En memoria de todos nuestros difuntos y santos
“Un secreto. —Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos. —Dios quiere un puñado de hombres ‘suyos’ en cada actividad humana. —Después… ‘pax Christi in regno Christi’ —la paz de Cristo en el reino de Cristo.’”
San Josemaría (Camino 301)
En apenas dos días todo el pasado de la Iglesia católica y todo el pasado nuestro, de los fieles que constituimos la misma nos va a hacer repensar qué somos y hacia dónde queremos ir. En realidad, la memoria de todos los Santos y de todos los Difuntos es mucho más que una fecha que conmemoramos como si se tratase de algo que pasa y ya está. No, eso no puede ser así.
Los santos y aquellos hermanos nuestros que aun no hay llegado al Cielo y se encuentran en el Purgatorio-Purificatorio merecen nuestro perpetuo recuerdo. Queremos decir que siempre los debemos tener en el corazón. Es más, siempre los tenemos porque nos dirigimos a ellos, los primeros, para pedir su intercesión y a los segundos para pedir a Dios que los llame pronto hacia sí. Por eso es tan importante tener en cuenta, ahora mismo, por lo menos ahora mismo, a los que nos precedieron y no fueron a parar al Infierno.
Sabemos, pues, que los santos son así considerados por la Iglesia católica y sabemos, también, que gozan de la Visión Beatífica y de la Bienaventuranza. Queremos, deberíamos querer, ser santos. Es, además, lo único que nos conviene ser.
A este respecto, dice el evangelista Mateo, o recoge, una expresión de Jesucristo que centra, muy bien, la cuestión de la santidad hoy día porque supone, en realidad, un buen punto de partida: “sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48) que es, más exactamente, una parte de lo que sigue al Sermón del Monte en el que predicó acerca de las Bienaventuranzas.
Hay que ser, pues, perfectos, aunque sabemos que no es, tal realidad espiritual, nada fácil de conseguir. Por eso, vale la pena recordar lo que en el Génesis (17,1) dice Dios: “Anda en mi presencia y sé perfecto” porque, al menos, nos dice que hemos de tener presente, siempre, a Dios en nuestra vida y tal presencia la hemos de transformar en fruto para que pueda decirse de nosotros lo que San Josemaría dice y que no es otra cosa que “Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo” (número 2 de “Camino”)
Pero, para que tengamos conciencia de lo que la santidad supone, el Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gentium (11) dejó dicho que
“Todos los fieles, cualesquiera que sean su estado y condición, están llamados por Dios, cada uno en su camino, a la perfección de la santidad, para lo que el mismo Padre es perfecto”. Entonces, “A todos los cristianos nos pertenece, por propia vocación, buscar el reino de Dios, tratado y ordenado según Dios los asuntos temporales” (LG 31)
Por tanto, además, de tener a Dios en nuestras vidas, hemos de llevar a la práctica lo que el Concilio Vaticano II llama “asuntos temporales” es decir, aquellos que corresponden a nuestras vidas mientras peregrinamos por el mundo hacia el definitivo reino de Dios. Y es que ordenar la vida según Dios es lo que, fundamentalmente, nos acerca a la santidad, lo que nos procura el Amor del Padre y lo que, al fin y al cabo, nos hace santos.
Vemos, pues, que todos los santos que en el cielo no son todos los santos que en el mundo hubo sino una porción de las personas a las que se les reconoció, y se reconoce, el cumplimiento de la perfección citada supra.
Y, sobre todo esto dicho, las Sagradas Escrituras dice esto tan importante:
“Sed santos para mí, porque yo, Dios, soy santo, y os he separado de las gentes para que seáis míos”, en Lev 20,26.
“Pero el que guarda sus palabras, en ese la caridad de Dios es verdaderamente perfecto. En esto conocemos que estamos en Él”, en 1Jn 2,5.
“Por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad”, en Ef 1,4.
Por eso, porque fuimos elegidos desde la misma eternidad, merece Dios la santidad que nos reclama pero no como deuda sino como pura devoción y amor.
Pero no podemos olvidar que el segundo día del mes decimoprimero del año debemos un muy especial recuerdo a las almas de aquellos cuerpos que, tras el Juicio particular, han dado con su realidad en el Purgatorio o Purificatorio, que eso es y viene a significar.
Sobre el Juicio particular, dice el Catecismo de la Iglesia católica, lo siguiente:
“1021 La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno con consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros.
1022 Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Cc de Lyon: DS 857-858; Cc de Florencia: DS 1304-1306; Cc de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. Benedicto XII: DS 1000-1001; Juan XXII: DS 990), bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Benedicto XII: DS 1002).”
La doctrina católica sabemos, pues, lo que nos dice al respecto de momento tan crucial de nuestra futura, y eterna, existencia.
En general, se nos recomienda tener presente en nuestra vida de oración, precisamente, a las almas del Purgatorio. Y orar, por ejemplo, con San Agustín
“Dulcísimo Jesús mío, que para redimir al mundo quisisteis nacer, ser circuncidado, desechado de los judíos, entregado con el beso de Judas, atado con cordeles, llevado al suplicio, como inocente cordero; presentado ante Anás, Caifás, Pilato y Herodes; escupido y acusado con falsos testigos; abofeteado, cargado de oprobios, desgarrado con azotes, coronado de espinas, golpeado con la caña, cubierto el rostro con una púrpura por burla; desnudado afrentosamente, clavado en la cruz y levantado en ella, puesto entre ladrones, como uno de ellos, dándoos a beber hiel y vinagres y herido el costado con la lanza. Librad, Señor, por tantos y tan acerbísimos dolores como habéis padecido por nosotros, a las almas del Purgatorio de las penas en que están; llevadlas a descansar a vuestra santísima Gloria, y salvadnos, por los méritos de vuestra sagrada Pasión y por vuestra muerte de cruz, de las penas del infierno para que seamos dignos de entrar en la posesión de aquel Reino, adonde llevasteis al buen ladrón, que fue crucificado con Vos, que vivís y reináis con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.”
Pero también podemos hacer mucho más por las benditas ánimas del Purificatorio. En la mente de cualquiera están, por ejemplo, los ofrecimientos de obras, el realizar algún tipo de sacrificio personal que se ofrece por ellas, el tenerlas siempre en nuestra oración además de, por ejemplo, la citada antes. Es decir, como una especie de “intención transversal” que pase por todas nuestras oraciones. Así, San Juan Pablo II, en la Catequesis de 4 de agosto de 1999 dijo que
“Así como en la vida terrena los creyentes están unidos entre sí en el único Cuerpo Místico, así también después de la muerte los que viven en estado de purificación experimentan la misma solidaridad eclesial que actúa en la oración, en los sufragios y en la caridad de los demás hermanos en la fe. La purificación se realiza en el vínculo esencial que se crea entre quienes viven la vida del tiempo presente y quienes ya gozan de la bienaventuranza eterna.
Orar aún sabiendo que somos pecadores pero confiando en que Dios, que es Misericordioso con nosotros, no tendrá en cuenta nuestro pecado sino, en todo caso, el bien que le podamos hacer a las almas del Purgatorio con un proceder como el aquí propuesto.”
Pidamos a los santos que rueguen por nosotros y a las almas del Purgatorio-Purificatorio asegurémosles que pediremos por ellas.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Por la libertad de Asia Bibi.
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Por el respeto a la libertad religiosa.
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
No deberíamos olvidar nunca a los que nos precedieron en el camino hacia el Cielo.
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1 comentario
Dios le bendiga.
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EFG
Sí. Es, además, verdaderamente triste que recuerdos como el de los Santos o el de los Difuntos que están en el Purgatorio-Purificatorio se olvide y se favorezcan algo así como celebraciones propias del Maligno como es Halloween. Una verdadera pena.
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