suyos para acabar clavado entre unos palos de madera que bañará con su santa sangre. Y, como no debemos olvidarlo, hacemos lo posible para recordarlo en una celebración que, horas antes, había instituido con las palabras ya de sobra aquí citadas y más que conocidas por cualquier católico conocedor de la celebración de un Sacramento tan crucial (nunca mejor dicho porque procede de una cruz, la Cruz por excelencia). Por eso la Santa Misa es, seguramente antes que nada, una memoria que hacemos efectiva porque con ella trasladamos, de un tiempo pasado en años pero no en sentido espiritual, lo que ha constituido un verdadero regalo de Dios: la vida eterna. 

El caso es que esta memoria que hacemos de aquello que sucedió entonces no es, digamos, una simple repetición. No lo es porque sucedió en un momento determinado de la historia y en un lugar bien determinado por los datos que tenemos. Lo que se hace ahora, cada vez que se celebra la Santa Misa, es hacer memoria de aquello en su más pleno sentido y, entonces, participar de la entrega sacrificial de Cristo insertándonos los fieles en la misma y ofreciendo el santo Sacrificio a Dios. 

Santo Sacrificio                              

Arriba ya nos hemos referido al Santo Sacrificio ofrecido a Dios en la Santa Misa y al hecho de que todos los participantes en la misma se aplican, por así decirlo, el beneficio espiritual que se deriva del mismo.

 Decimos, por tanto, que el Sacrificio ofrecido es Santo. Y lo es porque Quien se ofrece en el Altar para que Dios acepte el mismo, es el Único Santo, Jesucristo. Por eso lo que viene a ser una celebración sacramental deviene mucho más. Al ser la víctima que se ofrece en tal Altar el mismísimo Hijo de Dios que, a modo del ofrecimiento de Isaac por parte de su padre Abrahám, ahora sí que es aceptado (en su totalidad efectiva) el mismo, sí que se cumple totalmente el sacrificio. Dios, entonces, acepta la muerte del Hijo y, ahora, la memoria de aquel momento.      

Es, además, Santo el Sacrificio porque aunque muera, en cuanto hombre, un hombre llamado Jesús (hijo de María y de José como padre adoptivo) no es menos cierto que Dios tiene tal muerte como acción propiamente divina y dándole a la misma un valor que traspasa los siglos y va más allá del tiempo conocido y por conocer. Se hace, por tanto, eterno el Sacrificio.                           

Al respecto del significado del Sacrificio como Santo, nos dice San Pedro Julián de Eymard. 

“Para glorificar sin cesar a su Padre, Jesús adoptó el estado de víctima; para que, poniendo el Padre los ojos en El, pueda bendecir y amar la tierra; para continuar su vida de Redentor, asociarnos a sus virtudes de Salvador, aplicarnos directamente los frutos de su muerte participando dentro de su ofrenda y enseñándonos a sacrificarnos junto con El; y también para ponernos a mano, como a María y a Juan, el medio de asistir a su sacrificio”.

Y es que el Sacrificio que se lleva a cabo en la Santa Misa es Santo tanto por Quien es la causa del mismo como por el objeto de la entrega de Cristo en la Cruz. Y es, además, Santo, porque quien muere es Dios mismo hecho hombre.  

Santa y Divina Liturgia

En el apartado del Catecismo de la Iglesia Católica de título “El nombre de este Sacramento” se le denomina, también, “Santa y divina liturgia”. Tal es así porque (1330) 

“Toda la liturgia de la Iglesia encuentra su centro y su expresión más densa en la celebración de este sacramento”.

Vemos, por tanto, que la Santa Misa es, por decirlo así y sin desmerecer al resto de expresiones de la fe que son los Sacramentos, uno que lo es muy importante. Por eso dice que es el centro y que es expresión densa. 

Centro de la liturgia de la Iglesia católica

 En orden a considerar a los Sacramentos como instrumentos espirituales de primer orden, se deja dicho en la “Constitución Sacrosanctum concilium” (relativa a la Sagrada Liturgia) que 

“Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios; pero, en cuanto signos, también tienen un fin pedagógico. No sólo suponen la fe, sino que, a la vez, la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y de cosas; por esto se llaman sacramentos de la ‘fe’". Confieren ciertamente la gracia, pero también su celebración prepara perfectamente a los fieles para recibir fructuosamente la misma gracia, rendir el culto a Dios y practicar la caridad” (SC 59).

 Y es que:

“En efecto, la Liturgia, por cuyo medio ‘se ejerce la obra de nuestra Redención’, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida, y manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia”. (SC 2)

El caso es que se le da importancia que aquí decimos a la celebración de la Santa Misa un poco después:

“La Iglesia, por una tradición apostólica, que trae su origen del mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la Pasión, la Resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los ‘hizo renacer a la viva esperanza por la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos’ (1 Pe, 1,3). Por esto el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean de veras de suma importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico” (SC 106).

La Santa Misa es, pues, el centro de la vida sacramental de la Iglesia católica y el punto a partir del cual todo el resto de Sacramentos cobra su pleno y vivificante sentido.

En todo caso, la importancia que tiene la Eucaristía en cuanto expresión litúrgica proviene de la importancia que, en sí misma, tiene la propia liturgia. A tal respecto, dice el entonces Cardenal Ratzinger en su “Espíritu de la liturgia” (en “Sobre la esencia de la liturgia”):

“San Agustín afirma que, en contraposición a la vida presente, la liturgia no estaría ya tejida por la exigencia ni por la necesidad, sino por la libertad de la ofrenda y del don. La liturgia sería, por tanto, el despertar dentro de nosotros de la verdadera existencia como niño; la apertura a esa prometida grandeza que no termina de cumplirse totalmente en la vida. Sería la forma visible de la esperanza, anticipo de la vida futura, de la vida verdadera, que nos prepara para la vida real –la vida en la libertad, en la inmediatez y en la apertura auténtica de unos a otros-. De este modo, la liturgia imprimiría también a la vida cotidiana, aparentemente real, el signo de la libertad, rompería las ligaduras y haría irrumpir el cielo en la tierra”.

Por eso la Santa Misa es expresión densa de la liturgia católica en el sentido de tener mucho contenido o profundidad.

Santo Misterio

Podemos decir que la Santa Misa es un misterio o, mejor, una serie de Misterios que, por tener la naturaleza que tienen, se denominan Santos.

Queremos decir que, como se atribuye a otras realidades espirituales católicas, también en la Eucaristía se llevan a cabo manifestaciones que no son accesibles a la razón. Las mismas, por lo tanto, son objeto de fe que es, como muy bien definió Jesucristo en una ocasión muy concreta (Cf Jn 20, 29) una forma directa de manifestar que se cree de verdad y que, en suma, se confía en Dios.

 En realidad, también se define la Santa Misa como un “Misterio de fe” porque tanto al respecto de quién oficia la misma como a la víctima que se ofrece en ella permanecen ocultas y misteriosas tales realidades. 

Así, en cuanto quien oficia la Santa Misa es bien cierto que puede tratarse de un sacerdote santo o, al contrario, pecador. Sin embargo, en uno y otro caso no debemos olvidar que es Cristo mismo quien actúa en el momento de la consagración. Y lo hace cuando se dice “Esto es mi Cuerpo… Esto es mi Sangre”. No habla, digamos, el sacerdote como si fuera él mismo en quien radica la importancia de la celebración sino que deja al mismo Hijo de Dios que repita (siendo mucho más que una simple repetición, como ya hemos dicho arriba) aquellas santas palabras que tanto significan para un creyente católico. 

Pero es que también, como hemos apuntado aquí mismo, la Víctima permanece oculta; también misteriosa. Y es que cuando el sacerdote consagra el pan y el vino, especies determinantes aquí, sabemos por la fe que las mismas desaparecen, no en cuanto materiales físicos en sí mismos pero sí en cuanto a su final significado, y pasan a ser, en efecto, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Y nosotros, de todas formas, seguimos viendo el pan y el vino pero no vemos a Jesucristo. Y ahí radica el misterio supremo que sustenta nuestra fe. 

Decimos esto porque es esto lo que supone tener fe y confianza en Dios mismo a través de su Hijo Jesucristo:

 “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo’ Discutían entre sí los judíos y decían: ‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’ Jesús les dijo: ‘En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre’” (Jn  6, 51-56).

Es bien cierto que quien quiera plantear alguna duda al respecto de lo que quería decir Jesús en aquel preciso momento (mucho antes de la celebración de la Última Cena y, por tanto, de la institución de la Santa Misa) puede hacerlo pero también lo es que, al igual que muchos de sus discípulos, tras la Resurrección del Maestro, ataron cabos y acabaron entendiendo lo que hasta entonces era un verdadero misterio para ellos, nosotros sabemos a qué se refería en aquel momento Jesucristo. También sabemos, de todas formas, que eso sigue siendo, también para nosotros, un verdadero misterio, un Santo Misterio.

Santísimo Sacramento del Altar

“El Sacramento más augusto, en el que se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo Nuestro Señor, es la Santísima Eucaristía, por la que la Iglesia vive y crece continuamente. El Sacrificio Eucarístico, memorial de la muerte y resurrección del Señor, en el cual se perpetúa a lo largo de los siglos el Sacrifico de la cruz, es el culmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana, por el que se significa y realiza la unidad del pueblo de Dios y se lleva a término la edificación del cuerpo de Cristo. Así, pues, los demás sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado se unen estrechamente a la santísima Eucaristía y a ella se ordenan”.

Esto lo dice el Código de Derecho Canónico en su canon 897. Y pone las bases del contenido esencial, de lo que supone la Santa Misa como Santísimo Sacramento del Altar. 

Como es bien sabido, ya Noé construyó altares donde adorar a Dios (Gen 8, 20); también lo hizo Abrahám (Cf. Gen 12,8; 13,18; 22,9); Isaac, en Gen 26, 25; Samuel lo construyó (1 Sam 14, 35). Incluso, con propósito equivocado, el erigido en Éxodo 32, 5 donde adorar al becerro de oro al ver que Moisés tardaba en bajar del monte donde había subido.

En realidad, el altar era un instrumento material que se había espiritualizado al hacer uso del mismo para ofrecer sacrificios a Dios y rendirle culto.

Pues bien, tras la venida del Hijo de Dios al mundo y producirse la entrega del mismo, el altar no deja de tener importancia. Lo que viene a pasar es que tiene un sentido distinto en cuanto a la víctima que se inmola en él. 

¿Quién es, pues, la Víctima que se inmola en el Altar del Templo de Dios Todopoderoso para que el tal Sacramento tenga el calificativo de Santísimo?

Bien sabido es de todo creyente católico que es el Hijo de Dios, Dios mismo hecho hombre, Quien es entregado en Cuerpo y Sangre: a Dios como ofrecimiento que acepta el Padre; al mundo como regalo de salvación eterna.

Es en el Altar donde el Sacerdote hace nuestras las especies que, tras la Consagración, dejan de ser (aun siéndolo) materia física para quedar espiritualizadas de tal forma y manera que son la causa primera de todo el Amor de Dios y la última de la historia de la salvación del ser humano, semejanza de Dios Padre.

Esto lo dice, maravillosamente bien, San Alfonso María de Ligorio, en una Meditación suya (la 35) referida a “La amorosa permanencia de Cristo en el Santísimo Sacramento del Altar”:

“En aquella noche en que el Redentor se despedía de sus discípulos para morir, lloraban éstos, transidos de dolor, porque les era forzoso separarse de su amado Maestro. Mas Jesús los consoló diciéndoles, no sólo a ellos, sino también a nosotros mismos: Voy, hijos míos, a morir por vosotros para mostraros el amor que os tengo; pero ni aun después de mi muerte quiero privaros de mi presencia. Mientras estéis en este mundo, con vosotros estaré en el Santísimo Sacramento del Altar. Os dejo mi Cuerpo, mi Alma, mi Divinidad y, en suma, a Mí mismo. No me separaré de vuestro lado’. Estad ciertos de que Yo mismo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos (Mt 28, 20)”.

Y es que Jesús, además de amarlos hasta el extremo (Cf. Jn 13,19), entonces… los consoló también hasta el extremo pues una cosa era estar más que seguros que el Maestro iba a ser zaherido y maltratado y otra, muy distinta, era la seguridad (afirmándolo Él no les cabía duda alguna) de que siempre estaría con ellos y con todos. Y lo estaría con una presencia muy especial en el Altar que, ahora, con su muerte, iba a cambiar el sentido del antiguo altar. Y eso, hasta el final de los tiempos.

El caso es que Jesucristo había dicho a los que, en una ocasión, le escuchaban, que si es que no acababan de comprender qué quería decir aquello de “misericordia quiero, que no sacrificio” (Cf. Mt 9, 13). Y es que Él, precisamente por manifestarse con misericordia de cara al corazón duro de aquellos que le perseguían, se convertiría en la víctima que sería inmolada, Eucaristía a Eucaristía, a lo largo de los siglos.

Por eso, como muy bien dice poco antes de lo aquí traído, en su Meditación 35, San Alfonso María de Ligorio,

“Se quedó Jesús en el Santísimo Sacramento: primero, para que todos le hallemos sin dificultad; segundo, para darnos audiencia, y tercero, para dispensarnos sus gracias. Y en primer lugar, permanece en tantos diversos altares con el fin de que le hallen siempre cuantos lo deseen”.

Hallarlo, escucharnos y donarnos sus gracias. Por eso el Altar es Santísimo y en él se manifiesta, como Sacramento, el Amor inmenso que Dios tuvo por cada uno de sus hijos: dio al Suyo para que muchos se salven.                                              

Sagrada Comunión

Por fin, decimos que la Santa Misa también es Sagrada Comunión. Y es que, en efecto, como ya sabemos, es celebración perfectamente Sagrada pero, también es muestra de unión entre los hijos de Dios que se precian de ser llamados discípulos de Cristo y piedras vidas de la Iglesia fundada por el Hijo de Dios a la que, con el tiempo, se le dio el nombre de católica (en la Introducción hemos escrito acerca de la catolicidad de la Esposa de Cristo). 

Aquí, sin embargo, pudiera parecer que no nos referimos, exactamente, a la misma Eucaristía en cuanto a celebración considerada en sí misma. Lo decimos porque recibir la Comunión, siendo Sagrada como es, viene referido a los fieles católicos que en ella participan. Sin embargo, está tan indisolublemente unido el concepto de recibir la Comunión con la propia celebración (no se entiende uno sin la otra) que bien podemos hablar, aquí también, de esto. 

En sí, pues, la Santa Misa es Sagrada Comunión. Y lo es porque la recepción, en las condiciones establecidas para que sea considerada válida, del Cuerpo (y la Sangre de Cristo cuando eso suceda) por parte del fiel que asiste a la celebración de la Eucaristía constituye el momento crucial de la misma. Así, en tal momento, culmina todo el proceso espiritual que comenzó con la entrada del sacerdote y terminar con el “Ite, missa est” en su exacto sentido de enviar a los presentes a predicar el evangelio y la forma de vida que el mismo contiene y difunde.

En realidad, recibir la Sagrada Comunión, en cuanto expresión de agradecimiento al Amor de  Dios entregado a través de su Hijo Jesucristo supone manifestar una fe que se ama y se goza. Al fin y al cabo, como dejó dicho el Santo Cura de Ars: 

“Toda Hostia Consagrada está hecha para consumirse con amor en un corazón humano".

Y son tales especies, ya Cuerpo o ya Sangre (o ambas, según se administren) las que sacralizan una celebración que, imbuida por el sacrificio de Cristo, coadyuvan a la salvación de quien las recibe.

De todas formas, no queremos hablar en este apartado de lo que corresponde a quien comulga sino a lo que significa que la Santa Misa sea considerada como Sagrada Comunión. Y decimos esto porque el sentido que tiene la misma muestra lo que es digno de ser venerado porque tiene un carácter indudablemente divino. Y es que el estar relacionada con Dios y con su Hijo le otorga unas características esencialmente sobrenaturales. 

Tales características permiten abrir una puerta en el corazón de Dios que ha de recibir con gozo las peticiones de perdón que en la Santa Misa profieren los asistentes, las gracias que se dan al Padre por haber hecho el sacrificio tan grande de hacer que Cristo viniera al mundo a salvarlo (con lo que eso iba a suponer). 

Pero que la Santa Misa también es Sagrada lo manifiesta el hecho mismo de la Comunión. Una vez transfiguradas las especies del pan y del vino todo deviene algo distinto. Aún estando en un lugar, digamos, humano, nos trasladamos, vía comida y bebida divinas, al Cielo, allí donde no hay mal ni daño alguno. Y tal es así que durante los 10 minutos siguientes (tiempo que se calcula tarda en ser asimilada por el cuerpo la Sagrada Comunión) somos como sagrarios que portan a Cristo al mundo entero. Por eso la Santa Misa es considerada como Sagrada Comunión.

También lo es porque otorga gracias personales sin las cuales sería muy difícil plantar cara a las tentaciones que el mundo pone ante nuestra realidad. ¿No es gracias a la asistencia, con provecho, a la Santa Misa, por lo que podemos mirar al mundo con el desdén propio de quien sabe que hay otro mejor? ¿Acaso no es por haber participado en una celebración eucarística por lo que sabemos que somos capaces de hacer lo que, a simple vista, parecería imposible como, por ejemplo, saber  sobrenaturalizar el sufrimiento? ¿Es que no queremos ser, en eso, como el Maestro?

Pero hay algo que debemos tener en cuenta al respecto de la consideración de la Santa Misa como Sagrada Comunión. Y es que a través de la misma, de la Comunión, por ser precisamente Sagrada, los fieles gozamos mutuamente de bienes espirituales porque somos partes y miembros del Cuerpo Místico de Cristo. 

Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

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Por la libertad de Asia Bibi. 

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Por el respeto a la libertad religiosa.

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Enlace a Libros y otros textos.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Santa Misa; Cristo presente. ¿Se puede pedir más?

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Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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2 comentarios

  
monchito
Amigo Eleuterio, tengo el atrevimiento de decirle que cuando me dirijo a sus Post, me abruma la densidad del tema.- Para mi, demasiado largos.- Todo cuanto usted publica tiene materia más que suficiente para presentar en formato más breve, más corto.- Siga usted su marcha, siga su camino, es simplemente una observación personal, que de ningún modo quiere interferir en su marcha.- Perdone el atrevimiento, muchas gracias.-

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EFG


No pasa nada. Lo que ocurre en este caso es que se trata de la reproducción de capítulos de un libro que he publicado. Por es tan largo. Es cierto que podía haberlo recortado y ponerlo por partes...
06/07/16 12:51 PM
  
josep
la santísima Eucaristía.
06/07/16 1:38 PM

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