En los altares - San José
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Es bien cierto que de San José no tenemos muchas noticias de su vida ni, tampoco, espectaculares narraciones que nos digan cuál fue su existencia terrenal junto a María y a Jesús. Es más, sólo tenemos conocimiento a partir de lo que aportan, preferentemente, los evangelistas San Mateo y San Lucas. A ellos, pues, nos tenemos que encomendar.
Sin embargo, la persona de José, esposo de María, es demasiado importante como para dejarla olvidada por falta de documentación escrita acerca de aquel carpintero judío (cf. Mt 13, 55).
Dice San Mateo (1, 16) que José era hijo de Jacob y San Lucas (3, 23
) a tal respecto atribuye su paternidad a Elí. El caso es que, al parecer, como descendiente de David, nació en Belén. A pesar de haber nacido en tan ilustre, espiritualmente hablando, pueblo, se trasladó a Nazaret debido, seguramente, a las necesidades familiares y al tener que ganarse la vida.
Fue en Nazaret donde se comprometió y desposó a la que sería Madre de Dios, una joven virtuosa y casta llamada María.
La Anunciación de Gabriel a María y la aceptación de la joven del mensaje que le traía el Ángel del Señor supuso un momento destacado en la vida de José porque, como es lógico pensar, no acababa de entender que la joven que se había comprometido con él a contraer matrimonio esperara un hijo sin, como ella mismo dijo, “conocer varón”. José, además, estaba seguro de que con él no había mantenido relaciones prematrimoniales.
Lo recoge, así, el evangelista San Mateo (1, 19-20,24): “Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: ‘José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer’”.
Un cambio muy importante se produjo en el corazón de José que le hizo aceptar a María como esposa y, como dice el evangelista que fuera recaudador de impuestos, la tomó como tal.
No habían terminado para el carpintero de Belén los sucesos que demostrarían que Dios había sabido escoger bien el padre adoptivo para su Hijo.
Cuando tuvieron que acudir a Belén, su pueblo natal, para empadronarse, no encontraron sitio para ellos pero, sobre todo, para María, a punto de dar a luz. Se refugiaron en un establo y allí mismo nació, pobre entre los pobres, el Rey del Universo a quien, desde aquel mismo momento, muchos acudieron a adorar. También sufrió José aquella situación de ver que no había podido conseguir un sitio más adecuado para su mujer y, ahora, para su hijo. Y, a pesar de eso, mantuvo un silencio santo del que deberíamos aprender porque era un silencio de aceptación de la voluntad de Dios pero admirándose, junto a María, de lo que decían del niño (cf. Lc 2- 1-7).
Y, luego, el episodio de su marcha a Egipto. También supo obedecer cuando le dijeron (Mt 2, 13) “Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle”. Y allí que se marchó con María y el recién nacido.
Es de suponer que en Egipto no lo pasaran muy bien ni José ni su familia porque al ser extranjeros en una tierra de la que desconocían el idioma sufrirían los prejuicios que, sobre ellos, tendrían sus habitantes, las dificultades para encontrar trabajo y para mantener a su familia, las incomprensiones de sus nuevos vecinos, etc. Pues José supo mantenerse en la voluntad de Dios y allí permaneció hasta que (Mt 2,11) se le dijo “Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño”. Y, otra vez, tomó a su familia y regresó a la tierra de donde habían salido para evitar la muerte casi segura de Jesús. Regresaron a Nazaret donde establecieron su residencia.
Poco más se sabe de la vida de San José. Es más, el último episodio en el que, en persona, es contemplado por los evangelios es el que recoge San Lucas (2, 42-51) cuando Jesús se quedó en el Templo cuando había acudido a la fiesta de la Pascual al cumplir los 12 años. La angustia de San José fue superada por su ánimo de no querer darse importancia cuando María, la Madre de Jesús, la recriminó al joven que llevaban unos días muy preocupados mientras él estaba en el Templo. Ni siquiera en tan difícil momento José quiso significarse.
Aunque no se sepa con certeza cuando murió San José, es más que probable que subiera a la Casa del Padre antes de que Jesús diera comienzo a su vida pública. Esto ha de ser así porque nunca más se dice nada de su persona y porque, a la hora de la muerte, Jesús entrega a su madre, como Madre, a Juan, el discípulo amado, realidad impensable de haber vivido José, su esposo y su padre adoptivo.
Decía, por ejemplo, Santa Teresa de Jesús que “Parece que Jesucristo quiere demostrar que así como San José lo trató tan sumamente bien a El en esta tierra, El le concede ahora en el cielo todo lo que le pida para nosotros. Pido a todos que hagan la prueba y se darán cuenta de cuán ventajoso es ser devotos de este santo Patriarca“.
Y, por eso mismo, nos podemos dirigir a San José con la siguiente
ORACIÓN
San José, casto esposo de la Virgen María intercede para obtenerme el don de la pureza.
Tú que, a pesar de tus inseguridades personales supiste aceptar dócilmente el Plan de Dios tan pronto supiste de él, ayúdame a tener esa misma actitud para responder siempre y en todo lugar, a lo que el Señor me pida.
Varón prudente que no te apegas a las seguridades humanas sino que siempre estuviste abierto a responder a lo inesperado obtenme el auxilio del Divino Espíritu para que viva yo también en prudente desasimiento de las seguridades terrenales.
Modelo de celo, de trabajo constante, de fidelidad silenciosa, de paternal solicitud, obtenme esas bendiciones, para que pueda crecer cada día más en ellas y así asemejarme día a día al modelo de la plena humanidad: El Señor Jesús.
Eleuterio Fernández Guzmán
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