“Reflexiones acerca del sentido de nuestra fe"- Veamos algo del Purgatorio-Purificatorio

Proceloso viaje de la Esposa de Cristo

La expresión “Estos son otros tiempos” se utiliza mucho referida a la Iglesia católica. No sin error por parte de quien así lo hace. Sin embargo se argumenta, a partir de ella, acerca de la poca adaptación de la Esposa de Cristo a eso, a los tiempos que corren o, como dirían antiguamente, al “siglo”.

En realidad siempre son otros tiempos porque el hombre, creación de Dios, no se quedó parado ni siquiera cuando fue expulsado del Paraíso. Es más, entonces empezó a caminar, como desterrado, y aun no lo ha dejado de hacer ni lo dejará hasta que descanse en Dios y habite las praderas de su definitivo Reino.

Sin embargo, nos referimos a tal expresión en materia de nuestra fe católica.

¿Son, pues, otros tiempos?

Antes de seguir decimos que Jesús, ante la dificultad que presentaba la pesca para sus más allegados discípulos, les mostró su confianza en una labor gratificada diciéndoles (Lc 5,4)

 ‘Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.’

Quería decirles Jesús que, a pesar de la situación por la que estaban pasando siempre había posibilidad de mejorar y que confiar en Dios era un remedio ciertamente bueno ante la misma.

El caso es que, como es lógico, las cosas han cambiado mucho, para el ser humano, desde que Jesús dijera aquellas palabras u otras de las que pronunció y quedaron para la historia del creyente católico como Palabra de Dios.  Por eso no es del todo extraño que se pueda lanzar la pregunta acerca de si estos son otros tiempos pero, sobre todo, que qué suponen los mismo para el sentido primordial de nuestra fe católica.

Por ejemplo, si de la jerarquía eclesiástica católica se dice esto:

Por ejemplo, de la jerarquía eclesiástica se dice:

Que le asusta la teología feminista.

Que es involucionista.

Que apoya a los sectores más reaccionarios de la sociedad.

Que participa en manifestaciones de derechas.

Que siempre ataca a los teólogos llamados progres.

Que deslegitima el régimen democrático español.

Que no se “abre” al pueblo cristiano.

Que se encierra en su torre de oro.

Que no se moderniza.

Que no “dialoga” con los sectores progresistas de la sociedad.

Que juega a hacer política.

Que no sabe estar callada.

Que no ve con los ojos del siglo XXI.

Que constituye un partido fundamentalista.

Que está politizada.

Que ha iniciado una nueva cruzada.

Que cada vez está más radicalizada.

Que es reaccionaria.

Y, en general, que es de lo peor que existe.

Lo mismo, exactamente lo mismo, puede decirse que se sostiene sobre la fe católica y sobre el sentido que tiene la misma pues, como los tiempos han cambiado mucho desde que Jesús entregó las llaves de la Iglesia que fundó a Pedro no es menos cierto, eso se sostiene, que también debería cambiar la Esposa de Cristo.

Además, no podemos olvidar el daño terrible que ha hecho el modernismo en el corazón de muchos creyentes católicos.

Por tanto, volvemos a hacer la pregunta: ¿son, éstos, otros tiempos para la Iglesia católica?

“Reflexiones acerca del sentido de nuestra fe – Veamos algo del Purgatorio-Purificatorio

                             

Antes de continuar debemos decir que, al igual que las anteriores reflexiones acerca del sentido de nuestra fe referidas al Cielo y al Infierno, la de hoy (referida al Purgatorio o Purificatorio) han sido extraídas del libro “Vida después de la muerte”.

Empezamos, para que nadie pueda dudar de nuestra fe, diciendo que el Purgatorio existe pues, de otra forma (o sosteniendo lo contrario) no seguiríamos adelante.

Para perfeccionar el alma y para hacerla perfecta es por lo que el componente espiritual del ser humano, en caso de ser así, acude inmediatamente cuando es juzgada, al Purgatorio. Allí cumple la pena impuesta y, a través de la misma, limpia el reato de pena que no ha podido satisfacer en vida en la Tierra.

Esto lo dice con otras palabras, más savias y certeras, el P. Iraburu en el Capítulo I (digamos que introductorio) del “Tratado del Purgatorio” de Santa Catalina de Génova, publicado por la Fundación Gratis Date (2005):

“El alma que está en el purgatorio ha sido ya liberada de sus culpas, pero como de ellas no hizo en la tierra una penitencia suficiente, debe padecer ahora la pena del purgatorio, que elimine en su ser ‘toda herrumbre o mancha de pecado’, disponiéndole así para la perfecta y beatífica unión con Dios”.

Abunda, por cierto, poco antes (pp. 7-8 Op. cit)  diciendo que

“En todo pecado hay una culpa que hace caer sobre el pecador dos penas: una pena ontológica, es decir, una consecuencia dejada por el pecado como huella negativa en el alma y el cuerpo del pecador, y una pena jurídica, por la que por justicia se hace acreedor a un castigo. Los hombres, en efecto, al pecar contraemos muchas culpas, y atraemos sobre nosotros muchas penas ontológicas, al mismo tiempo que nos hacemos merecedores de no pocas penas jurídicas, castigos que nos vendrán impuestos por Dios, por el confesor, por el prójimo o por nosotros mismos en la mortificación penitencial.

El bautismo quita del hombre toda culpa y toda pena jurídica, pero no elimina la pena ontológica (p. ej., un borracho lujurioso, bautizado, sigue con su dolencia hepática y venérea). La penitencia, sea en la ascesis o en el sacramento, borra del cristiano toda culpa, pero no necesariamente toda pena, ontológica o jurídica; por eso el ministro impone al penitente una pena, un castigo jurídico, procurando que éste tenga también sentido medicinal; es decir, que venga a sanar la pena ontológica, las malas huellas dejadas en la persona por los pecados cometidos.

Pues bien, según esto, el alma que está en el purgatorio…”

 

Pero es que  Pablo VI, en el “Credo del Pueblo de Dios” (28) nos dice

“Creemos en la vida eterna. Creemos que las almas de todos aquellos que mueren en la gracia de Cristo —tanto las que todavía deben ser purificadas con el fuego del purgatorio como las que son recibidas por Jesús en el paraíso en seguida que se separan del cuerpo, como el Buen Ladrón— constituyen el Pueblo de Dios después de la muerte, la cual será destruida totalmente el día de la resurrección, en el que estas almas se unirán con sus cuerpos. “

Habla, el Santo Padre, del “fuego” con el que son purificadas (en el Purgatorio) las almas tras la muerte y anticipa el final anhelado por todo creyente que se cifra en la resurrección y unión con el cuerpo del que formó parte en la vida terrena. Pero antes, en efecto, en caso de ser así (repetimos la idea, que ya quedó dicha en otro capítulo, según la cual el alma puede tener un triple destino tras el Juicio particular: bien el Cielo, bien el Infierno, bien el Purgatorio) ha de quedar impoluta, blanca y, en fin, digna de presentarse ante Dios-Creador-Todopoderoso y Señor de todo lo existente.

El caso es que acerca de la existencia del Purgatorio  cualquiera diría que nadie ha ido allí y ha vuelto para contarloSin embargo, a pesar de que en esto también habría mucho que decir lo bien cierto es que hay textos Sagrados en los que sí se puede deducir la tal existencia; en cuanto a lo otro, a que nadie ha ido allí, lo bien cierto es que sí que hay testimonios que, seguramente, podrían desmentir esto. Y uno de ellos es el de la Beata Ana Catalina Emmerick, a la que luego haremos referencia, que puede muy bien servir para convertir a más de un incrédulo acerca de este tema.

Pues bien, veamos esto

2 Mc 38-46

“Judas reunió su ejército y se fue a la ciudad de Adulam. Al acercarse el séptimo día de la semana, se purificaron según su costumbre y celebraron el sábado. Y como el tiempo urgía, los soldados de Judas fueron al día siguiente a recoger los cadáveres de los caídos en el combate, para enterrarlos junto a sus parientes en los sepulcros familiares. Pero debajo de la ropa de todos los muertos encontraron objetos consagrados a los ídolos de Jabnia, cosas que la ley no permite que tengan los judíos. Esto puso en claro a todos la causa de su muerte. Todos alabaron al Señor, justo juez, que descubre las cosas ocultas, e hicieron una oración para pedir a Dios que perdonara por completo el pecado que habían cometido. El valiente Judas recomendó entonces a todos que se conservaran limpios de pecado, ya que habían visto con sus propios ojos lo sucedido a aquellos que habían caído a causa de su pecado. Después recogió unas dos mil monedas de plata y las envió a Jerusalén, para que se ofreciera un sacrificio por el pecado. Hizo una acción noble y justa, con miras a la resurrección. Si él no hubiera creído en la resurrección de los soldados muertos, hubiera sido innecesario e inútil orar por ellos. Pero, como tenía en cuenta que a los que morían piadosamente los aguardaba una gran recompensa, su intención era santa y piadosa. Por esto hizo ofrecer ese sacrificio por los muertos, para que Dios les perdonara su pecado.”

Ap 21,27 

“No entrará nada manchado (impuro)”

Y de los siguientes textos del Nuevo Testamento, bien puede inferirse la existencia del Purgatorio:

1 Co 3, 13-15

“’Un día se verá el trabajo de cada uno. Se hará público en el día del juicio, cuando todo sea probado por el fuego. El fuego, pues, probará la obra de cada uno. Si lo que has construido resiste el fuego, será premiado. Pero si la obra se convierte en cenizas, el obrero tendrá que pagar. Se salvará pero no sin pasar por el fuego".

Mt 18, 34-55

“Y enfurecido su señor, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano.”

Lc 12, 47-48

“Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.”

Mt 5,22

“Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano “imbécil", será reo ante el sanedrín; y el que le llame “renegado", será reo de la gehenna de fuego.”

Lc 12, 58-59

“Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.”

Mt 5, 25-26

“Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.”

Mt 12, 32

“Y a cualquiera que dijere palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero a cualquiera que hablare contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este mundo, ni en el venidero.”

En este último texto se deduce con bastante claridad que Jesucristo está hablando de donde sí se puede perdonar, cumpliendo la pena correspondiente, el pecado que no sea contra el Espíritu Santo y que no haya sido perdonado en este mundo.

1 Pe 3, 18-19

“Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu. En el espíritu fue también a predicar a los espíritus encarcelados”.

Y este texto del apóstol San Pedro lo vertimos, por así decirlo, cuando en el Credo decimos que “fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó entre los muertos” aunque clarificando que donde Jesús bajó no fue al “Infierno” como si fuera a ver a Satanás sino al denominado Seno de Abrahám donde acudió a liberar las almas de los justos que, antes de su venida al mundo en Belén habían muerto. Y las liberó ayudándoles a ir al Cielo y manifestando, de tal manera, la bondad y misericordia de Dios.

Y así nos lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

“633 La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cf. Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49; 1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el ’seno de Abrahám’ (cf. Lc 16, 22-26). “Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abrahám, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos” (Catecismo Romano, 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar a los condenados (cf. Concilio de Roma, año 745: DS, 587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf. Benedicto XII, Libelo Cum dudum: DS, 1011; Clemente VI, c. Super quibusdam: ibíd., 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido (cf. Concilio de Toledo IV, año 625: DS, 485; cf. también Mt 27, 52-53).”

Seguramente podemos distinguir, a este respecto, entre Sheol (en hebreo) o Hades (en griego) para lo que sería el Seno de Abrahám y la Gehenna que sería, propiamente, el Infierno donde van aquellas almas que han muerto en pecado mortal y tras el Juicio particular allí han sido destinadas. Por eso decimos que, en todo caso, Jesús no descendió a la Gehenna sino al Hades o Sheol.

Y, ahora, algunos textos de Padres de la Iglesia:

Año 211. Tertuliano: “Nosotros ofrecemos sacrificios por los muertos…”

Año 307. Lactancio: “El justo cuyos pecados permanecieron será atraído por el fuego (purificación)…" 

Año 386. Juan Crisóstomo: “No debemos dudar que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo…".

Año 580. Gregorio Magno: “Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador…".

Seguramente debería bastar con lo apenas aquí traído como para que quien tenga dudas acerca del Purgatorio (de su existencia) las enterrara para siempre.

Pero, en realidad ¿Qué es el Purgatorio?, ¿Dónde está?

Si bien contamos con bastantes revelaciones privadas acerca del Purgatorio, lo que es el mismo no es nada fácil de definir. Bueno, sabemos que en él se purifican las almas de las manchas que hayan contraído en la Tierra mientras vivían los cuerpos de los que formaban parte. Existe, por eso mismo, la tendencia a considerar al Purgatorio, un lugar. Esto es debido a que el ser humano, para comprender realidades complejas aplica analogías humanas. Por eso lo del lugar o espacio físico.

Sin embargo, lo más cierto es que ha de ser un estado de vida no asimilado a un lugar en las coordenadas de espacio y tiempo pues ha de tener un sentido distinto a lo que humanamente entendemos. Aunque reconocemos que resulta extraño pensar en un Purgatorio que no sea, en efecto, un “lugar”.

De todas formas, en su obra “Teología de la salvación” del P. Antonio Royo Marín. O.P. se alude a este tan particular y especial tema pues no es de extrañar que quien tenga interés por este tema quiera saber cuál es el “lugar” donde se puede situar el Purgatorio.

Pues bien, dice el citado autor que (p. 416 Op. cit)

“Nada se sabe con certeza sobre esta particular” (se refiere al lugar, de existir tal lugar en forma, digamos, físicamente, entendible pues es indubitable, como hemos defendido, que existir… existe) Sin embargo (p. 415) “El dogma del purgatorio puede, pues, salvarse perfectamente admitiendo un estado purificador del alma, sin referirlo a un determinado lugar”.

En apoyo de su tesis hace uso (como en otras muchas partes de su libro) de Santo Tomás de Aquino que en “De piorgatorio” escribe que

“La Sagrada Escritura nada nos dice sobre el lugar donde está el purgatorio, y sobre este punto la razón está desprovista de argumentos decisivos. Sin embargo, es probable, y está más conforme a las declaraciones de los Padres y a muchas revelaciones particulares, que el lugar del purgatorio es doble. Según la ley común, es un lugar inferior, contiguo al infierno, de tal suerte que un mismo fuego atormenta a los condenados y purifica a los justos; pero los condenados están situados en la parte inferior, como corresponde a su situación moral. Por disposición particular de la divina Providencia, algunos difuntos pasan su purgatorio en diversos y determinados lugares, ya sea par instrucción de los vivos, y para obtener de ellos los sufragios de la Iglesia que alivien sus tormentos.

Algunos creen que la ley común y general es que el lugar donde el hombre pecó sea el de su propio purgatorio. Pero esto no parece probable, ya que entonces tendría que recorrer sucesivamente todos los lugares donde pecó y no podría ser purificado de todos sus pecados a la vez.

Otros pretenden que, según la ley común, el purgatorio está colocado por encima de nosotros, o sea, entre el cielo y la tierra, como corresponde al estado de esas almas colocadas a medio camino entre la tierra y el cielo. Pero este argumento no prueba nada, porque los habitantes del purgatorio no son castigados por lo que tienen de superior a nosotros, sino por lo que hay en ellos de inferior, o sea, por el pecado”.

Cierto es, pues, que no sabemos dónde está el Purgatorio. Nos atrevemos, sin embargo, a decir, que eso no nos importa nada pues lo tocante a nuestra salvación es que debemos intentar, al menos, acabar en él antes que en Infierno y para eso está de más saberlo.

Pero, por otra parte, la Beata Anna Catalina Emmerick en su revelación (privada y recogida en el tomo II de los publicados, en este caso, por Ciudadela Libros, 2012) nos dice que ha visto, en una de sus muchas visiones del Purgatorio dónde se encuentra. También nos dice cómo ve que es. En concreto esto que sigue (pp. 87-88):

“En la pasada noche tuve mucho que hacer en el Purgatorio. Estuve viajando siempre en dirección al norte y me parece como si aquel lugar estuviese situado sobre la parte más aguda de la esfera del mundo. Cuando estoy allí veo las montañas de nieve como si estuvieran sobre mí. Con todo, no se me representa como si estuviese en el interior de la tierra, puesto que veo la luna, y hasta intenté, corriendo por el interior de aquellas cárceles, practicar alguna abertura para hacer penetrar al menos un rayo de luna.

Por la parte de fuera me parece el Purgatorio como un baluarte oscuro, humeante, en forma de medialuna; por dentro tiene innumerables calles que conducen arriba y abajo, y espacios altos y bajos. En la entrada, aquel espacio es mejor, pues las almas pueden ir de un lugar a otro y deslizarse por los contornos; las de dentro están más duramente encarceladas. De trecho en trecho se ve a una de ellas en una cueva, dentro de una fosa y con frecuencia se ven muchas almas juntas en un mismo espacio, en diferentes departamentos, unos más altos y otros más profundos. A veces, está un alma sentada en un lugar alto, como sobre una piedra.

Mas adentro, en el fondo, todo es mucho más espantoso. Allí los demonios tienen poder y es como un Infierno temporal. Las almas son atormentadas y espectros espantosos y larvas diabólicas recorren esos sitios atormentando y angustiando a las almas.

/…/

Cuando voy hacia el norte y paso por encima del hielo, allí donde el círculo de la Tierra se hace más angosto y estrecho, entonces veo aparecer desde allí el lugar del Purgatorio más o menos como se ve solo la luna cuando baja al horizonte. Un camino como sobre un círculo, sobre una calle o sobre un anillo, no encuentro la palabra apropiada, y el Purgatorio se ofrece a la vista a manera de semicírculo. A la izquierda, allá a lo lejos, está el molino, y a la derecha muchas obras y trincheras”.

Es posible, claro está, que se puedan rechazar estas revelaciones pero no deberíamos tomarlas a la ligera porque no han sido desmentidas por la Iglesia católica que, como es evidente, beatificó a la religiosa Agustina en 2004 por parte de San Juan Pablo II.

Sabemos, por tanto (porque es lógico que así sea) que el alma que va al Purgatorio tras el Juicio particular ha de pasar algún tiempo allí. Si bien no sabemos, siquiera, si el concepto humano de “tiempo” es aplicable al caso, bien podemos sostener que el concepto que se corresponda con tal estadio espiritual será de alguna forma. Pero ha de ser de alguna tal forma. Si utilizamos la palabra “tiempo” es porque, para nosotros los seres humanos, se nos hace más fácil comprender lo que queremos decir.

Pues bien, el P. Antonio Royo Marín, O. P. en la obra citada aquí y en otros capítulos “Teología de la Salvación” llega a una serie de conclusiones acerca, precisamente, de la duración del Purgatorio. Y son las siguientes (pp. 439-442):

1ª. Las penas del purgatorio no se prolongarán para nadie más allá del día del juicio (se refiere al final).

2ª. En igualdad de condiciones, la duración del purgatorio será más o menos larga según el diferente reato de pena que corresponda a cada alma.

3ª. Es imprudente y temerario tratar de precisar con exactitud cuánto tiempo permanecen las almas en el purgatorio".

Por tanto, no sabemos el tiempo que está el alma en el Purgatorio pero sí podemos decir que alguno ha de ser pues para purificarse se ha de ver sometida al fuego de aquel lugar y eso, como es de esperar, ocupará, de la forma que sea, un espacio temporal.

Pero hay algo que es, realmente, curioso en este tema. Se refiere a la purificación de los justos cuando llegue el momento del fin del mundo, el juicio final. Y es que es de suponer que entonces habrá justos que no habrán muerto y, por tanto, no se habrán sometido al Juicio particular pero deberán purificarse (si es el caso).

El P. Royo Marín trae a colación un texto de Santo Tomás de Aquino que clarifica algo el tema. Dice el Aquinate (Suppl., 74, 8 ad.5) que

“Hay que decir que existen tres razones por las cuales serán rápidamente purificados los justos que se encuentren vivos cuando sobrevenga el fin del mundo. La primera es que les quedará poco que purgar, ya que les habrán servido de purificación los terrores y persecuciones precedentes. La segunda es que sufrirán aquellas penas vivos y voluntariamente; y la pena sufrida voluntariamente en esta vida purifica mucho más que la infligida después de la muerte, como aparece claro en los mártires… La tercera es porque el calor de aquella última conflagración suplirá en intensidad lo que le falte en duración”.

Esto apenas dicho se refiere al “tiempo” de duración de la purificación. Pero la misma ha de tener una u otra intensidad pues una cosa es que haya muchas almas en el Purgatorio purificándose y otra, muy distinta, es que todas estén allí por lo mismo.

Pues bien, aunque no podemos aportar pruebas de lo que allí se pasa para purificarse, es bien cierto que la purificación ha de tener relación directa con aquello que ha sido causa de la estancia del alma en el Purgatorio. Así, un alma que tenga que quedar limpia de algunos pecados veniales de los que no se cumplió la pena impuesta en la confesión (pensemos, por ejemplo, en una muerte súbita) no podrá sufrir una purificación tan grave como aquella alma que deba, es un decir, eliminar de sí misma una culpa gravísima que, aunque no le haya hecho ir al Infierno le haya proporcionado una estancia muy larga y sufriente en el Purgatorio. Y aunque es de fe que las almas que allí se encuentran saben que están salvadas y que en un momento u otro verán a Dios y subirán al Cielo (decimos “subir” por considerar al Cielo un estadio espiritual superior) no por eso dejan de ser conscientes de que lo que no purificaron en vida de los cuerpos (siendo muy grave la causa del pecado) con los que formaban una unidad ha de ser purificado ahora y, repetimos, aunque sepan que llegará lo bueno y mejor cuando tenga que llegar, saben que han de verse afectadas por el fuego sanador mucho más tiempo que otras almas que allí están.

A este respecto no conviene que olvidemos que si bien nosotros podemos incurrir en pecados, digamos, de forma “directa” o cometidos por nuestra forma de ser, actuar o pensar es seguro que habremos hecho incurrir a otros en algunos más por, por ejemplo, haberlos incitado a mentir o haberlos encubierto en determinada mala acción o, incluso, haber provocado su ira o reacciones semejantes. Y es que nadie está libre de llevar por el mal camino, con su predicación falsa o equivocada, a otros. Y si no creemos en esto recordemos ahora aquello de la piedra de molino que, según Cristo, se debería colgar al cuello quien escandalizara a los pequeños en la fe y, por consiguiente, pudiera llevarlos por un camino equivocado en su caminar hacia el definitivo Reino de Dios.

Hay algo que nunca deberíamos olvidar y es que las almas que están en tal estado espiritual no están solas o, por decirlo de otra forma, aun tienen quien por ellas haga algo.

“Las almas no reciben allí inmediatamente auxilio del Cielo; todo lo obtienen de la Tierra, de los vivos que ofrecen por ellas al Juez divino oraciones y buenas obras, sacrificios y mortificaciones y sobre todo, el santo sacrificio de la Misa”.

Este texto, extraído del Tomo II de las Visiones y Revelaciones (citado arriba) de la Beata Ana Catalina Emmerick, nos avisa acerca de qué debemos hacer los vivos al respecto de las benditas almas del Purgatorio. Así se ha proclamado desde el principio de los tiempos del cristianismo (recordemos, incluso, aquel texto de Macabeos citado arriba y anterior, claro está, a la llegada de Cristo, acerca de que “Todos alabaron al Señor, justo juez, que descubre las cosas ocultas, e hicieron una oración para pedir a Dios que perdonara por completo el pecado que habían cometido”) y es una necesidad que debemos satisfacer, obligación grave para cada uno de los creyentes católicos (pues, a tal respecto, sabemos qué es lo que, en general, se piensa en las filas protestantes acerca del Purgatorio).

Por otra parte, Santo Tomás de Aquino dejó escrito (en  “Sobre el Credo”, 5, 1. c., p. 73) que

“Debemos ayudar a los que se hallan en el purgatorio. Demasiado insensible sería quien no auxiliara a un ser querido encarcelado en la tierra; mas insensible es el que no auxilia a un amigo que está en el purgatorio, pues no hay comparación entre las penas de este mundo y las de allí”.

Y nosotros, sabiendo lo que debemos hacer, podemos, por ejemplo, orar de la siguiente forma:

“Padre misericordioso, en unión con la Iglesia Triunfante en el cielo, te suplico tengas piedad de las almas del Purgatorio. Recuerda tu eterno amor por ellas y muéstrales los infinitos méritos de tu amado Hijo. Dígnate librarles de penas y dolores para que pronto gocen de paz y felicidad. Dios, Padre celestial, te doy gracias por el don de perseverancia que has concedido a las almas de los fieles difuntos”.

En las visiones ya citadas que tiene la Beata Ana Catalina Emmerick acerca del Purgatorio dice, en un momento determinado, que (p. 71-72 Op. cit) “la oración por las almas es muy agradable a Dios, pues por este medio se les anticipa el gozo de la presencia de Dios”.

Inmediatamente después, nos ilustra acerca de cuál es la causa de que muchas almas vayan al Purgatorio. Así, dice (p. 72 Op. cit.) que

“La mayoría de los hombres están allí expiando la indiferencia con que miran ordinariamente los pecados veniales; eso les impide practicar actos de bondad, de mansedumbre y esfuerzos por conseguir victorias sobre sí mismos. La relación de las almas del Purgatorio con la Tierra es tan delicada que con solo desear su bien y aliviarlas y consolarlas desde la Tierra, reciben ellas gran consuelo. ¡Cuánto bien hace aquel que constantemente practica actos de vencimiento de sí mismo, a favor de ellas, deseando vivamente ayudarlas!”.

Vemos, por tanto, que orar por las almas del Purgatorio es altamente recomendable pues forma parte, también, de la ayuda que, desde aquí, les podemos prestar.

Y pedimos a Dios que tenga piedad de ellas porque sabemos que, en su misericordia infinita y en su bondad entra tal posibilidad. No decimos, sólo, que queremos esto o lo otro para ellas sino que requerimos del Creador, también sobre el Purgatorio, que las auxilie porque quiere el Todopoderoso que, cuanto antes, estén en su definitivo Reino.

Dios, en su bondad, puede librar a las benditas almas del Purgatorio de la situación en la que se encuentran. Siendo cierto que están donde están porque tienen merecimientos para ahí estar (como ya hemos dicho arriba) no es menos cierto que la forma de purgar los pecados o las faltas ha de ser muy distinta según la voluntad de Dios (como también hemos apuntado algunos párrafos atrás).

Pedimos, pues, benevolencia al Padre para que sea bueno con ellas y para que sus tormentos (no exentos del gozo de saber que no irán nunca al infierno y que, tarde o temprano, contemplarán a Dios) sean lo más llevaderos posible. Así gozarán de la paz y de la felicidad que supone saberse en las praderas del Reino de Dios y de encontrarse entre aquellas almas que se han limpiado y gozan, ya para siempre, de la vida eterna.

Pero también debemos agradecer a Dios algo que es muy importante y que no debemos olvidar. Se trata del hecho según el cual las almas del Purgatorio saben, con certeza, como hemos dicho arriba, que siempre no van a estar en el Purgatorio y, como sucedió con los niños de Fátima de los cuales uno de ellos, según la Virgen María, debería estar mucho tiempo en el Purgatorio, pasan el “tiempo” que allí les toca estar perseverando en la fe que tienen de saberse especialmente elegidas por Dios. Si bien su santidad no fue perfecta en su vida terrena, lo bien cierto es que tampoco procedieron de forma totalmente perversa de cara al Todopoderoso y a su Ley.

Ellas no pueden, ya, merecer como una forma de limpiar su suciedad. Esperan, por tanto, de nosotros, los miembros de la Iglesia militante, que hagamos todo lo posible para que Dios escuche en su corazón la súplica por ellas. Algunas, además, se encuentran solas al no tener nadie que pida por ellas al considerar que, por lo hecho en vida, deberían estar en el Infierno. Sin embargo, Dios, que conoce lo secreto de los corazones de sus hijos, ha podido darse cuenta de que había algo bueno en ellas (por acciones bondadosas de las que nadie, salvo el Creador, tenía noticia) y eso les ha salvado de la muerte eterna. Allí, sin embargo, nadie se acuerda de ellas y no pueden imputarse oraciones y otros ofrecimientos de parte de algún familiar o, incluso, de persona que pudiera pedir por ellas y aliviar (en el sentido que eso sea y le dé Dios) su situación en el Purgatorio.

Creamos, pues, en la existencia del Purgatorio. Pero, y a partir de creer en tal sentido, actuemos para no tener, siquiera, que visitarlo.

Eso, sin duda, está en nuestra mano. 

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

 

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Por la libertad de Asia Bibi. 

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Por el respeto a la libertad religiosa.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Tiempos de cambios siempre los ha habido pero Cristo sigue siendo el mismo Hijo de Dios que se entregó por nosotros.

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