Serie Bienaventuranzas en San Mateo - 7.- Los que trabajan por la paz
Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.
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Explicación de la serie
S. Mateo, que contempla a Cristo como gran Maestro de la Palabra de Dios, recoge, en las 5 partes de que consta su Evangelio, la manifestación, por parte del Hijo, del verdadero significado de aquella, siendo el conocido como Sermón de la Montaña el paradigma de esa doctrina divina que Cristo viene a recordar para que sea recuperada por sus descarriados descendientes.
No creáis que vengo a suprimir la Ley o los Profetas (Mt 5,17a). Con estas palabras, Mateo recoge con claridad la misión de Cristo: no ha sido enviado para cambiar una norma por otra. Es más, insiste en que no he venido a suprimirla, sino a darle su forma definitiva (Mt 5,17b). Estas frases, que se enmarcan en los versículos 17 al 20 del Capítulo 5 del citado evangelista recogen, en conjunto, una explicación meridianamente entendible de la voluntad de Jesús.
La causa, la Ley, ha de cumplirse. El que, actuando a contrario de la misma, omita su cumplimiento, verá como, en su estancia en el Reino de los cielos será el más pequeño. Pero no solo entiende como pecado el no llevar a cabo lo que la norma divina indica sino que expresa lo que podríamos denominar colaboración con el pecado o incitación al pecado: el facilitar a otro el que también caiga en tal clase de desobediencia implica, también, idéntica consecuencia. El que cumpla lo establecido tendrá gran premio.
Pero cuando Cristo comunica, con mayor implicación de cambio, la verdadera raíz de su mensaje es cuando achaca a maestros de la Ley y Fariseos, actuar de forma imperfecta, es decir, no de acuerdo con la Ley. Esto lo vemos en Mt 5, 20 (Último párrafo del texto transcrito anteriormente).
Las conductas farisaicas habían dejado, a los fieles, sin el aroma a fresco del follaje cuando llueve, palabras de fe sobre el árbol que sostiene su mundo; habían incendiado y hecho perder el verdor de la primavera de la verdad, se habían ensimismado con la forma hasta dejar, lejana en el recuerdo de sus ancestros, la esencia misma de la verdadera fe. Y Cristo venía a escanciar, sobre sus corazones, un rocío de nueva vida, a dignificar una voluntad asentada en la mente del Padre, a darle el sentido fiel de lo dejado dicho.
El hombre nuevo habría de surgir de un hecho antiguo, tan antiguo como el propio Hombre y su creación por Dios y no debía tratar de hacer uso, este nuevo ser tan viejo como él mismo, de la voluntad del Padre a su antojo. Así lo había hecho, al menos, en su mayoría, y hasta ahora, el pueblo elegido por Dios, que había sido conducido por aquellos que se desviaron mediando error.
El hombre nuevo es aquel que sigue, en la medida de lo posible (y mejor si es mucho y bien) el espíritu y sentido de las Bienaventuranzas.
7.- Bienaventurados los que trabajan por la paz
Cuando Jesús habla de paz, declara bienaventurados a aquellos que trabajen por ella. ¿Qué sentido tiene, para Cristo, ese hacer efectiva la paz en la tierra?
Trabajar por la paz es manifestar una actitud pacífica y llevar, a los otros, a colaborar en esa reconciliación entre hermanos y, sobre todo, a posibilitar el reconciliarse con Dios. Paz es, por lo tanto, sinónimo de armónico proceder.
Existen, por lo tanto, dos formas de manifestación de esta actitud: paz interior y paz exterior.
Cuando, como hemos dicho antes, reconocemos en nuestra situación una expresión de la voluntad de Dios y de ella entendemos que es la mejor propuesta para nuestra vida, estamos sentando las bases para alcanzar una paz interior que nos exima de tensiones hacia “afuera”. Esto, junto con la oración, ha de hacer de nuestra vida, un ejercicio de buena voluntad (1) del que podamos irradiar (a modo de círculo expansivo hacia los demás como si se tratara de un guijarro lanzado en una superficie acuosa) un comportamiento positivo.
Sabido es, y dicho está aquí mismo, que la concordancia entre lo que se dice y lo que se hace manifiesta un proceder recto, y la importancia que Cristo da a esa realidad. Ante las acechanzas del Maligno o ante una tribulación que nos pueda acaecer, esa interioridad pacífica, ese sustento en la humildad sobre la que se apoya, puede favorecer el trato amable con el otro (a quien se dirige nuestro proceder).
Valga, por así decirlo, por todo lo expuesto hasta aquí, esta cita de Santa Margarita Mª Alcorque (2)
“Por encima de todo, conservad la paz del corazón, que es el mayor tesoro. Para conservarla, nada ayuda tanto como el renunciar a la propia voluntad y poner la voluntad del corazón divino en lugar de la nuestra.”
Pero existe, también, una paz exterior.
En nuestra relación con los demás, y más en el momento histórico en que nos ha tocado vivir, la, podríamos llamar, multirelación, está al orden del día. Nos movemos entre muchas personas, y entre éstas y nosotros, como cristianos, hay concordancias y, muchas veces, graves discordancias de ideas o de pareceres.
Aquí, sobre todo aquí, es donde ha de prevalecer esa actitud pacífica del cristiano. Siendo Jesucristo el ejemplo donde evocar una conducta, donde fijar la mirada para tomar aliento ante le dificultad, resulta de todo punto necesaria la obtención de fruto de esa paz interior a la que hemos hecho, antes, referencia.
Si como hijos de Dios que somos, y si así lo consideramos, queremos que se nos llame con ese título (como recoge la bienaventuranza) no cabe más opción que limar las asperezas en nombre del Padre Eterno; tan sólo es posible descansar en Dios, ya en este mundo, si somos capaces, y estamos capacitados, sin duda, para ello, de practicar la caridad fraterna (San Hilario dixit), esa virtud que supone una excelencia en el proceder y que comprende la discrepancia sin sentir atacado su corazón (porque éste se siente fuerte en Dios), que personifica a Cristo y que nos sirve de apoyo ante el desaliento.
Paz con el que se nos acerca, hacia el que buscamos para acercarlo a Dios; paz que emana de la mansedumbre y humildad de Jesús y que, de ellas, exhala, en nuestro corazón, valores a los que sujetar nuestra existencia. Recordemos, para ello, lo que dice Pablo sobre que (Nuestro Dios) no es Dios de inquietud, sino de paz (3).
Y en esa paz, doble don interior y exterior, nos espera el Padre, para reconocernos (al conocernos ya y ver que, cumpliendo esa su voluntad nos vuelve a conocer) y llamarnos, por eso, hijos suyos.
NOTAS
(1) Lc 2, 14 refiere que la paz es un patrimonio de los hombres de buena voluntad, pues la voluntad, decimos nosotros, es producto de un proceder interior, de un acaecimiento que extraemos de nuestro corazón.
(2) Recogida por Francisco Fernández Carvajal en su obra Antología de textos para hacer oración y para la predicación, Editorial Palabra, 2003, pág. 722. Concretamente corresponde, esta cita, a Cartas 1 c., t, 2,p. 321 de la supracitada Santa.
(3) 1 Cor 14,33.
Leer Bienaventurados los pobres de espíritu.
Leer Bienaventurados los mansos.
Leer Bienaventurados los que lloran.
Leer Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.
Leer Bienaventurados los misericordiosos.
Leer Bienaventurados los limpios de corazón.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Para leer Fe y Obras.
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1 comentario
Saben llevar a los hombres a las fuentes de ese Don Divino....los acercan a DIOS y los acecan entre sí.
El Pecado es lo que divide al hombre por dentro, lo que lo separa de DIOS y lo que hace que los hombres no se entiendan.
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